Últimamente Duchess tenía un sueño muy ligero, así que, cuando oyó los golpecitos contra la ventana, se levantó al momento y se puso un suéter y unos vaqueros.
Robin dormía profundamente a su lado, en una postura fetal que hacía pensar en el bebé que había venido al mundo en el hospital de Vancour Hill.
Ella se asomó a la ventana y mostró el dedo medio. Se puso las zapatillas deportivas y bajó las escaleras sin hacer ruido hasta salir al frío de la noche.
El recién llegado llevaba puesta una bufanda y un gorro de lana, su bicicleta estaba apoyada en la verja.
—¡Joder, Thomas Noble! Le estabas tirando piedrecitas a la ventana de Mary Lou.
—Lo siento.
—¿Has venido en bici?
—He salido a la hora de cenar. Le dije a mi madre que iba a dormir en casa de unos amigos.
—Pero si tú no tienes amigos.
—Ahora me relaciono bastante con Walt Gurney.
—¿Ese chico que tiene el ojo mal?
—Sólo es contagioso si lo tocas.
Llevaba un abrigo tan grueso que parecía que tenía el cuerpo envuelto en neumáticos.
Echaron a andar por el extenso jardín. Tras los árboles desnudos había un pequeño estanque artificial. Robin se había pasado una hora sentado junto a las aguas hasta que la señora Price le reveló que no había peces.
Se sentaron en un banco de piedra, a la luz de la media luna y las brillantes estrellas.
—Harías mejor en ponerte guantes de verdad: ni siquiera Robin lleva mitones.
Thomas le cogió la mano y, sin querer, le sopló el aliento. Se preparó para recibir una reprimenda, pero Duchess guardó silencio.
—Después de lo sucedido, en el periódico han estado hablando de ti. He recortado todos los artículos.
—Ya los he leído.
—Ojalá volvieras al instituto.
Duchess contempló la casa dormida de los vecinos. Se levantaban por las mañanas, iban al trabajo, pagaban las facturas. Se iban de vacaciones. Se preocupaban por la jubilación, asistían a las reuniones de padres en el colegio. Sopesaban qué nuevo coche iban a comprarse y adónde irían por Navidad.
—Me caía bien Hal. A veces daba un poco de miedo, es verdad, pero a mí me caía bien. Lo siento mucho por ti, Duchess.
Duchess había hecho una bola de nieve y estaba apretándola con fuerza, la mano comenzaba a dolerle.
—Estoy pensando qué es lo que voy a hacer ahora. Supongo que aprender a respirar otra vez. No puedo joderlo todo, eso lo tengo claro. Y esa chica, Mary Lou... le cortaría la cabeza a la muy perra.
Thomas se ajustó el gorro hasta taparse las orejas.
—Tengo que volver a Cape Haven: le he prometido a Robin que voy a encontrar una casa de verdad para los dos, una casa para siempre. Es lo único que le importa.
—Pregunté a mi madre si podríais venir a vivir con nosotros, pero...
Duchess lo hizo callar con un gesto con la mano. No hacía falta que le viniera con explicaciones.
—En vista de lo bien que se lleva con el cartero, cualquier día de éstos te sorprende con un hermanito.
Thomas frunció el entrecejo.
—Yo no necesito a nadie —dijo ella—, pero mi hermano... El pobre no es más que un bebé, o casi. Voy a hacerte una pregunta, Thomas. ¿Tú crees que alguna vez nos comportamos de forma verdaderamente generosa y desprendida?
—Claro que sí, cuando me acompañaste al baile del colegio, por ejemplo.
Ella sonrió.
—El invierno es la estación que más me gusta. La que más me gusta de todas, y eso que en Montana tenemos un invierno bastante largo.
—¿Y por qué te gusta?
Thomas levantó la mano atrofiada, que el mitón cubría en su totalidad.
—Por eso llevas mitones.
—Por eso.
—Hubo una vez un forajido llamado William Dangs, un cabronazo, pero era un tirador de la leche. Atracó tres bancos seguidos antes de que lo pillaran. Y le faltaba un brazo, ¿sabes? Se lo amputaron a la altura del hombro.
—¿De verdad?
—Sí.
Era una suerte que Thomas fuera incapaz de advertir que estaba mintiendo.
Ella empezó a tiritar.
Thomas se quitó el abrigo y se lo puso sobre los hombros.
Y a continuación empezó a tiritar.
—Es muy posible que nos envíen muy lejos de aquí —dijo ella—. A cualquier punto del país. Si es que alguien nos acepta, claro.
