Desde otra vida

Y entonces se vieron y se reconocieron. Tal vez en ese momento no lo sabían. El destino los había hecho jugar a las escondidas durante muchos años. Ella se consumía en un amor que verdaderamente nunca la amó. Él se debatía entre lo que creía que era el amor para toda su vida. Quebrados desde el alma hasta el corazón, con astillas que les rasgaban segundo a segundo la piel, se encontraron. Una calle. Un café. Una noche de invierno. Un presentimiento. Cupido en vigilia. Esta vez tenían que mirarse bien y reconocer sus almas; esas, las que se habían unido en otra vida.

Latidos. Él llegó tarde a la cita. Ella, impaciente. Sonrieron, y por dentro un temblor les devolvió la esperanza. Luces tenues. Allí estaban, sin saber que esa noche todo cambiaría para siempre. Eran fuertes. Eran dos vendavales en sus formas de amar, por eso habían atravesado el desamor con lágrimas y estoicismo. Se habían lavado las heridas de tanto llorar. Se habían vaciado hasta llegar a no ser nada. Y, en ese momento, el destino y Cupido los ponía frente a frente para abrazarse de una vez y para siempre, para enlazarse con un amor que iba a poder contra todo, porque ese amor venía arraigado en las raíces de otras vidas, las anteriores y las próximas.

El silencio se apoderó de los corazones que estaban a punto, a punto de entender quiénes eran y quiénes eran juntos. El beso, como un haz de luz, los envolvió, les arrojó las inseguridades al viento, les selló con dulzura los labios; se murieron de amor y se emocionaron preguntándose por qué habían tardado tanto tiempo en reconocerse. ¿Cuántas veces se habrían cruzado en esta vida sin reconocerse? ¿Cuántas veces se habrían visto sin mirarse por dentro? ¿Cuántas veces le habrían suplicado a Dios por un amor que les devolviese la sonrisa? ¿Cuántas veces habrían querido escapar de la cárcel sentimental en la que vivían?

Y entonces se vieron, y se reconocieron.

En ese momento no lo sabían, pero ellos se venían amando desde otra vida.