14

 

 

—¿Ernest? ¿Tu primo Ernest?—repitió por vigésima vez Frank.

—¡Sí, Frank; Ernest!

—Pero ¿cómo es que has llegado a esa conclusión?

—Hace días que vengo pensándolo, Frank. Ernest ha venido estafando a mi padre durante años, las cuentas de sus libretas de anotaciones no cierran. Ha desfalcado a mi padre por miles de libras, y ha sabido ocultarlo bien. Fue esa la razón por la que di la orden de que lo destituyeran de su cargo. A él no le gustó, claro, ha sabido jugar bien sus cartas y no he podido encontrarle ninguna prueba de lo que ha hecho, pero con el acto de anoche, me deja claro que no me equivocaba. Ha sido el acto de un hombre desesperado, Ernest me quiere quitar del camino para que no lo atrape y quedarse con todo, incluido el título de los Woodruff.

—Pero si es algo que has venido pensando hace tanto, ¿por qué no me habías comentado nada?

—Si te contara de cada enemigo que tengo, no terminaríamos nunca.—

—¿Y no te parece más viable que haya podido ser uno de esos enemigos, de los que habla, el autor intelectual del ataque? Recuerda que Ernest es tu primo, pero además él era el hombre de confianza de tu padre, sin mencionar que es tu pariente más próximo, ¿cómo es que puedes pensar que él…?

—¡Por eso mismo, Frank!—Anthony se giró hacia él, furioso—. ¿No lo ves? Con mi padre y Charles muerto, incluso con el bebé, de haber sido niño, muerto, yo soy el único que queda en su camino para impedir que se quede con el título y con toda la herencia…

Alguien tocó a la puerta en ese momento, ambos se giraron cuando el mayordomo entró, y enseguida fue hecho a un lado cuando otro hombre entró en la habitación después de él.

—Señor, qué bueno que está bien, me tenía muy preocupado.—Kasim entró sin esperar a que anunciaran como era debido—. Pasé toda la noche buscándolo, temí que…—se calló al notar el estado de Anthony—. Señor, ¿es que ha sido atacado?

Anthony sonrió, haciéndole un gesto con la mano al mayordomo para que los dejara solos.

—Sabía que siempre podía contar contigo, Kasim—le dijo Anthony—. Estoy bien, tranquilo. Aunque tendremos bastante trabajo por delante—le dijo cuando el mozo se acercó a ver su herida en la nuca.

—¿Quién ha sido?—gruñó Kasim, juntando sus dos pobladas cejas negras—. Dígame quién ha sido, y yo terminaré con él.

—Estoy bastante seguro de que fueron hombres enviados por mi primo Ernest—le dijo Anthony—. Aunque mi tío parece contradecir mi idea.

Kasim miró a Frank y luego a Anthony, y asintió.

—El señor Stowner podría tener razón, señor, no dude de su palabra.

—No dudo de su palabra, pero sí de mi primo. Los lazos de sangre no son nada para ese desalmado, por más que a ustedes dos, par de mujeres sentimentales, les cueste creerlo—les dijo, ya enojado—. Ernest ha estafado a mi padre durante años, y luego a Charles, cuando tomó su lugar como cabeza de las empresas de mi padre.

—Si ha estado estafándolos, ¿para qué quiso matarlos?

—Supongo que la ambición pudo más que los lazos de sangre—la voz de Anthony se volvió más grave, a causa del enojo—, sin mencionar la importancia que ahora tienen los títulos. No basta ser rico en estos tiempos, se necesita un título para permanecer a la más alta élite. Y él lo tendría todo si se deshacía de mi padre y de mi hermano.

—Y de usted—añadió Kasim, sin perder detalle de las expresiones de su señor.

Una ligera sonrisa apareció en el rostro de Anthony.

—Ese imbécil ha de pensar que deshacerse de mí ha de ser sencillo, pero ya le demostré que no es así.

