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UN POLÍTICO SIN PARTIDO

NI ESCAÑO

El día de la dimisión forzada de Lloyd George, el martes 19 de octubre de 1922, Churchill se encontraba en un pequeño hospital privado en Dorset Square (Marylebone) recuperándose de la operación de apendicitis que le habían practicado la noche anterior. Hasta el 1 de noviembre, trece días después de la operación, no pudo recorrer el kilómetro y medio escaso que le separaba de su propia casa en Sussex Square. Sin embargo, allí permaneció convaleciente, incapaz de salir de casa durante otros diez días.

La repentina enfermedad de Churchill no solo lo alejó de la escena de la desaparición de Lloyd George. También, y lo que fue más perjudicial para sus perspectivas políticas, le impidió hacer campaña en las elecciones generales que siguieron inmediatamente. Las elecciones se convocaron el 26 de octubre. Era el 11 de noviembre cuando Churchill pudo efectuar una pálida y demacrada aparición en Dundee, solo cuatro días antes de las votaciones. Clementine había ido antes para defender el bastión. Churchill, aunque físicamente estaba débil, no había estado inactivo mentalmente durante su ausencia forzada. Desde el West End de Londres, bombardeó Dundee con una gran cantidad de manifiestos y artículos políticos. Uno era un amplio documento de dos mil palabras dirigido a su nuevo presidente, que el Times publicó completo al día siguiente. Los otros cuatro, casi de igual extensión, se titulaban: «Winston S. Churchill: Notes for his Constituents» (‘Winston S. Churchill: Notas para sus electores’), pero se podrían haber llamado, con más exactitud: «Our Present Discontents: Reflections from a London Sickbed» (‘Nuestros descontentos actuales: Reflexiones de un convaleciente de Londres’). Aún resulta fascinante leerlos, pero quedaron completamente enredados en los supuestos del círculo interno de los políticos metropolitanos y ni mucho menos apuntaban bien a Tayside. Dundee en su mayor parte era una ciudad muy pobre, y las fuerzas de Churchill en la campaña se encontraron luchando contra un hosco proletariado. Churchill, si bien era sensible a la pobreza («Si viera el tipo de vida que la gente de Dundee tiene que vivir, admitiría que tienen muchas excusas», escribió a H. A. L. Fisher tras los resultados),1 tuvo dificultades para conciliar a los necesitados. Incluso las declaraciones médicas que efectuó para explicar su ausencia fueron expresadas con poco tacto para los que envidiaban los privilegios: «Los asesores médicos de Mr. Churchill, lord Dawson, sir Crisp English y el doctor Hartigan, han dado su consentimiento para que fije, de forma provisional, la fecha en que puede asistir a un mitin público en Dundee para el sábado, 11 de noviembre. Si Mr. Churchill podrá en realidad cumplir o no con este compromiso depende de los progresos que haga en los próximos cuatro o cinco días, cuando se efectuará una nueva revisión».2

Churchill, que corría con doble arnés con un anciano patrono local que era el otro candidato liberal nacional (es decir, lloydgeorgita), tenía tres candidatos a su izquierda o quizá cuatro si se incluye al liberal independiente (asquithiano). La verdadera amenaza procedía de la combinación de su fiel oponente Scrymgeour, que nominalmente aún era prohibicionista independiente pero que en realidad estaba cada vez más aliado con el único candidato laborista, E. D. Morel, quien, como fundador de la Unión de Control Democrático, y también como notable partidario de abolir la esclavitud en África, había sido uno de los oponentes de la guerra más estimados. Churchill cometió el error de creer que Morel estaba asociado no con Scrymgeour sino con William Gallacher, que se presentaba como comunista y quedó muy abajo en la votación (cuando fue parlamentario por East Fife de 1935 a 1950 se convirtió en el comunista preferido por todos, incluido Churchill, al menos tras la invasión de Rusia en 1941). Desde su casa de convalecencia en Dorset Square, Churchill los atacó a los dos en los términos más extremos: «Un programa depredador y confiscatorio fatal para reanimar la prosperidad del país, inspirado por celos de clase y las doctrinas de la envidia, el odio y la malicia, es defendido adecuadamente en Dundee por dos candidatos que durante la última guerra tuvieron que ser silenciados para impedir que entorpecieran más la defensa nacional».3

En esta etapa, Churchill, sin duda reaccionando a la frustración que le causaba hallarse postrado en la cama, perseguía una política de ataque à tous azimuts y no se limitaba a la izquierda. Se proclamó verdadero y buen amigo de Lloyd George, y cuando Reginald McKenna por primera vez en varios años tuvo la valentía de hacer algunas críticas, Churchill se volvió en su contra con una elegante exhibición de antiguo odio:

Yo era amigo [de Lloyd George] antes de que fuera famoso. Estaba con él cuando todos estaban a sus pies. Y ahora, cuando hombres que lo adularon, que le alabaron incluso los errores, que ocuparon su lugar y entraron en el Parlamento subidos a sus hombros, lo han dejado de lado, cuando los fanáticos wee free creen que ha llegado la hora de liquidar viejas deudas, cuando Mr. McKenna, el banquero político, emerge de su opulenta reclusión para administrar lo que sin duda calcula es una patada final, yo aún soy su amigo y lugarteniente.4

No solo los «bolcheviques» y los banqueros fueron el blanco de su afilada pluma cuando se encontraba enfermo. Con Bonar Law, el nuevo primer ministro, fue poco compasivo. Pero su mayor veneno lo reservaba para Beaverbrook, el viejo amigo de Churchill y Sancho Panza de Law en St. Omer en muchas cenas íntimas con Lloyd George. Disparó una andanada (en forma de declaración de prensa) en esta dirección que, aunque un poco indiscriminada en su campo de tiro, logró no obstante dar en varios blancos palpables:

No habría que dar crédito a las tendenciosas representaciones erróneas de lord Beaverbrook. Sus acusaciones de que hombres públicos que recientemente eran sus amigos estaban impacientes por provocar una guerra son falsas y perversas, y él sabe mejor que nadie hasta qué punto lo son. La información en que se basan estas acusaciones es en parte el resultado de abusos de confianza deformados por una invención malévola. Mr. Bonar Law no ganará nada con el apoyo de este personaje. Lord Beaverbrook durante muchos meses ha llenado a lord Curzon de insultos en la columna de su periódico [el Daily Express] y sus alabanzas deben ser evaluadas con el mismo rasero. En el último año ha boxeado a su antojo contra todo el espectro político desde el extremo tory al extremo radical, y un insaciable apetito de excitación e intriga le ha llevado allá y acullá. Sus métodos transatlánticos han sido asimismo perjudiciales para la política británica y para el periodismo británico. Es hora de que sea objeto de la publicidad adecuada.5

