Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

Jonah tuvo que volver a su despacho para una videoconferencia después del incidente con Emma, pero no iba a olvidarse de lo que había pasado. O bien ella sabía lo del dinero o no. O lo odiaba o le gustaba. Él iba a averiguar la verdad, costara lo que costara.

A la mañana siguiente, la encontró sentada en su despacho temporal. La observó en silencio unos minutos, mientras ella estudiaba con intensidad unos papales. Arrugó la nariz un poco, frunciendo el ceño mientras escrutaba cada número.

Incluso inmersa en el trabajo, seguía manteniendo una postura impecable, sentada con la espalda recta y el pelo recogido en un apretado moño.

Sin levantar la vista, se colocó detrás de la oreja un mechón de pelo que se le había escapado y empezó a tomar notas en un cuaderno de espiral. Tenía una caligrafía perfecta.

Auditora o no, Jonah estaba genuinamente interesado en Emma y eso le sorprendía. Le resultaba irritante y, al mismo tiempo, era un fascinante puzle que quería resolver. El encuentro del día anterior solo había servido para añadir intriga al cóctel.

–¿Qué sucede, señor Flynn? ¿Se ha quedado sin mujeres a las que raptar? ¿Por eso ha decidido pasarse otra vez por mi despacho?

El sonido de la voz de Emma lo sacó de sus pensamientos. Ella no parecía tan tensa como el día anterior. Incluso, había un tono divertido en sus palabras. Había hecho bien en darle espacio, se dijo él.

–Siento lo de ayer. No pretendía…

–No pasa nada –le interrumpió ella–. No hay problema. Finjamos que nunca pasó.

Jonah no se había esperado eso. Había esperado encontrarla dispuesta a pelear o, al menos, a ponerle una denuncia por acoso. Pero, en vez de eso, insistía en hacer como si nada hubiera pasado. Tal vez, no había encontrado el desfalco de Noah, después de todo.

–¿Podemos hablar de ello?

–Prefiero que no.

Sonrojada, Emma bajó la vista a los papeles. Parecía avergonzada. Jonah no entendía nada. Tenía ganas de besarla de nuevo, pero no a oscuras, para poder ver el rubor en sus pálidas mejillas.

–Deja que lo arregle de alguna manera.

Ella miró al techo y dio un respingo.

–Por favor…

–¿Me pides que salga a cenar contigo? De acuerdo, acepto –dijo él–. ¿Qué te parece sushi? Tengo ganas de ir a un japonés que acaban de abrir.

Emma se quedó perpleja por la inesperada reacción.

–¿Qué? No.

–¿No te gusta el sushi? Tienes razón, a mí tampoco me gusta tanto. ¿Qué tal un asador?

–No, quiero decir que no quiero ir a cenar –replicó ella, roja como un tomate, sin duda, por la irritación.

Cuando pasó delante de él y salió al pasillo, Jonah se tomó un momento para admirar cómo le sentaban los pantalones ajustados negros que llevaba. Después, la siguió para alcanzarla.

–¿Por qué no?

–No sería apropiado –respondió ella, sin volverse.

–¿Quién lo dice? No soy tu jefe. No veo qué tiene de malo que te invite a cenar como bienvenida amistosa a nuestra empresa. Yo saco a mis clientes a comer todo el tiempo.

–No tienes reputación de ser solamente amistoso con las mujeres.

Sus palabras le sonaron como cuchillos a Jonah. Adivinó que su rechazo tenía que ver con la mala opinión que ella tenía de su vida amorosa.

–Entonces, ¿lo que pasa es que no quieres que te vean en público con un mujeriego como yo? ¿Dañaría tu reluciente reputación?

Emma dobló una esquina, probablemente, en dirección a la fotocopiadora de nuevo.

–Honestamente, sí. He trabajado mucho para llegar adonde estoy. No me interesan los hombres como tú, ni la clase de amistad que me ofreces.

