–¿Por qué Trino no me trajo mis jeans nuevos y mi camiseta RitzMaz? –Félix se quejaba mientras su madre escogía la ropa de las bolsas de basura y la colocaba en los catres de cada uno.
–Si no hubieras dejado tu ropa en el piso ahora la tendrías –le dijo su madre en un tono cortante–. Agradece que tu hermano trajo algo con qué te cambies de ropa. Ahora todos podremos tomar una ducha y asearnos.
La mayoría de las cosas estaban húmedas, algunas sucias, pero su madre sonrió por primera vez ese día cuando vio su bolso y su ropa.
–Tuve problemas con el señor Cummins por meterme al remolque, pero yo tenía que agarrar nuestras cosas –le dijo Trino.
–Yo debí hacer esto –respondió la madre. Luego empezó a buscar en las bolsas–. Debí obligarlo a dejarnos entrar al remolque.
Esa tarde, toda la familia tomó un baño y se cambió con ropa húmeda, pero limpia. Gus y Beto estaban entretenidos con otros niños que jugaban con unos adolescentes que venían de una iglesia. Félix andaba con algunos chicos de la escuela, y estaba en las gradas hablando y hojeando unas revistas de autos. La mamá de Trino obtuvo permiso para usar la lavadora y la secadora del equipo de fútbol que estaban en el vestidor para enjuagar y secar su ropa. Le pidió a Trino que se quedara con ella para ayudarla a doblar y a acomodar la ropa. Tallaron los zapatos y los pusieron a secar en las gradas.
Cuando terminaron, algunas personas llegaron con sándwiches, canastas con naranjas y manzanas, botellas de agua y cajas de galletas. A pesar de que vivir en el gimnasio era aburrido y extraño, tener alimentos cuando tenía hambre hacía soportables las cosas para Trino.
Había regresado a la mesa de la comida por otro sándwich y más galletas, cuando oyó a Félix que lo llamaba. Volteó en dirección a la tele porque era el último lugar donde había visto a su hermano.
–¡Trino, rápido! ¡Estás en la tele! –Félix gritó tan alto que otros corrieron al televisor a verlo.
Trino logró meterse a codazos entre dos hombres altos, justo a tiempo para ver a Liz, la reportera, que les hablaba a su mamá y a él. Ellos dos eran las únicas personas que había enfocado la cámara.
–Entiendo que no había electricidad en tu casa. ¿Cómo la encontraste?
–Escuché su voz. Yo sabía que estaba atorada en el baño.
–Mi hijo Trino es un muchacho fuerte –en la tele su mamá se veía como una adolescente con el pelo negro, revuelto, y sin maquillaje–. Yo sabía que él me podía ayudar. Estoy orgullosa de él. Me pude haber quedado atorada bajo el árbol toda la noche.
Enseguida apareció una imagen de Liz de pie, delante del remolque.
Trino escuchó el rumor que levantaron las voces de admiración de la gente del gimnasio. Tuvo que aceptar que en la tele, las imágenes del árbol encima de la casa remolque, se veían muy mal, hasta para él.
–Pero el joven Trino no sólo fue un héroe para su madre la noche anterior. Hoy Trino arriesgó su vida al regresar a la casa remolque a sacar ropa para su familia.
Joe, el camarógrafo, tomó un video de Trino al salir de la casa remolque cargado con dos abultadas bolsas negras.
Todos los que veían el televisor escucharon los gritos del señor Cummins, –¡Trino! ¿Qué estás haciendo?
Vieron a Trino tambalearse y enderezarse. Un close-up del rostro de Trino se vio enseguida. Se veía más gordo que lo usual. Sus ojos negros brillaban. Su voz se oía profunda, como la de un hombre. –Mi familia no tiene nada. Pero mi mamá tiene un trabajo nuevo y necesita su ropa. Mis hermanos no tienen zapatos, y esta camiseta y estos jeans son todo lo que tengo. Si usted estuviera en mi situación, ¿no haría usted lo mismo por su familia?
La reportera cerró el reportaje con las siguientes palabras –Trino y su familia han encontrado refugio en Miller Park High School. Para la familia de Trino y para muchas otras familias desplazadas por la terrible tormenta de anoche, éste es el momento de agradecer lo poco que usted tiene, ya que hay otros que lo han perdido todo. Para Noticias KVUE del Canal 7, Liz Medina.
