Un paso en falso significaría el cuello roto. O algo peor.
A Trino le corría el sudor por la espalda cuando se acercó a la rama grande. Sentado en el árbol de encino podrido trataba de no pensar en nada que no fuera la rama talada que se rehusaba a caer al suelo. Pero no pudo dejar de pensar en lo que estaba haciendo.
Se imaginaba al hombre de las noticias en la tele diciendo, “Trino Olivares, de trece años, murió hoy cuando se cayó de un árbol. Sólo le iban a pagar veinte dólares por el trabajo. ¿Acaso no era un tonto, amigos?”
Qué cosa pudo hacerle decir a Nick, “Yo me subo y la tiro”.
Éste era el segundo fin de semana que Nick le pedía a Trino que trabajara con él, y que ganara un dinero extra podando árboles. Hasta este momento sólo había sido un trabajo largo, caluroso, pero no difícil. Ni muy interesante tampoco. Su trabajo únicamente había consistido en cortar, romper, amontonar, cargar y arrastrar las ramas al basurero municipal.
Hasta que finalmente Trino tuvo la oportunidad de hacer algo divertido.
–Yo puedo subir muy fácilmente, Nick –le había presumido Trino–. Yo me puedo subir y tirarla.
Nick llevaba un mes saliendo con su mamá, y a pesar de que todavía no le tenía confianza, Trino quería que supiera que él tenía las agallas para hacer lo que fuera necesario. Aunque fuera un poco peligroso.
–No, yo debo subir –le dijo Nick–. Si te caes de un árbol tu madre nos mata a los dos.
A Trino no le hubiera importado que Nick se metiera en problemas con su mamá. –Vamos, Nick. Tú sabes que estás muy gordo como para subirte al árbol.
Y Nick sabía que Trino tenía razón. Nick Longoria era muy alto y tenía mucha fuerza. Trino lo había visto sacar de cuajo un árbol, desde la raíz, con sus propias manos. Le había calculado unos treinta años, así que probablemente Nick se subiría al árbol sin dificultad. Pero Trino sabía que él era más ligero, más adecuado para pararse sobre una rama vieja.
–Yo puedo hacerlo, Nick.
Y luego Trino le entregó la podadora y acomodó la escalera metálica. Sólo que la escalera no era lo suficientemente alta. Entonces cuando tuvo que subir más, hasta medio camino, se raspó las manos y los brazos con el áspero tronco del árbol. Ahí fue cuando empezó a sudar. Los jeans le protegían las piernas, pero sus zapatos usados se resbalaban en las hendiduras naturales, las salientes y los muñones alrededor del tronco. En ocasiones sólo podía usar las manos para empujarse hacia arriba, y los movimientos le levantaban la camiseta exponiéndole el estómago a los arañazos y a una leve sensación de dolor. Pero no había nada que hacer. Sólo seguir trepando. No podía quedar como un debilucho frente a Nick.
Solamente una vez vio hacia abajo, luego escuchó la voz ronca de Nick.
–No mires hacia abajo. Mantén la vista fija en lo que tienes adelante.
Finalmente, Trino llegó a un lugar donde pensó que podía pararse sobre una rama firme y desde ahí agitar la rama que colgaba. Levantó un brazo para agarrarse de una rama más alta y poder caminar derecho. Se acercó más a la maraña de ramas. Una de esas ramas, ya podada, no caía al suelo. Se preguntaba si los hombres que trabajaban en los postes del teléfono en algunas ocasiones se pondrían nerviosos.
Un paso en falso significaría el cuello roto. O algo peor.
Entonces oyó el crujido de la madera bajo su pie derecho.
Trino se detuvo. Su cuerpo entero se paralizó de miedo. Lentamente volteó hacia abajo a mirar su pie, y de ahí más allá, lejos, muy lejos, miró la cara morena de Nick, su cuerpo largo, el nido de ramas bajo su pie, la tierra dura y oscura donde estaba parado.
–¿Qué pasa? –le gritó Nick.
Trino no se atrevió a hablar, temía que el sonido de su voz pudiera quebrar la rama. Alzó los ojos y miró hacia el frente, maldiciendo en silencio a la rama por no caerse como debería.
De pronto decidió pedir un aumento. Veinticinco dólares, le diría a Nick. Con la condición de que no se cayera del árbol y se quebrara el cuello.
Trino vio hacia arriba la rama que tenía en las manos. Probó su resistencia jalándola hacia él. La rama se movió muy poco, así que Trino apretó las manos con más fuerza.