Esta pirotecnia metropolitana probablemente pasó con indiferencia por la cabeza de la mayoría de los habitantes de Dundee. Pero la campaña fue una pesadilla continua para las fuerzas de Churchill. Clementine había llegado allí el 5 de noviembre, y es evidente que pasó un tiempo horrible antes y después de que Churchill llegara el día 11. Fue lamentablemente apropiado que los partidarios con los que ella al principio se alojó vivieran en Dudhope Terrace. (Después de que llegara Churchill, se reunió con él en el Royal Hotel.) Tenían que confiar demasiado en la ayuda externa y los elegidos no parecían muy adecuados para Dundee. Estaba previsto que la estrella fuera el ex ministro de Hacienda, Birkenhead. Clementine desdeñó su actuación. «No sirvió para nada—dijo—. Estaba bebido».6 (Un problema con Dundee en esa era del transporte era que resultaba muy difícil llegar desde el sur para una reunión a última hora de la tarde si no se hacía por la mañana. Birkenhead, por tanto, había recurrido a la hospitalidad del Conservative Eastern Club para ocupar la mayor parte del día.) Además, su principal discurso en la tribuna fue un ataque a la paternidad francesa de Morel, quien (de madre inglesa) había nacido en París y había sido bautizado como Georges Édouard Pierre Achille Morel-de-Ville. Birkenhead al parecer repitió esto, con un exagerado acento francés, al menos cinco veces, imbuyéndole tanta reprobación moral como si hubiera estado hablando del compañero homosexual de Proust, el barón de Charlus y violinista que rehuyó el servicio militar obligatorio del mismo apellido Morel y no de un respetable panfletista cuáquero y pacifista. El efecto de esta «actuación de music-hall de tercera», como lo llamó razonablemente E. D. Morel, queda patente en los artículos periodísticos que hablan de la respuesta del numeroso público (tres mil) de Birkenhead en el Caird Hall. Tras su primera repetición hubo «fuertes risas», señalan, después de la segunda «risas», después de la tercera «tímidas risas», después de la cuarta «algunas risas, pero ahora muchos se unieron en un turbado silencio», y después de la quinta, nada más que silencio.7

Las otras personas que fueron a ayudar eran el general Spears, con quien se había encontrado por última vez en Francia, y lord Wodehouse, uno de los secretarios de Churchill e hijo del conde de Kimberley. «Yo no sabía nada de política—escribió Spears posteriormente—. Jack Wodehouse no sabía nada de política. Allí estábamos los dos, rivales solo en ignorancia».8 (Spears, que en 1919 había cambiado la ortografía de su apellido, Spiers, había sido elegido, sin embargo, sin oposición, parlamentario por la división Loughborough de Leicestershire, y Wodehouse había sido miembro liberal del Parlamento durante cuatro años desde 1906.) Lo único parecido a una excepción era John Pratt, parlamentario por la división Cathcart de Glasgow y ex subsecretario de la Oficina de Escocia. También él lo pasó mal en una gran reunión con Clementine el 6 de noviembre en la mayor zona obrera de la ciudad. Pero en general, sin duda beneficiándose de su formación en Glasgow, era más despabilado con los públicos escoceses que los auxiliares de Sassenach. Wodehouse se retiró dolido del campo de los afligidos (aunque más tarde regresó a él), pero Spears resultó un acompañante digno de admiración si no completamente optimista para Clementine. «Clemmie apareció con un collar de perlas—anotó el general el 7 de noviembre—. Las mujeres le escupieron».

Sin embargo, añadió, «el porte de Clemmie era magnífico, como una aristócrata yendo hacia la guillotina en una carreta».9 Hizo una serie de agitados y desagradables mítines, en los que apenas se podía hacer oír, y se anotó notablemente pocos puntos por tener el valor de recorrer ochocientos kilómetros con una niña de apenas dos meses de edad (Mary) para ir a un inhóspito rincón del norte a defender a un marido enfermo. Lamentablemente, y algo muy poco propio del personaje, Clementine se permitió, en un mitin de mujeres en la tarde del miércoles 8, llegar al extremo de hablar mal de Morel, lo cual fue un indicio demasiado claro de lo mal que se realizó la campaña de Churchill. «¿Es un hecho que Mr. Morel no es inglés sino francés de nacimiento?», preguntó. «¿Es cierto que se hizo inglés para evitar el servicio militar en su patria? Durante la guerra, ¿prestó algún servicio a Gran Bretaña?». Fue un error que pronto lamentó, aun antes de que Morel respondiera con considerable dignidad:

Mi padre era francés, mi madre inglesa y yo nací en París. No elegimos a nuestros padres ni nuestro lugar de nacimiento. No soy más responsable del hecho de que mi padre fuera francés de lo que Mr. Churchill lo es de que su madre fuera norteamericana [...]. Mi padre murió cuando yo era niño. Mi madre me envió a la escuela a Inglaterra cuando tenía ocho años [...]. Qué hábil por mi parte venir aquí a los ocho años para escapar al servicio militar.10

Churchill llegó, pálido, en la mañana del 11 de noviembre, acompañado por una enfermera y un detective. Se celebró una gran fiesta de bienvenida en el andén de la estación de ferrocarril, pero estaba demasiado débil para subir la escalera hasta el nivel de la calle y tuvo que ser subido en un montacargas. Más tarde, aquella mañana, asistió a una ceremonia municipal del Día del Armisticio, engalanado con sus once medallas de campaña, que ninguno de sus candidatos rivales podía ni empezar a igualar, pero no le hicieron mucho bien en el pozo de pobreza y desilusión al que Dundee había descendido. Por la tarde realizó un mitin en el Caird Hall ante tres mil personas. Era un público en gran medida controlado, aunque esto no impidió que hubiera un número considerable de personas que interrumpían. Pero pudo pronunciar un discurso coherente, que duró—nunca fue una persona moderada—una hora y media. Lo pronunció sentado (salvo la perorata) en un asiento elevado construido especialmente para la ocasión.

Dos noches más tarde, en el Drill Hall, revivieron las condiciones de un manicomio. Tuvo que abandonar su discurso tras pronunciar unos pocos párrafos. El mitin empezó a las 20:00 y a las 20:45 había terminado. Luego, el martes por la tarde, en una reunión de trescientas damas en la sala de la iglesia parroquial del suburbio de Dundee Broughty Ferry, a menos de un kilómetro de su residencia, Churchill se entregó a la dudosa táctica de lanzar un ataque a gran escala contra D. C. Thomson, el propietario del periódico local, cuya base se hallaba en Dundee pero cuyos tentáculos se extendían por toda Escocia y, en realidad, junto con el Sunday Post, de circulación masiva, hasta el nordeste de Inglaterra. (Thomson también creó un conocido cómic, al principio titulado Rover y después Dandy y Beano.) Thomson era propietario del Dundee Advertiser, periódico liberal de la mañana, y el Dundee Courier, conservador de la tarde. Esto habría podido ser indicativo de una saludable imparcialidad. Sin embargo, estaban unidos en una cosa, que era la animosidad hacia Churchill, por quien Thomson había llegado a sentir una mezcla de desagrado y desaprobación. Era comprensible, pues, que existiera un sentimiento algo recíproco por parte de Churchill, aunque si fue sensato airearlo en público es otro asunto. Describió a Thomson en Broughty Ferry como «un ser estrecho, amargado, irrazonable y corroído por su propio engreimiento, consumido por su propia mezquina arrogancia y perseguido día tras día y año tras año por una implacable abeja en su gorra». El Courier respondió declarando: «Sean cuales sean sus probabilidades en la votación de hoy, no cabe duda de que Mr. Winston Churchill tiene un carácter muy violento».11

El resultado fue una derrota aplastante para Churchill. Quedó fuera por un margen enorme. Scrymgeour quedó primero con más de 32.000 votos, por lo cual no fue una mala progresión desde los 650 que obtuvo en las elecciones parciales de 1908, los 2.000 de las de 1917 y los 10.000 de las elecciones generales de 1918. Un chiste escocés de la época era que los electores de Dundee, conocidos por su afición a la bebida, salieron de las tabernas, acudieron tambaleantes a votar y votaron por la prohibición total de las bebidas alcohólicas. La realidad fue que Scrymgeour obtuvo todos los votos laboristas, considerablemente animados por el sentimiento anti-Churchill, más un par de miles de votos propios, probablemente de algunos ardientes abstemios pero también de otros que admiraban su perseverancia. Su victoria fue sin duda un ejemplo clásico de esta cualidad. Lejos de la teoría según la cual los perdedores en las elecciones raras veces se convierten en vencedores, él lo había intentado, intentado, intentado, intentado y vuelto a intentar, y ganó. Fue parlamentario por Dundee hasta 1931, cuando se estrelló con el Gobierno nacional.