—Sé que él nunca te gustó mucho, Anthony, pero pasar de eso a pensar que él podría haber matado a todos, incluidos una mujer inocente y su bebé…

—Créeme, Frank. Ese hombre es capaz de eso y mucho más—los ojos de Anthony relampaguearon—. Siempre he considerado que tengo un don para ver el interior de las personas, y ese hombre… No merece llamarse hombre—se giró hacia Frank, el rostro encendido por la furia—. Viene tras de mí, pero lo que no sabe es que yo lo estaré esperando. Y yo no seré tan fácil de quitar del camino, como él cree.

—Anthony, seamos razonables…

—¿Quieres razonar?—Anthony bramó, furioso—. Bien, razonemos: Me encontró en el club, me buscó dejando claro que me había estado esperando, y cuando me llegó tu mensaje pidiéndome que me reuniera contigo aquí, el único que se enteró de eso fue él, ¿y qué sucedió? Me atacan justamente al salir de tu casa, ¿te parece coincidencia?

—Bien pudieron ser ladrones cualquiera, Anthony—suspiró al ver la furia enmarcada en la cara del conde—. Bien, hijo, no te digo que confíes en Ernest, solo que no saques conclusiones apresuradas. No puedes acusar a alguien sin las pruebas suficientes.

—Oh, Frank, encontraré esas pruebas. ¡Por un demonio que atraparé a ese tipo en su propio juego! Y lamentará hasta el último de sus días el haberse metido conmigo y con mi familia…

Frank tembló al escucharlo hablar de esa manera. Pocas veces había visto tan furioso a Anthony por algo, pero si él estaba en lo correcto, que, conociéndolo, era lo más probable, le daba toda la razón para sentirse de ese modo.

—Hijo, comprendo perfectamente lo que piensas. Sin embargo, por ahora debes pensar en tu familia, tu madre debe estar muy angustiada por ti, ¿por qué no vas arriba y tomas un baño? Mandaré un mensajero a avisar a tu madre que estás aquí, ya tú podrás explicarle todo más tarde—posó ambas manos sobre sus hombros—. Encontraremos una solución al problema de Ernest más tarde.

—Gracias, Frank—Anthony se giró sobre los talones, pero antes de que pudiera dar un paso, Frank puso una mano sobre su hombro una vez más, impidiéndole marcharse.

—Sabes que cuentas conmigo, ¿no es así, hijo? Para lo que sea que necesites. Estoy viejo, pero aún puedo ayudarte.

Anthony asintió, mirándolo con los ojos brillantes, llenos de gratitud.

—Lo sé—le dijo, posando una mano sobre la suya—. Y te lo agradezco sinceramente.

Al segundo siguiente ya se encontraba subiendo la escalera a toda velocidad, acompañado de su mozo, dejando a Frank con una mirada llena de preocupación. William, su querido amigo, su hermano… ¿Asesinado junto a su hijo y su nuera, y el pequeño niño no nacido? ¿Sería posible tanta maldad en el mundo?

Con tristeza, agachó la mirada y se sentó en su sillón, sabiendo que la respuesta era sí. Sí que era posible tanta maldad en el mundo…

 

—No debería confiarse, ese tipo podría intentar atacarlo en cualquier momento—le dijo Kasim, ayudando a su señor a colocarse las mancuernillas.

Ahora que Anthony estaba limpio, volvía a lucir como el conde al que todo Londres conocía.

—Lo sé, por eso debo averiguar qué se trae entre manos, y para hacerlo necesitaré tu ayuda.

Kasim se irguió, levantando orgullosamente la barbilla.

—Cuente conmigo para lo que necesite, señor. Usted sabe que daría mi vida por salvar la suya.

Anthony sonrió, esta vez de manera afable, y posó una mano sobre su hombro.

—Necesito que te hagas invisible una vez más, igual como te enseñé en la India, y recorras los muelles. Habla con la gente, sigue cualquier pista que te den.