—Iré a veros en bici, da igual donde estéis.
—Yo no necesito a nadie.
—Lo sé: eres la chica más dura que he conocido en la vida. Y la más guapa también. Y sé que es probable que me pegues, pero pienso que mi mundo es infinitamente mejor desde que estás en él. Los chicos antes no hacían más que mirarme, cuchichear y reírse de mí. Pero ya no. Y yo sé que...
Y ella entonces lo besó. Era su primer beso en la vida, y también el de él. Thomas tenía los labios fríos y la nariz helada al contacto de su mejilla, y estaba demasiado atónito para responder con un beso de verdad. Duchess se separó y se volvió hacia el estanque helado.
—No digas nada —le espetó.
—Yo no he dicho nada.
—Pero ibas a hacerlo.
Exhalaban vaho.
—Hal decía que empezamos por el final.
—¿Y en qué punto nos encontramos ahora?
—No sé si importa demasiado.
—En cualquier caso, espero que podamos estar aquí un poco más.
Se cogieron de la mano, se levantaron y volvieron andando por el jardín, donde la primavera estaba sepultada en lo más hondo. Dentro de la casa estaban su maleta y su hermano, lo único que tenía en este mundo. Duchess no sabía si eso la hacía libre o sólo indicaba que estaba maldita.
Thomas cogió su bicicleta y quitó la nieve del sillín con la mano.
—¿Cómo me has encontrado? —preguntó ella mientras le devolvía el abrigo.
—Mi madre estuvo hablando con la trabajadora social.
—Claro.
Thomas se montó en la bici.
—Una cosa más —dijo ella—. ¿Por qué has venido esta noche?
—Porque quería verte.
—¿Y? Sé que hay algo más, dímelo.
—Estoy buscando a Darke. Todos los días, cuando salgo del colegio, voy al rancho de Radley y recorro los bosques en bici.
—Igual terminas por encontrar un cadáver.
—Eso espero.
Thomas avanzó por el camino con la bici, Duchess lo siguió hasta la calle. Los buzones de los vecinos estaban perfectamente alineados, cada uno con el nombre de una familia: Cooper, Lewis, Nelson... A Robin le gustaba leer los nombres pintados en los buzones, imaginarse su propio apellido en uno.
—Thomas.
El chico se detuvo, llevó un pie a tierra y la miró por encima del hombro.
Ella le dijo adiós con la mano.
Él hizo lo mismo.
Al volver a su cuarto, Duchess se encontró a Robin llorando en un rincón, tapándose la cara con las manos.
—¿Qué te pasa?
—¿Dónde estabas? —gimoteó.
—Thomas Noble ha venido de visita.
—La cama...
Duchess miró las sábanas desordenadas.
—He mojado la cama —dijo él angustiado—. He estado soñando con lo que pasó aquella noche. Oí cosas, oí voces.
Duchess lo abrazó y lo besó en la frente. Lo ayudó a quitarse los pantalones y la camiseta, lo hizo meterse en la bañera y lo lavó.
Le puso un pijama limpio y lo metió en la cama otra vez. Cuando por fin se durmió, puso manos a la obra y empezó a desvestir el colchón.
Tumbado en la cama, Walk estaba repasando lo que sabía con certeza: Darke había dado una falsa coartada la noche en que asesinaron a Star. Milton le había hecho una visita. Era posible que hubieran salido a cazar juntos, pero él no terminaba de creérselo. Milton se había esfumado, su casa y su tienda estaban a oscuras. No valía la pena llamar a los moteles de la zona, pues Milton hacía acampada libre cuando salía de caza, se desplazaba a su aire, disfrutando de la soledad que en Cape Haven le resultaba insoportable.
Faltaba una hora para el amanecer cuando se levantó y se vistió. Bebió café, subió al coche y condujo hasta Cedar Heights.
Nadie montaba guardia en la caseta de entrada durante la noche, por lo que aparcó bajo los árboles que se mecían a la débil luz del amanecer. Cruzó la calle andando y entró en el recinto por la pequeña puerta lateral.
No había luz en ninguna de las casas, tampoco en la que estaba al final de la calle. Avanzó con despreocupación, sin esforzarse en ocultar el rostro, captado con toda seguridad por las cámaras. No sabía si era por la falta de sueño o por el tembleque del cuerpo, pero esa mañana no le importaba una mierda meterse en problemas.
