En su vida, Trino había dicho muchas mentiras para verse buena onda, o como un chico malo, o simplemente para salvar el pellejo. Pero ahora no podía pensar en ninguna mentira que lo salvara.
Miraba a Héctor, que tenía la cara sonriente como alguien que no tenía idea que todo su trabajo ahora era sólo una pila de papeles mojados. Aunque de nuevo Trino tratara de entrar a hurtadillas al remolque, sabía que lo que encontraría no valdría la pena. ¿Cómo le podría entregar al profesor una tarea empapada por el agua de lluvia que entró por el agujero del techo del baño?
–Trino, ¿estás bien? Te ves extraño –le dijo Lisana.
Primero vio a Lisana, luego a Héctor. Vio que Jimmy, Albert y Amanda lo veían fijamente. Estos chicos ahora actuaban como si fueran sus amigos, trayéndole cosas. También ellos habían trabajado juntos en un proyecto de historia. ¿Qué pensaría de él cuando le dijera a Héctor la verdad?
Trino tomó aliento, luego miró a Héctor directamente a los ojos. Los sentimientos que se agitaban dentro de él eran una combinación de náusea con decepción y nerviosismo. No imaginaba cómo lo iba a tomar Héctor.
–Héctor, la presentación está en mi casa. Está inundada. El trabajo también.
–¿Qué? ¿Qué me estás diciendo, Trino?
–La presentación se acabó, Héctor. Eso es lo que te estoy diciendo. Dejé los libros y mis cosas en el suelo. Cuando regresé todo estaba inundado. Había agua y lodo por todas partes.
La cara de Héctor se puso roja. –¿Cómo puedes ser tan estúpido? ¿Por qué no dejaste el trabajo en el casillero?
–Me lo llevé a casa para leerlo otra vez.
–¡Qué! –Héctor agarró a Trino de los brazos con fuerza. –¿Por qué hiciste eso?
–¡Suéltame! –Trino se sacudió del hombro para soltarse de las manos de Héctor. –¿Crees que yo quería que esto ocurriera?
–¿No lo entiendes? El entrenador dijo que la presentación contaba para la calificación de dos exámenes. Si repruebo esto nunca dejaré la banca para jugar básquet.
–¿Cómo puedes ser tan egoísta, Héctor? –La voz de Lisana sonaba ronca de coraje. Su cara se veía lo suficientemente enojada como para golpear a alguien, hasta a Héctor–. ¡La familia de Trino lo perdió todo! ¿Y tú en todo lo que puedes pensar es que vas a reprobar y no podrás jugar básquetbol?
–Lisana, espera –dijo Trino con la mano en alto, cerca del hombro de Lisana. Él sabía que Héctor tenía derecho a sus sentimientos–. Yo sé que Héctor está muy enojado. Yo también he estado enojado los últimos dos días, así que sé cómo se siente.
–Héctor, lo siento mucho, de verdad, amigo. No sé qué podemos hacer, si no es volver a escribirlo todo. –Trino le dijo a su compañero mirándolo nuevamente
–¿Para mañana? ¿Estás loco? –La voz de Héctor se oía sin aliento–. Yo sabía que yo tenía que guardar el trabajo. Yo sabía que algo así pasaría.
–¡Sí, como no! –Amanda le dijo a Héctor con una mirada burlona–. Tú sabías que un árbol se iba a caer arriba de la casa remolque de Trino y que la lluvia se iba a meter y que iba a arruinar el trabajo. ¡Ubícate, Héctor! Fue un accidente.
–Sí –dijo Jimmy–. ¿No crees que el profesor Treviño va a entender que fue un accidente?
–Yo creo que sí –dijo Amanda.
–¡Pues yo no! –Héctor los miró a todos con ojos furiosos–. Yo me siento adelante en la clase y escucho toda clase de excusas tontas que los chicos le dan. ¿De verdad creen que él entenderá cuando le diga que el trabajo se echó a perder en la casa de Trino cuando un árbol cayó sobre el techo? A mí me suena a locura, a pesar de que vi el desorden en la tele.
–Bueno, si el profesor vio el desorden en la tele probablemente lo entenderá –respondió Amanda.
Héctor levantó las manos y simplemente se alejó.
Pero Trino lo siguió. –Héctor, no era sólo tu proyecto. También es el mío. Lo que ocurrió es una porquería, pero de todos modos tenemos que hacer la presentación. ¿Por qué no hablamos de lo que sabemos? Navarro entró a un salón lleno de gringos que ni siquiera hablaban su idioma y les habló.
