16

 

 

—Mi niña, ¿segura que te sientes bien?—le preguntó la señora Wood esa mañana, cuando por quinta vez Estefanía cabeceó, y de no ser por la rápida intervención de Camile, una de las chicas que también trabajaban en el taller, que le quitó su costura antes de caer sobre ella, se habría picado el ojo con la aguja que tenía en la mano.

—Estoy bien, bien…—bostezó largamente, cubriéndose la boca con la mano—. Debo apurarme para terminar.

—Te ves fatal—le dijo Amanda con una sonrisa burlona—. ¿Qué has estado haciendo por las noches, Estefanía?

—No seas entrometida, Amanda, lo que Estefanía haga por las noches es algo que no te incumbe—la reprendió Camile, su hermana mayor.

—Estaba limpiando, ¿satisfecha?—Martha salió en defensa de su prima—. Tienes una mente cochambrosa de lo peor, Amanda.

—No me hables en mexicano, que no te entiendo—bramó la chica—. ¿Me estás insultando?

—Cochambrosa no es insulto, es sucia, ¡tienes una mente sucia!—le dijo Estefanía, saliendo ahora ella en defensa de su prima—. Y no vas a negarlo.

Amanda alzó la nariz, ofendida.

—Ya basta de tanta cháchara que no es para eso para lo que les pago—intervino la señora Wood, sin dejar de reír por lo bajo.

—Sí, Estefanía, no te pagan para venir a dormir—le dijo Amanda de manera burlona.

—¡Ni para venir a criticar a las demás!—La señora Wood la fulminó con la mirada, ahora en serio enojada—. Ya basta de tonterías, si Estefanía tiene sueño sus razones tendrá, pero está aquí cumpliendo con su trabajo, cosa que tú no, jovencita. O te centras, o te buscas otro empelo.

—Sí, señora Wood—la joven bajó la cabeza y se centró en su costura.

—Estefanía, deja eso y ve a casa de los Woodruff. Debes hacer la primera prueba—le dijo la mujer tras unos minutos de silencio.

—¿Yo…?—Estefanía palideció—. ¿No preferiría enviar a otra persona? –La mujer le dedicó una mirada severa y Estefanía continuó, hablando con rapidez—. Puede que alguna otra chica le apetezca salir un rato, además, yo perdí todo un día de trabajo la vez pasada, no es justo para las demás que les cargue de trabajo nuevamente…

—Irás tú—sentenció la mujer, sin dejar de escrutarla con esos brillantes y pequeños ojos verdes, ocultos tras las gafas—. Al parecer le caíste bien a las chicas Woodruff; dejaron en claro que te quieren a ti exclusivamente. Y ellos son la clase de clientes a los que debemos dar gusto, ¿queda claro?

Estefanía suspiró y asintió, dejando su costura sobre la mesa y también sus gafas, antes de guardar todo dentro de su cestita.

—Iré por mi sombrero y mi capa.

—Así me gusta. Y no vayas a olvidar las piezas, las dejé sobre el mostrador de atrás.

—No, señora Wood—contestó Estefanía con desgano, dirigiéndose a la parte trasera para tomar los retazos de tela cortados.

—Esa mujer suena como vaca a la que mandan al matadero—bufó Amanda, volando los ojos—. Qué daría yo por pararme en la casa de los Woodruff. Debe ser fabulosa…

—Irás a la casa de los Woodruff cuando aprendas a tener la boca cerrada. Ahora guarda silencio y trabaja—gruñó la señora Wood. Amanda asintió vivamente con la cabeza y volvió a concentrarse en su costura. Apenas notó a Estefanía cuando pasó a su lado rumbo a la salida, manteniendo una amplia sonrisa en los labios que solo Martha alcanzó a ver y compartió con ella en una secreta diversión silenciosa entre hermanas.

Estefanía se detuvo en una esquina a esperar el carruaje público, sin notar la figura oculta en las sombras que seguía fijamente cada uno de sus movimientos. Tampoco lo notó seguirla por el camino que tomaba el carruaje ni cuando bajó de él. Ni siquiera en el momento que emprendía el trecho faltante a pie. Quizá fuera el cansancio o el sigilo con el que su acechador se movía, pero de no ser porque en ese momento escuchó el trote de un caballo acercándose por el camino, no lo habría notado hasta haberlo tenido encima de ella…

—¡Buenos días, Estefanía!—la saludó Roger desde su cabriolé, jalando las riendas para detenerlo unos pasos delante de ella.

—Buenos días, doctor Wood—contestó ella, acercándose a él.

—Estefanía, te he pedido un millón de veces que me llames Roger, ya vamos a ser hermanos, por el amor de Dios. No quiero que tus hijos me conozcan como el tío doctor Wood.

Estefanía rio, divertida.