—Muy bien, señor.

—Yo tengo una pista que seguir por mi parte.

—¿Quiere decir que… necesitará su disfraz?

—Por supuesto.      

—Señor, está bien que lo haya hecho antes, pero ahora es usted un conde…

—No por llevar un título me he vuelto un inútil, Kasim. Puedo dirigirme a la gente tan bien como antes.

—Sí, señor, pero si lo matan… Le dará a su primo justo lo que busca.

Anthony sonrió.

—No, no lo hará.

Kasim lo miró con extrañeza.

—Antes me caso, Kasim. Me echaré la soga al cuello antes de permitirle a ese bastardo quedarse con el título de mi padre. Tendré un heredero, y el título de los Woodruff pasará a mi hijo. Y mi primo tendrá que quedarse llorando en la tumba que cavaré para él.

—Señor, es una buena idea, pero…—lo miró con incertidumbre de si continuar hablando o no—. No sé cuánto de cómo vienen los niños al mundo, pero tardan un poco en llegar…

Anthony soltó una carcajada.

—Lo sé perfectamente, Kasim. Y ya tengo contemplado ese problema, pero no puedo quedarme de brazos cruzados y permitirle a ese desgraciado seguir robándome y tramando contra mí y mi familia. Lo voy a atrapar y tú me vas a ayudar.

—Téngalo por seguro, mi señor. Cuenta usted con mi vida.

—Bien, necesito que te vayas ahora a hacer lo que te pedí. Yo concertaré una cita con la policía, tengo que dar parte de lo que me sucedió. Y aprovecharé para contratar gente que proteja a mi familia. Te encontraré esta tarde en el mismo lugar de siembre, en Hyde Park.

—Como usted ordene, señor.

—Y Kasim… —le dijo antes de que pudiera marcharse—. Gracias.

—Es un honor servirlo, mi señor—hizo una reverencia y salió de una vez, dejando a Anthony solo en la habitación.

***

Anthony decidió esperar en casa de Frank para reunirse con Kasim. Dio la orden de que ni su madre ni sus hermanas salieran de casa, eso le daría tiempo de fraguar un plan con su fiel amigo sin tener que moverse de Londres. No tenía tiempo que perder. Habían intentado matarlo, y aunque sabía que su primo no era consciente de su propia habilidad—por algo se había adquirido el apodo de “La sombra de la noche”—, Ernest no era un mozalbete escuálido y estúpido del que poder fiarse. Nunca se fiaba de nada ni de nadie, eso solo lo haría un tonto, y él sería un completo idiota de fiarse de un tipo venenoso como su primo, una serpiente escondida dentro de piel de conejo. Pudo engañar a su padre, pero no a él, ¡no a él!

—¿Vas a salir?—le preguntó Frank, al ver que se ponía el sombrero y tomaba su bastón de las manos del mayordomo.

—Sí, quedé de reunirme con Kasim en Hyde Park.

—¿Deseas que te acompañe?

Anthony estuvo a punto de soltar una carcajada, el pobre hombre aún seguía tan enfermo que se había pasado vomitando la mayor parte del día, y ahora lucía en el rostro una coloración mezcla de verde y rojo que le hacía parecer más un payaso que un hombre preparado para fraguar una guerra. Pero al notar la preocupación la mirada paternal que le dirigió, no pudo menos que negarse de la manera más amable que consiguió.

Subió al coche, esta vez asegurándose de que el que estuviera sentado tras las riendas fuera su cochero, y se pusieron rumbo a Hyde Park.

El pobre empleado había aparecido esa misma mañana, amordazado y atado de manos y piernas, después de pasar toda la noche oculto entre los botes de basura en el callejón trasero de la casa de Frank. De no haber sido porque una sirvienta de la casa salió a tirar la basura y lo vio, quién sabe qué sería para aquel entonces del hombre.