Lentamente acomodó el pie izquierdo adelante del derecho, puso más peso y esperó a escuchar algo. Como no pasó nada, cuidadosamente puso el pie derecho enfrente del izquierdo sintiéndose uno de esos equilibristas que caminan en la cuerda floja.
–No desordenes nada. Nomás mueve la rama para que caiga –le gritó Nick.
La voz impaciente de Nick enojó a Trino. ¿Qué esperaba? ¿Que corriera como una ardilla entre las ramas como si nada? ¿Por qué no se subía él a ver qué tan rápido se mueve?
Otro crujido. Trino lo oyó claramente. Entonces se dio cuenta de que con tanto cuidado y lentitud no iba a terminar el trabajo. Rápidamente midió la distancia entre su cuerpo y la punta de la rama que tenía que agitar. Tal vez en tres pasos podría patear la rama para que se soltara.
Al mismo tiempo que movía los pies, echó un vistazo hacia arriba y decidió lo que sus manos harían. Luego respiró hondo.
Ignoró los tres crujidos mientras caminaba sobre la rama. Se agarró con fuerza rasguñándose mientras avanzaba agarrado de la rama sobre su cabeza. Pero se había propuesto no soltarse, sin importar lo que ocurriera. Levantó la pierna y frotó el pie en la maraña de ramas.
Parecía que todo el árbol temblaba y se agitaba, y entre más fuerte se agarraba, más fuerte pateaba. Algunos palos se quebraron, las hojas secas crujieron, y con un sonido estrepitoso la rama cayó al suelo. Tan pronto como vio la rama caer llevándose a otras dos en la caída, Trino caminó hacia atrás rápidamente. Sus manos se movieron de prisa para alejarlo del ruido de las ramas cayendo. De pronto sintió los pies en el vacío. En lugar de moverse hacia atrás iban hacia abajo, abajo. El sonido de las ramas quebradas se mezcló con el grito estrangulado de Trino. Sintió un tirón en las manos pero se mantuvo fuertemente agarrado a la rama que tenía encima de la cabeza. De alguna manera pensó en empezar a mover las piernas hasta que encontró algo que tocó con los pies.
Oyó a Nick que lo llamaba, pero Trino estaba muy ocupado como para contestar. Echó un vistazo hacia abajo, y en un segundo vio que la rama donde había estado parado se había roto, pero sólo por la mitad. Forzó las manos para deslizarse hacia atrás tomado de la rama que tenía arriba de él, hasta que logró poner los pies sobre la rama astillada. Primero los dedos, luego los pies, y finalmente, tambaleándose, con las piernas temblando descansó el cuerpo en esa parte del árbol.
Trino puso las manos en la misma dirección que el cuerpo, después se enderezó, firme. Se movió tan pronto como pudo hasta abrazarse al tronco. Recién en ese momento se permitió respirar normalmente.
–¿Trino, estás bien? ¡Trino!
–Estoy … estoy … bien. –Trino habló entre respiros. Estaba muy contento de estar respirando, simplemente.
–Bueno, baja antes de que te rompas el cuello –le gritó Nick.
–¿Es una broma? –le preguntó Trino con sarcasmo. Y el coraje que llevaban sus palabras le dieron la fuerza para bajar rápido pero con cuidado.
Nick estaba arrastrando otras ramas a la camioneta color rojo oxidado que usaba para el trabajo de los árboles. Trino agarró la rama que casi lo mata y con mucha satisfacción la arrastró por entre las piedras de la entrada.
Trabajaron juntos, en silencio, hasta que cargaron todas las ramas. Luego Trino agarró la cubierta de lona de la cabina de la camioneta y le ayudó a Nick a extenderla encima de las ramas y a atarla.
–Muy bien. Déjame cobrar nuestro dinero y nos vamos a tirarlas. Espérame aquí –dijo Nick, limpiándose el sudor de la cara con el brazo.
Trino asintió y abrió la puerta de la camioneta. Con la puerta abierta, se sentó en el asiento y se agachó para tomar la botella de agua que cargaba Nick. La levantó muy fácilmente y se dio cuenta que estaba vacía. “Chi … huahua”, murmuró. Sentía la garganta y la boca como si hubiera comido aserrín. Aventó la botella a un lado y se volteó para ver hacia la casa.