—Doctor Wood, lo más probable es que eso nunca suceda. No pienso casarme ni tener hijos.

—Eso sería un desperdicio tremendo, tendrías unos hijos bellísimos, Estefanía, y sé que Martha estará encantada teniendo unos sobrinitos a los que cuidar además de nuestros hijos. Es una joven adorable que ama a todos…—se calló de repente, al darse cuenta que comenzaba a divagar. Carraspeó para aclararse la garganta, a pesar de que Estefanía no dejaba de sonreír, y cambió de tema—. ¿Qué haces por este lugar?, ¿mi madre te envió a algún encargo?

—Así es, debo ir a la casa de los Woodruff.

—Voy camino hacia allá, sube, te llevo.

—¿No lo desvío de su camino?

—De ninguna forma, además, te llevaría de todas maneras. Estos caminos no son tan seguros como antes, no en los tiempos que vivimos.

—¿Se refiere al asesino del que todo el mundo habla?

—Por supuesto, ¿no has leído los periódicos? Nadie sabe quién puede ser el culpable, y esas pobres mujeres…—se retorció en su asiento—. Es mejor que no hablemos de eso, no es un tema que deba escuchar una dama.

Estefanía sonrió encantada, si algo había que le gustaba de Roger es que siempre era extremadamente considerado con los modales y el respeto hacia una mujer. Se sentía sumamente feliz de que un hombre tan bueno y honorable como él fuese a convertirse en el esposo de su prima.

—Mejor hablemos de otra cosa, ¿te parece?

—Como usted ordene, doctor… ¡digo Roger!— Se corrigió cuando Roger se giró a mirarla con la severidad de un padre.

—Tendré que hacer que prometas que me llamarás por mi nombre antes de la boda, o de lo contrario, te obligaré a casarte con mi primo Nicholas.

Estefanía dibujó en su rostro una mueca de asco. Había conocido a Nicholas en la fiesta de navidad cuando Roger los presentó, un hombre repugnante y sucio con el que no soportó ni siquiera bailar una pieza completa.

—¡Está bien, está bien, Roger!—Rio ella, aunque sabía que le costaría un poco de trabajo acostumbrarse a tutearlo, a veces lo hacía en las situaciones de mayor soltura o apremio, pero por lo general lo trataba de usted. Pero nunca le había dicho no a los retos—. Y cambiando otra vez de tema, Rooogeeeer—remarcó la última palabra a propósito. Él se giró a mirarla otra vez, ahora sonriendo divertido—. ¿A dónde vas? ¿Acaso alguno de los Woodruff se enfermó?

—Ayer fui a casa de los Woodruff a ver a una chiquilla, hoy pasaré a ver cómo sigue y después iré al condado vecino a dar un vistazo a una paciente que está esperando. Solo le faltan unos días para dar a luz, y no quiero toparme con la sorpresa de que el niño nació de repente mientras servían la sopa.

Estefanía soltó una carcajada. Él la miró muy serio, quitándole la sonrisa del rostro.

—No es broma, ya ha pasado antes, y no quiero que a esta chiquilla le suceda. Apenas tiene quince años y dudo mucho que una matrona pueda con ella, las jovencitas de su edad suelen ser muy estrechas, su cuerpo todavía no se ha terminado de desarrollar y los huesos no están…—se quedó callado al notar el espanto en el rostro de Estefanía—. Lo siento, no es un tema para una damita.

—No, no, está bien…—Estefanía intentó sonreír, pero solo consiguió poner una mueca—. Pero me acabas de reafirmar mi decisión de no tener hijos.

Roger rio vivamente, negando con la cabeza.

—Eso dices ahora, pero ya veremos cuando tengas un esposo amoroso a tu lado, querrás tener muchos hijos con él, y serán muy felices.

Estefanía lo miró con gesto cansino, ese hombre era tan bueno que a veces caía en lo inocente. Pocos hombres eran lo suficientemente buenos para considerarlos como esposos, y ella estaba segura de que ninguno sería para ella.

—Y dime—continuó hablando, buscando cambiar de tema—, ¿por qué sus padres permitieron que se casara siendo tan joven? ¿No habría sido mejor esperar?

—Sí, bueno…—Roger esbozó una mueca incómoda, encogiéndose de hombros.

—¿Es que acaso ella es…?—Estefanía arqueó las cejas—. ¿No se casó y el desgraciado la dejó con hijo y todo?

—No pienses mal de ella, Estefanía—se apuró en decirle, Roger—. A esa edad las jovencitas son ingenuas, creen en el amor y dan su corazón a quien lo quiera tomar, y por desgracia para ella, lo tomó un mal hombre que se aprovechó de su cariño para despojarla de lo que buscaba y dejarla abandonada con su hijo en su vientre. Y por la fama que tiene ese hombre, es lo mismo que si hubiera sido forzada—Roger apretó los dientes, mostrándose molesto por primera vez—. Un hombre con su experiencia y posición, aprovechándose así de una jovencita inocente… ¡Eso no tiene nombre!