John, como se llamaba el cochero, insistió en quedarse en su puesto. El pobre tipo se sentía responsable por la cercana muerte del conde, ahora el único cabeza de la familia Woodruff, por lo que él, después de dar declaración ante la policía al mismo tiempo que Anthony y Frank lo hicieron, decidió quedarse sirviendo a su amo el resto del día, a pesar de que Anthony le pidió marcharse a casa, recordando las palabras de Estefanía…

Eso sí, lo compensaría como era debido ahora que sabía que tenía en él a un hombre de confianza. Quizá un poco ingenuo para dejarse engatusar por cuatro bandidos, pero buen hombre.

Y él sabía recompensar a los hombres buenos fieles a su mando.

 

***

 

Estefanía suspiró, tomando una amplia bocanada de aire cuando por fin sus pies pisaron el verde césped de Hyde Park.

Había sido un día largo, sin ninguna duda. Quizá fuera que prácticamente no durmió, o el tener que entrar a hurtadillas a su propia casa para explicarle a Bertha lo sucedido sin que se pusiera a gritar como una histérica y despertara a su tía con sus regaños, o el tener que volver a Londres a trabajar después de realizar una perfecta actuación ante sus parientes, pretendiendo que no había pasado nada fuera de lo normal esa noche, o quizá un conjunto de todo, no importaba, al fin y al cabo la conclusión era la misma: estaba agotada.

Y su situación no mejoró con la visita en la tienda a Jacinta y Bárbara, porque esa sí estaba segura, había sido la peor parte de ese día.

Sus parientes no solo habían ordenado seis vestidos cada una, sino que lo habían hecho de las telas más costosas y finas, aquellas que incluso las verdaderas damas aristócratas se pensaban dos veces en comprar.

Se sintió temblar de rabia mientras tuvo que tomarles las medidas, tanto que ni siquiera se le pasó por la cabeza mencionarles la falta de pudor que estaban cometiendo ambas mujeres por permitirse mostrarse semidesnudas en la tienda, cuando la costumbre era que las empleadas de la tienda fueran a la casa de la dama en cuestión para realizar tal labor. Una verdadera dama jamás permite que la vean sin vestir en público. Y no es que el local de Wood´s fuera un sitio público, pero ninguna dama se cambiaba de ropa allí, si bien llevaban a sus doncellas para hacerlo por ellas o lo hacían ellas mismas en la privacidad de su hogar, nunca en el local. Pero, claro, Estefanía no tuvo intenciones de corregir los modales de su tía y su prima, que hicieran lo que se les diera la gana, al fin y al cabo, es lo que venían haciendo desde la muerte de su padre.

Pero ahora por fin se había librado de ellas y podía gozar de un tiempo libre y lleno de paz de camino de vuelta a casa. Marta y ella adoraban los paseos que realizaban por la mañana y la tarde por Hyde Park, en especial por las tardes, cuando solían tomarse más tiempo para disfrutar del paisaje sin tener que ir apresuradas para llegar a tiempo al trabajo. La verdad es que ninguna de las dos se moría de ganas por llegar a su casa.

—¡Señorita Martha!—Ambas se giraron al escuchar la voz de Roger—. ¡Señorita Martha, espere un momento, por favor!

El rostro de Martha se llenó de luz con solo verlo y corrió a su encuentro, algo que no era muy apropiado tampoco para una dama, pero qué más daba. El romance era el romance aquí y en China, y siempre podían mandarse los modales al demonio ante un encuentro romántico como ése.

Contenta, Estefanía extendió la sombrilla y se protegió del sol con ella, mientras comenzaba a caminar por el césped. De haberse encontrado a solas se habría quitado los zapatos, esa mañana no había podido salir a correr por la pradera como todos los días, algo que la reconfortaba en gran medida, ahora lo sabía. De todos modos, encontrarse allí la llenaba de felicidad, aspirar el aroma de las flores mezclado con el del césped recién cortado le fascinaba. Embargada por el hechizo de ese momento maravilloso se dejó llevar, prácticamente se habría puesto a danzar allí de haber podido…

—¡Ay!—Estefanía dio con algo duro como un poste y fue a caer de nalgas contra el césped.