–Nosotros no somos Navarro, Trino. Somos un par de chicos sin el trabajo de historia. –Trino habló como si nada pudiera cambiar su pensamiento.
Entonces, Trino perdió la calma. –¿Te vas a dejar vencer, verdad? Si yo renunciara cada vez que las cosas no me salieran como las había planeado, probablemente ya estaría muerto, como Zipper. Pero yo no soy alguien que se da por vencido, Héctor. Y eres muy tonto si renuncias y no tratas por lo menos de explicarle al profesor Treviño lo que ocurrió. ¿Qué tienes que perder?
Héctor solamente hizo un ademán de despedida y salió del gimnasio dando pasos fuertes.
–Lisana tiene razón. Eres egoísta. Sólo piensas en ti mismo.
Ahora Trino no tenía el trabajo ni a su compañero. Agitó la cabeza y regresó a donde estaban los otros mirándolo.
–Héctor es muy estúpido –dijo Jimmy.
Trino se encogió de hombros y agarró con fuerza las bolsas que Amanda y Jimmy le habían dado. Estaban en silencio, como si no supieran que hacer.
–Es mejor que nos vayamos –dijo Lisana, levantando lentamente un pie y luego el otro–. Nos vemos en la escuela mañana.
–No lo sé –dijo Trino pensando en ver al profesor Treviño a solas y contarle una mentira–, tal vez tenga que cuidar a mis hermanos para que mi mamá trabaje.
–Pero las presentaciones de historia inician mañana –dijo Amanda.
–Sí, Trino –dijo Lisana colocando su mano sobre el brazo de él–. Tienes que hablar con el profesor Treviño. Tal vez te deje entregarle el trabajo después por lo que ocurrió.
–No sé –repitió Trino, porque honestamente no sabía si iría a la escuela mañana. Aunque su madre arreglara algo con Mala, Trino no sabía si quería regresar. Tal vez faltaría a la escuela algunos días y después le diría al profesor, “No lo hice”.
¿Qué importaba si sacaba un cero por este trabajo? Ya había sacado bastantes ceros con otros profesores y nada malo había ocurrido. Sólo eran números en una página.
Trino le dijo adiós a sus amigos, les agradeció lo que le habían llevado y luego entró en una puerta que decía “chicos”. Se sentó solo en el cuarto vacío de los casilleros.
En el largo rato que se sentó ahí, los pensamientos de Trino giraban alrededor de él como en una telaraña. Cuando Zipper murió se culpó a sí mismo porque no pudo ayudarlo, no pudo detener la bala que lo mató. Zipper estaba muerto: no había nada que hacer por él. Pero, ¿por qué no sentía que no había nada que hacer por el estúpido trabajo de historia? ¿Por qué sentía que había dejado caer a otro amigo?
Trino sabía que había trabajado muy duro en el trabajo y en la presentación. Más duro de lo que había trabajado antes en la escuela para hacer algo bien. Demostraba quién era él y lo que podía hacer. Quería salir con los chicos y con Lisana. Le gustaba ser amigo de ellos, tener con quién platicar y bromear. Había perdido mucho desde ayer. Y no quería perder a sus amigos también.
Si no iba a la escuela y no trataba de explicarle al profesor lo que había pasado, ¿perdería el respeto por el que había trabajado tan duro? Había logrado que los otros lo aceptaran en una mejor manera, así que no era el momento para renunciar. Sintió como si estuviera de regreso sobre la rama de ese viejo árbol, acercándose al objetivo a través de ella. Aunque la rama estaba rota, Trino se había agarrado con fuerza, había logrado poner el pie de vuelta sobre piso seguro. No podía dejar de intentarlo, renunciar. No ahora.
No tenía idea de cuánto tiempo había estado en los vestidores. Cuando salió se sorprendió al ver al señor Cummins hablar con su madre y con Nick. No sabía qué esperar, pero por lo menos todos estaban sonriendo.
–Tenemos un lugar dónde vivir –dijo la mamá de Trino cuando lo vio. El señor Cummins tiene un pequeño remolque atrás del suyo que podemos usar el mes siguiente. Como acabo de pagarle la renta del mes pensó que era lo justo.
