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Estefanía se levantó de la cama al sentir la ausencia de su esposo a su lado. Buscó con los ojos adormilados en la penumbra, apenas iluminada por las primeras horas de la mañana. Entonces lo vio, sentado en la mecedora junto a la ventana, con su pequeño hijo en brazos. Una sonrisa se dibujó en sus labios al contemplarlos, los dos hombres que más amaba en el mundo.

Se levantó de la cama intentando no hacer ruido para no perturbarlos, pero él, como si estuviera tan adaptado a ella que podía percibir cada uno de sus movimientos, inmediatamente giró la mirada hacia ella.

—¿Te desperté?—le preguntó en un susurro para no perturbar al recién nacido, dormido entre sus brazos.

—No, claro que no—le dijo ella con una sonrisa, acercándose para plantarle al pequeño niño un beso en su rubia cabecita y luego a su marido en los labios, éste más largo. Él se movió a un costado, permitiéndole tomar asiento en el brazo de la silla, a su lado.

—Quizá deberías volver a ponerlo en la cuna y dormir un poco, el bautizo comenzará dentro de unas horas, y sabes que tu madre tiró la casa por la ventana para organizar esta fiesta, no querrá verte cansado.

—No te preocupes, no tengo sueño—le dijo él, acariciando con el pulgar la pequeña mano con la que su hijo recién nacido mantenía aferrado su dedo índice.

—Podría pasar horas contemplándolo, ¿no te sucede lo mismo?—le preguntó Estefanía al oído, rozando suavemente la mejilla de su hijo con el dorso de los dedos.

—Por supuesto. Parece increíble creer que este pequeñito llegará algún día a ser un hombre crecido y maduro, quizá hasta más alto que yo.

—No lo dudo, crece muy rápido. Y por lo que tardó en salir, es claro que es muy grande— bromeó ella. Anthony la miró con una sonrisa un tanto triste, aún recordaba ese momento, habían sido veintisiete horas de parto en total, y el niño no nacía. Roger estuvo cerca de decidir hacer una cesárea cuando finalmente Benjamin, como habían decidido llamar a su hijo, vino al mundo.

Obviamente Estefanía terminó agotada, pero feliz como nunca la había visto en su vida, porque Anthony, a pesar de la costumbre entre los hombres, estuvo a su lado al momento de dar a luz a su hijo.

Cuando las horas comenzaron a pasar, una encima de la otra, Anthony no pudo soportar más la tortura de la espera, al paso de cada segundo el temor comenzaba a convertirse en terror, la incertidumbre le desdibujaba el rostro, y al dejar de escuchar los gritos de su esposa sin que el llanto de un recién nacido colmara el ambiente, subió decididamente las escaleras y entró en la habitación de su mujer sin atender a las amonestaciones de su madre o de Bertha, quienes ayudaban a Roger a atender a Estefanía, y se situó a su lado. No tenía idea de qué hacer, así que solo se colocó tras ella y la abrazó. Ella lucía tan adolorida y agotada, que no le ocurrió otra cosa que poder hacer, intentar aliviar su dolor como fuera, masajeando su espalda, estrechando sus manos durante las contracciones, sosteniéndola cuando ella intentaba relajarse.

Finalmente, Benjamin vino al mundo invadiendo la habitación con su potente llanto. Un niño perfecto, de grandes ojos de color turquesa, como su padre, y el cabello rubio, como su abuelo.

No le pusieron el nombre de Anthony o alguno de sus padres como era la tradición, querían que su hijo tuviera su propio comienzo, empezando por un nombre propio que zanjara la diferencia en ese mundo que cambiaba a pasos agigantados.

La experiencia de convertirse en padres fue maravillosa para ambos. En la completa privacidad de su cabaña de luna de miel, ambos habían recibido al pequeño niño y era donde habían decidido quedarse los primeros meses de vida de Benjamin. Después del bautizo, su estadía en la cabaña terminaría y regresarían a vivir en la casa solariega Woodruff, junto a toda la familia, donde se habían mudado para que Estefanía pasara allí los últimos meses del embarazo buscando así tener un poco de privacidad y tranquilidad para la joven y el pequeño, que ya era parte de la familia. Como Roger les había advertido que lo mejor sería pasar sin sobresaltos, Anthony prácticamente había ordenado que Estefanía no se moviera de la cama. Gracias a ello, Estefanía pudo concluir su embarazo sin mayores sobresaltos, pero al término de éste el pequeño parecía haberse asentado tanto a su vientre que no pretendía tener intenciones de salir. Ni siquiera debieron preocuparse de mantener las apariencias si el bebé llegaba a adelantarse.