—¿De quién estás hablando?

—Del conde de Woodruff.

Estefanía palideció. De haber estado parada habría caído.

—¿Quieres decir que él…?

—Yo no puedo asegurar nada—aclaró él, aunque su mirada continuó oscurecida por el enojo—, pero es lo que ella dice. Su familia es una de las arrendatarias que viven en los terrenos de su casa solariega en Kent.

No veo por qué habría de mentir, él es el propietario de esos terrenos, quizá hasta la amenazó con quitarle la casa a sus padres si no cedía.

Estefanía se llevó una mano a los labios, ahogando una exclamación.

—La pobre chica está con el corazón destrozado, su vida se arruinó—Roger apretó tanto las manos alrededor de las riendas que los nudillos se tornaron blancos—, todo por un momento de diversión para un aristócrata más que cree que se merece el mundo entero para su diversión.

Estefanía agachó la cabeza, sintiendo una mezcla de furia y dolor apoderarse de su alma. Ella era tan tonta e ingenua como esa chica cuando conoció a Anthony, incluso debieron tener casi la misma edad… Si Charles no la hubiera salvado de dejarse conducir por él para cometer una estupidez de la que se arrepentiría toda su vida, probablemente habría terminado tan mal como esa joven, quizá en el mismo estado… Sintió que los ojos se le inundaban de lágrimas, Charles, el buen Charles que había salido en su ayuda ahora estaba muerto, nunca podría darle las gracias, y en cambio el sucio de su hermano continuaba con vida, sembrando dolor por donde pasaba… ¡Si tan solo el mundo fuese justo y hubiese sido él el que sufriera el accidente y no su hermano!

Pero la vida podía ser todo menos justa. Lo sabía en carne propia, o de lo contrario, habría sido su tía la que hubiese muerto, y no su padre…

—Oh, Estefanía, te he hecho sentir mal con esta historia—Roger la miró preocupado—. Nunca debí contarte esto, lo siento tanto.

—No te preocupes, está bien—Estefanía se secó los ojos con su pañuelo—. Es mejor estar prevenida de hombres como él, ¿no lo crees?

—Sí, en cuanto a eso tienes mucha razón. Aunque como te dije, no puedo asegurar que realmente haya sido él.

—¿Y si no quién?—Musitó la joven, mirándolo molesta—. Tú lo dijiste, es el dueño de esas tierras, y un conde se distingue con facilidad entre la gente común y corriente. Dudo mucho que esa muchacha confundiera a su vecino campesino con el propietario.

Roger suspiró y asintió con la cabeza, jalando las riendas cuando se detuvieron frente a la entrada de servicio de la casa.

—Supongo que tienes razón—le dijo, ayudándola a bajar del cabriolé—. Dime, ¿te llevarán a casa cuando termines? No quiero verte caminando otra vez sola en medio de la noche, Estefanía.

—No te preocupes, seguramente terminaré temprano.

Él la miró, asintiendo con la cabeza.

—No te vayas tras la puesta de sol, de lo contrario pide que te alojen aquí. Dudo mucho que en una casa tan grande no puedan darte cobijo. Te vendría a buscar de regreso, pero el camino es largo y no volveré sino hasta mañana—se giró y tomó un ramito de flores que le entregó—. Son para Martha, las compré al pasar por Hyde Park, pero si espero hasta mañana para dárselas se habrán estropeado, ¿te molestaría entregárselas?

—No, claro que no.

—Excelente—sonrió él, sacando su maletín cuando una doncella ataviada con su elegante traje de sirvienta apareció para conducirlo con ella en la dirección de los aposentos de los empleados—. Que tengas buen día, Estefanía.

—Igualmente… Roger—recordó llamarlo por su nombre, caminando contenta al frente de la casa. Se llevó las flores a la nariz y disfrutó de su fragancia, sonriendo de manera soñadora al imaginar a Martha cuando las recibiera. Seguramente las pondría a secar y haría un hermoso adorno con ellas, como con todos los otros ramitos que Roger le había obsequiado.

El saber feliz a su prima, la ponía extremadamente contenta. Al menos ella, en medio de todas esas dificultades, podía disfrutar de un buen amor.

Nunca imaginaría que su propia felicidad haría enfurecer de celos a un conde que la observaba en ese mismo instante desde una ventana cercana…

 

Simon, el mayordomo, condujo a Estefanía una vez más hasta la habitación de color rosa colmada de flores. No tardaron en aparecer Roxanne y Audrey, impacientes por hacerse la primera prueba de sus vestidos. Lady Woodruff entró con ellas, llevando de la mano a Vivian. La pequeña pareció reconocer en el acto a Estefanía porque corrió a saludarla.

