7

—Háblame de la niña —pidió Vincent.

Estaban sentados al fondo de la vieja iglesia. La ventana con vidrieras daba al cementerio y, más allá, al océano, tintando a ambos de colores. Se habían pasado por la tumba de Sissy, donde Walk dejó a su amigo un rato a solas. Vincent colocó las flores que llevaba, se arrodilló y leyó la inscripción de la lápida. Estuvo una hora, hasta que Walk volvió y posó la mano en su hombro.

—Si quieres que te diga la verdad, Duchess es muy madura para la edad que tiene.

Nadie lo sabía tan bien como él.

—¿Y Robin?

—Duchess cuida de él: hace lo que su madre tendría que hacer.

—¿Y el padre?

Walk contempló los viejos bancos de la iglesia pintados de blanco. Algunas gotas de pintura habían ido a parar al suelo de piedra. El techo era alto y abovedado, con intrincados ornamentos, lo bastante bonito como para que los veraneantes tomaran fotografías y llenaran la iglesia los domingos.

—En ninguno de los dos casos hay padre. Por aquel entonces Star salía con muchos tíos: siempre estaba fuera por las noches. Yo la veía volver a casa de madrugada.

—Muerta de vergüenza.

—De eso nada. ¿Alguna vez viste que a Star le importara la opinión de los demás?

—A veces pienso que no conozco a Star en absoluto.

—Sí que la conoces: es la misma chica con la que fuiste al baile del instituto.

—Le escribí a Hal, su padre.

—¿Y te respondió?

—Sí.

Pasaron unos minutos. Walk se preguntaba qué le habría respondido Hal, pero a la vez prefería no saberlo. El padre de Star era un hombre duro. Tenía un rancho en Montana: lo sucedido en Cape le resultaba demasiado doloroso como para pensar en volver, ni siquiera de visita. No conocía a sus nietos.

—Me dijo que debería suicidarme.

Walk contempló los motivos religiosos en las paredes, imágenes de castigo y de perdón.

—Pensé en hacerlo. Pero él entonces cambió de idea: la muerte era una salida demasiado fácil. Me envió una foto de ella. —Vincent tragó saliva—. De Sissy.

Walk cerró los ojos. Un rayo de sol se abrió paso e iluminó el púlpito.

—¿Ya has estado en el pueblo?

—Yo ya no conozco este lugar.

—Eso tiene arreglo, ya lo verás.

—Fui a la tienda de Jennings porque tenía que comprar pintura. He visto que Ernie es ahora el propietario.

—¿Te dijo algo desagradable? Si quieres puedo hablar con él.

Ernie se había sumado a la batida aquella noche: fue el primero en ver que Walk levantaba la mano, el primero que fue corriendo hacia allí para luego frenarse en seco ante el hallazgo, agacharse y vomitar al ver a la niñita.

Se alejaron andando por la hierba, entre las lápidas torcidas. Al llegar al borde del acantilado contemplaron las olas romper contra las afiladas rocas treinta metros más abajo.

Walk sintió un ligero mareo.

—Muchas veces pienso en ello, en cómo éramos. Veo a los chavales de Cape, por ejemplo a Duchess, y pienso en ti, en mí, en Star y en Martha. Star me dijo que hay días en los que se siente como si tuviera de nuevo quince años. Podemos volver a tratarnos, los tres. Con el tiempo conseguiremos que las cosas sean como antes. Antes todo era más sencillo, la verdad, todo era...

—Escúchame, Walk. Independientemente de lo que crees saber, o podrías saber, acerca de lo ocurrido durante todos estos años, debes entender que yo ya no soy el de antes.

—¿Cómo es que no me dejaste que te visitara después de lo de tu madre?

Vincent siguió disfrutando de la vista como si no hubiera oído sus palabras.

—Hal me escribía todos los años con ocasión del cumpleaños de Sissy.

—No tendrías que haber...

—A veces nada más que un par de líneas, para recordármelo. Como si me hiciera falta. Otras veces me escribía diez folios seguidos. No todo era rabia y despecho, a veces hablaba sobre cómo cambiaba la vida, qué podía yo hacer, cómo podía dejar que otros vivieran sus vidas sin arruinárselas.

Walk se dio cuenta de que Vincent había pensado muy en serio todas aquellas cosas, haciendo a un lado el instinto de supervivencia.

—Si uno no puede reparar un daño, si a uno le resulta imposible...

Contemplaron el paso de un pesquero, el Sun Drift. Walk lo recordaba: azul, con óxido en el casco. Avanzaba en silencio, sin formar olas, cortando el agua con la proa.