Morel fue el siguiente solo con más de treinta mil votos y ganó el segundo escaño. Con ocho mil menos estaba el poco conocido compañero de Churchill, liberal nacional, que debió de combinar las desventajas de ser al mismo tiempo anciano y principiante en la política. Sin embargo, Churchill quedó 1.800 votos por detrás de él, una diferencia casi tan grande como la que separaba a Scrymgeour y Morel. El liberal asquithiano obtuvo 6.600 y luego Gallacher, el comunista en el que Churchill había concentrado gran parte de sus ataques iniciales, 5.900.

Churchill había descendido, en menos de cuatro años de ocupar un alto cargo, de una victoria por dos a uno a una derrota de tres a dos. Su «escaño de por vida» de 1908 se le había desmenuzado en las manos. Quizá por fortuna no era una época consciente de los desplazamientos de los votos, y el resultado quedó aún más oscurecido por el hecho de que Dundee era una circunscripción de dos miembros, pero seguramente fue uno de los mayores desplazamientos de opinión del país. Felizmente, Churchill contuvo su genio en la derrota. El recuento debió de ser una agonía para él, tanto de agotamiento físico como de creciente impaciencia por el lento avance de la humillante derrota. Duró más de siete horas; el recuento fue lento no porque él tuviera esperanza alguna de ganar sino porque un millar de votos se habían traspapelado. El resultado no se entregó hasta después de las cinco de la tarde. Churchill se hundió y declinó hablar en la ceremonia de las declaraciones. Pero luego volvió al Liberal Club y pronunció un discurso de singular generosidad. Fue el último que dio en Dundee. Dijo a sus partidarios que su corazón estaba desprovisto «del menor pesar, resentimiento o amargura». Incluso tuvo buenas palabras que decir de Scrymgeour, quien, según pensaba él, «tendría un papel útil que desempeñar representando a Dundee, donde había tanta miseria y desgracia y un contraste tan terrible entre una clase y otra».12

Al cabo de cuatro horas puso fin a su vinculación con la ciudad y partió hacia Londres en el coche-cama de las 21:04. Una gran multitud de estudiantes bulliciosos pero amistosos (muchos, al parecer, irlandeses) fueron a despedirlo a la estación, y Churchill cruzó por última vez el Tay Bridge temporalmente animado por sus vítores. Pero estaba muy desanimado cuando llegó a Londres. Aún no estaba bien. Lo dejaron, como posteriormente escribiría con mordacidad, «sin cargo, sin escaño, sin partido y sin apéndice».13 Se ha dicho que en una cena política ofrecida por sir Alfred Mond estaba «tan abatido que apenas habló en toda la velada»,14 en su caso una aflicción inusual.

Se recuperó, en parte sin duda como consecuencia de haber recuperado la fuerza física. Los Churchill decidieron ir al sur de Francia a pasar el invierno. Alquilaron Sussex Square y cogieron Villa Rêve d’Or, cerca de Cannes, en alquiler. Churchill volvió a escribir, por placer y como medio de ganar dinero. El primer volumen de The World Crisis estaba razonablemente avanzado, pero no completo. Sin embargo, el 23 de noviembre había hecho que su agente, Curtis Brown, informara al Times de que tendría suficiente material para ser publicado por partes a finales de año y se puso a trabajar con urgencia. El 28 de noviembre tenía audiencia con el rey para despedirse como secretario de las Colonias (lo que no había podido hacer en octubre) y para ser investido Companion of Honour, una elevada orden recientemente creada que, para su considerable satisfacción, le había sido concedida en la carta de dimisión de Lloyd George. Y el 30 de noviembre, al cumplir cuarenta y ocho años, él y Clementine partieron de Londres hacia la Riviera. Siete años después de su viaje al frente, en 1915, constituía una ruptura tan simbólica como la que había experimentado antes, y la visión que tenía de sus perspectivas políticas inmediatas era igualmente sombría.

Los Churchill permanecieron en el sur de Francia hasta mediados de mayo (1923). Externamente, estaba tranquilo e incluso contento. Lo que le tranquilizaba era, en primer lugar, que estaba recuperando gradualmente su salud y vigor. En segundo lugar, estaba pintando bien a la buena luz del Midi, que encajaba con su amor por los colores fuertes. En tercer lugar, el primer volumen de The World Crisis (el título fue decidido con dificultad a finales de enero, tras haber sopesado otras opciones mucho menos satisfactorias; por fortuna, sus editores de Londres y Nueva York se unieron para vetar The Great Amphibian) tuvo muy buena acogida, tanto cuando fue publicado por partes en febrero como cuando apareció en forma de libro en abril. En cuarto lugar, estaba trabajando mucho y hacía buenos progresos con el segundo volumen, que abarcaba el año 1915. Nunca podía contemplar unas vacaciones sin intercalar en ellas una buena cantidad de trabajo y viajaba mucho con el fin de hacerlo posible. Aparte de su complicado equipo de pintura, en Cannes tenía mucho material para consultar así como un secretario y un ayudante de investigación.

Sin duda, estas actividades estuvieron mezcladas con estallidos de profunda tristeza en privado, pero al menos no le hacían estar indebidamente inquieto. Volvió a Inglaterra solo tres veces (y por breve tiempo) durante los cinco meses y medio; se trató de visitas con un propósito, llevar a sus hijos mayores al colegio y recogerlos, y dirigidas a resolver asuntos del libro y supervisar las obras de Chartwell, que se iba ampliando de un modo espacioso y majestuoso. En Londres se alojaba en el Ritz, suscribiendo sin duda la opinión de su madre de que «al final es más barato». Se pasó la mayor parte de la primera visita en su habitación, trabajando furiosamente en el libro. Como le dijo a Clementine (carta del 30 de enero de 1923): «Estoy tan ocupado que apenas salgo del Ritz salvo para las comidas».15 Sin embargo, para éstas era muy solicitado y en general, a pesar de su fracaso en Dundee, conservaba un elevado prestigio social y político. Un día, por ejemplo, invitó a J. L. Garvin, editor del Observer así como entusiasta lector de sus pruebas, y a Edward Grey. Otro día invitó al príncipe de Gales a almorzar en el Buck’s Club, junto con Freddie Guest y lord Wodehouse, que sufría las cicatrices de la Batalla de Dundee, «para hablar de polo y de política». Una noche intermedia, cenó con Haldane, el que había sido y sería (en el Gobierno laborista de 1924) ministro de Hacienda.

Era evidente que sus contactos políticos aún eran levemente de centro-izquierda. Y también dejó constancia de que Hilton Young (posteriormente el primer lord Kennet), el nuevo Chief Whip de los liberales de Lloyd George, quería hablarle acerca de un nuevo escaño. Sin embargo, Young no tenía ninguno a su disposición. Los liberales de Lloyd George habían obtenido solo cincuenta y siete (o, según otro cálculo más optimista, sesenta y dos), de modo que su party whip no tenía muchas oportunidades de estirar y aflojar. Pero al fin su whip reconoció que tenía que cortejar a Churchill, no lo contrario. Sin embargo, Clementine, que siguió participando en torneos de tenis en Cannes durante este medio año, quería que, fiel a su orientación estable, volviera a una dirección asquithiana. Pero los asquithianos solo tenían sesenta escaños, o, según la clasificación alternativa, cincuenta y cinco. (La explicación de las discrepancias fue que varios parlamentarios liberales no estaban seguros sobre qué líder era más probable que los sacara del desierto.) El talante del propio Churchill estaba peculiarmente desarraigado. Aún creía en el libre comercio. Aún estaba estupefacto por la pobreza y la marginación social de Dundee, pero estaba empezando a creer muy convencido en la necesidad de derribar las defensas del Estado burgués contra la amenaza del socialismo laborista, que él se inclinaba por equiparar al comunismo leninista.