Fue por el lateral de la casa, abrió la verja y entró en el jardín. Se detuvo cuando vio que en la puerta posterior de la casa faltaba uno de los pequeños paneles de cristal. Lo habían quitado limpiamente, con toda probabilidad sin hacer el menor ruido. Se acordó de los dos individuos que andaban buscando a Darke. Metió la mano por el hueco y giró el picaporte.
En el interior no se veía nada de particular. El televisor estaba apagado, el cuenco con frutas de plástico seguía en su lugar de siempre. Subió por las escaleras y examinó los dormitorios. Todos estaban perfectamente arreglados, como si una familia modelo hubiera dejado la casa un rato para que los potenciales interesados vieran cómo vivían.
Miró bajo la cama, levantó las sábanas, tiró la almohada al suelo y se llevó una sorpresa: en la cama había un suéter pequeño de color rosa, el suéter de una niña. Pensó en llevárselo y más tarde darle alguna explicación a Boyd, pero finalmente lo dejó donde estaba, no sin antes hacer una anotación en el cuaderno para acordarse.
Entonces vio el destello de unas luces.
Agachó la cabeza y fue hasta la ventana. Oyó el motor en marcha de un coche aparcado. Se arriesgó a echar una mirada: un sedán distinto, pero con los mismos dos tipos de la otra vez. El de barba bajó la ventanilla, iluminado por el resplandor de su cigarrillo, y miró hacia la casa.
Walk sintió los latidos de su propio corazón.
Transcurrieron quince minutos hasta que dieron marcha atrás, giraron y se fueron a poca velocidad. Esta vez, él tuvo buen cuidado de anotar la matrícula.
Volvió a la cocina, encendió las luces y rebuscó en los armarios y alacenas.
De apronto se arrodilló y miró las baldosas con atención.
Era sangre, estaba claro. Por poco la había pasado por alto.
La furgoneta de la policía científica tardó tres horas en llegar, y eso que le habían hecho un favor. Tana Legros respondió a su llamada cuando estaba a punto de irse a casa. Una vez Walk había pillado a su hijo fumando marihuana en una fiesta en Fallbrook, reconoció su apellido y lo llevó a su casa en lugar de ponerle una multa: Tana se lo agradecería hasta el final de sus días.
Cuando Moses llegó a la caseta de entrada, Walk hizo lo posible por hablar con él, pero no tardó en comprender que lo más conveniente era pasarle discretamente un billete de veinte pavos.
Volvió a la casa y fue a la parte posterior, donde encontró un pequeño despacho. El ordenador era falso, sólo la carcasa de plástico.
Tana se presentó acompañada de un técnico, un joven metódico e impaciente. Éste hizo un gesto de desaprobación cuando Tana se bajó la mascarilla un momento y señaló el suelo de la cocina. Con las persianas bajadas, la sustancia reactiva que acababa de aplicar hizo resplandecer el suelo.
—Joder —dijo Walk—. Es sangre, ¿verdad?
—Sí —respondió ella.
—¿Hay mucha?
—Sí.
—¿Puedes averiguar a quién pertenece?
—A ver, un momento. ¿Tienes autorización para estar aquí?
Walk calló.
—En tal caso, me temo que no puedo llevarme esta baldosa.
—Lo siento.
—Pero sí voy a llevarme una muestra para analizar. Dame alguna cosa más y podré hacerte un perfil, aunque no servirá de nada si no podemos cotejarlo con la base de datos.
Walk pensó en los dos hombres que andaban detrás de Darke y de pronto se acordó de Milton.
Aparcó sobre la acera, atravesó corriendo el jardín y aporreó la puerta de la casa.
—¡Milton! —gritó.
Volvió a la acera y alzó la vista hacia las ventanas del piso de arriba. Oyó un ruido, se volvió y vio a Brandon Rock cortando el césped de la casa vecina.
—Oye, ¿has visto a Milton?
—Está de vacaciones.
Brandon tenía un aspecto horroroso: llevaba gafas de sol y necesitaba urgentemente un buen afeitado. Su cabello ya no tenía su look ochentero, sino que le caía sobre la frente y las sienes.
—¿Estás bien, Brandon?
—¿Leah no te ha contado?
—¿El qué?
—Esos dos ya ni se hablan, lo más seguro es que Leah ni esté al corriente —dijo Brandon con voz ronca.
—¿Qué ha pasado, Brandon?
—Ed me ha despedido.
Walk dio un paso hacia él y percibió el olor a alcohol.
—A mí, a John y a Michael.
—Lo siento.
Brandon hizo un gesto de resignación, se dio la vuelta y echó a andar hacia el interior con paso vacilante.