Finalmente llegó al mundo en medio del júbilo de la familia. Y ese día, casi tres meses después de su nacimiento, celebraban su bautizo.

 

La ceremonia fue sencilla, un evento familiar en la rectoría de la propiedad. La fiesta se celebró en el jardín principal de la casa, aprovechando el maravilloso clima veraniego.

Y tal como Estefanía había augurado, la fiesta organizada por su suegra no dejó decepcionado a ninguno. Decoró el jardín y las mesas con flores blancas y azules, las favoritas de la pareja, mandó traer un zoológico ambulante para diversión de los niños, y a pesar de que Benjamin solo tenía tres meses de vida, sus primos, los hijos de Charlotte, disfrutaron a lo grande de las cebras, conejos y llamas domesticadas, así como Vivian y Audrey, quien parecía no tener intenciones de dejar de ser una niña. Una orquesta de violines y harpas amenizó el ambiente mientras todos comían, reían y jugaban, dando como resultado una fiesta maravillosa en familia, una como siempre soñaron tener Estefanía y Anthony.

Con ojos amorosos observaron a todos a su alrededor. Eleonor conversaba vivamente con Frank, quien conducía las riendas el poni de Vivian, riendo contenta montada sobre el lomo del pequeño animal. Últimamente se habían hecho muy afines, y Anthony no dejaba de lado la idea de que Frank se decidiera a pedirle la mano de su madre alguna vez. Después de todo, ella era aún joven y hermosa, y merecía ser feliz. Y Frank… Bueno, Frank había estado toda la vida enamorado de Eleonor en secreto, un secreto que quizá ni siquiera él mismo se atrevía a revelarse a sí mismo, a pesar de lo claro que siempre había sido para su ahijad…Quizá ahora, después de tantos años, se decidiera a aceptar sus sentimientos y se le declarase.

A Vivian le encantaban los animales, era esa la razón por la que Anthony y Estefanía mantenían una extensa variedad de ellos en su casa, además de varios caballos mansos para que le pequeña montara, pero como si poseyera un brío especial, se inclinaba por los más ariscos, algo que hacía sonreír a Estefanía al recordarla a ella misma a su edad.

Con el tiempo la pequeña niña y ella se habían hecho muy afines, Estefanía pasaba horas enteras paseando de la mano con ella por los campos o cepillando un caballo con su ayuda. Le enseñaba el nombre de las cosas, los animales, las flores, y poco a poco Vivian comenzaba a decir sus primeras palabras. Cuando Eleonor se enteró, por poco se suelta a llorar y abrazó a Estefanía hasta quitarle el aire.

Desde ese momento, Eleonor había apartado cualquier reparo que pudiera quedarle del pasado, y había aceptado y tratado a Estefanía como a una verdadera hija desde entonces, consintiéndola y protegiéndola como tal.

Y Estefanía no podía sentirse más contenta y mimada con tal tamaño de madre cariñosa.

La risa de Kasim centró la atención de ambos en ese momento. Reía alegremente al otro lado de la mesa junto a una joven de carácter amable que se había ganado su corazón; Camile, la empleada de la señora Wood. Se casarían el siguiente mes, y Anthony sabía que les esperaba un futuro feliz.

Roxanne charlaba alegremente con Charlotte, volviendo a su hermana loca con las preguntas que le hacían sobre el matrimonio y los hombres al grado de que Henry, su amoroso esposo, había decidido dejarlas solas cuando el nivel subido de las palabras de las jóvenes le provocaron que se encendieran sus mejillas al mismo color rojo que su pelo, y por lo mismo, decidió partir a jugar con sus hijos y los animales.

Martha y Roger esperaban su primer hijo, y a pesar de que no debía tener más de un par de meses, Laura había comenzado a preparar el guardarropa completo para el recién nacido. Estefanía sabía que sería fabuloso, Laura también había hecho la ropa para su hijito y creado el ropón con el que bautizaron a Benjamin, una preciosa obra maestra digna de las manos de la mujer. En ese momento ella y Bertha charlaban y reían, como viejas amigas de toda la vida, entrometiéndose en la conversación las hermanas de Anthony.

