«Entre pan y pan todo está más rico». Podría decirse que sí. La fila de onzas de chocolate que nos ponía el ama en el pan, las tortillas, el lomo con pimientos, ese bonito con alegría, esa txistorra, ese filete con el pan untado en la sartén, ese escalope rebozado… Jugar a rellenar el pan puede ser cocina seria. Aunque también el bocata de toda la vida lucha por escalar posiciones en la pirámide gastronómica.
Vuelve ese gesto tan bonito y curioso de comer que las dietas tan restrictivas en calorías estaban dejando en tan solo un recuerdo. Y pese al culto por lo delgado el bocadillo se recupera; pese a esos sustitutos de rápida, o nula, preparación, como la bollería. Quedan bien lejos aquellos años de merienda de paté de fua «urbano». Aunque estaba bien rico, en mi pueblo queríamos chocolate porque el marketing ya hacía de las suyas y con su compra sorteaban bicicletas… Y además, en casa siempre había queso.
La localización del cuándo del bocadillo marca la diferencia, ya sea de media mañana, ya sea para la merienda. Hoy el bocadillo (mini, medio, entero) ha tomado cuerpo y ha sustituido incluso las ingestas «serias», como el almuerzo o la cena. Además, los bocadillos han entrado de lleno en el mundo del lujo gastronómico y ya no solo hay bocadillo en casa o en las tascas. Se ha socializado de la manera más in y la miga del bonito con alegría coexiste con el bocadillito más pijo de la ciudad. Siempre cobijado por algo importantísimo en el bocadillo: el pan. ¡Vivan el bocata y sus fans!
MIKEL ZEBERIO