Capítulo siete
Hombre trabajador

Mientras Trino trapeaba los pisos, sacaba la basura y abría cajas, se preguntaba cómo le diría al viejo que no podría ir a trabajar al día siguiente. Empezaba a arrepentirse de haber golpeado a Héctor. Mañana trabajaría muy duro, pero no ganaría nada de dinero.

Ya eran casi las cinco cuando terminó de acomodar las latas de comida. Esperó hasta que don Epifaño terminara con una clienta para salir al mostrador.

–No puedo venir a trabajar mañana con usted, don Epifaño. Tengo un proyecto en la escuela y … uh … tengo que reunirme con … um … mi compañero mañana, después de la escuela.

El viejo se secó la frente sudada con el brazo bueno.

–¿De qué se trata? ¿No quieres el trabajo?

–Quiero trabajar, pero mañana no puedo. Tengo cosas que hacer –respondió, luego agregó–, de la escuela.

Don Epifaño gruñó, luego le dio la espalda a Trino y arregló las cajas de cigarrillos en el estante que estaba atrás de él.

–Tengo mucho trabajo. Traigo el brazo envuelto y todavía me duele mucho.

Trino suspiró y cargó una caja vacía a la bodega. Recogió las otras cajas vacías, y luego las rompió y las aplanó con los pies antes de sacarlas. Si por lo menos pudiera salir de la tienda por la puerta trasera, pero tenía que cobrar su paga. Cerró la puerta y regresó al mostrador, con don Epifaño.

–¿Me puede dar la paga de hoy ahora? Tengo que ir a la casa.

Don Epifaño gruñó de nuevo y abrió la caja registradora. Sacó dos billetes y se los dio a Trino. Un dólar estaba azul, como si lo hubieran lavado en la bolsa de un pantalón azul. El otro billete tenía escrito algo con marcador rojo.

–Si no puedes trabajar conmigo regularmente, voy a buscar a otro chico.

Trino no respondió porque estaba metiéndose el dinero a la bolsa del pantalón. No creía que otro fuera tan tonto como para trabajar por dos dólares, pero no estaba tan seguro de que el viejo no fuera a hacer lo que decía.

–Nomás es mañana, don Epifaño. Voy a venir el siguiente día.

–¿Puedes trabajar el sábado? Trino vaciló. ¿Qué si Nick lo necesitaba? ¿Cómo podía dejar ir veinte dólares?

Pero Nick no había andado por acá últimamente. Si la mamá de Trino no lo hubiera alejado, Trino no tendría trabajo. Simplemente decidió responder: –Voy a preguntarle a mi mamá y le aviso el viernes, ¿está bien?

–Bueno, te veo el viernes.

A Trino le dolió la cabeza todo el camino de regreso. El dolor no se le quitó cuando entró a la casa remolque.

–Es mía, Gus.

–Quiero jugar con ella, Beto. ¡Beto!

Los dos niños estaban peleándose por una pelota de fútbol. Uno trataba de quitársela al otro de las manos.

–¡Es mía!

–¡Beto! ¡Beto! ¡Mami!

–¡Cállense! –les gritó Félix, que se sentó en el piso y empezó a mover los botones de la tele.

Su madre estaba parada al lado de la estufa, donde estaba revolviendo los huevos con unos pedazos de color rojo y café que flotaban en los huevos.

–Trino, ¿dónde has estado? Todos estaban en la casa, menos tú.

–Tuve que hacer algunas cosas en la escuela –respondió de camino hacia el fregadero para beber agua. Habló como lo hacía siempre que su mamá lo cuestionaba sobre la escuela.

–¿Qué cosas? La escuela cierra a las cuatro de la tarde. Y si estás haciendo algo de la escuela, ¿dónde están tus libros?

Trino sintió que se le caía el techo encima. Había dejado el libro de historia en el cuarto de atrás de don Epifaño. La primera vez que traía el libro de historia para hacer la tarea y se le olvida. Tenía que regresar por él.

–Mamá, ¿necesita algo de la tienda de don Epifaño? Yo voy –dijo Trino olvidándose del agua y acercándose a su madre–, ¿necesitamos leche o pan, o huevos?

Ahora que estaba cerca de la estufa, se quedó mirando la mezcla de los huevos en el sartén.

–¿Qué son esas cosas café, Mamá?

–Champiñones. Irene nos dejó una lata. Dijo que los mezclaban con huevo en los restaurantes elegantes.