–Les dará unas semanas para hacer algunos planes. Tal vez podamos reparar el techo de su remolque para entonces –dijo el señor Cummins, luego dio un paso hacia Trino–. Escucha, hijo, he estado pensando lo que dijiste afuera del remolque. Dijiste que trabajabas con un hombre que tala los árboles. De seguro me puedes ayudar a limpiar un par de lugares donde se cayeron las ramas. Pero también estoy preocupado por un par de árboles muertos que hay en el lote. Con otro ventarrón también se caerán encima de la casa de alguien. ¿Cuánto cobra tu jefe?
Trino miró a Nick, quien le devolvió un movimiento con la barbilla. Él lo tomó como que estaba bien que Trino estableciera un precio. Podría sacar una buena cantidad de dinero si Nick estuviera en el arreglo. Y Trino tenía la intuición de que Nick era un hombre que mantenía su palabra.
–Normalmente cobramos setenta y cinco dólares por árbol –dijo Trino–, cobramos extra si usted quiere que lo llevemos al basurero. Otros veinte para pagar la gasolina.
–Es un precio razonable, Trino. ¿Podrías pedirle a tu jefe que me hable pronto?
Trino sonrió sintiéndose muy satisfecho consigo mismo. –Aquí está –dijo Trino señalando a Nick–. Nick y yo trabajamos juntos, señor Cummins.
–¡Ah! No me imaginaba. Yo creo que debí preguntarle a usted el precio –dijo el señor Cummins mirando de Trino a Nick, y dando un paso atrás para ver al hombre alto.
–No, Trino le dio nuestro precio. Le puede tener confianza a él –dijo Nick, y puso la mano en el hombro de Trino–. Hace muy buen trabajo derribando árboles, señor Cummins. Yo sé que va a quedar satisfecho.
–¿Qué llevas en esa bolsa, Trino? –le preguntó de pronto Beto. El niño hundió el dedito en la bolsa café que llevaba a un lado Trino.
Trino se sentía tan bien que le sonrió a su hermanito. –Son dulces, Beto. Mis amigos nos dieron unos dulces. ¿Quieres?
No mucho después que el señor Cummins salió, entró Mala al gimnasio. Los había visto en la tele y les había ofrecido una recámara que le sobraba. –Y desde luego que cuidaré a los niños cuando tengas que ir a tu nuevo trabajo.
Luego apareció la familia de su mamá. Tía Sofía y Tío Felipe habían visto las noticias en la tele también. Llegaron con dos bolsas de comida, toallas, un trapeador y una escoba. También le ofrecieron a la familia de Trino un lugar donde vivir.
–Vamos a hacer una casa en el parque de los remolques lo mejor que podamos, y vamos a empezar de nuevo. Yo creo que estamos listos. –La mamá de Trino les respondió con esa explicación a Nick, a Mala y a su familia, dando además las gracias muchas veces.
Trino corrió rápido.
Su madre había salido temprano con Gus y Beto. Le dijo a Trino que se levantara para ir a la escuela, pero él se había dado la vuelta para dormir un minuto más. Cuando abrió los ojos otra vez, una puñalada de pánico le decía que había dormido más de la cuenta. Corrió a la cocina a ver el reloj que el señor Cummins había puesto arriba del refrigerador. Ocho treinta. Sacudió a Félix mientras le gritaba: –¡Despierta!
Su hermano lo miró con ojos dormidos. –¿Qué?
–Estás solo. Me tengo que ir. –No le importó si su hermano se quedaba dormido todo el día. Se puso la ropa, se humedeció el pelo y se dejó los zapatos desamarrados para correr a la escuela.
Había querido llegar a la escuela temprano, hablar con Héctor, hablar con el profesor. La noche anterior había pensado lo que les diría a los dos, lo que iba a decir de José Antonio Navarro, y lo que les quería decir a Lisana, a Jimmy y a Amanda cuando los viera a la hora de la comida. Todo era un desorden en su mente ahora que corría a la escuela.
La oficina de la escuela se encontraba en un estado de total confusión y sólo hizo que Trino se atrasara más. No había suficientes sustitutos para los profesores que tenían juntas. Los padres de familia trataban de conseguir otros libros para sustituir los que se habían dañado en las casas inundadas. Los estudiantes que llegaron tarde trataban de conseguir papeletas de retraso. Parecía que la secretaria regañaba a todo mundo.
Cuando finalmente la secretaria le entregó a Trino su papeleta de retraso, la campana que anunció el fin del segundo periodo sonó fuertemente en la oficina.
Trino corrió de nuevo. En esta ocasión para llegar a la clase del profesor Treviño y hablar con él. Sólo que fue a Héctor a quien vio primero.
El niño crecido se veía como si se hubiera comido algo que no le había gustado. Estaba de pie, afuera de la clase del profesor Treviño.