Sus ojos negros buscaron en las ventanas, pero no pudo ver nada adentro. Era una casa bonita con muros de ladrillo muy cuidados. Atrás había un jardín, un patio de cemento, pasto recortado y flores. Sólo de ver la apariencia ordenada Trino pensó que el dueño no tenía hijos. Todo se veía como si nadie hubiera caminado encima, y el jardín no estaba desordenado con juguetes rotos.
Fue cuando Trino vio el grifo del agua enfrente de la casa. Tomó la botella del agua, salió de la camioneta y caminó en dirección al grifo rápidamente. El agua que salió estaba fresca y Trino la dejó correr entre sus dedos. Detuvo la botella con la pierna mientras se llenaba, y se pasó las manos mojadas por la cara y el cuello. Cuando se llenó por la mitad la levantó para beber agua a grandes tragos.
La estaba llenando de nuevo cuando oyó voces enojadas en el portal. Temeroso de que el dueño se enojara con él por agarrar agua, cerró el grifo. Apenas estaba poniendo la botella del agua en el asiento de adelante cuando vio venir a Nick por un lado de la casa. Su largo cuerpo estaba ligeramente doblado por la cintura, como si estuviera listo para agarrar algo, o a alguien, y romperlo en dos partes con sus grandes manos. Su cara oscura se veía enojada y mala, con pequeñas ranuras en lugar de ojos. Parecía que sus labios habían desaparecido completamente.
Trino tragó saliva cuando se metió a la camioneta cerrando la puerta de golpe. Cualquier cosa que hubiera pasado con Nick, bueno … Trino sólo quería estar fuera de su alcance.
Nick de un tirón abrió la puerta del lado del conductor y se deslizó hacia el volante. Maldijo en español mientras echaba a andar la camioneta.
–¿Qué pasó? –preguntó Trino automáticamente, pero se arrepintió de haberlo hecho cuando Nick metió el cambio ruidosamente para conducir la camioneta hacia adelante.
Esa mañana Nick había echado para atrás la camioneta en la entrada de la casa para poder cargarla con las ramas fácilmente. Ahora iban hacia la calle, pero Nick no llegó tan lejos. Se detuvo cuando la parte trasera de la camioneta estuvo paralela al portal, un área de madera que tenía un bonito planeador de madera, macetas con flores, y una puerta al frente que se veía cara.
Cuando Nick se bajó de la camioneta un hombre salió de la casa. Trino pensó que era el hombre que había empleado a Nick para podar el árbol de la esquina trasera del patio. Se veía como un perro pitbul, con rasgos afilados y pequeñas orejas a los lados de la cabeza calva. Llevaba puesta una ropa que parecía nueva, una camisa blanca limpia y unos pantalones cortos, color café, ajustados alrededor de las piernas rellenas.
–¡Hey! ¿Qué está haciendo? –le gritó el hombre a Nick.
–Acordamos un precio. Si usted no me va a pagar lo que dijo, entonces quédese con su maldito árbol. ¡Trino! Ayúdame a descargar el árbol de este hombre.
Trino brincó cuando Nick le habló, saliendo de la camioneta tan pronto como pudo.
–¿Está loco? –le preguntó el hombre.
Trino se preguntaba la misma cosa. Sólo que, ¿quién era el loco?
Nick ya había desatado la soga. Sacó una rama gruesa de abajo de la lona, luego se dio la vuelta con la rama en la mano como si la fuera a usar como arma. Caminó en dirección al hombre en el portal. La apretaba tan fuerte que los pedazos de corteza caían en la acera limpia.
El corazón de Trino dio un vuelco cuando vio a Nick alzar la rama como si fuera a golpear al hombre. Los ojos del hombre estaban muy abiertos, pero Trino no podía saber si tenía miedo. Trino estaba preocupado.
No tenía ninguna duda que Nick era lo suficientemente fuerte para matar a alguien. ¿Por dinero?
De pronto Nick arrojó la rama en el portal, apenas rozando los zapatos de piel color café del hombre. Nick se regresó a la camioneta.
–Saca cada una de las ramas, Trino. No queremos hacerle trampa al señor Caballero con su árbol. Saca todas las hojas y todos los palitos. Regrésaselos al señor Caballero.
Trino levantó la lona mientras Nick agarraba otra rama, ésta aún con hojas rasposas pegadas. Ésta también la tiró en el portal. Luego Nick sacó tres troncos que tiró en la acera a pesar de que el hombre lo maldecía.