—El mercado está deprimido, la economía no chuta... idioteces. Ed ha terminado por hundir el negocio, eso es lo que ha pasado. Siempre de juerga, siempre de copas, siempre con las tías. Se pasaba el día metido en el Eight, más tiempo que yo mismo, ¡y mira que ese lugar era como mi casa!
Walk arrastró un cubo de la basura, se puso de pie sobre él, se encaramó al muro que daba al jardín trasero de Milton y se dejó caer al otro lado. Sintió un estremecimiento en los huesos al aterrizar.
Encontró las llaves bajo la falsa piedra decorativa de siempre. Cinco años antes, Milton había acogido un perro callejero, un chucho que estaba en los huesos, pero que acabó por engordar de tal modo que un año después hubo que sacrificarlo: tanta carne no podía ser buena. Walk le había hecho el favor de ir a darle de comer al perro cuando el padre de Milton murió y él tuvo que marcharse unos días.
Entró en la casa.
Olió a sangre nada más cruzar la puerta y se imaginó que era el olor que Milton llevaba consigo a todas partes. En la pared había un calendario con dos semanas subrayadas en rojo, Milton incluso había marcado con un círculo el día en que debía volver a la carnicería.
—¡Milton! —gritó, por si estaba bañándose. Al momento se esforzó en borrar de su mente aquella imagen de pesadilla.
Nada en la sala de estar.
Subió por las escaleras y miró en la habitación para invitados: un colchón en el suelo, sin sábanas. Entró en el dormitorio principal.
Todo estaba en orden. La cama estaba cubierta con una gruesa manta a pesar del calor que hacía. Había una cómoda antigua con espejo, acaso heredada de su madre. En la pared, una gran cabeza de ciervo montada en caoba. Sus ojos muertos llevaron a Walk a preguntarse qué clase de hombre se empeñaba en dormir vigilado por una mirada tan fúnebre.
Había también una estantería con libros, sobre caza en su mayor parte. Un manual para fabricar trampas, unos mapas de regiones agrestes. Ninguno de astronomía.
Fue a la ventana y se acercó al telescopio Celestron. Le pasó el dedo y vio que estaba cubierto de polvo, como si Milton no hubiera usado el aparato en un año. Miró por el visor y se sorprendió al comprobar que el telescopio no apuntaba al cielo, sino a la casa de enfrente.
A una ventana precisa.
La ventana del dormitorio de Star Radley.
Pensó en Milton, siempre dispuesto a ayudar, a ir y venir con la Comanche, a sacarle la basura a Star, a darle carne a Duchess para que la llevara a casa. Walk siempre lo había tenido por un hombre algo excéntrico, incomprendido, pero buena persona en el fondo. Masculló una imprecación y se puso a revolver en los cajones.
Encontró un maletín bajo la cama, lo sacó y lo dejó sobre el colchón. En el lomo estaba escrito con rotulador: GRUPO DE VIGILANCIA DEL BARRIO.
El interior estaba ordenado, las fotos, catalogadas.
Centenares de fotos. Algunas hechas con cámara Polaroid, otras de mejor calidad. Cogió una: Star desvistiéndose, sólo con las bragas, los pechos al aire. Todas eran por el estilo. En otras imágenes aparecía vestida, trabajando en el jardín. En alguna que otra también salían Duchess y Robin, pero era evidente que el fotógrafo no estaba interesado en ellos. Más fotos de desnudos: Star agachándose para coger algo del suelo, Star quitándose la ropa antes de acostarse.
—El puto Milton de los cojones.
Algunas de las fotografías eran antiguas: Milton llevaba diez años haciendo de mirón. Vio un par en las que Star aparecía junto a un amigo suyo de por entonces. Ahora mismo no recordaba el nombre del tipo. Imaginó a Milton relamiéndose, convencido de que los iba a inmortalizar follando, pero al parecer tuvo que conformarse con unas cuantas fotos en las que Star despedía al sujeto con un beso y a continuación éste iba a acostarse en el sofá de la sala de estar.
Walk se detuvo.
Acababa de ver una pequeña carpeta con la inscripción 14 de junio.
El día en que asesinaron a Star.
La mano le temblaba cuando comenzó a pasar las páginas. Nada: sólo hojas en blanco. Masculló unas cuantas palabrotas.
Miró alrededor por última vez y decidió dejarlo por ese día. Llamó a la comisaría. Pudo percibir el asombro en la voz de Leah Tallow cuando le contó lo que había averiguado.
Estaba decidido a ponerle las esposas a Milton tan pronto como lo encontrara.