Anthony se giró, extrañado por el golpe que había recibido por la espalda mientras observaba a unos hombres sospechosos que caminaban muy cerca de una pequeña niña vendedora de flores. Tan absorto había estado que no notó a la persona que se aproximó tras él hasta que hubo chocado contra su espalda, y se reprendió mentalmente a sí mismo por su falta de concentración.

¡Siempre había que estar alerta! Era la frase que se repetía constantemente, y por la cual no lo habían atrapado hasta entonces.

Sin embargo, toda muestra de enojo se borró de su rostro al reconocer a la joven que ahora lo observaba desde abajo, tirada en el pasto: Estefanía.

Solo que, esta vez, la mirada que ella le dedicaba era de enojo y sorpresa. Quién no se habría sorprendido de verlo. Pero enojo también. Nada de la encantadora sonrisa que le dedicó esa mañana.

—¿Se encuentra usted bien?—le preguntó Anthony, alargando una mano para tomar la de ella.

Estefanía pareció dudar, pero terminó por aceptar su ayuda y se enderezó con rapidez, alisándose con las manos la falda del vestido.

—Estoy muy bien gracias. Hasta pronto.

—¿Se va así sin más?—La detuvo por el brazo.

—¿Desea alguna otra cosa?—le preguntó Estefanía, obviamente se esforzaba en mostrarse amable ante él… ¿Pero por qué? Por lo general, las mujeres solían ser amables con él por convicción propia.

—Quizá una disculpa—le dijo él en tono mordaz—. Después de todo, usted chocó conmigo.

—Tiene toda la razón, discúlpeme por mi torpeza, lord Woodruff—hizo una rápida venia—. Hasta luego.

Él la volvió a sujetar por el brazo, antes de que pudiera marcharse.

—¿Se le ofrece alguna otra cosa, milord?—preguntó ella, comenzando a perder la paciencia.

—No lo dijo sinceramente.

—Tal vez le gustaría que me arrodillara ante usted, ¿sería lo suficientemente convincente?

Anthony la estudió con la mirada y sonrió, una sonrisa ladeada, esa que tan bien tenía grabada en la memoria Estefanía.

—Yo no le agrado, ¿no es así?—dijo tras una pausa que pareció eterna.

—Vaya señor, se ve que es usted un genio—Estefanía le dijo en tono irónico—. Ahora, si me disculpa, tengo que irme. Hay personas que tenemos cosas que hacer además de pasarnos el día entero vagando sin hacer nada.

—Ya veo—sus ojos se oscurecieron—. Es usted una más de esas mujeres amargadas a las que les gusta juzgar por lo que han escuchado de otros.

—Yo no necesito que nadie me cuente lo que sé en carne propia—bramó ella. Anthony frunció el ceño, ¿a qué se refería ella?—. Ahora, si me disculpa, señor, debo irme—se soltó de su agarre.

—¡Espere!

Estefanía se giró, furiosa. Habría seguido de largo, pero no quería que Martha se diera cuenta de lo que sucedía si él comenzaba a seguirla.

—¿Qué es lo que desea ahora, milord?—lo enfrentó, poniendo la más dulce de sus sonrisas. Y la más falsa.

Anthony no pasó desapercibido el cambio en ella, siguió con la mirada la dirección de sus ojos y fue entonces cuando notó la presencia del médico. Todo rastro de sonrisa, por irónica que fuera, se borró de su rostro. Ella debía ser algo de ese medicucho o de otra manera no le importaría tanto la reacción que pudiera tener de verlo con él.

—¡Anthony!—Escucharon el llamado de una voz de mujer, y ante la evidente interrupción, ambos debieron dejar de echarse miradas asesinas—. ¡Anthony Woodruff, sé muy bien que me has oído!

