X TERMINÓ SU COMIDA Y SU COPA DE VINO con calma y se dio un duchazo. Se puso unos jeans negros apretados, un cinturón de cuero delgadito de color blanco con hebilla de plata, una camisa roja con puntos blancos apuntada al cuello, una cadena de oro con un dije del círculo de la vida, y otro collar de plata más grueso con una turmalina negra en forma de triángulo, unas medias negras, zapatos de cuero negro con suela alta de caucho y hebilla al costado, y una chamarra vieja de cuero negro. Tomó un bolso negro de su perchero y metió su cartuchera donde había guardado su pipa de metal, su bolsita ziplock de yerba y un encendedor. Revisó su billetera y sacó veinte mil pesos. Pidió un taxi, se sirvió media copa de vino más y esperó con las luces apagadas mirando hacia la calle. La ciudad brillaba hermosa detrás del cristal de su ventana y de su copa, los colores eran destellos de luces rojas, verdes, blancas y amarillas. De repente escuchó el timbre del citófono en la cocina y miró hacia abajo y vio el taxi, dio un último sorbo a su vaso, se levantó, apagó las luces y fue hasta la cocina y contestó:
—¿Hola? Sí, el taxi es para mí, ya bajo. Gracias.
En pocos minutos estaba en la calle cuarenta y nueve con séptima, pagó y se bajó del taxi, cerró la puerta, se ajustó la cartera, se arregló el pelo y respiró hondo. Buscó con la mirada un letrero donde se leyera “El Alacrán” y no le resultó difícil encontrarlo. Cruzó la puerta, subió las escaleras y sintió el sonido del bajo, del piano y de las congas retumbar por todo su cuerpo. Miró en todas las direcciones buscando a su amiga Francisca y no la vio por ninguna parte, eran las diez y diez de la noche y seguramente aún no había llegado, así que decidió esperarla en la barra tomando un trago. Caminó y se sentó en una silla en el bar, saludó al cantinero y pidió la carta. Se decidió por una cerveza y pidió una Club fría, en vaso.
Rápidamente el dueño del local y Omar, que conversaban sobre algún detalle de la grabación que estaban escuchando, voltearon a mirar quién era esa chica que acababa de cortar el aire con frescura.
—Hola, bienvenida a “El Alacrán”, señorita, mucho gusto, mi nombre es Ramón, ¡Moncho para usted y los amigos! ¡Este es Omar, una gran promesa de la actuación de nuestro país!
Se dieron las manos y brindaron. De inmediato X reconoció la mirada inquieta y la piel joven de Omar. Sus ojos almendrados y profundos, su barba tupida. Dio un sorbo largo a su vaso de cerveza y se quedó pensando, buscó en su memoria imágenes de la última vez que había hecho el amor. ¡Habían pasado meses, seis, siete, ocho meses! Había sido en su casa, en su cama, con un viejo amor del colegio, un muchacho que siempre le había parecido guapo y con quien tuvo un romance intenso en los últimos años de secundaria. Era joven y sin experiencia sentimental, y mucho menos en el arte de hacer el amor. En esos años de colegio ese muchacho solía visitarla después de la jornada escolar y charlaban en el sofá de la sala de la casa de sus padres, pues su madre era conservadora y prefería las visitas en la sala, pero de vez en cuando X aprovechaba un momento de soledad en la casa y recibía la visita en su habitación. Aprovechaba para besar con intensidad y pasión a su joven amante, lo besaba lentamente, se le endurecían los pezones y los senos, se mojaba y cuando eran atrevidos su amante le quitaba la camiseta y el brassier con torpeza y chupaba sus pezones con entrega total, lamiéndolos lentamente, pasando su lengua una y otra vez por encima de la piel erizada, buscando con dedos inexpertos su cueva de amor, metiendo el dedo corazón en su vagina empapada, buscando su clítoris y volviéndola loca de placer moviendo la yema de su dedo una y otra vez con ritmo desenfrenado hasta hacerla gemir y disfrutar de sus primeros y riquísimos y descontrolados orgasmos.
X tomó nuevamente un trago largo de su cerveza y miró el reloj, las diez y veinticinco de la noche. La música antillana explotó desde los parlantes y eso la hizo sentir viva, las copas de vino y la yerba que había fumado en su casa empezaban a hacer el efecto deseado en su cuerpo y se sintió feliz y liviana. Coqueteó sin reparos con Omar y con Moncho, recibió piropos con alegría y se dejó invitar a otra cerveza.