–¡Trino! ¡Ahí estás! –Héctor se enderezó, pero la expresión de su cara no cambió–. Tenía miedo de que no vinieras.
–Me quedé dormido, eso es todo. ¿Qué onda? –Trino fue al grano–. ¿Te vas a ir o vas a estar a mi lado cuando hable con el profesor? –Trino nunca dejó de mirar a Héctor a los ojos–. Yo puedo hacer mi parte de la presentación de memoria, lo mejor que pueda. ¿Y tú?
Lentamente la cara de Héctor cambió. Luego tomó aliento. –Yo creo que no tenemos opción, ¿verdad? –Sonrió brevemente con Trino–. Si tuviéramos cien dólares para pasárselos al profesor, también.
–¡Sí, como no! –dijo Trino elevando una ceja.
Los dos chicos se rieron un poco.
–De hecho, no estamos completamente perdidos –dijo Héctor sacando unos papeles de su carpeta–. Encontré algunos de los apuntes de la biblioteca de la universidad. Pasé en limpio lo que pude. Yo creo que eso nos ayudará si nos atoramos y olvidamos lo que sigue.
–Muy bien Héctor. Por lo menos es algo. –Trino se inclinó para ver su propia letra manuscrita en algunos de los apuntes, y la letra clara de Héctor. Se sintió mejor de tener la prueba de su esfuerzo en sus propias manos.
–Trino, lo de ayer –la voz de Héctor tembló un poco–, lo siento, me porté muy sangrón. Sólo quería que hiciéramos muy bien esta presentación. Y estaba muy enojado.
–Vamos, compa, vamos a decirle al profesor lo que pasó –dijo Trino asintiendo.
Entraron juntos al salón. El profesor Treviño estaba hablando con dos chicas en su escritorio. Sólo unos cuantos estudiantes estaban sentados en sus pupitres.
–Bueno, hagan lo que puedan señoritas –les decía–. Les dije que no había pretextos. O me entregan el trabajo o es un par de ceros para las dos.
Con esas palabras Héctor se detuvo. De nuevo puso la cara como si se hubieran quedado atascados en el armario del conserje sin poder salir. Trino hizo una pausa, vio la cara de Héctor y lo tomó del brazo. Trino lo jalaba mientras daba un par de pasos para acercarse al escritorio del profesor Treviño.
–Profesor, necesitamos hablar de nuestra presentación –dijo Trino sacando las palabras de la boca a pesar de que tenía la garganta seca y la mandíbula rígida.
El hombre se volteó a verlos y les hizo un gesto con los ojos. –¿Ustedes también? Todo lo que he oído ahora son pretextos. Por qué ninguno de ustedes puede venir y decir, qué padre, profesor, mi compañero y yo estamos listos para la presentación. ¿Ninguno hizo la tarea bien?
Trino frunció las cejas tratando de ignorar la frustración y el sarcasmo en la voz del profesor.
–Profesor, Héctor y yo hicimos la tarea, ¿se acuerda? hasta fuimos a la biblioteca de la universidad y sacamos información extra para nuestra presentación. –Tomó aliento y siguió–. Yo me llevé el trabajo a mi casa, pero se ensució todo. Yo sé que esto va a sonar falso y estúpido, pero la verdad es que un árbol se cayó encima de mi casa remolque. Le hizo un agujero en el techo y la lluvia se metió y arruinó todo.
–Profesor, ¿no vio el remolque de Trino en la tele? –interrumpió Héctor con su propia manera de explicar lo que había ocurrido–. ¡Era un desorden total! Pero Trino regresó al remolque para agarrar la ropa de su mamá y sus cosas porque no tenían nada que ponerse en el refugio. Trino salió en la tele y toda la cosa.
–Así que no tienen el trabajo –dijo el profesor Treviño asintiendo.
–No. Tenemos una presentación para la clase –dijo Trino–. Solamente que no tenemos un trabajo que darle. Héctor y yo tenemos que re-escribirlo. –Trino volteó a ver a su compañero.
–Vamos a ser como José Antonio Navarro –dijo Trino–. Él entró a un salón lleno de gringos sólo con sus palabras para ayudarse. Héctor y yo también tenemos sólo nuestras palabras.
Los dos chicos voltearon a ver al profesor.