Anthony, tomando una honda bocanada de aire, se giró para ver de quién se trataba. Lydia Kyntire, una de las pretendientes del ejército que había reunido su madre para él.

—Anthony, pero qué sorpresa encontrarte aquí—lo saludó con familiaridad, pasando completamente por alto a Estefanía.

La joven miró con lástima a la doncella de compañía que apenas había logrado mantenerle el paso a su señora, y ahora respiraba agitadamente a una distancia prudente de ella, intentando retomar el control de sus pulmones.

—No es sorpresa, si tengo avisado a dónde voy—contestó Anthony con fastidio—. Dime la verdad, Lydia, ¿mi madre te dijo que estaría aquí?

—Oh, Anthony, pero qué poco caballeroso eres—Lydia fingió molestarse para enseguida girarse y tomarlo por el brazo. Estefanía habría supuesto que sería un acto de lo más cotidiano para Anthony, pero cuando él se vio tan sorprendido como ella, se dio cuenta de que no era así. Aunque debía admitir que la evidente expresión de molestia en su rostro ante la presencia de la mujer le provocó bastante placer.

—Veo que está tremendamente ocupado, milord. Hablaremos en otra ocasión—le dijo Estefanía en un tono lleno de burla, haciendo una reverencia más marcada de lo necesario.

—¡No, espere…!—él le dirigió una mirada de súplica que provocó mayor gozo en ella.

—Hasta luego, señor—se despidió la joven, apurándose en alejarse.

—¡Estefanía!—bramó él, y ella se giró, mirándolo sinceramente extrañada.

¿Podía ser que el conde había recordado su nombre después de todo…? ¿Es que la había reconocido? ¿Sabía quién era ella…? ¿O sería que la recordó de la tarde de toma de medidas? ¡Sí, eso tenía que ser! La señora Wood mencionó su nombre, él debía recordarlo…

—Gracias al cielo…—musitó Estefanía, sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.

Lydia pareció incómoda, o al menos esa es la descripción que Estefanía le habría dado a un sacerdote en el confesionario, porque lo que hizo fue dedicarle una mirada asesina cuando ella regresó sobre sus pasos.

—Estefanía—repitió Anthony, notando que fue eso lo que la hizo volver a él—. No se vaya, por favor. Me interesa mucho terminar la conversación que iniciamos. Señorita Kyntire, si me disculpa—girándose hacia Lydia, añadió, a la vez que se soltaba de sus brazos como quien se desprende de una chaqueta sucia a la que alguien le acaba de vomitar encima—, debo atender un asunto de extrema urgencia.

La mujer le dedicó una mirada molesta, para luego dirigirle una asesina a Estefanía, y se marchó, sin decir una palabra. La pobre doncella de compañía la siguió de manera apresurada, resollando en el camino.

—Pobre mujer, si Lydia no le da un descanso, va a terminar desmayándose—comentó Anthony, fijando la atención en lo mismo que ella.

Estefanía lo miró entre sorprendida y contrariada, ¿desde cuándo a Anthony Woodruff le interesaba lo que sucedía con las mujeres de la servidumbre?

—¡Ay, no…!—De la nada, Anthony se dio la media vuelta y la abrazó.

—¡¿Qué está haciendo?!

—¡Escóndame!

—¡¿Qué?!

—¡Ahí viene la peor de todas!—Anthony la abrazó con más fuerza, hundiendo la cara en su hombro—. Me he zafado de ella toda la semana, ni siquiera mi madre la soporta, ¡¿cómo demonios me encontró aquí?!

Estefanía frunció el ceño y se giró a ver de quién se trataba, y al hacerlo, se quedó helada.

—¡Bárbara!—chilló, aterrada. Y no iba sola, Jacinta y Efraín la acompañaban, y los tres caminaban en dirección a ellos.