Sin embargo, durante el verano de 1923, tras el regreso de los Churchill a Inglaterra, estos pensamientos no eran dominantes. La mente de Churchill estaba más concentrada en el segundo volumen de The World Crisis que en dónde, y bajo qué estandarte, lucharía en las siguientes elecciones generales. El Gobierno conservador tenía una mayoría parlamentaria segura, la primera en casi veinte años. Y Chartwell era un pasatiempo muy absorbente y costoso. Alquiló una casa cerca de allí llamada Hosey Rigge, desde la que podría ejercer una estrecha supervisión. No sorprende que esto tuviera como consecuencia que se enfadara con su arquitecto, con el que los costes crecían y el progreso era lento, aunque el resultado final fue satisfactorio. Pero hasta abril de 1924 no pudo dormir por primera vez en Chartwell y fechar su primera carta allí. Ésta la escribió a Clementine, que había ido a pasar la Pascua con su madre a Dieppe. Le estaba costando convencerla de que las comodidades de Chartwell merecían el gasto, y esta carta, junto con otra de siete meses antes, estaba en gran medida dirigida a este fin. El 2 de septiembre de 1923 había escrito desde el yate del duque de Westminster en el puerto de Bayona:

Amada mía: Te ruego que no te preocupes por el dinero ni te sientas insegura. Al contrario, la política que seguimos apunta sobre todo a la estabilidad [...]. Chartwell será nuestro hogar. Nos habrá costado 20.000 libras y valdrá al menos 15.000 aparte de un precio desorbitado. [Cabe pensar que no era una inversión brillante.] Debemos entregarnos a vivir allí muchos años & después pasárselo a Randolph. Debemos hacerlo encantador en todos los aspectos & lo más autosuficiente posible económicamente. Será más barato que Londres.

A la larga—aunque no hay prisa—debemos vender Sussex [Square] y encontrar un piso pequeño para ti y para mí [...]. Luego, con los automóviles, estaremos bien equipados para el trabajo o el placer. ¡Si accedemos al poder viviremos en Downing Street!

La finca [Garron Towers] en este momento es al menos tan grande como cuando la heredé, pero a parte está invertida en Chartwell en lugar de en acciones. Debes pensarlo desde este punto de vista.16

El 17 de abril abordó el mismo problema desde el otro extremo:

Hemos pasado dos días gloriosos. Los niños han trabajado como negros; y el sargento Thompson,17 Aley [el chófer], Waterhouse [el jefe de jardineros medio jubilado], un jardinero & 6 hombres hemos formado un potente grupo de trabajo. Ha hecho un tiempo delicioso & estamos fuera todo el día vestidos con ropa sucia & solo nos bañamos antes de cenar. Acabo de bañarme en tu lujoso cuarto de baño. ¡Espero que no te sepa mal! [...]. Bebo champán en las comidas & cubos de tinto & soda entre horas, & la cocina aunque sencilla es excelente [...].

Tu escalera en el centro del terraplén casi está hecha. Las ventanas delanteras del sótano avanzan deprisa [...]. Te gustará el efecto. Es majestuoso [...]. Todo está echando brotes ahora que ha llegado este destello de buen tiempo diferido.

Solo una cosa falta en estas verdes orillas:

La gatita que es su reina.18

Esta carta quizá logró más esbozar un retrato de las futuras cosas agradables de Chartwell que tranquilizar sobre los dispendios del train de maison que implicaría.

En esta época, Churchill (después de Dundee) ya se había presentado sin éxito a unas elecciones generales y a unas parciales, además de realizar un considerable zigzag político. Así que es necesario pasar de la escena privada a la pública y también al verano de 1923, tras su regreso del medio año de exilio voluntario. Baldwin se encontraba entonces en sus primeros meses como inesperado primer ministro. Churchill correctamente lo prefería a Bonar Law, por razones objetivas y subjetivas. Las objetivas eran que Baldwin era un político mucho más interesante y de mentalidad más generosa que Law. La subjetiva era que Baldwin no había desempeñado ningún papel comparable con el terco veto de Law a Churchill de 1915 a 1917. En 1923, Churchill ni sentía desagrado por Baldwin ni lo respetaba. Al principio lo miraba como una figura demasiado joven y presumida —pese al hecho de que tenía siete años más que Churchill—para ser primer ministro. «Saca tus Baldwins» era un grito despectivo (en referencia a tus peones) que a veces empleaba cuando jugaba al ajedrez. Sin embargo, como miembro de pleno derecho de la unión de políticos senior, Churchill respetaba el cargo de Baldwin. No es lo mismo que en Estados Unidos, donde, al estar la jefatura del Estado combinada con el poder ejecutivo, se otorga cierta cualidad sacerdotal a la presidencia, a veces contra el historial personal. No obstante, no se me ocurren circunstancias en las que los más grandes políticos senior (y mucho menos los junior) rechazaran, en caso de ser llamados, ir a conferenciar al número 10 de Downing Street aun con el peor considerado de los primeros ministros.

Semejante encuentro entre Churchill y Baldwin tuvo lugar el 14 de agosto de 1923. No está claro de quién partió la iniciativa, aunque probablemente fue de Churchill porque tenía unas intenciones semiocultas. Era incapaz de hacerlas más que medio ocultas, pues, aparte de otros defectos, Churchill tenía el de no saber disimular, dado que su locuacidad espontánea siempre revelaba sus propósitos. Sin embargo, sus intenciones semiocultas eran sondear la actitud de Baldwin hacia una fusión entre Royal Dutch Shell, Burmah Oil y la Compañía Petrolera Anglo-persa, de propiedad mayoritaria del Gobierno, debiéndose esta inversión pública en gran parte a la iniciativa de Churchill en 1913 cuando era Primer Lord del Almirantazgo. Las dos primeras compañías acababan de pedirle a Churchill que las representara en sus tratos con el Gobierno por unos honorarios de cinco mil dólares. Esta suma equivalía al menos a ciento veinticinco mil libras actuales, y, para alguien que trataba de hacer frente a las crecientes facturas de Chartwell y calmar la intranquilidad de su esposa por la cuestión económica, era una oferta tentadora. Sin embargo, aunque en aquella época era un ciudadano particular, no estaba seguro de que fuera correcto. Masterton-Smith, que después de ser su secretario particular en el Almirantazgo se había convertido en su subsecretario permanente del Colonial Office y a quien Churchill había consultado, se había pronunciado «con m. timidez al respecto por razones políticas importantes».19 Así que Churchill quería ver la reacción de Baldwin a los méritos del asunto en sí mismo y a su implicación en él.