Se detuvieron delante del ascensor y ella apretó el botón de bajada, negándose a mirarlo a los ojos. Jonah seguía sin entender nada. Sus palabras no encajaban con la mujer que tan ardientemente le había devuelto el beso el día anterior.

–No lo sé… –dijo él, dejando que una sonrisa pintara sus labios–. Puede que te guste ensuciar tu reputación conmigo. Ayer no pareció molestarte tanto.

Emma le lanzó una rápida mirada, frunciendo el ceño.

–O puede que acabe saliendo en uno de esos blogs de cotilleos y siendo la comidilla de todo el sector.

Jonah odiaba esas publicaciones. ¿Por qué les interesaba tanto la vida de los demás?

–¿Qué más da lo que piense la gente de nosotros?

Las puertas del ascensor se abrieron y Emma se apresuró a entrar, seguida de Jonah.

–A mí me importa. Puede que tú seas un millonario excéntrico, pero yo soy una profesional. Algo así me costaría mi puesto de trabajo.

–¿De verdad crees que a tu jefe le importaría que nos vieran juntos? Si es así, ¿por qué quieres trabajar para alguien tan estirado? Ven a trabajar aquí. Nos vendrá bien otra experta en finanzas.

Emma lo miró, al fin, con sus ojos azules como platos.

–Es una oferta muy amable, pero no quiero que digan que me he ganado el puesto en la cama.

De nuevo, Emma no dudaba en insultarlo. Su plan iba cada vez peor, caviló él.

–Nunca he dicho que nos acostáramos, Emma. Solo te he invitado a cenar. Tú has imaginado el resto, basándote en tus prejuicios sobre mí.

El ascensor llegó a su destino y, en cuanto las puertas se abrieron, ella salió a toda prisa.

–No son prejuicios. Ahora lo sé por experiencia propia. Ayer tuve la prueba de que tus intenciones no tienen nada de inocentes.

–Ya me he disculpado por eso. No sé qué me pasó. No volverá a pasar, a menos que tú me lo pidas. Pero ven a cenar conmigo.

Emma se giró se golpe y se puso en jarras.

–¿Por qué insistes tanto? ¿Por qué yo? ¿No tienes a ninguna modelo de ropa interior para que te entretenga?

Jonah se metió las manos en los bolsillos, frustrado. No debía salir con más modelos, se dijo. Le daban una mala reputación e intimidaban a las demás mujeres. Él apreciaba el cuerpo femenino en todas sus formas. Aunque las mujeres rara vez lo entendían. Se comparaban con un ideal perfecto y creían que él no podía desearlas si no encajaban en ese patrón.

–¿Qué pasaría si, de veras, estuviera interesado en ti, Emma? ¿Y si pensara que eres inteligente, divertida y atractiva y quisiera comprobar qué hay entre nosotros? ¿Tan malo es?

–En cualquier otro momento o lugar, quizá no. Pero, según están las cosas, nada de cenas. No voy a salir contigo, gracias –repitió, y se dirigió a la cafetería.

Estaba bastante vacía a esas horas, así que Jonah la siguió. Se negaba a dar por terminada la conversación.

–Deja que, por lo menos, te invite a café.

Emma se rio y se cruzó de brazos.

–Aquí es gratis.

Jonah arqueó una ceja.

–Para mí, no. Yo lo pago todo. De hecho, te he invitado varias veces a comer desde que estás aquí. ¿Qué daño puede hacerte una más? La única diferencia es que comeremos al mismo tiempo, en la misma mesa.

Ella suspiró.

–No vas a irte hasta que acepte tomarme un café contigo, ¿verdad?

–Un café es un buen comienzo.

–Bien –dijo ella–. Quiero una taza grande de té con dos azucarillos y un bollo de canela. Te esperaré en una mesa. Y, cuando hayamos terminado, no quiero volver a verte durante el resto del día, ¿de acuerdo?

Jonah sonrió. Una pequeña victoria era todo un logro en lo relativo a Emma.