—¡Suélteme!—Estefanía intentó zafarse de sus manos en vano, él era demasiado fuerte… ¿Desde cuándo los condes ricos y refinados tenían tanta fuerza?—. ¡Le he dicho que me suelte, señor!

Al no lograrse soltar, al menos se giró, de manera que ella quedara de espaldas a su familia.

—¡Así no me esconde de ellas!

—¡Sea hombre y enfréntelas, o vaya a esconderse tras las faldas de su madre!—Fue lo único que se le ocurrió decirle, pero pareció funcionar.

Anthony le dedicó una mirada encendida por la furia, pero una furia que habría hecho reír a carcajadas a Estefanía de encontrarse en otra situación, por el semblante de niño ofendido que adoptó.

Ella no desaprovechó la oportunidad, se arremangó las faldas y salió corriendo a toda velocidad lejos de allí.

Algo en su modo de actuar despertó interés en él, había visto eso antes… pero ¿dónde?

—¡Lord Woodruff!—Llegó el llamado que tanto había temido. Anthony se retorció por dentro antes de girarse, intentando adoptar una sonrisa solemne.

Ya no podía darse el lujo de ser grosero con nadie. Ahora era el conde, ahora estaba en los zapatos de su padre. Y debía mostrarse digno de ellos.

—Lady Campbell—la saludó Anthony, aproximándose a ellas para saludar.

Estefanía, oculta tras un árbol, sintió que las entrañas se le encrespaban. ¿Cómo se atrevían esos buitres a usar el apellido de su madre?

—¡Estefanía!—Escuchó el llamado sofocado de Martha, escondida tras unos arbustos.

Estefanía le dedicó a su familia una última mirada asesina antes de salir corriendo para reunirse con su prima.

—¿Crees que me vieron?—le preguntó Martha, angustiada al máximo. Estefanía suspiró aliviada, al menos ella no la había visto entre los brazos del conde.

—Lo dudo mucho—contestó con sinceridad, girando una vez más la cabeza hacia ellos—. No parecen tener ojos para nada más que no sea el conde. ¿Qué pasó con Roger?

—Está allá—señaló en dirección cercana a una fuente, donde el médico hacía una pésima representación de un hombre que pretendía leer el periódico. A poco estuvo de darse de frente con un poste, gracias al cielo que tropezó antes con una piedra—. ¿Qué hacemos ahora, Estefanía?—le preguntó su prima, mirando angustiada a su madre y luego a su novio, a punto de ser picoteado por un pato.

—Regresemos por el sendero y tomemos el carruaje de servicio público.

—¿Y si nos ven?

Estefanía pensó en ello, al menos si su familia utilizaba el apellido Campbell la libraban de que Anthony la asociara con su padre y evitarle así esa vergüenza. Pero, si la veía, el parentesco con ellos no podría esconderse más…

De todas maneras, no tenía otra opción. Si las encontraban allí escondidas, no solo le iría mal a ella, también a Martha, y no podía permitir eso.

—Vamos, no pasará nada—intentó infundirle a su prima una seguridad que no sentía—. Es de nuestro trabajo por donde se supone que venimos, no pueden decirnos nada por encontrarnos aquí.

—Pero… Tienes razón—Martha pareció cambiar de idea al notar que ellos se movían—. ¡Vámonos!—Prácticamente la llevó a rastras con ella fuera de allí.

 

Anthony notó el movimiento de las jóvenes por el rabillo del ojo, ¿qué diablos estaba sucediendo? ¿De dónde conocía Estefanía a la familia Campbell? Pero más importante, ¿por qué no deseaba que la vieran? Él tenía buenas razones para esconderse, detestaba a Bárbara desde el primer instante en que la conoció, ¿pero ella? ¿Le habrían hecho algo? ¿O acaso sería que…? Sus ojos se posaron sobre Efraín. Era obvio que el hombre también las había visto marchar y todavía las seguía con la mirada, sin percatarse de haber llamado la atención de Anthony al hacerlo.

