–Alguien tiene una pinta horrible esta mañana.
Cuando Jonah levantó la vista, su hermano Noah estaba en la puerta de su despacho. Solo de verlo, le hirvió la sangre.
Noah había elegido un mal día para pasarse por allí con una sonrisa en la cara. No había dormido desde hacía días, desde que había discutido con Emma. No podía comer. Y lo peor era que sabía que había actuado mal y no sabía cómo arreglar las cosas. Pero, al menos, haría justicia. Le haría pagar a Noah por haberle puesto en esa situación.
Sin responder, Jonah se levantó. Al ver su cara furiosa, a Noah se le borró la sonrisa de la cara.
Se acercó a su hermano como una pantera sobre una presa acorralada. Había sufrido días de frustración, de desamor, por no mencionar que había perdido millones de dólares por culpa de un estúpido capricho de su hermano.
–Jonah… –dijo Noah, levantando las manos en gesto de rendición–. Deja que te lo explique primero.
–Claro que me lo vas a explicar. Pero lo harás con el labio partido y la nariz rota.
–Venga, Jonah. ¿Me vas a pegar? ¿Qué diría mamá? Voy a verla esta noche. ¿Quieres que tenga aspecto de que nos hemos peleado?
Por lo general, la mención de su madre habría bastado para apaciguar a Jonah. Pero ese día, no.
–No. Quiero que tengas aspecto de que has perdido la pelea.
Asustado, Noah se puso detrás de la mesa de reuniones.
–¿Por qué estás tan enfadado? ¿Se ha caído el trato con Game Town?
–¿Se ha caído el trato con Game Town? –le remedó Jonah con un tono que rozaba el histerismo. No tenía ni de idea de qué había pasado con Game Town, la verdad. No había sabido ni una palabra de ellos desde que Emma lo había echado de su casa el lunes por la noche. Con una carcajada de terror, siguió acercándose–. Esa es la menor de mis preocupaciones ahora mismo, Noah.
Su hermano se quedó perplejo.
–Bueno, espera. De verdad. ¿Qué ha pasado? Hablé con el director de Game Town ayer y me pareció que lo entendía y que seguiría adelante con el trato.
Jonah se quedó paralizado. No podía creer que su hermano hubiera ido a hablar con el señor Bailey sin haber contado con él.
–¿Que has hecho qué?
–Te lo contaré todo si te sientas y prometes no pegarme. Por eso he venido. No soy ningún estúpido.
Jonah lo dudaba mucho, pero le pudo la curiosidad. No podía imaginarse qué le había dicho Noah al señor Bailey para convencerle de que todo estaba bien.
–De acuerdo. Pero no prometo no pegarte.
–Bien –dijo Noah–. Por favor, siéntate y déjame hablar.
Sin quitarle el ojo de encima a su hermano, Jonah volvió a su escritorio y se sentó.
Noah tomó asiento en la silla de invitados.
–Habla.
–Volví de Tailandia hace dos días –explicó Noah–. Me pasé el primer día en la cama con jet lag. Al día siguiente, Melody me llamó y me contó que se rumoreaba que el trato con Game Town podía no cerrarse por culpa mía, por lo del dinero. Me sentí tan mal que fui a Game Town y hablé con el jefe en persona.
Jonah frunció el ceño con incredulidad. Noah Flynn no destacaba por tener iniciativa, precisamente.
–Le expliqué para qué era el dinero y le dije que se había debido a unas circunstancias extraordinarias que no volverían a repetirse.
Jonah estaba cada vez más furioso.
–¿Y para qué era el dinero, Noah?
–Para pagar un rescate.
Bueno, eso sí que Jonah no se lo había esperado.
–¿Un rescate? ¿Para quién?
–Para mi hijo.
–¿Qué hijo? No tienes ningún hijo –repuso Jonah, cada vez más perplejo.
Noah suspiró.