—Es extraño, generalmente no se acerca a las personas que no conoce—comentó lady Woodruff, sin quitarle la mirada de encima a la joven en todo el tiempo que tardó en probarle los vestidos a sus dos hijas mayores y luego a ella, dejando a Vivian para el final.

Y cuando llegó el turno de la pequeña niña, Estefanía notó el motivo del nerviosismo de las demás; Vivian no permitía que la tocasen. Sin embargo, Estefanía no desistió, no le molestaron los golpes ni los arañazos, buscó la manera a través de canciones y juegos hasta que la pequeña permitió poco a poco que le fuera probando las partes por separado, a veces hasta sin que ella se diera cuenta de lo que hacía, hasta terminar con su trabajo. Y para cuando lo hubo hecho, fue la misma lady Woodruff quien la invitó a tomar el té con ellas en esa diminuta mesa con figuras de animales tallados.

—Eres estupenda Estefanía—la halagó Roxanne—, nadie había logrado hacerle una prueba de vestido completa a Vivian.

—Ni siquiera lograban comenzar—ironizó Audrey—. Antes de que pudieran acercarse, Vivi siempre lograba asestarle a la pobre costurera un buen golpe en las narices o los lentes.

—Audrey, no es apropiado que ventiles de esa manera los asuntos que son exclusivamente de la familia—la reprendió su madre.

—Lo siento, mamá—Audrey suspiró y miró a Estefanía con un gesto de disculpa.

Alguien tocó a la puerta y Simon, el mayordomo, se asomó en el salón.

—Señorita Quiroz. Lord Woodruff la espera en su despacho, señorita— anunció desde la puerta.

La sonrisa de Estefanía desapareció. Por un momento había llegado a olvidar que el conde del infierno vivía allí, y que también debía hacerle una prueba.

—Por supuesto—contestó ella con la voz más impasible que consiguió.

—Cuando termines con él, puedes subir a terminar tu té—le dijo Audrey—. La ropa de hombre no toma mucho tiempo.

Estefanía sonrió como única respuesta, dudaba mucho que esa chiquilla supiera lo tardado y trabajoso que podía conllevar la complicada confección de un traje masculino.

Se puso de pie, manteniendo la cabeza erguida y, después de despedirse de las damas, siguió al mayordomo escaleras abajo. Al salir, escuchó el llanto de Vivian desde el otro lado del salón, acompañado por la voz de su madre intentando calmarla.

Llegaron al rellano de un pasillo sumamente elegante y decorado con varios retratos de los que debían ser varias generaciones de Woodruff del pasado, y torcieron por una escalera conjunta que los llevó a un ala distinta de la casa. Siguió a Simon hasta una imponente puerta doble de macizo roble, donde se detuvieron a esperar.

—Entre—ordenó Anthony después de que Simon anunciara la presencia de la joven.

Con la expresión más fría que consiguió, después de tomar una honda bocanada de aire, Estefanía se adentró en esa habitación que sabía, le pertenecía al conde. La otra vez le había dicho que nunca podría hacer nada en la habitación de juego de sus hermanas, pero ahora estaban en su territorio.

Anthony se encontraba sentado frente al enorme escritorio de caoba, de espaldas a ella, con la vista fija en el enorme ventanal que daba a los jardines traseros de la casa. El resto del mobiliario lo conformaban un par de sofás forrados en una tapicería oscura y elegante, una mesita de centro y un pequeño mueble de bar. Las paredes estaban recubiertas de madera, otorgándole al lugar una vista sobriedad un tanto oscura, que se rompía únicamente por algunos cuadros que otorgaban un toque de color a las paredes. Lo que más llamó la atención de la joven fue que el lugar estaba recubierto de estantes a manera de libreros, colmados de ejemplares puestos en desorden, como si alguien los hubiese estado leyendo recientemente, tan inmerso en lo que hacía como para prestar atención a volverlos a poner en orden en su sitio. A su izquierda, el fuego de la chimenea prestaba una calidez poco usual a una habitación tan fría, e iluminaba de manera destacada el retrato del antiguo conde, el padre de Anthony, colgado sobre el hogar.

Estefanía sintió un extraño dolor al recordarlo. Si su padre hubiese seguido con vida, habría hecho negocios con ese hombre, se habrían vuelto socios, y para ese momento su vida sería tan diferente a lo que era ahora…

—Me alegra verla de nuevo, señorita Quiroz—la saludó Anthony, girando en su silla para quedar frente a ella—. Comenzaba a temer que nunca bajaría a verme.