–Sí.

La encontró sentada en una mesa en una esquina. Jonah observó en silencio mientras ella le ponía azúcar a su taza.

–¿Qué te llevó a estudiar contabilidad? –preguntó él.

–No me gusta la ambigüedad –respondió ella–. En matemáticas, todo es exacto, no hay decisiones cuestionables. Dos más dos es cuatro. Me gustaba tener una profesión basada en algo estable. También me pareció que era una carrera respetable. A mis padres les complació mi decisión.

–¿Y si hubieras querido ser modelo o estrella del rock? ¿Qué habrían pensado de eso?

Emma meneó la cabeza.

–Nunca habría querido ser algo así. Para empezar, no soy lo bastante guapa o talentosa. Y, aunque lo fuera, no lo haría. Esa clase de personas terminan en las páginas del corazón, junto a tu foto.

Jonah frunció el ceño. No le gustaba la forma en que ella hablaba de sí misma.

–No es tan malo. La gente lee esas revistas porque quiere imaginarse por unos minutos que está en la piel de sus protagonistas. Quieren compartir su glamour y sus vidas excitantes.

–Mi hermana era quien estaba destinada a ser famosa, no yo.

–¿Y a qué se dedica tu hermana?

–A nada. Está muerta –contestó Emma, tomó su taza y su plato–. Lo siento, Jonah, pero tengo que volver al trabajo.

 

 

Emma se sentó en su silla y enterró la cabeza entre las manos. Las cosas no iban según lo planeado. Antes de que llegara a FlynnSoft, había estado segura de que su atractivo director no se fijaría en ella. Después de haber descubierto que Jonah era el padre de su bebé, era todavía más importante que mantuviera las distancias con él, hasta haber terminado la auditoría. Había una pequeña prueba viviente de que se había acostado con Jonah Flynn, al menos, una vez. Aun así, en las últimas veinticuatro horas, lo había besado en un cuarto oscuro y había aceptado tomarse un té con él.

¿Qué diablos le pasaba? ¿Por qué lo había besado? No tenía excusa. Ni tampoco la tenía por haberse sentado a charlar con él en la cafetería. Sabía que, si le daba la mano, se tomaría todo el brazo. Nada era inocuo en lo que tenía que ver con él.

Igual que le había pasado en aquella fiesta, una fuerza de atracción poderosa e irresistible la empujaba a sus brazos. En el pequeño cuarto de la limpieza, cuando había percibido su calor, su aroma… En cuanto él había posado la mano en su pecho, Emma había recordado el tatuaje y el pánico se había apoderado de ella. No podía dejar que lo viera y que descubriera quién era. Solo había podido salir corriendo. Como aquella noche, no podía cambiar lo que había pasado, pero podía ponerle freno y asegurarse de que no se repitiera. Jonah podía ser parte de su vida como padre de su hijo. Pero nada más.

Sus amigas tenían la culpa. Le habían sembrado la semilla de la duda cuando habían ido a cenar a su casa. Emma se había quedado pensando en la noche que había pasado con Jonah y lo vacías y miserables que le parecían el resto de sus noches desde entonces.

Se había convencido de que un hombre como Jonah nunca estaría satisfecho con una mujer como ella. Esa noche, no había sido ella misma. La máscara le había ayudado a dejarse llevar y a vivir una fantasía que no olvidaría nunca. No quería que la dura realidad la echara a perder. Sin embargo, el bebé que habían creado esa noche haría necesario destruir esa fantasía, antes o después.

Inexplicablemente, había una atracción entre ambos que no tenía nada que ver con máscaras o secretos. Él no tenía ni idea de quién era ella en realidad y, aun así, parecía genuinamente interesado. Ella no tenía ni idea de por qué. No era posible que la deseara. Más bien al contrario, parecía irritarlo, a juzgar por cómo fruncía el ceño siempre que estaba con ella.