–Hace un año y medio, conocí a una doctora llamada Reagan Hardy, en un evento benéfico. Pasamos una semana juntos, pero Médicos sin Fronteras la envió al sudeste asiático y tuvimos que separarnos. Después de haberse ido, ella se enteró de que estaba embarazada y no me lo dijo. Como ocupaba un puesto importante en su organización, era uno de los objetivos de la mafia tailandesa. Secuestraron a Kai de la clínica donde ella trabajaba. Yo no sabía nada de la existencia del niño, hasta que Reagan me llamó y me pidió ayuda. Le pedían tres millones de dólares en siete días, o matarían a Kai. Le dijeron que, si contactaba con la policía o se lo decía a alguien, matarían al niño también. Yo tenía que actuar rápido, así que tomé el dinero y me fui a Tailandia. Siento haberte causado problemas, pero no me arrepiento de lo que he hecho. Lo haría de nuevo, si fuera necesario.
De alguna manera, pensar que su sobrino había estado secuestrado por criminales hizo que todo lo demás le pareciera trivial a Jonah.
–¿Qué pasó?
–Pagué el rescate y devolvieron al niño sano y salvo. La policía agarró a los raptores al día siguiente y recuperamos la mayoría del dinero. Así que voy a devolverlo, como prometí. Cuando se lo conté a Carl Bailey, fue muy comprensivo. No es la clase de cosa que pase a menudo. Me dijo que, dadas las circunstancias, no nos lo tendría en cuenta. ¿Es que ha cambiado de opinión?
Jonah meneó la cabeza.
–No lo sé. No he hablado con ellos. Llegados a este punto, la verdad es que no me importa.
Noah observó a su hermano con curiosidad.
–El tipo que casi me golpea hace unos minutos se ha calmado, bien. Si no estás enfadado por lo de Game Town, ¿entonces qué te pasa?
Jonah no sabía por dónde empezar. ¿Cómo explicar lo que sentía por Emma y cómo la había perdido?
–Es por una mujer –adivinó Noah.
¿Tan obvio era?
–Ya no importa, Noah. Era la auditora enviada por Game Town y perdió su trabajo por mi culpa.
–Seguro que puedes ayudarla a encontrar otro empleo. Diablos, puedes contratarla tú.
Jonah meneó la cabeza. Sabía que Emma se negaría.
–No lo aceptará. Su reputación era lo más importante para ella y yo lo he echado todo a perder. Ella era la mujer de mis sueños, Noah. La amo. Está embarazada de mi hijo. Y la mentí para intentar salvaguardar un trato de negocios.
–¿Es la misma de la fiesta de carnaval? ¿La del tatuaje?
Jonah asintió, hundido.
–Bueno, pues tienes que arreglarlo.
Jonah frunció el ceño. A su hermano, todo le parecía fácil. Hasta el secuestro de un niño era algo que no le amedrentaba.
–¿Cómo? No se por dónde empezar. No creo que quiera nada conmigo.
–Pero eso no significa que no pueda cambiar de opinión. Dices que la reputación es importante para ella. Pues da la cara por ella. Habla con su jefe, dile que no fue culpa suya y que le devuelva su empleo. Acepta tu responsabilidad y arregla las cosas.
Sonaba bien, ¿pero sería suficiente?
–¿Y si ella no me perdona? ¿Y si no quiere volver conmigo?
–Entonces, tendrás que contentarte pensando que hiciste todo lo que pudiste.
Por una vez, Jonah tuvo que admitir que Noah tenía razón.
–A menos, claro, que estés preparado para dar el gran paso.
–¿Gran paso? –preguntó Jonah, arqueando las cejas.
Noah levantó la mano y le mostró su alianza.
–Me refiero a darlo todo. A restablecer su reputación en el trabajo y, también, en lo personal, declarándole tu amor y pidiéndole que se case contigo. Si tanto le preocupa lo que piensen de ella en el aspecto profesional, ¿qué le parece tener un hijo fuera del matrimonio?
–Ya le he pedido que se case conmigo. Me dijo que no.
–Pues pídeselo otra vez. Y no por el bebé, sino porque la amas y quieres pasar el resto de tu vida con ella.