Cuando Trino desenmarañó una rama más larga y la sacó de la pila, se fijó en un nido seco de avispas que se había desmoronado entre las ramas y en voz alta dijo, ¿Nick, le regresamos las ramas con los nidos de avispas también?
–¡Al diablo! ¡Claro, regrésale sus avispas! Me picaron dos veces hoy. Debería recibir dinero extra por si acaso tengo que ir a la clínica en la noche –dijo Nick. Quebró las ramas cuando trataba de desenmarañarlas.
Trino agarró una rama chica que todavía tenía parte del nido de avispas colgando.
La sacó y se volteó para que el hombre en el portal pudiera verla. –Leí sobre estas avispas en la clase de ciencias, Nick. Este es el nido de esas avispas asesinas.
–¡Oye! ¡Espera! ¡Alto! ¡Alto! ¡Regresa esa rama a la camioneta, muchacho! Aquí está su dinero. Nomás saquen las ramas de mi propiedad. ¡Ahora! –El rostro oscuro del hombre se puso del color de su casa de ladrillo cuando les gritó.
Con calma Nick empujó las ramas hacia adentro de la lona. Contempló todas las ramas alrededor de él y dijo:
–Ahora tengo que limpiar todo esto también. Doscientos dólares, señor Caballero. –Luego le pidió a Trino que él también guardara las ramas.
El señor Caballero murmuró algunas palabras majaderas en español mientras abría su cartera y sacaba algunos billetes. Luego se metió a la casa azotando la puerta atrás de él.
Nick miró a Trino y elevó una ceja. –Se suponía que me iba a dar ciento cincuenta por el trabajo. –Antes de que Trino dijera algo sobre su parte del dinero, le dijo–: ¡Apúrate! Vámonos antes de que Caballero cambie de opinión otra vez.
Trino corrió al portal y recogió la rama. Estaba más pesada de lo que esperaba, sólo reafirmando qué tan fuerte era Nick físicamente.
–¿Y qué vas a hacer con los cincuenta dólares extras? –Trino esperó hasta que se hubieran ido del barrio del señor Caballero para preguntar.
Desde su lugar detrás del volante, Nick miró rápidamente a Trino. –Guardarlos en mi cartera, ¿por qué?
Trino se sintió engañado. –Yo fui el que engañó al señor Caballero con las avispas. Fue mi idea.
–Ya veo –dijo Nick–. ¿Y si tuvieras cincuenta dólares extras, qué harías?
Trino iba a abrir la boca, pero en lugar de eso se volteó a mirar por la ventana. Dejó descansar el codo en la ventana abierta mientras sentía el viento caliente que le golpeaba la cara. ¿Cincuenta dólares? Muy bien podrían ser quinientos o cinco millones, como en la lotería –nada era suyo– ni siquiera unos mugrosos cincuenta dólares.
–Eso qué importa –dijo Trino en voz alta.
–Tengo una idea para el dinero –respondió Nick–. Si supiera que tú tienes una idea, tal vez lo compartiría contigo.
–¡No es cierto! –Trino volteó a verlo con una mirada de fuego–. No lo compartirías aunque te dijera que estoy ahorrando para comprar un carro. Trabajé tan duro como tú. Pero yo sólo recibo los cochinos veinte dólares.
–¿Crees que te estoy haciendo trampa, verdad? –Nick elevó la voz, pero su rostro no se veía tan enojado como Trino lo había visto en otras ocasiones–. Bueno, te voy a decir una cosa. Si vas y consigues un trabajo para que lo hagamos los dos, yo me quedo con los veinte dólares y tú con el resto. Tú te arreglas con el dueño sobre el precio, y tienes que pagar la gasolina de la camioneta. Pero yo voy a hacer tu trabajo si tú puedes hacer el mío.
De pronto Trino sintió la garganta muy seca, pero el reto de Nick sólo lo hizo querer ganar. Quería demostrarle que Trino Olivares valía más de veinte dólares.
Trino recordó que Nick siempre cerraba un trato con un apretón de manos, le extendió la mano. –Trato hecho, Nick, voy a encontrar un trabajo para los dos.
El hombre mayor se acercó y tomó firmemente la mano sudada de Trino. –Vamos a ver qué puedes hacer, jefe.
Los dedos de Trino habían agarrado la mano de Nick cuando vislumbró algo café con el rabillo del ojo. En un segundo volteó la cara y gritó: –¡Nick! ¡Cuidado!