Héctor se enderezó echando los hombros para atrás. –La familia de Trino perdió todo este fin de semana, profesor. Todo significa todo. Yo me enojé mucho cuando oí que nuestro trabajo escrito se había arruinado en la casa de Trino, pero he estado pensando mucho desde ayer. Trino está aquí, listo para ser mi compañero, y vamos a hacer lo mejor que podamos con esta presentación. Trabajamos muy duro en ella como para renunciar ahora. ¿Verdad, Trino?
–Así es, Héctor. –En ese momento Trino se dio cuenta que no importaba qué ocurriera, Héctor iba a ser su amigo. Los otros también iban a ser sus amigos. El crudo sentimiento de soledad que Trino había cargado durante los últimos meses empezó a desvanecerse como una cicatriz vieja.
–Profesor, yo soy el que la regó –dijo Trino–. No le ponga a Héctor un cero por mi culpa.
El profesor Treviño miró a Trino, luego a Héctor. Tenía la cara relajada, y sus labios volvían a dibujar una sonrisa. –Reconozco que me han sorprendido. Vi a Trino en la tele y supe lo que le pasó a su familia. Ni siquiera creí que vendría a la escuela. Y tú, Héctor, estoy orgulloso de ti porque no viniste a culpar a Trino y a llorar. Los dos están juntos en esto y aún quieren hacer la presentación. Bueno, no sé qué de José Antonio Navarro los tiene tan encendidos, pero estoy ansioso por escuchar lo que tienen que decir. –Puso una mano en el hombro de Trino y la otra en el de Héctor.
–Pueden entregar el trabajo escrito el lunes entrante, ¿de acuerdo? –Les quitó las manos de los hombros y volteó a ver a Trino–. Trino, hablemos después de la escuela. Tal vez estos atletas puedan organizar una actividad para recaudar fondos para ayudar a tu familia.
Un sentimiento de gratitud hizo que Trino le sonriera al profesor. Nunca había tenido uno que le hiciera sentir que era importante. Respondió pronunciando las palabras lentamente porque eran muy importantes. –Gracias, profesor, por darnos tiempo extra, y por ofrecerle ayuda a mi familia, también. Gracias.
Trino observó a Will y a Tim cuando hicieron su presentación sobre Ben Milam. Todo lo que dijeron sonaba a que había sido copiado directamente de una enciclopedia. Vanessa e Yvette fueron las siguientes. Su presentación sobre Jane Long fue más interesante porque repetían constantemente la línea, “y Jane Long esperaba”, mientras hablaban de que esperaba a su marido, que esperaba que terminara la guerra de Independencia de Texas, y que esperaba otros eventos en su vida. Muy pronto otros en la clase empezaron a decir las cuatro palabras con ellas.
–Se les nota que son porristas –le murmuró Héctor a Trino después de que las dos chicas terminaron. Las porristas siempre dicen la misma cosa una y otra vez.
Sonrió brevemente antes de escuchar la siguiente presentación sobre Samuel Mc Cullough, un hombre negro, libre, que peleó en la revolución de Tejas, también. Los dos chicos que hicieron la presentación tenían muy poco que decir, y el profesor les dijo que estaba decepcionado porque no habían trabajado duro para encontrar más información.
Cuando el profesor llamó a Trino y a Héctor para hacer su presentación, Trino estaba muy nervioso, pero sabía que él y Héctor tenían más información que los chicos anteriores, y sabía que no iban a necesitar leer de un papel como habían hecho los chicos primeros. Le ayudó el hecho de no estar solo enfrente de la clase. Héctor normalmente hablaba mucho, y Trino dependía de él para que la presentación funcionara.
Trino siguió a Héctor al frente de la clase. Cuando tomaron su lugar atrás del podio de madera del profesor, Trino podía sentir la sangre dentro de él corriendo hacia las piernas y haciéndolas temblar. Alguien tocaba un tambor en sus oídos, y sentía el estómago como si acabara de bajarse de un paseo mareador, y sentía la garganta como si se le fuera a cerrar.
Veía a los veinte estudiantes que los miraban, y al profesor Treviño sentado atrás, en su silla de profesor con un libro abierto sobre el regazo. ¿Qué querían de él? ¿Qué podía ofrecerles?
–Trino y yo estamos aquí para hablarles de José Antonio Navarro –dijo Héctor en una voz calmada y segura–. Él fue uno de los dos tejanos que firmaron la Declaración de Independencia de Tejas. Y nosotros creemos que eso es algo muy buena onda.
Trino miró a su amigo Héctor, y sintió una sonrisa ligera que se le formó en la boca. El tiempo hablará por todo. Hoy, él realmente había entendido lo que Navarro había querido decir.