Caminaba sin rumbo. En su paso, se deslizaban lágrimas. El frío lo envolvía. El corazón temblaba porque ella se había marchado. Hubiese querido detenerla para besarla y recordarle lo que eran juntos. No había posibilidades. Ella no volvería. Con el alma astillada se sentó debajo de un árbol. Dolor. Desolación. Sin comprender nada. Preguntas vacías que yacían sobre respuestas vanas. Lo había dado todo. No se guardó nada. Pero ese amor no alcanzaba. Yo, desde mi ventana, lo miraba y pensaba: «Un amor así quiero, un amor así».