—A veces, las cosas son como son. Siempre hay razones, claro, pero explicarlas no cambia nada.

Walk tenía un sinfín de preguntas que hacerle a su amigo sobre los últimos treinta años de su vida, pero las cicatrices de sus muñecas le indicaban que ese período bien podía haber sido mucho peor de lo que se imaginaba. Regresaron caminando en silencio. Vincent insistía en ir por las calles laterales, andaba cabizbajo.

—¿O sea que Star salió con muchos tíos en una época?

Walk se encogió de hombros y, por un instante, creyó detectar una leve nota de celos en la voz de Vincent.

Contempló a su amigo alejarse de regreso a Sunset para ponerse a trabajar de nuevo en la vieja casa vacía.

Después de comer, Walk fue en coche al hospital de Vancour Hill. Subió en ascensor hasta el cuarto piso, se sentó en la sala de espera y hojeó unas revistas, contemplando las fotografías de unas viviendas tan minimalistas como sus dueños; estuco blanquísimo, luces indirectas... Procuró mantener la cabeza baja, aunque la otra única persona en la sala era una joven que parecía ocupada en sus propios pensamientos. Cuando lo llamaron por su nombre, se levantó y caminó con rapidez sin dejar traslucir los dolores que sentía, haciendo de tripas corazón, aunque pocas horas antes casi ni podía mantenerse en pie.

—Las pastillas no funcionan —dijo nada más sentarse.

Era una consulta insulsa, apenas personalizada por una fotografía enmarcada cuya imagen no era visible desde donde estaba sentado. La médico se apellidaba Kendrick.

—¿Otra vez le duele la mano? —le preguntó.

—Me duele todo. Por las mañanas necesito media hora para levantarme.

—¿Pero por lo demás sigue haciendo vida normal? ¿Puede andar, sonreír?

Walk sonrió a su pesar, Kendrick le devolvió la sonrisa.

—El problema son las manos, los brazos... cierta rigidez que me viene de pronto, nada más.

—Pero todavía no se lo ha dicho a nadie, ¿me equivoco?

—La gente cree que tengo problemas con la bebida.

—¿Y a usted no le importa?

—Soy policía; se supone que los policías bebemos.

—Pero sabe que tarde o temprano tendrá que contarlo.

—¿Y entonces qué? No pienso pasar el resto de mis días sentado detrás de un escritorio.

—Puede probar con otro trabajo.

—Mire usted: si un día me ve perdiendo el tiempo en un pesquero, por favor pégueme un tiro. Ser policía es... es lo mío. Me gusta el lugar que ocupo, la vida que llevo, y quiero conservar ambas cosas.

Kendrick sonrió con tristeza.

—¿Algo más?

Walk estaba mirando por la ventana. Esa ventana le proporcionaba en aquel momento algo más que una vista: la posibilidad de sopesar las cosas y decidir en qué era necesario insistir. Ciertos problemas cuando meaba, cuando cagaba, bastantes problemas para dormir... Kendrick decía que era normal. Le había hecho unas cuantas sugerencias: ponerse a régimen para perder algo de peso, aumentar la dosis de levodopa, cosas que él ya sabía. No era de esas personas que empiezan a medicarse sin ton ni son: pasaba sus ratos libres en la biblioteca, leyendo sobre el tema; las seis fases de la enfermedad, la hipótesis del doctor Braak, lo que el propio James Parkinson había dicho en su día.

—Joder —dijo, pero enseguida levantó la mano disculpándose—. Perdón por decir palabrotas, no acostumbro a hacerlo.

—Joder —convino Kendrick.

—No puedo dejar mi trabajo; eso no, de ninguna manera: la gente me necesita. —Se preguntó si esto último era cierto—. Tan sólo me pasa en el lado derecho —mintió.

—Hay un grupo de apoyo y...

Le tendió un folleto. Walk hizo ademán de levantarse.

—Léalo, por favor —insistió ella.

Walk aceptó el folleto.

Duchess estaba sentada en la arena, abrazándose las rodillas. Miraba a Robin, quien recogía conchas con el agua por los tobillos. Había encontrado bastantes, fragmentos en su mayor parte; tenía los bolsillos llenos.

A la izquierda había un grupo de alumnos del instituto: chicas en bañador, chicos pasándose una pelota. Hacían ruido, pero a ella no le afectaba: tenía la capacidad de sentirse por completo a solas en una playa llena de gente, en una clase llena de chicos. La había heredado de su madre y no le gustaba: la combatía con todas sus fuerzas. Robin necesitaba estabilidad, no a una hermana adolescente distraída, constantemente cabreada, amargada por la vida de mierda que le había tocado en suerte.

