LA CARRERA SÉPTIMA ERA UN MAR DE HIERRO y cemento. Aún no empezaba a llover pero era cuestión de horas para que toda la ciudad estuviera cubierta de agua. X había logrado esquivar el primer golpe de frío gracias a su buena pipita plateada y la salsa, que juntas eran en la mayoría de los casos una combinación letal contra la depresión, así que su buen humor no se vio malogrado por el clima. Salió de la ducha y se vistió con ropa abrigada pero cómoda para trabajar tranquila y no sentirse todo el día apretada. Eligió unas medias de lana negras, unas botas de caucho amarillas para la lluvia que habían sido regalo de su ex, pero aun así le gustaban tanto que no le importaba y las vestía feliz, una minifalda negra, una camisa de blue jean con botones perlados que le quedaba tremenda, y encima una gabardina de color azul oscuro que le llegaba por debajo de las rodillas y la protegería contra el frío y la lluvia.
El reloj marcaba las siete y cincuenta y dos minutos de la mañana y X abordó un taxi desde la calle sesenta y dos con carrera séptima hasta la calle doce con carrera tercera, en el barrio La Candelaria. Hacía cinco años que trabajaba en una fundación dedicada a la promoción de las artes, y aunque le gustaba el trabajo sentía que la carga laboral la empezaba a asfixiar, y por eso algunos meses antes había empezado a enviar su hoja de vida a amigos y conocidos para ver qué opciones se le abrían para cambiar de trabajo y recuperar las horas que tanto extrañaba, leyendo novelas arrunchada en el sofá de su casa bajo una cobija de plumas con una copa de vino tinto o un café y un porrito entre sus labios. Cómo extrañaba esos días sin afán, cuando recién volvió del Brasil, a donde había ido para estudiar portugués y escapar un tiempo de Bogotá, de ella misma, de su familia y de sus años de universidad.
Había decidido marcharse apenas terminara sus estudios, pues se dijo que era ahora o nunca, y definitivamente el portugués y Brasil, los brasileros, la samba, el bossa nova y las playas de Río eran demasiada tentación para no atreverse. No tuvo que pensarlo mucho y tres meses antes de partir ya tenía un pasaje Bogotá - Río de Janeiro - Bogotá, donde vivió los mejores meses de su vida.