No era fácil quererla
con sus días nublados
y su pasado a cuestas,
con sus labios
sin sonreír
más de una vez,
y su ausencia etérea
que no dejaba comprender.
No era fácil quererla
cuando solo se encerraba
a escribir
y se preguntaba una y otra vez
por qué su mente la agobiaba
con tantas angustias
que ya debía arrancar de su piel.
No era fácil quererla
porque lo mundano
le parecía extraño
y ajeno a su esencia.
Se sentía invadida
por seres y objetos
que no eran de su naturaleza.
No era fácil quererla
porque el amor lo vivía
en el trazado de cada letra,
en la emoción de cada beso
hecho palabra
y en la pasión de ese abrazo
recordado.
No era fácil quererla
con ese espíritu libre
que se escondía en
sus miedos imaginarios
y en las inseguridades
marcadas en su cuerpo
a través de los años.
No era fácil quererla
sin ofrecerle una mañana
con aroma a café,
una rosa turquesa en su almohada
y una promesa
de que nunca más la dejaré caer.