Todos celebraron cuando la última imagen de la gente moviéndose en el interior del gimnasio de la secundaria se fue. El comercial de una pizzería llenó la pantalla. Los que perdieron interés en el televisor se fueron.
Uno de los hombres que estaba de pie, junto a Trino, le extendió la mano: –Bien hecho, hijo. Ayudaste a tu familia como todo un hombre.
Trino también le tendió la mano al hombre, justo cuando sintió que alguien le tocaba el hombro. Volteó y vio que su madre le sonreía. Él le devolvió la sonrisa. Entonces, algunos de los amigos de Félix hablaron con Trino, querían saber más del árbol que cayó sobre la casa remolque. Otros que habían visto las noticias, se acercaron a platicar con Trino o con su mamá más tarde. No sabía qué hacer con toda la atención que recibía, pero estaba contento que la gente se sonriera cuando hablaba con él. Tenía miedo de que pensaran que era un tonto por haberse arriesgado como lo hizo.
Esa noche, más tarde, cuando las luces se apagaron, Trino tuvo tiempo para pensar sobre el reportaje del noticiero. Liz, la reportera, y Joe, el camarógrafo, habían ordenado las palabras y las imágenes de tal manera que hacían ver a Trino importante. Algunos de los mayores en el gimnasio habían dicho la palabra “héroe”. Mientras Trino trataba de ponerse cómodo en el catre, deseaba que ser un héroe viniera acompañado de una recompensa monetaria. Ahora su familia necesitaba mucho más que palabras de elogio.
Como el siguiente día era domingo, llegaron al gimnasio un predicador con camisa negra y cuello blanco, dos mujeres y un par de muchachas adolescentes. Ellos le pidieron a todos que se unieran en un servicio de oración. Trino estaba más interesado en desayunar, pero las personas que estaban poniendo las cajas de cereal y las cajitas de leche anunciaron que la comida sería después de las oraciones. La mamá de Trino los hizo a todos peinarse con un peine que alguien les dio, y tuvieron que pararse juntos, en medio del gimnasio, a escuchar al predicador leer la Biblia.
Trino observó a las dos chicas que estaban de pie junto al predicador. Pensaba que por alguna razón, la chica de los lentes tenía cara conocida. ¿Estaba en la misma escuela que Trino? Ella tenía una cara bonita, pero la otra chica tenía el cabello más rubio, los ojos azules más bonitos.
Más tarde, cuando terminó el sermón y la oración del predicador, todos desayunaron. Trino estaba sentado en la mesa comiéndose su tercera sopera de cereal, cuando la chica de los lentes se acercó a él.
–Tú estás en Carson, ¿verdad? te vi en la tele anoche –dijo.
Ahora que la chica estaba más cerca, la idea de que la conocía era más fuerte. Pero no quería pasar por tonto, en caso de que ella tuviera una cara de esas que todo mundo tiene. Así que sólo asintió, sin decir nada.
–Me llamo Stephanie. Tú eres amigo de Lisana y Jimmy, ¿cierto? Soltó una risilla, a pesar de que no había nada de qué reírse.
Entonces Trino recordó.
–Tú eres la amiga de Amanda –dijo, y también recordó que Stephanie y Amanda no habían sido amables con él cuando se conocieron en la escuela. Hizo un esfuerzo para hablar con ella nomás por Lisana–. Tu padre es predicador, ¿eh?
–Sí, fue su idea venir aquí. Este lugar huele muy mal, ¿verdad?
Él quería decirle que una casa remolque inundada olía peor, pero escuchó la voz de una mujer: –¡Stephanie! Ya es hora de irnos.
–Adiós. Ah … te veo en la escuela, supongo.
Mientras veía a Stephanie alejarse de la mesa, vestida con jeans limpios y una blusa rosa planchada, pensó en Lisana y Jimmy, en Héctor y hasta en Amanda ¿Qué pensarían sus nuevos amigos si vieran a Trino en un refugio como éste? Su familia no tenía casa, ni comida, ni dinero. Lo poquito que tenían se lo había llevado la tormenta.