Se veían tan desagradables que mejor volteó a ver a la cara sudorosa de su madre.

–Entonces, ¿puedo ir a la tienda?

–¿Con qué dinero? Necesitamos leche, pero el dinero llegará hasta el viernes.

–No hay problema, Mamá. Encontré dinero en la calle y voy a traer la leche. Regreso inmediatamente, ¿okay?

Trino sabía lo que se necesitaba para regresar a la tienda de don Epifaño. Y salió corriendo antes de que su madre pudiera decir cualquier cosa. A Trino no le gustaba la idea de tener que gastar su dinero en la leche, pero tenía que sacar el libro de la tienda de don Epifaño. Para ser un chico supuestamente listo, ya había hecho muchas estupideces en un solo día.

–¡Qué! –dijo don Epifaño cuando vio a Trino entrar en la tienda.

–Olvidé mi libro, y necesito comprar leche para mi mamá –dijo mientras se apuraba a cruzar el mostrador para sacar su libro. En cuanto entró al cuarto trasero lo vio en el estante. Luego fue al otro extremo de la tienda por la leche. Apenas estaba tomando una caja cuando oyó una voz familiar atrás de él.

–¡Hola, Trino!

–¡Hola, Nick! ¿Cómo va todo? –dijo en cuanto se dio la vuelta y vio quién era. Trino se sintió aliviado.

–Trabajando duro, como siempre. ¿Cómo está tu mamá?

Nick vestía una camisa de trabajo azul y unos pantalones oscuros. Tenía un gafete con su nombre prendido a la bolsa de la camisa.

–Está bien –respondió Trino encogiéndose de hombros–. Sólo vine a comprar leche.

–¿Todavía traes los libros de la escuela? –preguntó mientras cogía una bolsa de pan.

–¡Ah, sí! Estoy trabajando en un proyecto de la escuela.

–Que bueno que tomas en serio la escuela. Me siento orgulloso de ti porque veo que estás tratando de hacer algo más que simplemente andar en la calle.

Trino no respondió. Estaba bien ser “listo”, pero él no quería ser un chico de escuela. Echó a andar a un lado de Nick, y luego hizo una pausa.

–Bueno, Nick, me tengo que ir. ¿Tienes algún trabajo de árboles para nosotros?

–Yo pensé que tú ibas a buscar el próximo trabajo de árboles para los dos. Dijiste que podías hacerlo –respondió Nick mirando a Trino y tallándose la barbilla con sus largos dedos.

Trino había olvidado temporalmente el “trato” que había hecho con Nick. Necesitaba encontrar un trabajo de árboles para que pudiera tomar su parte del dinero. De cualquier manera mantuvo la cara firme cuando respondió: –Todavía tengo planes de encontrar un trabajo de árboles para los dos. Pero pensé que tal vez tenías uno ya listo.

–No por ahora.

–Pero si tienes uno, yo trabajo contigo, Nick

La voz de Trino se oyó ansiosa. Estaba preocupado porque podía perder la oportunidad de ganar más dinero si su madre rompía la relación con Nick.

–Yo te aviso si sale algo –dijo Nick, luego hizo un gesto para que Trino pasara primero.

Trino caminó por el pasillo, entre las góndolas, pero sentía algo raro con Nick caminando atrás de él. Trató de actuar con serenidad, pero sentía la cabeza caliente por la preocupación que le causaba la relación entre Nick y su mamá, y por el trabajo de árboles que podía conseguir Nick para los dos, o el trabajo de árboles que Trino trataba de encontrar. Cuando llegó al mostrador y puso encima la caja de leche otra preocupación le cruzó por la mente. Don Epifaño miró de la caja registradora a la cara de Trino.

–¿Dijiste que no podías trabajar mañana? ¿Por qué? Se me olvidó. –El hombre registró el precio en la caja y extendió la mano para recibir el dinero de Trino.

Trino sintió el peso de la presencia de Nick atrás de él. Trató de mantener la voz calmada, como si todo mundo supiera que trabajaba con don Epifaño.

–Tengo que hacer algo en la escuela. Voy a ayudarlo el viernes. Tal vez el sábado también –dijo sacando los dos billetes de colores que él le había pagado apenas hacía quince minutos, y se los dio a don Epifaño.

–¿Son billetes buenos? –preguntó el viejo frotando los billetes entre los dedos y estudiándolos.

–Esos son los billetes que usted me dio hoy. Cuando usted me pagó con ellos yo no le pregunté si eran buenos –explicó Trino, enojado.