Anthony sonrió, poniéndose de pie para huir de esas cuatro, para que no fueran a inmiscuirlo en ese tema, llevando a Estefanía y a Benjamin con él en dirección a los animales con los que jugueteaban en ese momento Vivian, Audrey y sus dos pequeños sobrinos, acompañados por Henry, Eleonor y Frank. Al pasar, sus ojos se fijaron en una pequeña niña que jugueteaba con un conejo, era la pequeña de las flores, que, bajo la tutela de su ama de llaves, había salido a jugar también con los animales. Una sonrisa se grabó en su rostro al verla, pensando en ella y en todas las personas que había ayudado. Ahora que su disfraz de La sombra de la noche había quedado prácticamente al descubierto después de que la mitad de Londres se enteró de su apariencia cuando los eventos ocurridos en su casa solariega con su primo, que intentó matarlo para usurpar su nombre, se ventiló en cada casa de Londres que leyó el periódico esa semana, o bien escuchó los rumores que rodearon a la alta sociedad y el pueblo llano durante el mes siguiente, era obvio que a pesar de no haber sido directamente descubierto, no podría continuar utilizándolo. No obstante, no se sentía mal o triste. Extrañaría a La sombra de la noche, era claro, pero no por ello dejaría de intentar ayudar a los demás. Antes había deseado mantener su verdadero nombre en secreto, fue esa la razón por la que necesitó una falsa identidad, cuando la verdad era que nunca la necesitó. No es que fuera a continuar saliendo por las noches a hacer justicia por sus propias manos—ahora era padre, y si antes no le preocupaba su propia seguridad, ahora debía cuidar de sí mismo por el futuro de su hijo—, pero bien como el conde de Woodruff tenía el poder y el dinero para interceder en favor de muchos, y lo haría. Comenzó con la joven madre con su hijo recién nacido, a quien trasladó a una cabaña más grande al lado de sus padres, donde pudieran contar con el espacio suficiente y los medios necesarios para vivir cómodamente. Y en cuanto a sus demás arrendatarios, sabía de buena fuente—es decir, por medio de las investigaciones de Kasim—que su nuevo capataz había resultado ser un hombre excelente para la labor, honrado y trabajador, se desvivía intentando ayudar a los demás. Y como Anthony sabía recompensar el buen trabajo, le había subido el sueldo y procurado establecer relación directa con él para mantenerse informado acerca de la situación de sus tierras y la gente que vivía en sus propiedades en Kent. Y esa idea la extendería a todas sus propiedades, incluidas las que había dejado en la India.

Esa noche, al irse a acostar después de dejar dormido a Benjamin en su cunita, Anthony se encontró con su esposa, quien, asomada por el balcón de su habitación, disfrutaba de la belleza que el paisaje nocturno les proporcionaba. No importaba cuántas veces viera los campos aterciopelados bañados bajo la luz de la luna, Estefanía siempre se maravillaba con la paz que le transmitían.

—¿No puedes dormir?—le preguntó Anthony, acercándose a ella y abrazándola por detrás.

Estefanía se estremeció cuando él comenzó a besar su cuello, descendiendo lentamente hasta su hombro.

—¿No te gustaría ir adentro, esposa mía?

Ella se giró y le rodeó el cuello con los brazos.

—¿Desde cuándo has tenido que pedirme permiso para eso, esposo mío?— sonrió, levantándose de puntitas para unir sus labios a los suyos.

Anthony la aferró contra su cuerpo, uniéndose a ella en un beso colmado de amor. La tomó en brazos y la condujo hasta la cama, cuidando de caer delicadamente sobre ella.

—Me alegra haberte visto reír hoy mientras hablabas con tu madre—le dijo Estefanía—. A ella le preocupaba que te fueras a tomar mal lo de Frank.

—¿Te refieres a que…?

—¿Es que no te lo dijo?—Estefanía abrió los ojos como platos, llevándose los dedos a la boca para callarse.

—Anda, ya comenzaste, suéltalo…—le ordenó, quitándole la mano de los labios para llevárselos a la boca, lamiéndole las yemas seductoramente, en un tormento delicioso para hacerla hablar.