Trino suspiró. Probablemente perdería a sus amigos también una vez que Stephanie les dijera lo que había visto y “olido” hoy. Apartó la sopera de cereal y se levantó de la mesa.
Cuando regresó a la fila de catres donde su familia vivía ahora, vio a su madre agarrar la ropa limpia y empacarla en dos cajas de cartón.
–¿Ya nos vamos?
–No. Sólo quiero guardar las cosas. Vi a un muchachito usando una camiseta como una que tenía Gus.
–¿Dónde? –Trino vio alrededor, ansioso por atrapar al ladrón que había agarrado lo poquito que les había quedado. En este momento le encantaría golpear a alguien, el que fuera–. ¿Quién es?
–¡Qué importa! –dijo–. La camiseta tenía un hoyo.
Trino suspiró. Quería tener algo que hacer, además de pensar en lo mal que estaba su vida ahora. Pero él no era un niño como Gus y Beto, que jugaban felices donde quiera que estaban. Y Félix había hecho amigos, con los cuales se juntaba en las gradas y les presumía cosas que Trino sabía que no eran otra cosa más que mentiras.
–¡Ay, Dios mío! –la voz inestable de su madre sorprendió a Trino. Vio las manos de su madre acomodarse el cabello. Suavizó las marañas y las aplacó con los dedos–. ¿Qué está haciendo aquí?
Trino volteó e inmediatamente entendió la reacción de su madre.
Nick Longoria caminaba hacia ellos. Llevaba una camisa blanca, limpia y abotonada, y jeans negros. Se detuvo en el catre entre Trino y su mamá. Su cara oscura estaba seria, sus ojos acogían lo que veían delante de él.
–¡Hola, María, Trino! ¿Están bien?
Ella bajó las manos. Colgaban flojas a su lado.
–¿Cómo nos encontraste, Nick?
–Los vi en las noticias, anoche. Debiste llamarme. Yo hubiera venido por ti y los muchachos.
–¿Cómo te iba a llamar? No tenemos teléfono –respondió.
Luego Nick volteó a ver a Trino
–¿Estás bien, hijo?
–Estoy bien, ¿Qué quieres, Nick? –después de oír sus palabras, Trino se percató de que se oía muy frío. Era ese lugar, todo lo que le había pasado, lo que hacía que hablara como si no le hubiera dado gusto ver a Nick. Pero en realidad sí le daba gusto.
Nick le sonrió a Trino con una de esas sonrisas fáciles que cargaba como un peine en la bolsa.
–Vine a ver cómo estaban tú y tu madre, Trino. Con esta tormenta voy a tener mucho trabajo para los dos. ¿Estás listo?
–Sería un tonto si no trabajara contigo –respondió Trino, todavía sin saber por qué su voz se oía tan ingrata y fría. Agitó la cabeza tratando de aclararla y pensar bien–. Traté de conseguir un trabajo para los dos con el señor Cummins, cortando el árbol que cayó sobre nuestra casa, pero él no nos quiso contratar.
–Algunas veces dicen que no. A mí también me ha pasado –Nick encogió los hombros. Luego volteó a ver a la mamá de Trino. –Estoy orgulloso de lo que hizo Trino para ayudarte, María. Qué bueno que no te pasó nada –dijo, después de dar un paso adelante y tomar las manos de María.
–Yo también –dijo, con una voz que tembló cuando levantó la vista para ver a Nick. Con dificultad, tragó saliva para seguir hablando–. ¿Cómo estás? ¿Estuvo fea la tormenta donde tú vives?
–El piso está tan duro que la lluvia no pudo penetrarlo. El agua subió muy rápido, pero ya está bajando.
–Qué bueno.
–Sí, qué bueno.
–María.
–Nick.
Los dos hablaron al mismo tiempo.
Trino se fijó cómo Nick la atrajo a él y colocó los brazos en sus hombros, como si no quisiera quebrarla. Ella deslizó sus brazos alrededor de la cintura de él. Parecía que se habían fundido en una sola persona.
Ayer Trino había visto a las personas abrazarse, llorar juntas, o decir cosas vergonzosas. Pero lo que vio frente a él le dio una imagen del amor, un sentimiento de esperanza. Su familia necesitaba ambas cosas. ¿Estaba listo para admitir que él también las necesitaba?
