El mozo trae el té a la mesa
Y, mientras tú te lo bebes,
mis ojos se posan en tu boca
y te arrancan los besos
gota a gota.
Nadie se entera del dulce recorrido
que hace mi mirada
cuando la estrella de tu marea
se inquieta
porque ha sentido mis pupilas
como muelles de noche
escoltando a tu pensamiento.
Las palabras que nacen
de tus labios
se derrumban en el silencio
porque mi corazón, apurado,
se adelanta a latir
desesperado
y no escucha más que
su propia melodía
de cántaro despejado.
Qué belleza más profunda
guardan las colinas de tus mejillas
que encerradas en su propia lozanía
evitan el susurro provocador
de mi beso fugaz.
Mas nunca te enteras
de mi secreto clandestino
que yace enamorado
en el borde de mis labios,
porque nunca hablarán
de lo que ahora he hablado.
El mozo trae el té a la mesa
y yo nuevamente no he dejado
de entregarme a la vigilia
que efectúan mis ojos
cuando se beben,
sin rozar ninguna taza,
el calor de tus labios.