Estefanía lo encaró, intentando demostrar el mayor aplomo posible. Notó que él sostenía una copa en la mano, estaba llena, como si solo se hubiera dedicado a moverla entre los dedos. Al ponerse de pie, él la dejó sobre el escritorio antes de acercarse a ella.

Estefanía retrocedió un paso instintivamente. Se sentía como una presa acorralada, ese hombre era un tigre, y en sus ojos fieros leyó que la había escogido como su siguiente presa.

—¿Sucede algo, señorita?—le preguntó en un tono empalagoso que dejaba muy claro que estaba disfrutando la situación.

—Comencemos de una vez, señor—le dijo Estefanía con voz firme, ocultando el nerviosismo que sentía ante su proximidad—. Tengo poco tiempo.

Anthony esbozó una mueca ladeada, sin dejar de prácticamente devorarla con los ojos.

—¿Es verdad eso?—le preguntó en un tono bajo, parecido a un gruñido—. ¿O es que deseas salir temprano del trabajo para irte a ver con tu querido novio, el médico?

Estefanía frunció el ceño.

—¿A qué se refiere?—le preguntó, bastante molesta—. Roger no es mi novio.

—¿Roger?—Repitió él en tono de burla, acercándose más a ella—. ¿Ya no lo llama doctor Wood?

—¿Y a usted qué le importa como sea que yo lo llame?

—Me importa…—gruñó él, aunque al decirlo debiera admitir algo que jamás había dicho ante nadie: Que ella le importaba—. Dígame la verdad, ¿es ese médico algo suyo?

—Claro que sí—contestó Estefanía, ofendida de que él pensara que tendría un trato tan cordial con un desconocido. Ella no era una mujer fácil, como las que él buscaba—. Roger es mi primo, o lo será pronto, cuando se case con mi prima. Es un buen hombre, de gran honor, y ama a mi prima sinceramente, y no permitiré que usted enturbie su relación haciendo especulaciones que no van a lugar.

Anthony sonrió, esta vez sinceramente.

—Ni yo tampoco soy ninguna mujer como… como… ¡como lo que usted se está pensando!—chilló, encarándolo, furiosa—. Soy una mujer respetable que solo ha venido a hacer su trabajo. Si lo que quería era probarme para ver que puede confiar en mí, lo comprendo, es su deber proteger de la gente mala a sus hermanas y a su madre. Pero si lo que se está pensando es que yo voy a… usted ya sabe—lo señaló con un dedo acusador—, ¡mejor quítese esa idea de una buena vez, porque si no…!

—Ya entendí, ya entendí—le dijo Anthony, alzando las manos en señal de paz—. Es usted una dama honorable, mis disculpas, señorita.

Estefanía inspiró hondo, mirándolo molesta todavía.

—¿Podemos comenzar de una vez, señor?—le preguntó, esquivando su mirada, que, a pesar de todo, aún la hacía temblar como gelatina—. Tengo que regresar a Wood´s antes del anochecer.

—No se preocupe por eso, mandaré un coche para que la lleve de regreso a su casa—enfatizó esa última palabra.

—Se lo agradezco, señor, pero no gracias—le dedicó una sonrisa tan gélida como falsa—. Ahora gírese. Le probaré la espalda…

Anthony no se movió.

—No sé si se ha dado cuenta, pero comienza a actuar de manera grosera. Solo intento ser amable con usted.

—Y yo no soy tonta, señor, sé muy bien lo que busca tras toda esa zalamería. No se haga el tonto.

—Soy un conde, y el señor de esta casa, usted debe llamarme milord. Y seré muchas cosas, pero no tonto.

—Yo no debo llamarlo de ninguna manera, soy mexicana, estoy exenta de esos tratos. Y no dije que fuera tonto, dije que se hacía el tonto—espetó, perdiendo la compostura—. Pero yo no soy una más a la que usted engatusará con sus jueguitos, si vine aquí fue por trabajo, y si intenta propasarse conmigo gritaré tan fuerte que me escucharán hasta en el siguiente condado y le quitaré todas las ganas de volverme a poner una mano encima con estas tijeras—levantó en alto el par de tijeras que había llevado con ella en su estuche de costura.

Anthony retrocedió un paso. Dudaba mucho que una mujer tan menuda como ella pudiera infringirle mayor daño, pero no quería provocarla. Ella tenía razón en una cosa, no quería armar escenitas en su casa.

—Baje eso—le ordenó, aguantando las ganas de soltarse a reír.

—¡No me provoque señor, o perderá toda su hombría junto con las ganas de volver a destruir la vida de otra mujer!

Anthony se puso serio, borrando cualquier rastro de alegría o burla de su rostro.

—¿Y se puede saber de qué está hablando ahora?

—No se haga el inocente, ¡sé muy bien la clase de hombre que es usted! Dejando a pobres mujeres con el corazón destrozado y llevando a su hijo en el vientre… ¿Qué clase de hombre es usted para abandonar a su propio hijo?

