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Sentado frente al escritorio, Walk sacó la botella de Kentucky Old Reserve del cajón, desenroscó el tapón y bebió un largo trago.

Cerró los ojos, saboreó el fuego. No tenía muchas ganas de celebrar, la verdad. Vincent no había dicho una palabra durante el trayecto en coche hasta su casa. Ni siquiera llegó a sonreír, se contentó con estrecharle la mano a Martha May. Walk felicitó a Martha por su buen desempeño, pero la miró y en sus ojos percibió lo que ambos sabían a la perfección. Era una victoria hueca. La fiscal del distrito había salido hecha una furia de la sala.

Bebió un poco más hasta que los contornos de la noche fueron matizándose, hasta que sus hombros se relajaron un poco y su cuerpo dejó de resultarle agotador.

Contempló el montón de documentos en la bandeja del escritorio. Se remontaban a un año atrás, papeleo de rutina en su mayoría. Había apartado todo cuanto no tuviera que ver con Vincent King y Dickie Darke. La única cosa sobre la que no habían mentido en el juicio era el estado en que tenía su despacho.

Echó mano a los papeles y empezó a hojearlos: la firma de Valeria por aquí, multas de tráfico por allá, un caso de vandalismo urbano, un posible allanamiento de morada. Se encontró con un par de notificaciones hechas por la policía estatal y con un mensaje dejado por cierto médico, el doctor David Yuto, en respuesta a su llamada.

Walk trató de hacer memoria. Le costó lo suyo y se sintió muy frustrado, pero terminó por acordarse: la autopsia de Baxter Logan, el hombre al que Vincent había matado en la cárcel de Fairmont.

Consultó el reloj. Era tarde, pero marcó el número de todas maneras. Yuto respondió al primer timbrazo. Resultó que era su última semana de trabajo: se jubilaba. Se estaba afanando en dejarlo todo preparado para su sucesor en el cargo, una persona veinte años más joven cuya experiencia profesional no era ni remotamente comparable. Hablaron de esto y aquello un minuto más hasta que Walk terminó por mencionar el caso Logan. Yuto necesitó otro minuto para dar con el expediente.

—¿Qué más necesita saber? —preguntó.

—No estoy muy seguro, la verdad. Algún detalle más, supongo. Me pregunto si...

—Por entonces no éramos tan puntillosos ni hacíamos pruebas de ADN, pero sí que apunté la causa del fallecimiento: traumatismo encefálico.

Walk bebió otro sorbito de licor y apoyó los pies en el ajado escritorio.

—Así de fácil, ¿eh? Un solo puñetazo y...

—De un solo puñetazo nada: bastaba ver cómo estaba el cadáver de Logan para darse cuenta.

Walk fijó la vista en el vaso.

—Me acuerdo de que Cuddy, el director, me llamó. Por entonces era un joven, claro está, todavía no había heredado el cargo de su padre. Pero me dijo que no perdiera mucho el tiempo con Logan: los violadores no son muy queridos en Fairmont, que digamos. Apunté la causa del fallecimiento y pasé a otra cosa.

—Por lo que entiendo, a Logan le pegaron una paliza... ¿muy seria?

Yuto suspiró.

—Ha pasado mucho tiempo, pero hay casos que uno nunca llega a olvidar. No le quedaba un solo diente, tenía las cuencas oculares reventadas y la nariz fracturada de tal modo que estaba achatada por completo, pegada a la cara.

—Pero fue una pelea, ¿no? Vincent King estaba luchando por su vida.

—Qué quiere que le diga, amigo. Fue una pelea, supongo, pero a Logan le siguieron pegando mucho después de que la pelea hubiera terminado.

Walk se acordó de las tres costillas fracturadas en el cadáver de Star. Le dio las gracias a Yuto y colgó.

Tragó saliva. Tenía la boca reseca pero seguía notando el áspero sabor del whisky. El corazón se le había acelerado. Se levantó, salió de la comisaría y echó a andar por las calles. Era noche cerrada ya: tan sólo se divisaban la luna que cabalgaba sobre las aguas y el brillo de las embarcaciones que cruzaban por la bahía.

El viento sabía a sal. Él se esforzaba en poner los pensamientos en orden, pero éstos cobraban vida propia y formaban unas imágenes que habría preferido no ver. Avanzó por Brycewood Avenue, donde vivían unos vecinos a los que conocía de los veranos de su juventud, cuando el pueblo era todo suyo.

Se detuvo al llegar al final de Sunset, cuando vio a Vincent al otro lado de la calle, de espaldas a él, moviéndose con sigilo y rapidez vestido con unos vaqueros negros y una camisa oscura. Contuvo el impulso de llamarlo y empezó a seguirle los pasos, manteniéndose a distancia. Se preguntó qué sentía Vincent en aquel momento, después de haberse librado de la muerte por los pelos.

Fueron andando los dos por la calle. Al cabo de un par de minutos, Vincent se encaramó por un muro gris de piedra cuyos bordes angulosos se recortaban contra la tenue luz de una farola. Sin perder un segundo, se dirigió al Árbol de los Deseos y se agachó. Un momento después estaba otra vez en pie, mirando a uno y otro lado de forma precavida.

Un coche apareció calle arriba y avanzó iluminando la ladera con sus faros. Walk se escondió en las sombras. Alarmado, Vincent se alejó a rápidas zancadas hasta situarse lejos del barrido de los faros y perderse en la noche.

Dejó que pasara el automóvil, se encaramó por el muro a su vez y se dejó caer sobre las altas hierbas. Ya en el árbol, empezó a palpar la tierra a ciegas. Echó mano al móvil y encendió la linterna.

En la base del árbol había un hoyo pequeño, apenas visible.

Hincó la rodilla en tierra, metió la mano y sacó un revólver.