Los molestos sonidos de la garganta de don Epifaño sobresaltaron a Trino, hasta que se dio cuenta que el viejo se estaba riendo. Los ojos húmedos y la sonrisa de dientes chuecos volvieron a la vida su cara batida y amarilla debido a los moretones viejos.

–No quiero esos dólares. Cuando te los di, no los quería de regreso –dijo, y puso los billetes a un lado de la leche y cerró la caja registradora–. Llévale la leche a tu mamá y olvídalo. Quédate con el dinero. Es dinero bueno, aunque esté coloreado como cascarones.

La risa del viejo chisporroteó de nuevo cuando le devolvió los billetes a Trino por encima del mostrador. Trino se sintió avergonzado. Agarró los billetes, se los metió nuevamente a la bolsa y tomó la leche. Cuando Trino se dio la vuelta, vio que Nick todavía estaba atrás de él, y recordó que Nick era un hombre muy agradecido. Siempre estaba dando las gracias a todos, así que Trino dijo lo siguiente: –Gracias por la leche, don Epifaño. Gracias –dijo por encima del hombro–. Nos vemos, Nick.

–¡Oye, no te pierdas, Trino! Te llevo a la casa –dijo Nick–, luego se agachó para tomar unos chicles que puso a un lado del pan que iba a comprar.

Trino esperó a Nick mientras éste le pagaba a don Epifaño, y hasta sonrió cuando bromeó con el viejo de manera amistosa acerca de que le pagaba a Trino con dinero para jugar. Luego Nick le contó a don Epifaño y a Trino sobre su primer trabajo, cuando un granjero ya viejo siempre le pagaba con monedas de un centavo. En una ocasión Nick traía diez dólares en centavos en su bolsa, y casi se ahoga cuando fue a nadar al río.

–¿Es cierto lo que le contaste a don Epifaño? –le preguntó Trino a Nick estando en la camioneta.

–Claro que sí. Me hundí como una roca. Cuando mis amigos se dieron cuenta que traía centavos en la bolsa, todos los agarraron. Yo estaba tragando agua y ellos estaban robándose el dinero. Eso me enseñó a no guardar todo el dinero en la misma bolsa –dijo echando a andar la camioneta. Luego se sonrió para sí mismo–. Por muchas razones.

Trino también sonrió. Después, cuando Nick empezó a conducir, se recargó en el asiento. Se sentía bien ir en carro y no caminar a la casa con la leche y los libros.

–¿Cuánto tiempo tienes trabajando con don Epifaño?

–Apenas esta semana. Necesita ayuda porque tiene el brazo quebrado –Trino tragó saliva y miró a Nick–. No le he dicho a mi mamá de este trabajo. Cuando trabajo contigo ella se queda con todo, y yo necesito dinero para mí.

–Lo entiendo, Trino. Algunas veces un hombre necesita ayudarse a sí mismo antes de que pueda ayudar a otros –dijo Nick deteniendo la camioneta en un semáforo en luz roja. La pausa le sirvió para voltear a ver a Trino. Luego volteó a ver la luz y habló como si estuviera pensando en voz alta–. También, en ocasiones, una mujer necesita ayudarse a sí misma.

Trino sabía de quién hablaba Nick

–Tú quieres que mamá tome ese trabajo en la universidad, ¿verdad?

–Ya tengo trabajando ahí dos meses –respondió Nick–. La paga no está mal para empezar, y hay tiempo extra si tú quieres. Me cae bien el hombre con el que trabajo, y los chicos de la universidad son amistosos. Yo creo que a tu mamá también le gustaría. Simplemente no entiendo por qué no solicita el trabajo.

–No sé –dijo Trino, a pesar de que tenía una clara idea de la razón, ya que había oído a su mamá hablar con Irene.

–¿Vas a entrar? –preguntó Trino cuando vio que Nick metía su camioneta al parque de los remolques.

–No, no creo. Sólo dile a tu mamá, bueno, no importa.

Nick metió la camioneta en el parque, luego sacó de su bolsa un par de billetes arrugados. Trino lo vio alisar los billetes de un dólar, y después se los ofreció.

–Toma. Te los cambio. Dos dólares regulares por tus cascarones.

–¿Qué vas a hacer con un par de dólares como esos? –preguntó Trino, pero estaba contento de sacarlos de su bolsa y cambiárselos a Nick.