La reunión fue bien. Baldwin siempre podía poner su sonrisa de atención plena. «Mi entrevista con el primer ministro fue muy agradable—escribió Churchill a su esposa al día siguiente—. Me concedió tiempo ilimitado & me recibió con la mayor cordialidad. Hablamos del Ruhr, Petróleo, Almirantazgo & Aire, Reparaciones, la Deuda Norteamericana & la política en general. Le encontré completamente a favor del Acuerdo del Petróleo en las líneas propuestas. En realidad, por la forma de hablar podría haber sido Waley Cohen [el director general de Shell]. Estoy seguro de que saldrá bien. Lo único que me desconcierta es mi propio asunto».20 Churchill también informó a Clementine de que: «Entré en Downing Street por la entrada del Tesoro [actualmente la entrada a la oficina del Gabinete] para evitar comentarios». «Esto divirtió mucho a Baldwin», añadió.21

Este encuentro amistoso fue muy importante, pues Baldwin, aunque menos dominante que los otros dos, iba a ocupar una posición, en relación con Churchill, superior y amigable en la segunda mitad de los años veinte, y mucho menos amistosa en los años treinta, comparable solo a la que tuvieron primero Asquith y después Lloyd George. El resultado práctico inmediato de esto (o de un contacto que siguió muy pronto) fue que Churchill aceptó su papel de ejercer presión con la compañía petrolera y, con la bendición del primer ministro, fue a ver al Primer Lord del Almirantazgo (su viejo semienemigo L. S. Amery) y al presidente del Ministerio de Comercio (Lloyd-Graeme, que pronto iba a cambiar su apellido por el de Cunliffe-Lister) para hablar del asunto. Sin embargo, a mediados de noviembre, cuando se habían anunciado de forma inesperada unas elecciones generales, se retiró formalmente de cualquier participación en la fusión. A pesar de su perenne falta de dinero, fue prácticamente la única incursión en los negocios que hizo en el transcurso de su larga vida. Aparte de esto, su forma de ganar dinero se limitó a vender su enorme libro y sus artículos por los mejores precios que podía conseguir y especulando (no siempre con prudencia) en la Bolsa con parte de las ganancias.

Las elecciones generales de 1923 surgieron del giro que dio Baldwin hacia el proteccionismo (sin el cual, dijo, no podía luchar contra el desempleo) y su convicción de que no podía introducirla sin un nuevo y específico mandato electoral. El resultado general fue que echó a perder una mayoría tory de setenta y tres escaños (la primera independiente desde 1900) en un Parlamento que solo tenía un año. El resultado para Churchill fue que detuvo de forma temporal su avance por el espectro político hacia la derecha. Éste había estado cobrando impulso durante siete años y sin duda se vio reforzado por el castigo sufrido en Dundee a manos de la izquierda. Pero aún era librecambista y la noticia de que esta ciudadela tenía que ser defendida de nuevo le llevó de nuevo a la causa liberal como un viejo soldado inspirado con nostalgia al contemplar sus medallas ganadas en campaña en los primeros años del siglo. Emitió un comunicado de prensa en términos agitadores: «No he participado en la oposición al Gobierno conservador ni he despreciado a los nuevos ministros [...]. Pero se ha producido un ataque agresivo innecesaria y gratuitamente a los cimientos del sustento de la gente. Se yergue contra nosotros una monstruosa falacia [...]. Quienes se oponen a esta salvaje aventura y a este temerario experimento deben permanecer juntos en auténtica camaradería».22

Por primera vez desde 1910 estaba preparado para presentarse a unas elecciones bajo el liderazgo nominal de Asquith, aunque Lloyd George, que también se unió a la vieja causa, era en realidad colíder. Pero ¿dónde iba a luchar Churchill? Sin duda no en Dundee, y también rechazó con firmeza una invitación de la central de Glasgow. Probablemente ya estaba harto de Escocia. Lancashire parecía la zona más llamativa, en particular si su mente se veía estimulada por el recuerdo de los grandes días que desembocaron en 1906. Y sus primeros discursos de la campaña fueron pronunciados en Manchester el 16 y 17 de noviembre, uno en el Free Trade Hall y otro en el Reform Club de la ciudad. Las invitaciones de Lancashire estuvieron generosamente disponibles. Una perversa ventaja del hecho de que los liberales tuvieran pocos escaños era que había muchos distritos electorales, sin el estorbo de parlamentarios con escaño, disponibles. Salford West y las divisiones de Rusholme y de Mossley de Manchester se pusieron en contacto con él. Luego, de forma casi incomprensible, el 19 de noviembre decidió ir a Leicester y competir por su división Oeste. No hay prueba alguna de que hubiera visitado nunca esa histórica, pero en su forma moderna algo anónima, ciudad del East Midland. Tampoco ofrecía unas perspectivas electorales tentadoras. Antes de 1918, Leicester en conjunto había sido un distrito electoral de dos miembros, como Dundee, pero con una tradición aún más fuerte de lib-lab (liberalismo-laborismo). En 1906 fueron elegidos conjuntamente Henry Broadhurst, de origen sindicalista pero tan absorbido por la corriente del liberalismo que había sido subsecretario en el tercer Gobierno de Gladstone, y Ramsay MacDonald. En 1918, la ciudad estaba dividida en tres y MacDonald había elegido la división Oeste, presumiblemente creyendo que era la mejor perspectiva de izquierdas de las tres. En realidad allí fue sacrificado, pero se debió a su pacifismo durante la guerra y no a motivos más generales de política de clases, y los laboristas recuperaron por poco el escaño en 1922.

La única esperanza real de Churchill era no tener un oponente conservador. Pero es imposible ver por qué debió de pensar que esto era remotamente probable. Baldwin buscaba un mandato para políticas proteccionistas. No habría tenido sentido que hubiera permitido a dos candidatos librecambistas pelear por sí mismos en un distrito electoral medio marginal. El principal oponente de Churchill no fue el capitán Instone, el candidato conservador algo simbólico (aunque obtuvo 7.700 votos, solo 1.500 menos que Churchill), sino F. W. Pethick-Lawrence, una de las figuras laboristas más discretamente extrañas de la primera mitad del siglo XX. Su padre es descrito en el Dictionary of National Biography como «carpintero», pero debió de ser muy bueno en esa profesión, porque ganó suficiente dinero no solo para enviar a su hijo a Eton, donde fue capitán de los Oppidans y ganó casi todos los premios posibles, y al Trinity College de Cambridge, sino también para dejarle una considerable fortuna. Pethick-Lawrence poseía una aguda conciencia social que al principio lo encaminó hacia un trabajo social de mejoras en el East End de Londres, como haría Clement Attlee, que tenía doce años menos. Pero después de casarse, en 1901, con Emmeline Pethick (un buen nombre de sufragista)—que iba a llevarlo a convertir en compuesto su apellido, no como señal de ascenso social sino como gesto de igualdad sexual—, desvió su atención hacia la emancipación de las mujeres, por cuya causa fue encarcelado una vez y ella dos. Existe la clara sensación de que estaba un poco dominado por su mujer. Al parecer gozó de un matrimonio feliz, aunque sin hijos, durante cincuenta y tres años, pero cuando Emmeline Pethick-Lawrence murió, pronto (a los ochenta y seis años) se casó con una amiga de hacía más de cuarenta años.

La carrera de Pethick-Lawrence estuvo, curiosamente aunque de un modo distante, mezclada con la de Churchill. Eran como dos naves espaciales que se seguían los pasos sin comunicarse. Aparte del encuentro en Leicester, Lawrence entró en el Tesoro cuando Churchill salió en 1929, pero como ministro de Economía, no como ministro de Hacienda. Y durante la coalición de la Segunda Guerra Mundial, como diputado laborista senior no en el Gobierno, actuó como líder formal de la oposición, con la función de mantener las costumbres del Parlamento y no la de crear problemas al Gobierno. Y en 1945-1947, ascendido a la Cámara de los Lores, fue ministro para la India y no se ganó los aplausos de Churchill cuando suprimió ese cargo (bastante) histórico.