El reloj de X marcó las once de la noche y Francisca Liberti cruzó la puerta de “El Alacrán”, subió risueña las escaleras, y entró finalmente por la pista de baile al bar. Rápidamente las miradas de X y Francisca hicieron contacto y las dos se lanzaron al encuentro de la otra. Con un abrazo y dos besos se saludaron y se dijeron cuánto se extrañaban. Desde la barra Omar miraba con asombro el abrazo de las dos mujeres y se sorprendió de sobremanera al descubrir que estaba ante la misma persona que había visto hace unas horas en el set de televisión: Francisca Liberti “La Argentina”. X se volteó y volvió hasta la barra por su cerveza y le prometió a Omar que más tarde se verían, se despidió de él con un guiño coqueto y Omar la vio partir hacia una mesa larga, donde se juntó alegremente con Francisca y sus amigos.
No habían pasado quince minutos cuando Omar sintió una palmada en su espalda y escuchó un grito de júbilo como saludo:
—¡El propio! ¡Qué pasa viejo Omar! ¡Cómo está la Costa Caribe, no joda!
Omar se alegró y saludó a su viejo amigo Carlitos con un fuerte abrazo, y este con desparpajo lo besó en la mejilla y lo tomó de los cachetes:
—¡Pero qué guapa está mi estrella de Hollywood, no joda!
Carlitos se apropió de la silla que X había dejado hace minutos y saludó alegremente a Moncho. ¡Ajá viejo Moncho! Pidió un ron con mucho hielo y una rodaja de limón, y se animó a brindar por el futuro:
—¡Salud, compañeros! ¡Por lo que viene!
Chocaron las botellas y sonaron los cristales, dieron sendos sorbos a sus tragos y se perdieron rápidamente en una conversación sobre la canción que sonaba: “Yo me voy a morir… pa’ orienteeee!”. El judío maravilloso, Henry Fiol y su inigualable voz retumbaban a más no dar en los parlantes viejos de “El Alacrán”. La selección de música era de primer nivel, como siempre sucedía cuando Moncho se encargaba del tocadiscos, y no pararon de sonar Héctor Lavoe, Lebrón Brothers, Los Van Van y una lista interminable de artistas del sonido y la canción. La música sonaba con mística profunda y la noche iba desplegando un aura de misterio y desenfreno que casi se podía palpar en el aire. Cada vez era más difícil encontrar el camino al baño y desplazarse dentro del lugar, teniendo que abrirse paso entre las parejas que bailaban apretadas unas con otras y los solitarios que embriagados buscaban pareja en las mesas para espantar la soledad.
Omar y Carlos conversaban alegremente atrincherados en sus sillas de la barra y las horas fueron transcurriendo con lentitud entre conversaciones de libros y películas, de amores del pasado y sueños del futuro. Cada tanto Omar encendía un cigarrillo y sentía deseos de tener un cuerpo entre sus brazos y besar unos labios tibios. Se levantó de su silla y fue rumbo al baño abriéndose paso entre bailadores y bebedores, su brazo derecho iba haciendo camino entre la multitud y poco a poco sin darse cuenta se fue desviando hasta llegar a una zona de mesas con algo de espacio. Observó con detenimiento desde una pequeña tarima que albergaba las mesas y a la gente. Vio a su amigo Carlitos en la barra con el pelo alborotado y hablando casi a gritos con Moncho, vio a una pareja de enamorados besarse con candor al ritmo de la música, y finalmente se fijó en la mesa que estaba a su lado y vio a X y a Francisca Liberti conversando y riendo con desparpajo. Se acercó a X y sin pensarlo le ofreció sus brazos invitándola a bailar, X se levantó sorprendida sonriendo en coro con “La Argentina” y se entregó al baile con alegría. Omar y X bailaron absortos en la música y los movimientos, sintiendo cada centímetro de la piel del otro con intensidad, las tetas de X sobre el pecho de Omar bien apretadas, las manos de Omar sobre la cintura de ella y sus caras muy cerca, por momentos juntando las mejillas y susurrándose preguntas y comentarios sobre la música o los pasos de baile; la pelvis de ambos pegada a la pierna del otro con fuerza. Bailaron intensamente y dejaron el peso de la rutina y la vida en la pista de baile. Fueron minutos de liberación y felicidad, de sensualidad y deseo.