–Los puedo cambiar en el banco por unos que se vean mejor. No hay problema –dijo doblando el dinero coloreado y poniéndolo de regreso en la bolsa de la camisa–. Dos dólares no es mucho, pero es un buen comienzo, Trino.

–Yo sé. Pero me gustaría que fueran doscientos dólares.

–También a mí, muchacho –dijo Nick sonriendo.

–Gracias, Nick, y gracias por el aventón también –dijo Trino antes de abrir la puerta de la camioneta y salir.

–¡Oye, Trino!

–¿Sí? –Trino asomó la cabeza por la ventana de la camioneta.

–Si don Epifaño quiere que trabajes el sábado todo el día, primero acuerden la paga, antes de que empieces a trabajar, ¿okay? No seas codicioso con el viejo, pero dile que esperas más dinero si te quiere todo el día. Entonces le das todo lo que tienes.

Trino asintió. Sabía que tenía que hablar por sí mismo, ya que nadie más lo haría. Mientras veía a Nick alejarse, Trino se dio cuenta que había muchas cosas que Nick Longoria podía enseñarle, cosas que no enseñaban en la escuela.

Mientras cargaba la leche y los libros hacia su casa remolque, Trino trató de mantener la esperanza de que Nick regresaría a su casa

–¿Vi la camioneta de Nick? –preguntó su mamá en cuanto Trino puso un pie adentro. Estaba cerca de la estufa calentando tortillas en el comal–. ¿Va a entrar?

Trino puso la leche sobre la mesa, donde sus tres hermanos estaban ya sentados, comiendo huevos y embarrando el pan con mantequilla. Se dio cuenta que cada plato tenía una pila de champiñones color café en un lado. Se sonrió porque probablemente él haría lo mismo.

–Nick me dio un aventón de la tienda de don Epifaño. Eso es todo. ¿Quedó algo de cena para mí?

Trino aventó su libro de historia y sus cuadernos al sofá y se sentó en la mesa.

–Ya no tenemos pan. Pero te guardé unas tortillas. ¿Dijo Nick algo importante?

Trino vio la cara ansiosa de su madre, luego se fijó en la cara curiosa de sus hermanos. Quería decir algo sobre el trabajo en la universidad, pero pensó que ella se enojaría.

–Nick sólo me dio un aventón. Fue todo, Mamá.

–¿Vas a trabajar con él este sábado? –se dirigió a la mesa con unos huevos revueltos y dos tortillas en un plato que puso enfrente de Trino–. Podríamos usar el dinero de inmediato.

–Dijo que no tenía trabajo para mí esta semana –respondió Trino.

Los hombros de su madre se cayeron cuando iba de regreso a la estufa. Se preguntó si ella extrañaba el dinero que ganaría, o si estaba triste porque Nick no había vuelto.

Trino ya no dijo nada, y empezó a sacar con los dedos los champiñones de su plato de huevos revueltos.

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–¿Qué estás haciendo, Trino? Es muy tarde. Ya acuéstate –dijo su madre, detrás de él, con la voz cansada.

Tenía el libro de historia abierto frente a él. Estaba sentado en la mesa de la cocina. Trataba de sacar otras tres preguntas sobre José Antonio Navarro. Le había tomado mucho tiempo escribir cada pregunta con claridad. Buscó en el libro más información sobre el hombre, pero se rindió. Pensó que por eso el profesor les permitía usar libros de la biblioteca.

–Estoy tratando de escribir diez preguntas sobre este hombre. Es para un proyecto de la escuela, pero ya no puedo pensar más. ¿Me podría ayudar, Mamá? –le preguntó Trino mirándola por encima del hombro.

Ella suspiró fuertemente, pero se acercó a la mesa.

–¿Qué estás haciendo?

–Mire, este hombre, José Antonio Navarro, fue uno de los tejanos que firmó la Declaración de Independencia de Texas.

–No sé nada de eso, Trino. Pregúntale a tu profesor –dijo impaciente. Aún así se sentó enseguida de Trino.

–Lo que tengo que hacer esta noche es escribir diez preguntas, cosas que quiera saber sobre este hombre. Pero, ¿sabe, Mamá? No me importa nada de este hombre. Me gustaría que los profesores no nos encargaran todas estas cosas estúpidas. Por eso no me gusta la escuela.