Ahora Anthony sí se enojó, y tomándola por la muñeca para hablarle tan cerca que Estefanía pudo ver cada detalle de sus ojos, brillantes y fijos sobre ella.

—Mire señorita, creo que ya le he soportado bastantes insultos. Le recuerdo que está usted en mi casa y atendiendo un trabajo para mí, y por lo mismo, me debe un respeto—sus ojos centelleaban al hablar—. ¿No se le ha ocurrido pensar que la gente gusta de inventar patrañas para entretenerse? ¿Que osa hablar mal de otros para buscar un beneficio para ellos mismos, aunque solo fuese llamar la atención o mancillar el nombre de otra persona? Si he estado con una o cientos de mujeres, a usted no le interesa más que a ellas. ¡Ni usted ni nadie tiene derecho a hacer especulaciones respecto a mi vida!

Estefanía tembló bajo su agarre, para ella el conde no había sido más que un dandi, tal vez un dandi espectacular, pero un dandi al fin al cabo, pero al sentir la fuerza de su agarre, la furia en sus ojos, la tensión corroyendo cada parte de su cuerpo, se dio cuenta de que estaba muy equivocada. Ese hombre poseía el control de cada parte de su cuerpo, y éste era cualquier cosa menos un cuerpo enclenque y flácido de un hombre entregado a los vicios, era un cuerpo fuerte, poderoso, duro en cada músculo. Y cada uno de ellos, colmado de furia…

—Suélteme—le pidió Estefanía en un tono entrecortado, sintiendo miedo por primera vez.

Su reacción pareció surtir efecto en él, porque no dudó en hacerlo. Estefanía retrocedió hasta pegar con la espalda contra la pared, sobándose la muñeca adolorida. Anthony la observó fijamente, el pecho bajando y subiendo acaloradamente, con la respiración agitada. En sus ojos se reflejó el arrepentimiento por su actuar.

—Disculpe si le he hecho daño… yo…

—No me hizo daño—contestó ella con la voz entrecortada, porque realmente le había hecho, pero de un modo perturbador que él nunca conocería—. Pero lo mejor será que me vaya.

—No antes de que aclaremos esto—sentenció él, impidiéndole el paso.

—No tenemos nada que aclarar.

—¡Por supuesto que sí! No permitiré que usted crea esas estupideces de las que se me acusa—sus ojos volvieron a brillar por la furia—, le aseguro que nunca he hecho nada en contra la voluntad de nadie.

—Sí cómo no…—bufó Estefanía, mirándolo despectivamente—. Seducir a una niña inocente debió costarle un enorme trabajo.

El fuego en el interior de Anthony se encendió.

—Por difícil que le parezca creerlo, tengo los suficientes escrúpulos para elegir mujeres bastante mayores para ser consideradas niñas. No tengo ningún interés en niñas.

Estefanía sintió el odio arder dentro de ella, gracias al cielo que no tenía un arma cerca o le habría dado un tiro.

—Es usted un mentiroso.

—¿Por qué? ¿Porque me conocen como un mujeriego y lo niego? ¿O porque ahora niego también la acusación de ser un violador de niñas?—Se acercó tanto a ella que sus narices prácticamente se tocaron—. Todas, cada una de las mujeres con las que he estado, lo han hecho con su propio consentimiento. Ése es el arte de seducir, señorita, lograr que ella acepte sin condiciones… ¿Quiere llamarme seductor? ¡Perfecto! ¡Pero no le permito que me llame ni falso ni violador!

—¡¿Y qué hay de la niña que dejó embarazada?! ¡La hija de sus inquilinos en Kent! ¿O es que ya se olvidó de esa pobre muchacha? ¿O de mí…?—Se llevó ambas manos a la boca, callándose antes de hablar de más, pero por la mirada que le dedicó Anthony supo que había sido demasiado tarde.

—¿Usted?

Ella no contestó. Se dio la media vuelta, intentando marcharse, pero él la sujetó por el brazo, impidiéndoselo.

—Puede insultarme, si quiere, pero que me adjudique un hijo, eso jamás. No soy un inconsciente para andar dejando hijos en cada esquina, y de haber cometido la torpeza de embarazar a una mujer, me habría hecho cargo de la criatura.

—Eso no es lo que la gente dice.

—Había dicho que no se dejaba llevar por habladurías.

—No, dije que no necesitaba las habladurías para saber lo que sé en carne propia.

Anthony se acercó más a ella, fulminándola con la mirada. Estefanía levantó las tijeras, pero él se las arrancó de las manos de un solo tirón y las lanzó lejos de la habitación.

—Aléjese de mí, se lo advierto.