En Leicester, Lawrence abogó principalmente por un impuesto sobre el capital, y Churchill, que había variado mucho su postura durante los cinco años desde que había hablado de recortar las «ganancias ilícitas» del «viejo Runciman» (y otros), dedicó buena parte de su campaña local a refutar los argumentos de Lawrence en este aspecto. Sin embargo, sus discursos nacionales, siguiendo el éxito de su salva inicial en el Free Trade Hall de Manchester, estuvieron dirigidos al tradicional caso anti-proteccionista. La campaña de Leicester, aunque un poco ruidosa pero sin rivalizar, en este aspecto, con la del año anterior en Dundee, al parecer careció en especial de interés, y Churchill, durante las dos semanas y media que duró, estuvo poco comunicativo. En contraste con su vida fluida y documentada normal, prácticamente no escribió ninguna carta, lo que hace difícil desvelar el misterio de por qué fue a Leicester. No hubo figuras locales notables que lo arrastraran hasta allí, ningún equivalente de sir George Ritchie. La postura de la prensa local era casi tan desfavorable como en Dundee, con el Leicester Mercury y el Leicester Mail en contra, aunque faltaba la plena animadversión de D. C. Thomson, de modo que tuvo que mirar hacia Nottingham, que no era la alternativa más feliz dada la inevitable rivalidad entre las dos ciudades, para recibir apoyo de la prensa.

Además, le habían aconsejado mucho, en especial Clementine, que habría hecho mucho mejor yendo a Manchester. Ella había presentado argumentos muy específicos. En una carta sin fechar del verano de 1923 había escrito: «Instintivamente, una de las razones por las que quería Rusholme era que, si ibas a perder un escaño, me parecía que sería mejor para ti ser derrotado por un tory (lo que despertaría las simpatías liberales) que por un socialista».23 Esto, por supuesto, era sondear una vieja línea, ella más decididamente liberal, él empezando a sentir cada vez más tirones en el hilo de su torismo original que, como algunos creían, siempre había estado presente. Los liberales ganaron Rusholme, y como Churchill avanzó hacia una derrota previsiblemente rutinaria en Leicester, debió de lamentar, aunque podría no haberle interesado a largo plazo, no haber seguido el consejo de su esposa. Pethick-Lawrence lo derrotó por la sólida cifra de 13.624 votos a 9.236. Ni siquiera debió de obtener una auténtica satisfacción de la campaña. Nunca estuvo a una distancia impresionante de ganar y no estableció ninguna relación con el distrito electoral. En este último aspecto, sin embargo, probablemente fue tan bueno como Harold Nicolson, quien emergió como su nerviosamente remoto miembro laborista nacional de 1935 a 1945.

Inmediatamente después de su derrota en Leicester el 6 de diciembre, Churchill se vio implicado en un caso de pleito criminal en el que, al tratarse de un pleito criminal, el fiscal de la Corona (sir Douglas Hogg) era el abogado de la acusación y Churchill, aunque el principal testigo, no corría ningún riesgo económico. Quizá fue una ventaja que tuviera algo para quitarse de la cabeza la derrota de Leicester, pues llevaba consigo la amenaza de algo peor que Dundee. Se hallaba en peligro de acabar como su antiguo subsecretario del Ministerio de Interior, Charles Masterman, quien al ser ascendido al Gabinete en 1914 había perdido tres elecciones parciales y echó por tierra su carrera, aunque Masterman también, por una suprema ironía, había sido aceptado para Manchester, Rusholme cuando Churchill lo perdió en 1923, y ganó, aunque solo para ser derrotado en 1924.

El caso de pleito criminal era contra lord Alfred Douglas, el antiguo jefe de Oscar Wilde, por haber dicho que la declaración tranquilizadora de Churchill sobre la Batalla de Jutlandia en junio de 1916 se había hecho de forma corrupta con el fin de manipular la Bolsa en interés de un sindicato judío, encabezado por sir Ernest Cassel, que le había dado una gratificación de cuarenta mil libras. Era una tontería, Churchill fue reivindicado por completo y, cuando lord Alfred fue condenado a seis meses de cárcel, la suavidad del castigo causó mucha sorpresa. Más interesantes fueron algunos de los mensajes de felicitación que recibió Churchill. Sir Graham Greene, su ex secretario permanente en el Almirantazgo, por ejemplo, escribió: «En toda mi vida [...] no puedo recordar el caso de ningún hombre público que haya sufrido semejante abuso & tergiversación».24

En Navidad y el Año Nuevo de 1923-1924, Churchill procedió a efectuar un cambio político sísmico, aunque podría haberse visto venir. Quedó muy patente en la correspondencia que mantuvo con su antigua amiga Violet Bonham Carter. Las elecciones generales de principios de diciembre habían acabado con el intento de Baldwin de obtener una mayoría para Protección. Pethick-Lawrence escribió en sus memorias que Churchill, con notable amplitud de miras dadas las circunstancias, había saludado el resultado de Leicester Oeste diciéndole: «Bueno, de todos modos, es una victoria para el librecambismo».25 Había destruido la mayoría conservadora, pero no había proporcionado una mayoría para nadie más. Los conservadores siguieron siendo el mayor partido con 258 escaños, con 191 de los laboristas y 157 los liberales, que estaban frágilmente unidos. En estas circunstancias, la opinión de Asquith (de acuerdo por una vez con Lloyd George) y de una gran mayoría de los parlamentarios liberales era que se unieran con los laboristas para derrotar a los conservadores en la alocución de respuesta al discurso del rey. El resultado natural de esto, según las rigideces del sistema de partidos británico, sería un Gobierno laborista de minoría muy débil. Un resultado más sensato y duradero habría sido, por supuesto, una coalición de liberales y laboristas. Pero esto iba en contra del tribalismo laborista y la opinión de que, aunque los líderes del partido no albergaban esperanzas en cuanto a la introducción de políticas socialistas, o quizá no la deseaban, al menos debían evitar ser corrompidos por la abierta colaboración con un partido burgués.

Tanto Asquith como Baldwin estuvieron satisfechos de dejar entrar a los socialistas, como en aquella época eran más conocidos, de forma incongruente, pues la visión de MacDonald del socialismo era tan confusa que se perdería en una futura evolución biológica, y la de Snowden, el ministro de Hacienda en perspectiva, estaba completamente subordinada a una opinión gladstoniana de probidad presupuestaria. La opinión de los líderes de los otros dos partidos era que el experimento inevitable de un Gobierno laborista no podía intentarse en circunstancias más seguras.

La opinión de Churchill se hallaba en aguda contradicción. Como continuación de su frenesí antibolchevique de 1919 y su comprensible reacción a su desagradable encuentro con la hosquedad proletaria de Dundee en 1922, contemplaba un Gobierno laborista como una mezcla entre manchar el escudo de armas del Estado británico y dejar entrar el caballo de Troya. El 28 de diciembre, como respuesta a una carta del día siguiente de Navidad de Violet Bonham Carter, escribió una carta suficientemente extrema como para decidir no enviarla. Pero el 8 de enero, comprendiendo que Asquith se hallaba firmemente en la dirección opuesta a sus deseos, escribió sobre «la gran desgracia de que se forme un Gobierno socialista». Su receta era que, una vez que los liberales hubieran derrotado al Gobierno conservador en Protección, a la primera oportunidad deberían votar contra su sustitución por uno laborista porque estaría «compuesto exclusivamente de ministros que son socialistas declarados y cuya política de un impuesto sobre el capital ha sido rechazada decisivamente por la mayor parte del electorado». La vida de éste podía «así terminar en un solo día» con el resultado, según él, de un Gobierno dirigido por Asquith con el «apoyo tácito del Partido Conservador». Creía que la alternativa, como la opinión en el país se endurecería contra «la aparición de la monstruosidad socialista», sería un gran aumento de la fuerza del Partido Conservador, con la clara insinuación de que él mismo podía ser parte de ese aumento.26