–Ay, m’ijo, te oyes como yo cuando tenía tu edad. Ahora quisiera haber puesto atención. Aprender a leer bien, así podría tener un trabajo mejor –le dijo a Trino acercándose más y tomando el lápiz que acababa de soltar Trino. Jugó con él entre los dedos mientras hablaba–. Tienes que intentarlo y aprender estas cosas que los profesores quieren, Trino. Para que seas inteligente, inteligente con los libros. Así podrás conseguir un empleo que no te doble la espalda.

–Mira a Nick. Siempre está pensando en la forma de mejorar todo lo que hace. Sabe usar la cabeza –agregó con los ojos enfocados en la cara de su hijo–. Cuando estaba a cargo del motel donde yo trabajaba, todo corría suavemente. Ahora está trabajando en la universidad y también tiene el trabajo de los árboles. Le gusta lo que hace y donde trabaja. Me gustaría ser como él.

–Nick quiere que trabaje con él en la universidad –respondió Trino–. Eso fue lo que me dijo hoy. Me dijo que le gustaría ahí, Mamá.

Ella dejó el lápiz en la mesa y puso la mano abierta sobre él. Se mordió el labio y bajó la mirada, pero no le respondió. Él vio una expresión extraña en su cara que no podría describir.

–Hoy me dijo Nick que en ocasiones un hombre, una persona, se tiene que ayudar a sí mismo antes de ayudar a los demás.

–¿Por qué te dijo eso?

Trino lo dudó, y luego respondió: –No sé, Mamá. Nomás me lo dijo.

Lentamente, la madre puso la mano en el libro de historia abierto, luego miró a Trino y sonrió un poco.

–Cuando voy a pedir un trabajo me hacen muchas preguntas. Principalmente, dónde he trabajado antes, cosas así. Este hombre, sobre el que quieres escribir, tal vez puedas investigar qué clase de empleos tuvo antes de firmar … lo que sea que tuvo que firmar. ¿Qué hay de su familia? ¿Quiénes eran? ¿Eran ricos, o era un hombre de barrio?

–Muy bien, Mamá. Sí puedo escribir estas preguntas. Necesito una más –le dijo a su mamá, luego Trino escribió las preguntas–. ¿Cómo era su familia? ¿Era un tejano rico?

–¿Tienes otras ideas?

–Pues, no sé. ¿Por qué firmó? ¿Cómo dices que se llama lo que firmó?

–La Declaración de Independencia de Texas, Mamá.

–Muy bien. ¿Qué pasó después de que firmó? Quiero decir, algunas veces, cuando yo firmo un papel consigo algo bueno. Otras veces firmo un papel y debo más dinero. ¿Estaba contento por haber firmado? Esas son cosas que puedes preguntar.

–Muy bien, Mamá. ¿Qué ocurrió después de que Navarro firmó la Declaración? –escribió Trino. Luego miró a su madre y sonrió–. Gracias por ayudarme.

La madre se acercó más a Trino y con los dedos le hizo un cariño en su pelo negro. Le regresó la sonrisa.

–Me gustó ayudarte, m’ijo

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–Estas son buenas preguntas, Trino –el profesor Treviño levantó la vista del cuaderno de Trino y vio el papel que Héctor había llevado–. El tuyo también, Héctor. Si pueden encontrar las respuestas a estas preguntas, el trabajo será pan comido para ustedes.

Trino y Héctor se vieron uno al otro. Trino sabía que Héctor estaba pensando la misma cosa: “Sí, cómo no”.

Mientras el profesor Treviño hacía la ronda por donde los otros estudiantes buscaban en los libros o en las computadoras, Héctor le dijo a Trino que lo siguiera a las enciclopedias.

–Tú empiezas con los libros de la “N”. Yo voy a buscar en los libros de la “T”. Tal vez alguno de nosotros encuentra algo –dijo Héctor y empezó a mover los dedos a través de los libros en la parte baja del estante.

Trino vio a todos los chicos amontonados alrededor de las computadoras y se preguntó si terminarían más rápido que Héctor y él. Si llegaba temprano mañana, ¿la bibliotecaria le enseñaría cómo usar mejor la computadora? Anteriormente no había sido amable, pero en esta ocasión no estaba con Zipper ni con Rogelio. Pensar en sus viejos amigos lo puso triste.

Luego vio a Héctor repasando con el dedo los libros para el trabajo. Recordó las palabras elogiosas del profesor Treviño. Trino sabía que podía cambiar la forma en que la gente lo veía. Aunque ese cambio ocurriera de una en una, entre las personas que lo conocían.