De nuevo, Noah tenía razón. Sin decir más, Jonah buscó unos números en el ordenador. Tenía que hacer unas cuantas llamadas para arreglar las cosas.
–¿A quién llamas? –preguntó Noah.
–A todos.
Emma no se había quitado el pijama en tres días, ni se había lavado el pelo. No lograba reunir el entusiasmo necesario para salir de casa. ¿Qué importaba? No tenía adónde ir. Estaba desempleada, soltera, embarazada y deprimida.
Sonó su teléfono, pero lo ignoró. Pensó que serían Harper, Violet o Lucy. Sin duda, acabarían presentándose en su casa. Violet tenía una llave, así que no podía impedírselo.
Pero no le importaba. Nada tenía sentido. Aunque, antes o después, sabía que tenía que recomponerse y retomar su vida. Tenía facturas que pagar y, pronto, tendría también un bebé a quien alimentar. Podía pedirle dinero a sus padres, pero eso significaría confesarles cómo había metido la pata. Y no estaba preparada.
Había estado buscando empleo por internet. Esperaba poder encontrar algo antes de que se corriera la voz de la razón por la que había sido despedida. Sabía que, cuando llamaran a Game Town para pedirle referencias, sabrían que había sido despedida por negligencia. Pero eso era mejor que los rumores que se extendían como la pólvora. Para colmo, dentro de poco, no habría manera de ocultar su embarazo.
Por el momento, no había visto nada interesante. A excepción de un puesto de director financiero en FlynnSoft. Era un trabajo jugoso e interesante, pero no podría soportar convivir con Jonah a diario en la oficina. Estaba bien cualificada para el empleo, pero esa puerta estaba cerrada para ella. Prefería ganarse la vida como cajera de un supermercado antes que volver a él para que le diera trabajo.
George y Pauline Dempsey tendrían un ataque al corazón si la veían trabajando de cajera, embarazada y soltera. Pero lo haría de todas maneras. Porque le quedaba su orgullo y tenía que mantener a su hijo.
Emma estaba pensando en cenar helado cuando el teléfono sonó otra vez. Era el número de Tim. Frunció el ceño. ¿Por qué iba a llamarla Tim? Se había llevado ya todo de su despacho. Si él creía que iba a responder preguntas sobre su informe después de haberla despedido, estaba muy equivocado.
–¡Emma! Soy Tim.
–Ya lo sé.
–¿Tienes un segundo para hablar?
Emma suspiró.
–En realidad, no. Tengo una entrevista de trabajo mañana por la mañana y debo recoger una ropa de la tintorería antes de que cierre –mintió ella. Todavía no había enviado su currículum a ninguna parte.
–Bueno, entonces, seré breve. La verdad es que pensó que me precipité al despedirte. Me molestó que me hubieras dejado fuera y me pasé de la raya. No debería haberte echado por eso.
Emma se sentó en el sofá, despacio. ¿Tim se estaba disculpando? Eso sí que era raro.
–Me alegro de que lo reconozca –repuso ella, sin saber qué más decir.
–Las cosas han sido muy caóticas en los últimos días. Creo que subestimé lo mucho que nos ayudabas con tu trabajo. He cometido un terrible error. Me gustaría que volvieras, Emma.
Ella se quedó boquiabierta.
–¿En serio?
–Sí. No debería haberte culpado por las acciones de Flynn. Es un hombre muy persuasivo y carismático. Pero tú cumpliste mis instrucciones al pie de la letra.
Emma se quedó callada. Tim parecía haberse convertido en otra persona.
–¿Jonah ha hablado con usted para que me devuelva mi puesto?
Hubo un largo silencio al otro lado.
–Sí –admitió él al fin–. Vino a la oficina en persona esta mañana. Me explicó lo del secuestro y la discrepancia en las cuentas.
–¿Qué secuestro?
–El sobrino de Flynn. Para eso eran los tres millones. ¿No te lo ha contado? Dijo que todo había sido culpa suya, que te presionó contra tu voluntad y que he sido un maldito idiota por dejarte marchar.
