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Walk pasó toda la noche y todo el día siguiente lidiando con las secuelas de lo ocurrido.

Ante las preguntas del cuerpo de policía del condado de Iver apenas respondió nada. Los investigadores locales no alcanzaban a entender la irrupción de Darke en la casa de los Noble. Walk no fue de gran ayuda al respecto: dijo que estaba enfermo y exhausto, y que escribiría un informe pormenorizado en los próximos días. No mencionó a Duchess ni la cinta de grabación, ya encontraría alguna explicación que le conviniera.

Subió al coche de alquiler y condujo sin descanso hasta llegar a un lugar donde podía dormir: un motel a cincuenta kilómetros de cualquier parte.

Se tumbó en el cuarto cochambroso y pensó en Duchess, perdida en el mundo. Esa vez no se rebeló contra los temblores de su cuerpo, que aceptó con resignación. Los pantalones le venían anchos hasta tal punto que se había hecho tres nuevos agujeros en el cinturón. Al mirarse al espejo veía una máscara ceñuda en lugar del rostro sonriente de otros tiempos. La gente siempre decía que él nunca cambiaría. «Pues ya ven que sí», pensó.

En el cajón de la mesita había una Biblia, un bolígrafo y papel. Había llegado el momento de dimitir, por lo que redactó la carta que entregaría junto con la placa. Aún había preguntas sin respuestas, que quizá nunca obtendría, pero haría lo posible por encontrarlas. Lo intentaría con todas sus fuerzas, por la chica y por el niño.

Llamó a Martha y le dejó un mensaje en el contestador, un mensaje extenso e inconexo, lleno de divagaciones, en el intentaba decirle que se encontraba bien, pero que ella probablemente no se creería. Se despidió con la promesa de volver a llamarla una vez que hubiera dormido un poco... y le dijo que lo sentía, que lo sentía mucho más de lo que era capaz de expresar.

El móvil sonó a las nueve.

Supuso que era Martha, pero se encontró con la voz de Tana Legros, de la policía científica. Walk le había pedido que le echase una mano, pero no había insistido demasiado.

—Me pediste que analizara las muestras —le recordó ella—. He estado dejándote un mensaje tras otro durante el último mes.

—Lo siento, he estado muy...

—He estudiado el arma del crimen.

—La sangre en casa de Darke era de Milton, ¿no?

—Pues no: es sangre animal, no humana.

Walk se pasó la mano por los cabellos acordándose de que Milton y Darke habían salido juntos de cacería.

—¿Sangre de ciervo?

—Podría ser.

—Entendido.

—¿Estás bien, Walk?

—El revólver, ¿has encontrado algo?

—Unas huellas, sí.

—¿De Vincent King? —Walk contuvo la respiración: había llegado el momento de la verdad, del todo o nada.

—Pues no.

Walk acusó el golpe, pero no dijo una palabra. Se sentía exhausto.

—Son las huellas de una mano pequeña.

—¿De una mujer?

—De un niño, de un niño pequeño.

Walk cerró los ojos y el móvil de pronto se le escurrió de las manos... porque las piezas comenzaban a encajar. Notó un dolor interno y se sintió de pronto tan abrumado que a duras penas pudo mantener la cabeza erguida.

Recuperó el teléfono, le dio las gracias a Tana y marcó el número de Vincent.

Éste respondió al segundo timbrazo: ya no dormía por las noches.

—Lo sé.

Oyó que Vincent respiraba hondo.

—¿Qué es lo que sabes? —le preguntó con voz tranquila y resignada.

—Lo de Robin... —Walk hizo una pausa dejando que el nombre del pequeño lo explicara todo, todo lo sucedido durante el año previo, y antes incluso. Fue a la ventana y contempló la autovía sin coches, el cielo sin estrellas—. He encontrado el arma.

El silencio se prolongó: se entendían sin necesidad de decir mucho, como siempre en la vida.

—¿Quieres contármelo?

—Maté a dos personas, Walk, y una de ellas no me quita el sueño por las noches.

—Baxter Logan. El hombre pagó por lo que hizo, ¿no?

—¿Crees que la familia de aquella pobre mujer se alegró al enterarse de lo que le hice al monstruo que la violó? Puede ser. Sé lo que hice, puedo vivir con ello. Lo de Sissy es muy distinto: cada vez que respiro, lo hago en lugar de ella.

—Cuéntame lo que pasó.

—Ya lo sabes.

Walk tragó saliva:

—El niño le pegó un tiro a su madre.

Vincent respiró hondo.

—Pero en realidad estaba apuntando a otro —agregó Walk en voz baja, triste.

—A Darke.

—La chica le incendió el club —siguió Walk— y el seguro no iba a pagar. ¿Y tú qué hacías por allí?

—Vi su coche aparcado. Entré por la puerta de atrás y me encontré con todo eso. Darke me dijo que había ido a registrar la casa. Entró en el cuarto de los críos y Star perdió los nervios y se puso a chillar. El niño había salido por la ventana, pero regresó al oír los gritos de su madre.

—Un chico valiente —indicó Walk—, como su hermana.

—Star lo apartó de un empujón, lo quitó de en medio. Fue a parar al vestidor y allí dentro encontró el revólver. Seguramente pensó que le estaban pegando a su madre y le entró el pánico. Apuntó, cerró los ojos y apretó el gatillo. Seguía con los ojos cerrados cuando entré.