—No hasta que responda con la verdad—la cercó contra la pared, apoyando ambos brazos en torno a su cabeza—. ¿Por qué dice eso? ¿Es que acaso me conoce? ¿Nos hemos visto antes?

Estefanía desvió la mirada, sin contestar.

—Vamos, mujer, no actúe como si ahora el ratón le hubiera tragado la lengua. Usted me detesta por una razón, nadie odia a otra persona solo por habladurías. Vamos, suéltelo—tomó su barbilla y la obligó a verlo a la cara—, ¿por qué me odia tanto?

Estefanía lo miró a los ojos, sintiendo tanta repulsión por ese rostro como en otro momento le pareció hermoso. Lo odiaba, era cierto, pero no podía revelarle la verdad. No si quería que su secreto se mantuviera en pie.

—Solo déjeme en paz—espetó, hablando en un siseo bajo.

—No.

—¡Déjeme ir!

—No.

—¡Suélteme de una vez o gritaré!—lo empujó por el pecho, intentando librarse de él, pero Anthony la sujetó por las muñecas, aferrándola con fuerza contra su cuerpo.

—Ya lo está haciendo, ¿ve venir a alguien? —Le sonrió de manera mordaz—. No, ¿verdad?

Estefanía respiró de manera entrecortada, sin percatarse de lo que despertaba en él su pecho subiendo y bajando a toda velocidad al mantenerla aferrada contra su cuerpo. Anthony debió forzarse por concentrarse en lo que hacía, estaba furioso, y debía mostrarse furioso… Aunque también podría…

—Yo soy el señor de esta casa—bramó, son soltarla—, aquí se hace lo que yo ordeno, y usted no me ha contestado todavía, y no se irá hasta que lo haga.

—No soy su esclava para someterme a sus deseos…—Estefanía se quedó sin aire cuando lo vio reír. ¡El muy desgraciado se estaba riendo de ella!

—Es un hueso realmente duro de roer, señorita—Estefanía se estremeció cuando lo vio acercarse a su rostro. Él sonrió, una sonrisa ladeada, esa pícara sonrisa que tan bien recordaba. Se detuvo a unos cuantos milímetros de sus labios, mezclando su aliento con el suyo. El corazón de Estefanía dio un vuelco, recordando ese momento vivido tantos años atrás…

—Por favor, no lo haga—le pidió con voz suplicante—. Déjeme ir… ¡Por favor, suélteme, me está lastimando!

Él la miró con cierta extrañeza, y se alejó, soltándose de sus muñecas. Su intención no era atormentarla. Al menos, no de esa manera…

—Lo siento…

Estefanía lo miró con una ceja arqueada, ¿se estaba disculpando de verdad o solo intentaba una nueva estrategia para aprovecharse de ella?

—Perdóneme por favor, señorita—continuó él—, me he sobrepasado en mi intento de limpiar mi nombre. Usted comprenderá que no cualquiera permitiría que lo infamasen en su propia casa, pero no debí portarme de esa manera con usted.

—No tiene que disculparse, usted tiene razón, no debí decirle esas cosas. Estamos en su casa, y yo lo insulté. No es mi deber juzgarlo ni hablare de esa manera…—agachó la mirada en busca de las tijeras que habían caído al piso. Anthony las vio antes que ella y las tomó para entregárselas.

—Gracias—musitó ella, sorprendida de que se mostrara tan amable. Cualquier otra persona no habría dudado en echarla de patadas de su casa después de hablarle de esa manera—. Creo… creo que lo mejor será que me vaya.

—No tiene que hacerlo.

—Es lo mejor… —desvió la mirada, no soportaba mirarlo a los ojos, mientras guardaba las cosas de vuelta en su canasto—. La señora Wood enviará a otra persona para terminar con las pruebas.

—Señorita—él posó una mano sobre su hombro, dejándola quieta como una estatua con el solo contacto—, no tiene que irse. Ha sido mi culpa, no debí sobresaltarme de esa manera.

—No es que no haya tenido motivos—bromeó ella, girándose apenas para verlo por el rabillo del ojo. No se atrevía a verlo directamente a los ojos, no a esos ojos tan brillantes y fuertes, que le atravesaron el alma.

—De todas maneras, no debí propasarme de esa manera… Yo…—se pasó una mano por el cabello, nervioso —, yo le pido que me disculpe, señorita.

Estefanía abrió los ojos como platos. Nunca esperó que él pudiera disculparse con alguien, mucho menos con ella, una simple empleada que para él no era nada más que una sirvienta más bajo su mando.

—Señor, por favor, he sido yo la que me he equivocado al actuar de ese modo tan terrible. Por favor, discúlpeme usted, milord—recordó usar esta vez ese título distintivo.