Durante los últimos días, Trino sólo había reconocido para sí mismo que extrañaba mucho a Nick. Al principio extrañaba los veinte dólares que ganaba cuando trabajaba con él. Ahora sabía que extrañaba a un hombre con quien hablar, a un hombre que le diera buenos consejos sin hacer un gran sermón, como hacían los profesores.
Por primera vez, Trino vio a Nick besar a su mamá. No era uno de esos besos largos, hambrientos, como de personajes de telenovela, sino uno de esos besos que no daba vergüenza ver. Sólo lo hizo pensar que ellos en realidad se gustaban. A Trino no le dio miedo, ni le hizo enojarse. Nick regresó porque se preocupaba por su mamá, y porque tenía un trabajo para Trino. La tormenta había causado serios daños, pero Trino no sentía que todo se había perdido así nomás. Él ayudaría a su mamá a rehacer la vida de su familia, juntos, y parecía que Nick ayudaría también.
–¡Nick! ¡Nick! –gritaron Gus y Beto, que lo habían visto y corrieron desde donde jugaban con los otros niños.
–¿Nos trajiste un dulce? –preguntó Beto, agarrado a una de las largas piernas de Nick.
Nick soltó a su madre para tomar a Gus en los brazos. Le hizo un cariño a Beto en la cabeza.
–No tengo dulces, pero los voy a llevar a donde vivo. ¿Quieren saber dónde vivo?
–¿Dónde vives? –preguntó Gus, y con sus deditos buscaba en las bolsas de la camisa de Nick–. Quiero chicle, Nick.
–Nick, ¿cómo nos vamos a ir contigo? ¿Cómo van a ir los muchachos a la escuela? Necesito estar cerca para que Mala cuide a los niños. Empiezo mi nuevo trabajo mañana. Nick, conseguí trabajo en la universidad –dijo la mamá de Trino con una sonrisa repentina que la hacía verse como una niña feliz en una fiesta de cumpleaños.
Él sonrió y le pasó por los hombros su otro brazo.
–Yo sabía que podías hacerlo.
–Fui mala contigo. Yo sé que tú no descompusiste la tele, pero tenía miedo de ir allá.
–¿Qué te hizo cambiar?
Ella miró a Trino.
–Mi hijo. Trino consiguió comida con don Epifaño. Hasta trató de llevar a la casa un poco de dinero. Y también hizo un trabajo para la escuela que me puso a pensar –explicó y nuevamente volteó a ver a Nick–. Yo quería un mejor trabajo. Era algo que tenía que hacer para mí. Y para mis hijos.
Nick bajó la cara y besó sus labios.
–Estoy orgulloso de ti, María. Y yo sé que te va a gustar trabajar en la universidad.
–Será bueno trabajar en el mismo lugar que tú, Nick –ella se estiró para darle un golpecito en la mejilla, luego dejó caer la mano en el cuerpo jugetón de Gus, y palmeó la espalda de su hijo–. Ahora te vas a bajar. Nick y yo necesitamos planear algo. Vete a jugar.
–Tú también, ¡vámonos! –le dijo a Beto. Luego con una mirada y un ligero ademán con la cabeza hizo que Trino se fuera.
Trino se alejó, pero quería quedarse y ver qué planes tenía su mamá.
No le importaría vivir en la casa de Nick, donde quiera que estuviera pero, como su madre, Trino quería permanecer en el vecindario. Se preguntaba si podían quedarse en el gimnasio hasta pasado mañana. La escuela necesitaría el gimnasio para las clases, ¿no es así?
Anduvo caminando por el rumbo del televisor, pero nomás había un juego de fútbol y un grupo de viejos viéndolo. Se sintió nervioso, como si hubiera permanecido en ese lugar por mucho tiempo. Volteó hacia atrás y vio a Nick y a su mamá hablando, sentados en las gradas, cerca de los catres. Quería salir a caminar solo para pensar.
–¡Trino, te encontramos!
La voz de la chica le era conocida, pero Trino no quiso creer que era ella quien entraba a un lugar como ése. Lentamente se dio vuelta para encarar no solamente a Lisana, sino también a su hermano Jimmy, Héctor, Amanda y Alberto. Se sonrojó. Todos ellos se veían muy limpios, y él en cambio, se sentía como que había dormido con la ropa, y desde luego así era.