—Y Darke...

—Darke lo habría matado. Tenía sangre de Star en la ropa y el crío era el único testigo. Daba igual lo que pudiera decir, Darke estaba allí, lo culparían a él.

Walk apoyó la cabeza en el cristal de la ventana. Empezaba a lloviznar. Pensó en Darke y en el concepto que tenía de él. Quizá habría asesinado al niño, aunque él no lo creía, pero supo aprovechar la situación, encontró lo que necesitaba para salir del apuro.

—¿Qué le dijiste entonces?

—Que estaba dispuesto a asumir la culpa, así la policía no buscaría a nadie más. Él nunca había estado allí.

—¿Y se conformó con eso?

—No. La casa, Walk: lo que quería era quedarse con la casa. Le dije que sí. Podría comprarla a cambio de que dejara al crío en paz.

—¿Y por qué no te declaraste culpable?

—Si me declaraba culpable, si llegaba a un acuerdo con la fiscalía, entonces me pasaría el resto de la vida encerrado en aquel agujero. Si no llegaba a un acuerdo, si me declaraba inocente, entonces me condenarían a muerte: el final sería rápido. No me quedaba otra: era imposible ganar ese caso. Y me hubieran hecho preguntas, claro. Habría tenido que dar explicaciones. El arma, por ejemplo.

—La escondiste.

—Darke se la llevó. Era su seguro en caso de que yo cambiara de idea.

—Ayudaste a Robin a volver a su cuarto por la ventana. Y te lavaste las manos. Joder, Vincent.

—Después de treinta años en el trullo, uno se las sabe todas: aprendes todo lo que es posible aprender sobre la escena de un crimen.

—Lo arreglaste todo a tu manera y luego te mantuviste en silencio.

—Lo mejor es no responder. Si guardas silencio, todo dios da por sentado que eres culpable. Si empiezas a largar por la boca, te buscas problemas. ¿Cómo explicar que no tuviera el revólver, por ejemplo? No podía explicarlo. Lo mejor era que me pusieran la inyección letal y adiós muy buenas, que hicieran conmigo lo que tendrían que haber hecho treinta años antes.

—Lo de Sissy no fue un asesinato.

—Sí que lo fue, Walk, lo que pasa es que tú preferías verlo de otra forma. Estoy listo para morir: quiero marcharme, es lo que siempre he querido. Pero después de haber cumplido mi condena. Hal me dijo que se alegraba de que estuviera en la cárcel, de que me castigaran como era debido: la muerte hubiera sido una solución demasiado buena.

—Darke no logró reunir el dinero para comprar tu casa. No podía pagar la entrada, los impuestos y demás por culpa de Duchess, que le había quemado el local —recordó Walk.

—Yo eso no lo sabía, pero él me escribió.

—He visto la carta.

—Ya.

—Supongo que te pusiste hecho una furia.

—Al principio sí que me enfadé, no por mí... pero sí por el dinero. Me hacía falta el dinero.

—Darke te devolvió el arma porque no era capaz de cumplir su parte del trato. Un hombre de palabra, está claro.

Vincent guardó silencio un momento.

—Las personas son complicadas, Walk. Uno nunca deja de llevarse sorpresas... Darke me brindó una salida cuando menos me lo esperaba.

—Los deseos a veces se convierten en realidad... Claro: el Árbol de los Deseos. —Walk lo dijo para sí con una sonrisa cansada en el rostro. No se había dado cuenta en su momento, a pesar de tenerlo delante de las narices.

Trató de ponerse en el lugar de Vincent. ¿Cuán podrido estaba por dentro? ¿Quedaba en él algo del muchacho que había sido?

—Lo apostaste todo a que el crío no se acordara de nada.

—Vi cómo estaba: parecía fuera del mundo. Creo que sigue sin ser consciente de lo que pasó. Y bueno, le dije que el culpable era yo, que yo la había matado, por si le entraba la duda. Mejor que otro cargara con lo sucedido. Era lo mínimo que podía hacer por él, joder, se lo merecía. Y traté de reanimar a Star: estuve bombeándole el pecho con todas mis fuerzas.

Walk se acordó de las tres costillas fracturadas... y pensó en Darke, en Madeline, en la despiadada mano del destino.

—Y tú mentiste por mí —dijo Vincent—. Cometiste perjurio para salvarme. Te plantaste en el estrado con la placa en la camisa, a la vista de todos, y mentiste... por mí. ¿Te reconoces a ti mismo, Walk?

—No.

—Es imposible salvar a quien no quiere ser salvado.

Se hizo un largo silencio.

—¿Cómo van las cosas con Martha?

Walk sonrió con esfuerzo.

—Por eso insistías en que fuera ella la que te defendiera, ahora lo entiendo.

—Aquella noche supuso el comienzo de un millón de tragedias. Algunas ya no tienen remedio, pero uno hace lo que puede.

Walk pensó en Robin Radley.

—Antes me decía que ojalá pudiera volver atrás y cambiarlo todo, pero ahora sencillamente estoy cansado, muy cansado. Seguramente hiciste bien.

—Tengo una deuda con los Radley. Es posible que el crío nunca llegue a acordarse, es pequeño. De buena gana moriría para devolverle su vida: sigue teniendo esa oportunidad, siempre que siga con la memoria en blanco.

—Estabas dispuesto a morir para darle esa oportunidad.

—No podía permitir que se convirtiera en alguien como yo.