El conde frunció el ceño, no le pasó desapercibido el brillo lascivo que se encendió en el rostro de ese hombre al fijar los ojos sobre Estefanía mientras corría.

No obstante, por mucho que lo enfureciera ese asunto, debió dejar sus cavilaciones a un lado cuando vio aparecer a Kasim entre unos matorrales cercanos.

—Ha sido grandioso verlos de nuevo. Si me disculpan, debo irme—dijo Anthony de manera cortante, interrumpiendo a Bárbara en mitad de una conversación que más bien parecía un monólogo.

—Pero…

—Bárbara, no seas grosera con el conde. Lo verás en la fiesta y entonces podrás continuar hablando con él, ¿no es así lord Woodruff?—le preguntó Jacinta cuando él ya se iba.

—Sí, sí, claro—contestó el hombre de manera apresurada—. Nos vemos luego.

Anthony se apuró en llegar al lado de Kasim y juntos se pusieron en marcha a paso rápido por uno de los senderos. Lo último que deseaba el joven conde era que esas mujeres le dieran alcance y continuaran con su cháchara sin sentido. Cinco minutos con esa mujer y ya se sentía al borde de perder los estribos.

—¿Qué averiguaste?—Prácticamente le gruñó a Kasim.

El joven le dedicó una expresión de extrañeza por su rudeza, pero al mirar atrás y ver a ese par de brujas hablando como locas sin quitarle la vista de encima a su señor, supo que no debió ser nada agradable encontrarse en su compañía.

—Su primo estuvo todo el día encerrado en el club, dejándose ver por la gente—contestó al fin, girándose una vez más hacia él—. Obviamente quiere cubrir sus pasos con una coartada.

—Como buen cobarde que es—musitó Anthony.

—¿Qué es lo que haremos, señor?

Anthony no contestó. Una vez más la niña de las flores que había estado observando llegar al parque llamó su atención. La pobre criatura iba cubierta de la cabeza a los pies con una capa, como si se encontrara a mitad del invierno, y no en un día hermoso de primavera como ése. Seguramente debía estar enferma, con fiebre. Una pequeña en ese estado no debía de tener familia para cuidarla, ninguna madre con las faldas para llamarse tal permitiría que su hija saliese en ese estado de su casa, por más necesitados que se encontrasen.

A lo lejos pudo percibir la presencia de los otros dos hombres. A pesar de mantenerse ocultos entre la multitud que deambulaba por un sendero cercano a una fuente, no le quitaban la mirada de encima a la pobre niña que se esforzaba por levantar su débil manito para pedirle a los transeúntes que le compraran un ramito de sus flores.

—Podemos irlo a buscar esta noche si usted quiere, señor—continuó hablando Kasim, pasando por alto la escena que había centrado toda la atención de su amo.

Anthony se giró, mirándolo con un brillo singular en los ojos. Un brillo que Kasim conocía bien.

—¿Hace cuánto que no salimos, Kasim?

—¿Señor?

—No te hagas el tonto, sabes perfectamente a lo que me refiero.

—Señor, esto es Londres, no el pueblo perdido de la India donde usted vivía. Aquí no puede andarse paseando para hacer justicia como si…

Anthony levantó la mano frente a su rostro y Kasim se vio obligado a callar ante esa orden silenciosa. Entonces el conde usó la misma mano para señalar en la dirección donde se encontraba la niña y luego a los dos hombres.

El rostro de Kasim se ensombreció al instante.

—Traficantes de mujeres—musitó con los dientes apretados por la furia—. La venderán a un burdel, seguramente.

—No si lo evitamos—le dijo Anthony, haciéndole un gesto con la cabeza para que lo acompañara.

—Señor, ¿qué sucederá con Ernest?

—Si conozco a mi primo, no hará nada en un par de días, al menos. Ese cobarde es como una rata de alcantarilla, solo sale cuando sabe que no lo están vigilando. Vamos, Kasim, tenemos basura que eliminar de esta ciudad.