–No estábamos seguros de que todavía estuvieras aquí –dijo Amanda mirando a Lisana, luego le sonrió ligeramente a Trino.
–¡Wow! –dijo Héctor volteando a ver todo el gimnasio–. ¿Te dejan jugar básquet todo lo que quieras aquí?
–Sí, claro. Trino va a lanzar una bola y le va a pegar a un viejito en un catre, ¿verdad? –Jimmy le dio una palmada amistosa–. Usa la cabeza, amigo.
Héctor nomás se rió, luego se encogió de hombros y alzó las manos a los lados.
Trino sonreía, a pesar de que sentía que las piernas le temblaban porque vio que Lisana lo miraba.
–¿Por qué están aquí?
–Te vimos en la tele anoche –respondió Lisana–. Ese árbol se veía de muerte. Me alegro que tú y tu mamá estén bien.
–¿Tuviste miedo de entrar al remolque con el árbol encima de él? –preguntó Albert.
–No sé. Yo creo que estaba muy ocupado para tener miedo –respondió Trino alzando los hombros.
–Qué mala onda lo de tu casa, Trino –le dijo Jimmy a Trino–. ¿Qué van a hacer ahora?
–No sé –dijo otra vez, y se dio cuenta que parecía un tonto–. Quiero decir, que mi mamá no ha hecho planes todavía. Yo creo que nos vamos a quedar con alguien, tal vez mi tía, o alguno de sus amigos …
Su voz se apagó cuando los vio observando todo el gimnasio, mirando el lugar al que el ya se había acostumbrado. Era ruidoso y estaba lleno de gente sucia. Como su familia, ellos no tenían dinero, ni un lugar al que llamar casa, y no sabían lo que iba a pasar enseguida. Estos eran unos niños limpios, de un vecindario agradable. ¿Qué pensaban de todo esto?
–¿Trino? te traje dos dulces –la voz de Amanda se oía callada cuando le extendió una bolsa de papel café–. Yo sé que no es mucho, pero pensé que te gustarían.
Trino tomó la bolsa sorprendido por su amabilidad.
–Ah, gracias, Amanda.
–Albert y yo te trajimos algunos libros de cómics. Hay uno muy padre, con unos marcianos que siempre me hacen reír –dijo Héctor mientras Albert le pasaba una pila chica de cómics de colores.
–Yo te traje dos camisetas –dijo Jimmy, y le dio a Trino una bolsa del mandado de plástico blanco–. Oí en la tele que no tenías ropa. Mi hermana Abby las lavó y todo. Somos del mismo tamaño, ¿verdad?
–Sí, creo que sí, gracias –dijo Trino, pero las palabras se hacían más difíciles de pronunciar. No podía creer que ellos habían ido a verlo. Le habían llevado cosas. ¿Qué buena onda?
Lisana se adelantó y miró directamente los ojos de Trino.
–Quiero ayudarlos a ti y a tu mamá a limpiar el remolque. Puedo ayudar después de la escuela. Avísame.
–Seguro, Trino. Yo también ayudo –dijo Amanda–. Una vez que hagamos la presentación de historia mañana, estaremos libres para ayudarte a cualquier hora.
Héctor le dio a Trino un golpecito amistoso en el brazo.
–Sí, amigo, te imaginas cómo va a ser mañana, cuando tú y yo nos pongamos de pie a decir todo sobre José Antonio Navarro. Yo creo que deberíamos llamarte “héroe tejano” a ti también, ¿ah?
Los ojos de Trino se abrieron de par en par, como si Héctor le acabara de dar un golpe en el estómago. La sensación de náusea se hizo más grande cuando Trino se dio cuenta de otra cosa más que había dejado en el remolque.
Recordó todo como si apenas hubiera ocurrido. Ayer había aventado los libros y la carpeta al sofá, antes de ir a la casa de Mala por Gus y Beto. Había puesto todo en el suelo más tarde, cuando trataba de tomar una siesta. ¿Cómo había sido tan tonto? ¿Y cómo le iba a decir a su compañero que ahora la tarea era sólo un montón de mugre bajo las aguas turbias de la casa remolque?