—Tú siempre sabes… como sacarme las palabras…amor mío—le dijo Estefanía entrecortadamente, mordiéndose el labio inferior en un gesto que excitó más a Anthony.

—Vamos, mi pequeña esposa, me dirás todo cuanto sepas o no te dejaré en paz…—continuó subiendo por su brazo, dejando un suave beso húmedo y caliente en cada lugar donde tocaba.

—Tu madre… y Frank…—Estefanía se estremeció cuando llegó a su cuello y se quedó allí un buen rato, disfrutando de las sensaciones que despertaba en su esposa.

—¿Si…?—comenzó a descender hasta llegar el hueco entre las clavículas—. Continúa amor mío… ¿por qué te detienes?—le preguntó, esbozando una sonrisa inocente.

—Ellos… van a casarse—Anthony levantó la cabeza tan bruscamente que sobresaltó a Estefanía.

—Yo… eh… No debí decírtelo así—musitó ella, algo preocupada por el ceño fruncido de su esposo.

—Está bien—él se encogió de hombros—, es solo que me sorprende que se haya decidido a hacerlo tan pronto.

—¿Quieres decir que tú ya te lo esperabas?

—Por supuesto, Frank la ha amado por años. Eso sí, tendrá que pedirme su mano, ahora yo soy el cabeza de familia.

—Lo hará—le aseguró ella, con una sonrisa—. Mañana.

—Perfecto, eso nos da una noche más…—él arqueó una ceja pícaramente.

—¿Una noche más?—Repitió ella, sin comprender.

—Mañana nos mudaremos a la casa solariega—le dijo él, recostándose lentamente sobre ella hasta quedar sus rostros pegados uno enfrente del otro—, y una vez más estaremos rodeados de gente, ahora con Frank incluido, niños corriendo por cada rincón y la bulla de conversaciones que nos arrinconarán a estar únicamente en nuestra habitación para poder deleitarnos en privado el uno del otro.

—¿Te tengo que recordar que te estás refiriendo a tu familia en la descripción de todo eso?

—No, lo tengo muy claro—bromeó él—, como que te traeré aquí cada fin de semana, tal como te lo prometí al casarnos. Si no te tengo solo para mí, aunque sean un par de días, me volveré loco.

—¿Y entonces…?—Ella lo miró sin comprender—. ¿Cuál es tu propuesta?

—Ya que esta noche es la última siendo esta cabaña nuestra oficial residencia, ¿no te gustaría pasar la noche en vela haciendo algo más divertido que solo dormir?—Arqueó las cejas pícaramente, al tiempo que ahuecaba una mano sobre uno de sus pechos.

—No lo sé…—Estefanía miró la cuna junto a la cama, donde su pequeño Benjamín dormía—. No quisiera despertarlo.

—Oh, mi amor, a mí me preocupa lo mismo que a ti—le dijo él, poniéndose de pie y tomándola entre sus brazos—. Es por esa razón que le daremos la apropiada despedida a nuestro hogar a nuestro modo particular…—la besó en los labios y le susurró, con una voz gutural colmada de pasión—, recorriendo cada lugar donde retozamos alguna vez. Tal vez, comenzando por los establos…—arqueó las cejas pícaramente, haciendo reír a Estefanía.

—Me parece una excelente idea, amor mío—le dijo ella, atrayendo su cabeza con los brazos, con los que le había rodeado el cuello, para besarlo en los labios—, aunque me temo que tendré que corregirte en una pequeña cosa.

Él la miró expectante, dejando de besarle el lóbulo de la oreja del que se había apoderado en ese momento.

—¿Y se puede saber cuál es ese error, esposa mía?

—Es claro—ella sonrió mirándolo a los ojos, una mirada llena de amor que le atravesó el corazón—. No tenemos que despedirnos de nuestro hogar. Esta cabaña habrá podido ser nuestro hogar, pero solo lo era porque tú estabas aquí. Mi hogar está donde tú estés, y ahora nuestro hijo, por supuesto—desvió la mirada para mirar al pequeño niño dormido en la cuna—. No importa donde sea, donde ustedes dos estén, ése ser nuestro hogar—volvió a mirarlo a los ojos— y allí estaré yo.

Anthony sonrió también, estrechándola con más fuerza entre sus brazos para besarla por un momento largo, lleno de amor.

—En ese caso, será ése, y solo ése, el único lugar en el mundo donde yo quisiera estar.