—Otra concha —gritó Robin.

Duchess se levantó y caminó hacia él notando el agua fría en los pies. Los perfiles del escarpado litoral se extendían hasta donde alcanzaba la vista en una y otra dirección. Le ajustó el gorro y le tocó los antebrazos. Tenía la piel ardiendo, pero no había dinero para comprar protector solar.

—No vayas a quemarte.

—No, no.

Duchess se puso a buscar conchas con él. Encontró una galleta de mar perfecta en las límpidas aguas y se la dio a su hermano, que la recibió encantado.

Ricky Tallow apareció por ahí y Robin corrió hacia él. Los dos pequeños se abrazaron con cariño, a Duchess se le escapó una sonrisa.

—Hola, Duchess —dijo Leah Tallow.

Leah no era ni guapa ni fea, y Duchess a veces pensaba que ojalá su madre tuviera unos rasgos así de anodinos, los de una madre normal y corriente, no los de una cantante de bar con el culo y las tetas al aire, no los de un pibón que los hombres miraban insistentemente mientras paseaban por la playa.

—Tendremos que irnos pronto.

Robin se entristeció, pero no dijo nada.

—Si tienes cosas que hacer, podemos llevarlo en el coche. ¿Dónde vivís? Ahora mismo no me acuerdo...

—En Ivy Ranch Road —informó el padre de Ricky, un hombre con el pelo prematuramente gris cuyas ojeras daban la impresión de ser más profundas cada vez que Duchess lo veía.

Leah miró a su marido con reprobación, él desvió la vista y procedió a vaciar una bolsa llena de juguetes de playa.

Robin esperaba apretando los labios. Duchess sabía que su hermano no le pediría quedarse; se lo agradecía, pero también detestaba su resignación.

Ella consideró un momento la oferta de Leah.

—¿Seguro que les va bien? —preguntó al fin.

—Claro que sí. El hermano de Ricky vendrá dentro de un rato: les enseñará a los pequeños a lanzar bien el balón.

Robin miró a Duchess con los ojos muy abiertos.

—Lo dejaremos en vuestra casa antes de la hora de cenar.

Duchess hizo un aparte con Robin. De rodillas en la arena, le rodeó el rostro con las manos.

—Pórtate bien, ¿eh?

—Claro. —Robin miró por encima de su hombro, pues Ricky estaba empezando a excavar un foso—. Me portaré bien, lo prometo.

—No te alejes, sé educado. No les hables de mamá.

Robin asintió con cara seria. Duchess le dio un beso en la frente, le hizo una seña a Leah Tallow y caminó por la arena ardiente para montarse en la bicicleta.

Estaba sudando cuando llegó a Sunset Road. Se bajó de la bicicleta y avanzó empujándola por la calle. Se detuvo al llegar frente a la casa de los King.

Vincent estaba en el porche, lijando la madera con la espalda encorvada. El sudor le resbalaba mentón abajo. Duchess lo observó con detenimiento: tenía buenos músculos, brazos fibrosos, nada que ver con las protuberancias que se veían en la playa. Cruzó la calle y se quedó de pie frente al camino de acceso.

—¿Quieres echarme una mano con estos tablones?

Vincent se había sentado en el suelo y le tendía un papel de lija con su taco.

—¿Y por qué coño iba a querer echarte una mano?

El otro volvió a enfrascarse en su labor. Duchess apoyó la bici contra el vallado y se acercó.

—¿Tienes sed?

—No acepto nada de desconocidos.

Advirtió que Vincent tenía un tatuaje. Asomaba bajo la manga de la camiseta cuando estiraba el brazo. Lo miró trabajar durante diez minutos.

Se acercó un poco más. Vincent se detuvo y volvió a sentarse en el suelo.

—Ese hombre... el de la otra noche. ¿Lo conoces?

—Él cree que me conoce.

—¿Va mucho por tu casa?

—Cada vez más. —Duchess se enjugó el sudor de la frente con el antebrazo.

—Si quieres, se lo cuento a Walk.

—No necesito tu ayuda.

—¿Hay alguna otra persona a la que puedas recurrir?

—Ojo, soy una forajida: así aparece en los registros.

—Si vuelve a pasar, puedes llamarme si quieres.

—Dallas Stoudenmire mató a tres hombres en cinco segundos, yo puedo con uno solo.

Cambió el peso a la otra pierna. Luego se acercó y se sentó en un escalón, a metro y medio de él.

Vincent se dio la vuelta, agachó la cabeza y se puso a lijar otra vez con pulso firme. Duchess cogió el otro taco y empezó a lijar el madero que le quedaba más cerca.