Tal vez, su única intención era embaucarla para que diera una valoración positiva de la auditoría. No sería la primera vez que alguien intentaba presionar o sobornar a un auditor. A Emma nunca le había pasado antes, pero era posible. Quizá, un hombre como Jonah prefería utilizar sus encantos físicos que ofrecerle dinero. La chispa que había entre ellos le facilitaba las cosas, sin duda.

Por supuesto, si él se tomaba tantas molestias, significaba que tenía algo que ocultar…

Una incómoda sensación se le instaló en el estómago. El contrato con Game Town era muy importante para FlynnSoft. Si él temía que descubriera algo que podía ponerle en peligro, sin duda, haría lo que pudiera para distraerla. No necesitaba encontrarla guapa o atractiva para eso. De hecho, no tenía nada que ver con las exuberantes modelos con las que él estaba acostumbrado a salir. Sus sospechas debían de ayudarle a ignorar a Jonah, al menos, por el momento, se dijo Emma.

El resto de la tarde, intentó dejar de lado cualquier pensamiento relacionado con él y se concentró en las cuentas. Cuando levantó la vista, eran más de las seis. Por suerte, Jonah había mantenido su promesa y no se había presentado allí durante el resto del día.

Pensó en recoger e irse a casa, pero una molesta inquietud le atenazaba el estómago. Decidió que había estado demasiado tiempo sentada y que iría al gimnasio de la empresa. Pero antes de dirigirse allí, se detuvo delante de la mesa de la asistente de Jonah, Pam.

–¿Se ha ido ya el señor Flynn?

–Sí, tenía una cita a las cinco y media.

Perfecto, pensó ella.

–Gracias.

Emma se dirigió a su destino, contenta porque podría hacer ejercicio en paz. En el vestuario, se puso unos pantalones cortos de deporte y una camiseta de tirantes que dejaba parcialmente expuesto su tatuaje y enfatizaba su vientre hinchado por el embarazo. Al ver su reflejo en el espejo, frunció el ceño. No había pensado en eso cuando había preparado la bolsa de deporte, pero pronto tenía que empezar a comprar ropa de premamá.

Pensó en vestirse con su ropa de trabajo otra vez e irse a casa, pero estaba deseando hacer algo de ejercicio. La sala estaba vacía. Y Jonah no se pasaría por allí. Cualquier otra persona que viera su tatuaje, no comprendería su significado.

Emma se puso los auriculares para escuchar su música favorita y se subió a la máquina elíptica. Cerró los ojos y se dejó llevar por el ritmo. El sudor que le corría por la espalda y el esfuerzo de sus músculos eran agradables distracciones. Llevaba días inmersa en un mar de confusión y excitación. Esperaba que, si hacía suficiente ejercicio, la atracción que sentía por Jonah se esfumaría por los poros de su piel y estaría mejor preparada para lidiar con él.

Al menos, ese era el plan.

Cuando su cuerpo ya no podía más, Emma disminuyó el ritmo y abrió los ojos. Sonrió, complacida con la puntuación que le mostraba la consola. Se había ganado un postre después de la cena. Quizá, se podía tomar un pedazo de chocolate negro para reemplazar el sexo que no pensaba tener.

Paró la música y se bajó de la máquina. Su plan había funcionado. Agarró la botella de agua, le dio un largo trago y se secó la cara con la toalla.

El sonido de una risa masculina la sobresaltó. Se sacó los auriculares de los oídos y se volvió para mirar a su alrededor. El gimnasio estaba tan vacío como antes. Debía de haber sido fruto de su imaginación.

Tomó sus cosas y se dirigió al vestuario. Había pensado ducharse y cambiarse allí, pero el sonido de aquella risa la había puesto nerviosa. Sin esperar más, agarró su bolsa de deporte, se puso un suéter encima de la camiseta y se dirigió a la salida.

Se bañaría en la privacidad de su hogar, donde no tenía que preocuparse por que nadie la observara.