Una semana más tarde, y antes de que Violet Bonham Carter hubiera respondido, Churchill incorporó una versión modificada de estas ideas en un manifiesto personal (nominalmente en forma de carta a «un corresponsal») que el Times publicó completa. La hija de Asquith la reconoció como una separación definitiva de sus caminos y contestó con tristeza, y algunos reproches, pero sobre todo con lealtad, aunque la lealtad era más bien hacia su padre y no hacia el viejo amigo por el que ella sentía un persistente afecto: «El discurso de mi padre el jueves fue magistral, lo mejor que jamás le he oído pronunciar. Sensato, generoso, valiente, extremadamente hábil & ingenioso. Los laboristas quedaron auténtica y profundamente conmovidos». Y acababa con una opinión más astuta del futuro de lo que Churchill había demostrado: «Creo que el Gobierno laborista sufrirá por la timidez & la ineficacia de sus miembros, no por su violencia».27

El 21 de enero tuvo lugar la votación decisiva. Baldwin fue derrotado (de acuerdo con sus expectativas) por 328 votos a 256; 137 liberales votaron con el Partido Laborista, diez con los conservadores y seis se abstuvieron. La facción de Churchill, si es que existía, era pequeña. Al día siguiente, Ramsay MacDonald juró el cargo como primer ministro laborista, notablemente poco tiempo después de que su partido hubiera pasado de ser un pequeño grupo de interés especial al amparo del Partido Liberal. Fue un logro por su parte, un salto hacia el poder (o al menos al cargo) que superaba todo lo que había conseguido cualquiera de sus más imperturbables colegas y que no podría ser arrebatado por completo por nada de lo que ocurrió a partir de 1931. Pero Churchill, a pesar de su reacción un poco histérica ante la perspectiva de que un laborista fuera primer ministro, en contraste con la mucho mayor calma de los Asquith, padre e hija, y, de hecho, de Baldwin, tenía no obstante razón en un sentido. No había ninguna amenaza al orden social, pero nada volvió a ser igual desde el punto de vista político. Era la última oportunidad de los liberales de acceder al Gobierno. Después, incluso en la tregua de los laboristas en los años treinta, si iba a haber una alternativa realista a los conservadores durante el resto del siglo, con la excepción de una breve vacilación en 1981-1983, la proporcionarían los laboristas y no los liberales. Hubo una nueva división en la política, que dejó a Churchill firmemente situado a la derecha.

Sin embargo, antes de poder estar de forma muy efectiva en ambos lados, tenía que volver a obtener un escaño en la Cámara de los Comunes, y mientras perseguía esto con su habitual energía y garbo, también lo hizo con una típica falta de contención. «No te precipites» fue el consejo básico que Clementine le envió desde el sur de Francia, donde se hallaba en su habitual larga visita de febrero, al igual que había hecho en 1916 cuando él se encontraba en Flandes y ella en Inglaterra. Eso, sin embargo, fue precisamente lo que él hizo, y bajo lo que ella consideraba los auspicios iniciales más indeseables.

J. S. Nicholson, destilador de ginebra y general de brigada, murió el 21 de febrero (1924), precipitando así unas elecciones parciales en la división Abbey de Westminster, la circunscripción situada inmediatamente enfrente de la tribuna política. Churchill escribió a Clementine, el 24 de febrero, dando una descripción de la zona maravillosamente viva, sucinta y optimista y sobre sus perspectivas allí:

¡Es un distrito electoral asombroso que comprende Eccleston Sq, Victoria Station, Smith Sq, Westminster Abbey, Whitehall, Pall Mall, Carlton House Terrace, parte del Soho, el lado sur de Oxford Street, el teatro Drury Lane & Covent Garden! Es, por supuesto, una de las reservas más selectas del partido tory [...]. Debe de haber al menos un centenar de parlamentarios votantes residentes en la división, & no me costará asegurarme una plataforma m. buena & representativa. Grigg, L. Spears y otros parlamentarios liberales lucharán por mí, y es posible que E. Grey (como residente) me dé su apoyo. También McKenna, creo. Luego, espero recibir una carta de AJB [lord Balfour], también residente. En conjunto, es una oportunidad extraordinariamente prometedora & si sale bien conservaré el escaño mucho tiempo.

Menos tranquilizadoras (al menos para Clementine) eran las primeras frases de esta carta: «Estas elecciones parciales de Westminster Abbey me han caído encima como una tormenta. Rothermere y Max [Beaverbrook] ofrecieron el pleno apoyo de su prensa, & me fue necesario hacer saber en seguida que yo estaba en el ruedo».28

Muchos destacados conservadores, como esperaba Churchill, se vieron atraídos por el atractivo de su figura y, en una época de gran inseguridad política, por el refuerzo que podría aportar. Pero también existía el peso muerto de la ortodoxia de la maquinaria tory local. No está claro si habrían estado preparados para tener a Churchill bajo una franca etiqueta conservadora. En cualquier caso, él creyó que era demasiado pronto para ser tan inflexible y solo iría bajo el título de «antisocialista independiente». Los tories de Abbey no tenían por qué preocuparse demasiado por eso, pues el difunto Nicholson se había presentado bajo el título aún más aparatoso de «conservador antiderroche independiente» en las elecciones parciales de 1921. Los Nicholson no tenían mucha vinculación con el distrito electoral, pero el comité conservador insistió no obstante en presentar a un sobrino de treinta y dos años del antiguo representante en lugar de darle una oportunidad a Churchill.

Esto provocó una gran agitación en los más altos círculos conservadores. Baldwin recorrió ochenta kilómetros para mantener una conversación sobre el tema, durante el almuerzo del domingo, con Austen Chamberlain, su predecesor en el cargo de primer ministro, con el que no mantenía las relaciones más fáciles. Churchill nunca dejó de infundir tensión y excitación a cualquier asunto. La mayoría de los altos cargos conservadores, incluido el propio Baldwin, probablemente querían que Churchill saliera elegido, pero no querían discutir con la asociación local. Austen Chamberlain resumió bien el estado de ánimo cuando escribió a su esposa: «Votaré tranquilamente por Winston sin decir nada al respecto, pero es asombroso lo impopular que es».29 Baldwin intentó mantener la postura de que ningún miembro del Gabinete en la sombra debía apoyar a ninguno de los candidatos de derechas, pero cuando L. S. Amery, tan a menudo el David con la catapulta apuntando contra el Goliat de Churchill, rompió filas declarándose firmemente a favor de Nicholson, Baldwin accedió a que se hiciera público el apoyo a Churchill por parte de Balfour.

La campaña de Churchill tuvo todo el atractivo que le había faltado en Leicester. Recorría el West End de Londres en un autobús acompañado por un trompetista, idea de su nuevo acólito, Brendan Bracken, a la sazón de veintitrés años, que iba a seguir siéndole fiel durante el resto de su vida. Se dice que las chicas del coro del Daly’s Theatre pasaron toda la noche en vela escribiendo sobres para el discurso electoral de Churchill, aunque puede que se hiciera una montaña de un grano de arena y ello se convirtiera en un mito repetido a menudo. ¿Fue toda la noche y fue el coro al completo? Más autentificada está su hazaña de conseguir que un parlamentario conservador presidiera cada uno de sus nueve comités del distrito electoral. Esto era sintomático del revuelo que su campaña causó dentro del partido tory, a nivel local y nacional. La contienda inevitablemente atrajo una atención tremenda, tanto por la fama y la personalidad de Churchill como por el lugar donde se celebraba. Las elecciones parciales, en circunstancias inusuales y con un contendiente que no esté habituado a la rutina de partido corriente (como descubrí primero en el distrito industrial de Warrington y después en el West End de Glasgow en 1981-1982), incluso lejos de Londres, puede atraer un persistente interés por parte de la prensa, además de estimular de forma insólita al candidato, que actúa en un mar desconocido y sin una brújula electoral en la que pueda confiar. Estos factores debieron de verse aumentados varias veces en la división de Abbey. Por lo tanto, no sorprende que, casi diez años más tarde, Churchill lo describiera como «las elecciones incomparablemente más excitantes, emocionantes y sensacionales en las que jamás he participado».30