—¿Cómo es que no vendes esta casucha de mierda?

Vincent se arrodilló como si fuera a rezarle al vetusto caserón.

—La gente dice... a ver, los he oído hablar en el café de Rosie y dicen que podrías sacarte un millón de pavos o una barbaridad por el estilo, pero tú te empeñas en vivir aquí.

Vincent volvió la cabeza y contempló la vivienda tan largamente que se diría que estaba viendo algo que ella era incapaz de ver.

—Mi bisabuelo construyó esta casa... —Hizo una pausa como si le costara encontrar las palabras—. Cuando Walk me trajo en coche, me alivió reconocer algunas cosas en Cape Haven, que ha cambiado tanto, y no sólo por culpa de los veraneantes... —Volvió a quedarse callado, pero un momento después continuó—: Yo no era malo antes, no me lo parece. Cuando pienso en el pasado, me acuerdo de una persona que no era del todo mala.

—¿Y ahora?

—La cárcel te oscurece el alma. Y esta casa es... una pequeña llama, podríamos decir; algo que sigue ardiendo y da luz. Si la dejo, si dejo que se apague esta última luz, la oscuridad será total: nunca más volveré a verlo en la vida.

—¿A ver el qué?

—¿Alguna vez has tenido la sensación de que la gente te mira, pero no termina de ver cómo eres?

Duchess se abstuvo de responder. Se tocó el lazo del cabello, remetió el cordón de una zapatilla.

—¿Qué le pasó a Sissy?

Vincent volvió a parar de trabajar y tomó asiento. Hizo visera con una mano para protegerse los ojos del sol al mirar a Duchess.

—¿Tu madre no te lo ha contado?

—Quiero que me lo cuentes tú.

—Aquel día salí a dar una vuelta con el coche de mi hermano.

—¿Y tu hermano dónde estaba?

—Se había ido a la guerra. ¿Has oído hablar de Vietnam?

—Sí.

—Quería impresionar a cierta chica, así que la llevé a dar un paseo con el coche.

Duchess sabía quién era aquella muchacha.

—Después de dejarla en su casa, fui conduciendo por Cabrillo y torcí por la curva que hay junto al rótulo que da la bienvenida al pueblo... Sabes dónde está, ¿verdad?

—Sí.

Vincent hablaba en voz baja.

—Ni me di cuenta de que le había dado con el coche, ni siquiera reduje la velocidad.

—Y ¿cómo es que andaba sola por allí?

—Estaba buscando a su hermana. Tu abuelo a veces trabajaba por la noche en la fábrica aquella, en Tallow Construction. ¿Sigue estando en el mismo lugar?

Duchess se encogió de hombros.

—Supongo.

—Tu abuelo dormía durante el día y Star se encargaba de cuidarla.

—Pero Star no estaba.

—Aquel día la llamé y estuvimos tomando cervezas con Walk y Martha May. ¿Conoces a Martha May?

—No.

—No me di cuenta del paso del tiempo. Star había dejado a Sissy mirando la tele.

La voz de Vincent de pronto carecía de inflexiones; Duchess se preguntó cuánto quedaría de él.

—Y ¿cómo supieron que habías sido tú?

—Yo creo que Walk ya tenía madera de polizonte: se presentó en mi casa esa misma noche y vio los desperfectos en el coche.

Trabajaron un poco más en silencio. Duchess apretaba los dientes y lijaba la madera con tanta fuerza que el hombro empezó a dolerle.

—Tienes que andarte con cuidado —dijo él—. Conozco a los hombres de su tipo. Me refiero a Darke: he visto a otros como él. Con sólo mirarlo a los ojos te das cuenta de que algo no funciona como debería.

—No tengo miedo, soy dura de pelar.

—Eso ya lo sé.

—Tú qué vas a saber.

—Cuidas de tu hermano pequeño, ésa es una gran responsabilidad.

—Cierro con el pestillo la puerta de nuestro cuarto para que no vea nada. Si oye alguna cosa, piensa que fue un mal sueño.

—¿No es peligroso encerrarlo por dentro?

—Peor es lo que hay fuera.

Duchess lo observó atentamente. Estaba abstraído, como si sopesara algo de importancia. Finalmente la miró a los ojos.

—¿Así que eres una forajida?

—Sí.

—En ese caso espera un minuto, tengo algo para ti.

Lo observó entrar en la casa mientras se preguntaba por el significado de las palabras «absolución», «indulto» y «perdón». Hasta donde ella podía ver, aquel hombre, que había cumplido su condena, seguía teniendo el aspecto de un condenado a muerte.