–¿Un maldito idiota? –repitió ella, sin poder digerir toda esa información. ¿El sobrino de Jonah había sido secuestrado? ¿Qué sobrino?
–Sí. Eso me dijo. Y, como no quiero ser un maldito idiota, decidí llamarte y pedirte que volvieras. ¿Qué dices, Emma?
Ella no sabía qué decir. Estaba anonadada. No había tenido noticias de Jonah desde que lo había echado de su casa. No había esperado saber nada de él hasta que el bebé hubiera nacido.
Quizá, Jonah había hablado en serio ese día.
Emma había creído que habían sido solo excusas. Pero, si había sido sincero… Si de verdad ella le importaba…
Jonah había hecho lo posible para arreglar las cosas, porque sabía que para ella era importante su reputación. Sin embargo, en ese momento, nada le parecía tan prioritario como su futuro con Jonah.
–¿Emma?
–¿Qué? –dijo ella, saliendo de sus pensamientos.
–¿Vas a volver? –repitió Tim.
Ella lo pensó un momento, pero ya sabía la respuesta.
–No, gracias. Agradezco la oferta, pero creo que es hora de que cambie de rumbo. Buena suerte. Adiós.
Nada más colgar, Emma sintió que el pánico se apoderaba de ella. Acababa de rechazar un buen trabajo. ¿En qué diablos había estado pensando?
¿Creía que no lo necesitaba porque Jonah la amaba y quería volver con ella? Había apostado muy fuerte. Tal vez, él solo quería ser amable. O arreglar sus errores.
El timbre de su puerta la sobresaltó. ¿Es que no podían dejarla en paz? Como suponía, al mirar por la mirilla, vio a Harper y a Lucy.
–¿Qué queréis? –gritó ella, a través de la puerta cerrada.
–¿Qué queremos? Es martes por la tarde –repuso Harper–. ¿Qué crees que queremos?
–Te he llamado tres veces hoy, Emma. Si hubieras respondido, esto no sería una sorpresa. ¡Hoy es nuestra noche de chicas! –le recordó Lucy.
Emma se había olvidado por completo de su cita semanal. Abrió la puerta.
–Lo siento. Creo que he perdido la noción del tiempo.
–Ya lo veo –comentó Harper, posando los ojos en su pijama y en su pelo revuelto–. Por suerte, Lucy se ha ocupado de comprar comida, así que no nos moriremos de hambre.
–No sé si estoy de humor para esto hoy, chicas.
–Bueno, peor para ti –repuso Lucy–. No pienso perderme el capítulo de hoy de nuestra serie favorita –añadió, y se dirigió a la cocina con la comida.
Al parecer, las chicas se quedaban, le gustara o no, pensó Emma.
–Voy a limpiar un poco mientras preparáis los platos.
Recogió del suelo pañuelos usados y envases vacíos de chocolatinas antes de dirigirse al baño para una ducha rápida. Cuando salió, la cena estaba lista.
Emma probó la comida griega, saboreando por primera vez en días algo decente. Tardó un momento en darse cuenta de que sus amigas estaban observándola con gesto expectante.
–¿Dónde está Violet? –preguntó ella, tratando de enfocar la conversación por otros derroteros.
–Está con gripe –explicó Harper–. Pero lo que queremos saber es qué pasa contigo y con Jonah.
Emma les contó lo de la llamada de Tim y cómo había rechazado su oferta.
–Buena chica –opinó Harper–. Tim se merece sufrir por haberte tratado así. Seguro que está agobiado tratando de ocuparse de todo lo que hacías tú.
Emma no estaba tan segura de haber hecho bien.
–¿Crees que he hecho lo correcto? ¿Qué diablos voy a hacer ahora? Necesito trabajar.
Harper asintió con un brillo en los ojos que hizo que Emma se sintiera incómoda.
–Claro que tienes que trabajar. Y yo tengo el trabajo perfecto para ti.