No ganó, aunque durante la mañana del recuento (20 de marzo) corrieron por Londres rumores de que lo había hecho. En el primer recuento, estaba fuera por treinta y tres votos. Luego, cuando su whip hubo solicitado un nuevo recuento, como era natural pero, como se vio después, erróneamente, estaba fuera por cuarenta y tres. Era un resultado exasperante pero no obstante muy bueno para él. Había demostrado su capacidad para atraer votos en un distrito electoral rico, mucho más adecuado para él que Dundee o Leicester Oeste, y lo había hecho sin crear la mezcla de amargura y farsa que habría surgido si, bajo la etiqueta que había elegido de «independiente y antisocialista», hubiera dejado entrar a los socialistas. El candidato laborista era Fenner Brockway, quien, posteriormente, como par de izquierdas pronunciaría discursos en la Cámara de los Lores hasta la edad de casi cien años, pero que en estas elecciones de 1924, a pesar de que gozaba de considerables poderes para atraer publicidad, le resultó difícil tener una oportunidad. Brockway obtuvo poco más de seil mil votos contra los ocho mil cien obtenidos por los dos rivales. El escaño fue uno de los pocos que fue lo bastante conservador como para permitir semejante justa sin que los laboristas se metieran de por medio.

Además, Churchill había realizado la paradójica hazaña de oponerse a un conservador oficial (muchos de los conservadores más prominentes medio deseaban que ganara él) mientras avanzaba en una dirección más conservadora. En el discurso que pronunció en la víspera de las elecciones había pasado de la idea de una coalición conservadora-liberal a combatir el socialismo, y dio un paso más al defender un Partido Conservador unido «con un ala liberal». Evidentemente, Churchill se estaba convirtiendo en un impaciente candidato para esa ala liberal dentro del Partido Conservador.

Había cruzado el río, pero aún tenía que negociar algunos difíciles rápidos cerca de la orilla conservadora. Durante la última etapa del paso de una orilla a otra había hecho una brillante elección de remero. Sir Archibald Salvidge era una insólita combinación de «jefe» de ciudad tory (en Liverpool) y hombre con auténticas reivindicaciones de su capacidad de gobernar. Era empleado de una fábrica de cerveza y llegó a director general. Pero la obra de su vida había sido la creación de la Asociación del Trabajador Conservador de Liverpool, basada en una mezcla de unionismo protestante y de comercio de la cerveza, aunque con un toque considerable de orgullo cívico. Cuando Salvidge (nacido en 1863) era joven, lord Randolph Churchill, con su democracia tory, había sido su héroe natural. A pesar de esto, los primeros contactos de Salvidge con Winston Churchill no fueron positivos, pues cuando en 1903 Churchill lo invitó a asistir a una cena de los librecambistas unionistas en la Cámara de los Comunes, Salvidge salió diciendo que era una conspiración contra Joseph Chamberlain, un líder que no significaba «para las masas de los Midlands industriales y del norte más que todos nosotros juntos».31 Sin embargo, en los años de la coalición de Lloyd George, él y Churchill avanzaron juntos. Salvidge apoyó la fusión de los elementos conservadores y liberales del Gobierno y el Tratado de Irlanda de 1921, lo cual fue muy valiente para un unionista de Liverpool.

A principios de abril (1924), Churchill pidió a Salvidge que cenara en Londres con vistas a conseguir que organizara una concentración de conservadores y liberales en Liverpool con motivo de un importante discurso de Churchill. Salvidge dijo que sería mejor que fuera un acto solo de conservadores, lo que él garantizaba sería bien recibido. El 11 de abril entregó una invitación unánime del «comité central de la Asociación del Trabajador Conservador de Liverpool, representando a veintitrés ramas en las once divisiones parlamentarias, y el comité ejecutivo de la Federación Unionista de Mujeres»,32 que Churchill aceptó para el 7 de mayo. Le pidieron que hablara sobre los «Peligros actuales del movimiento socialista», y, cuando llegó el día, Churchill, casi huelga decirlo, ofreció un discurso de denuncia. Salvidge cumplió bien su parte del trato proporcionando un público de cinco mil personas.

Churchill manejó la ocasión con facilidad, aunque posteriormente no creía que hubiera sido uno de sus mejores discursos. Fue el primer mitin conservador en el que había hablado tras más de veinte años, aunque, como señaló, durante casi la mitad de ese período había colaborado en las coaliciones de Asquith o Lloyd George con los principales conservadores. Clementine, que lo acompañó, encontró la ocasión más un choque cultural, y es improbable que se quedara levantada hasta las dos de la madrugada mientras él deslumbraba a sus anfitriones, tras la cena en el Hotel Adelphi, con una versión más extrema e indiscreta del discurso que acababa de pronunciar. Se hallaba a orillas del Mersey, pero se había recruzado un Rubicón.

Ahora tenía que conseguir un escaño conservador que podría ganar en las siguientes elecciones generales. Era incierto lo cerca que se hallaba esto. El Gobierno laborista, con el presupuesto cauto aunque hábil de Snowden y la política exterior de elevada categoría de MacDonald, había empezado mucho mejor de lo que incluso los amigables liberales, y mucho menos Churchill, habían esperado. No obstante, pocos le daban mucha vida. Churchill rechazó algunas ofertas inmediatas de Ashton-under-Lyme, Kettering y Royston. Quizá seguía algún consejo que Clementine le había escrito tres meses antes: «Sin embargo, no dejes que los tories te consigan demasiado barato. Te han tratado muy mal en el pasado & hay que hacérselo notar».33 Y a él aún le costaba presentarse con una etiqueta completamente conservadora. Sin embargo, sabía que sir Stanley Jackson, el whip conservador jefe, estaba de su lado.

Durante el verano, Jackson le dijo que tenía pensado para él Richmond-on-Thames o Epping. Richmond se evaporó, pero Epping prosperó. Se trataba de una mezcla de suburbios de Londres medianamente ricos y zona rural del West Essex. Era un territorio conservador básicamente seguro, pero los funcionarios locales se habían puesto nerviosos a causa de un fuerte desafío liberal ocurrido en 1923, que había reducido su mayoría a mil seiscientos votos. Esto aumentó la atracción de Churchill hacia ellos. Además, tenían una actitud debidamente deferente hacia un parlamentario estadista. Cuando, en septiembre, quisieron que Churchill conociera al Consejo de la Asociación Conservadora en pleno, la montaña fue a Mahoma. La reunión se celebró en la City de Londres, no en lo que Curzon había llamado «esos ignorantes suburbios». Su decisión favorable fue abrumadora, por no decir casi unánime. El asunto se complicó con la cuestión de la etiqueta. No querían que fuera «independiente». Se acordó que podría ser «constitucionalista», significase lo que significara esta palabra. De momento, Churchill no ingresó ni en el Partido Conservador ni en el Carlton Club.

Aquel mismo mes de septiembre de 1924 se organizó para él una ceremonia tipo «entrada de la reina de Saba», con todas las trompetas sonando, en Edimburgo. Se dirigió a los conservadores escoceses en el Usher Hall. Balfour lo presentó. Edward Carson y Robert Horne estaban en la tribuna. El Gobierno laborista fue derrotado en la Cámara de los Comunes el 8 de octubre, y el día 30, en las terceras elecciones generales en tres años, Churchill reapareció por Epping con 19.843 votos, contra 10.080 para el candidato liberal y 3.768 para el laborista. La amenaza del socialismo no era muy fuerte en Epping, que (posteriormente rebautizado como Woodford), a diferencia de Dundee, resultó un escaño para toda la vida, aunque en 1938-1939 habría algunos problemas internos con parte de la Asociación Conservadora. Pero esto estaba muy lejos de 1924.