Él sonrió y asintió, tendiéndole una mano. Ella alargó la suya con cierta reticencia y la estrechó con la de él, devolviéndole la sonrisa. Anthony se sintió estremecer al verla, no tenía qué tenía esa mujer para lograr hacerlo comportar siempre como un idiota, un idiota malo o uno demasiado bueno, pero un idiota al fin y al cabo.

Al tenerla tan cerca, no pudo evitar sentirse maravillado con su rostro. Esos ojos brillantes, retadores y tímidos a la vez, y esos labios sonrosados. Ningún color artificial podría atraerlo tanto como el natural color de esos labios, iguales a pétalos de rosas, que parecían atraerlo de manera, llamándolo solo a él para que los besara. Él levantó con el pulgar su barbilla y le acarició el labio inferior, perdiéndose en la belleza de esa piel tersa y sonrosada que aguardaba por sus caricias.

Estefanía se estremeció al sentir la humedad de su aliento soplando sobre sus labios antes de que él se apoderara de ellos con una suavidad indescriptible. Ella se estremeció con ese beso, transportándola a un paraíso celestial con su solo contacto. Al notar que ella le respondía, Anthony la aferró con fuerza entre sus brazos, pegándola a su cuerpo. La asió por la nuca, inclinándose sobre ella mientras le abría la boca con la lengua, en un beso feroz y apasionado que a ella la hizo gemir. Anthony saboreó los confines de su boca, deleitándose con su sabor, tomándose su tiempo antes de separarse de ella.

Estefanía lo miró con unos ojos sumamente brillantes, embotados por la pasión. Anthony sonrió ligeramente, pasó el revés de la mano por su mejilla, en una caricia lenta y suave que la hizo vibrar de anhelo. Él se acercó nuevamente a su rostro, con una lentitud abrumadora. Rozó sus labios con los suyos, una caricia de pluma, tan lenta y suave que provocó que Estefanía cerrara los ojos, disfrutando de ese momento como si volara entre nubes colmadas de gozo y alegría. Se sentía bella entre sus brazos, deseada como nunca antes, amada…

Él comenzó a trazar curvas con la lengua sobre su mejilla hasta llegar a su oído.

—¿Te gusta, Estefanía?—Le dijo al oído, comenzando a jugar con los dientes con el lóbulo de su oreja.

Ella gimió, incapaz de decir nada, aferrando los dedos contra la tela de su camisa para no desvanecerse allí mismo entre sus brazos. Él sonrió, bajando la mano con la que la sostenía por la espalda hasta su trasero, al tiempo que le murmuraba al oído:

—¿Lo ves? Todas terminan cayendo tarde o temprano.

Lo que fuera que Anthony había despertado en ella murió en ese mismo momento. Como si una furia se apoderara de ella, Estefanía se enderezó y lo cogió por la solapa de la chaqueta para agarrar impulso en el duro rodillazo que le asestó en la entrepierna, descargando toda la rabia que llevaba seis años guardando en su interior.

Anthony no pudo evitar doblarse en dos por el dolor y Estefanía no desaprovechó la oportunidad para salir huyendo de allí. Él se levantó y la asió de la muñeca antes de que pudiera alejarse de él, y con bastante poco decoro para un conde, la lanzó al piso, a su lado.

Estefanía chilló por el golpe, pero no dejó de luchar, debatiéndose entre sus brazos para soltarse de él.

—¡Suéltame, pedazo de escoria!—le gritó ella—. ¡Suéltame o grito!

—¿Por qué no admites que te gusto? ¡Admítelo y te dejaré ir!

—¿Es que tienes cinco años? ¡No te voy a decir una barbaridad así solo para subirte más el ego!

Anthony, furioso, se levantó y la levantó con él, sin soltarla.

—Ninguna mujer se me ha negado antes, ¡y tú no serás la excepción!

—Lamento bajarte de tu nube, condesito, pero yo te odio, ¡te odio! ¡Y eso nunca va a cambiar!—Lo empujó, intentando alejarlo de su rostro, pero fue inútil, lo único que consiguió fue lastimarse la muñeca—. ¡Nunca dejaré de sentir otra cosa más que aborrecimiento por ti!

Anthony pareció reaccionar profundamente ante sus palabras, escrutándola de una manera tan intensa con la mirada que la joven habría jurado que podía verla por dentro.

—¿Por qué?—le preguntó en un sieso bajo, dejándola por fin libre.

Pero Estefanía no esperó a darle respuestas. Ni siquiera se detuvo a recoger sus cosas, lo único que quería era escapar de ese lugar. ¡Y un cuerno que fueran clientes importantes, iría antes al infierno que regresar a esa casa! Y si a la señora Wood no le gustaba, se buscaría otro trabajo.

¡Odiaba a Anthony Woodruff! Y nunca, nunca en toda su vida quería volver a verlo…