25
Esa noche el frío era insoportable. El viento aullaba con todas sus fuerzas como si fuera un lobo hambriento y solitario en busca de su presa, y a veces rugía con ferocidad golpeando las contraventanas con insistencia. Todas las chimeneas de la mansión se hallaban encendidas y a pesar de ello llegaban corrientes de aire por todos los rincones de la propiedad.
En una noche tan terrible, difícilmente alguien se atrevería a salir y Sara rezó para que su invitado no acudiera, después de todo le había enviado una carta para decirle que era mejor que pospusieran la visita para cuando ella se encontrase mejor.
Ambas hermanas estaban en la sala conversando cuando llamaron a la puerta.
—Debe de ser ese loco —musitó Erika.
—Estas no son horas de venir —gruñó Sara pensando que al final no había hecho caso de su sugerencia. Después de lo que Yaron la había dicho, no sentía ningunas ganas de ver al coronel.
—¿No le habías enviado un mensaje para que no viniera? —preguntó Erika.
Sara asintió.
El coronel Fielding pareció traer consigo todo el frío del exterior. Su rostro tenía un tono blancuzco y se frotaba las manos tratando de entrar en calor. Eric Hamilton bajó a tiempo para recibirlo y lo miró expectante.
—No debió venir, señor, mi hija envió un lacayo esta tarde informándole de que se sentía indispuesta.
—Sí, lo sé, por eso mismo estoy aquí, me preocupa la salud de la señorita Hamilton…
—La viuda Lindsay —corrigió Eric con rostro serio.
—Veo que ha mejorado —comentó él cuando vio a Sara frente a la chimenea junto a Erika—. Me preocupó su misiva.
Le hicieron pasar a la sala después de que se hubiera despojado de sus ropas de abrigo.
—Siéntese, Coronel, no tardaremos en pasar al comedor. —Eric sirvió una buena cantidad de brandy al aterido hombre que eligió sentarse en uno de los sillones más cercano al hogar.
—¿Por qué no pasamos a cenar ya? —inquirió Sara. Temía que las horas se alargaran irremediablemente y no estaba con ningún ánimo para ello. Era consciente de que ni siquiera tenía por qué estar soportándole después de lo que había ocurrido. Y por otro lado, Alexander se iba a enfadar cuando supiese que él había acudido a pesar de que ella retirara la invitación.
Entre una charla en la que solo intervenían el coronel y el anfitrión, saborearon una deliciosa ternera asada con ciruelas acompañada de una crema de salmón y revuelto de queso y ajos tiernos. La vista del Coronel y sus sonrisas lascivas hacía Sara, hicieron que el estómago de la joven se cerrara sin permitirle probar apenas nada.
El oficial había llevado a modo de regalo el almendrado inglés típico de las fechas y todos se obligaron a comer un poco.
—He oído que esta mañana tuvo un pequeño altercado en el club —comentó Erika con interés.
Sara la dio con el pie por debajo de la mesa. No quería que sacase a relucir ese tema estando su padre delante.
El hombre parpadeó durante unos segundos como si no recordase de qué se trataba. Luego asintió apretando los labios con firmeza:
—Algo sin importancia. Un malentendido, pero lo solucionaré enseguida.
—Hay que estar muy loco para batirse a duelo con el señor Yaron. No sabe el disgusto que le ha causado a Rouse, su cuñada —le regañó Erika.
—¡Yo no fui!
—Sería por algo importante —dijo Sara. No era usual que las mujeres conociesen los detalles de por qué dos caballeros se retaban, por ese motivo fingió no saberlo—. Que yo sepa, Alex nunca ha perdido en un duelo, aunque desconozco en cuántos se ha podido batir.
—Aquí, en Londres, no muchos —explicó Erika con una sonrisa gazmoña. Ambas pretendían asustar al oficial.
Eric apartó la servilleta hacía a un lado:
—No sabía que usted y el señor Yaron se habían retado. Debe saber que esa familia se ha portado muy bien con nosotros y son nuestros amigos. Y sepa también, que el hecho de que usted esté hoy en nuestra casa es por puro formalismo, después de todo tuvo una consideración con Sara cuando le robaron en plena calle. Sin embargo, debo advertirle de que si continúa la enemistad con Alexander Yaron, no podrá ser bienvenido nuevamente. Espero que comprenda mi posición.
El hombre asintió azorado. Richard Burke se había encargado de contarle que la señora Yaron y la futura condesa de Wakefield eran amigas inseparables.
—¿De dónde es usted, Coronel? —Erika cambio de tema para tranquilidad de todos.
—De Birmingham. ¿Lo conoce?
—Sí, he viajado mucho. Es un sitio muy pintoresco, pero prefiero Manchester.
El hombre sonrió a Sara que apenas había hablado en toda la noche.
¿De Birmingham? Su acento no era inglés, de eso estaba segura.
—¿Usted también lo conoce, Señora Lindsay?
—No.
—Apuesto a que la encantaría.
—Coronel, mi hermana echa tanto de menos nuestra casa en Escocia que estoy segura de que no la apetece conocer lugares nuevos.
—Claro lo comprendo, después de todo lo que ha pasado…
Eric se incorporó y todos hicieron lo mismo. Sara ni siquiera esperó a que le retiraran la silla, de modo que el coronel se dedicó a ofrecer sus dotes de caballero a Erika.
Si pensaba que era mal educada, ¿qué más daba?, no sería el primero que creyera eso de ella.
—Estoy agotada, creo que me retiraré temprano —le dijo Sara a su padre con un tono de voz bastante alto para que el oficial se diera por aludido y se marchara.
—Sí, y yo no deseo que me caiga un torrente de agua encima. —Fielding sonrió con un gesto tan extraño que Sara quiso vomitarle encima. Estaba claro que por muy amable que se mostrara el hombre, se sentía reacia a sus atenciones.
—Creo que no se podrá marchar —avisó Eric de mala gana—, la tormenta se ha desencadenado.
Sara se mordió los labios con disgusto.
Era cierto, la lluvia caía de forma torrencial formando verdaderos barrizales. El viento empujaba el agua de un lado a otro barriendo cada centímetro de la calle. El coronel fingió enfadarse con su mala suerte, pero a Sara no la engañó ya que vio el brillo divertido de su mirada. Daría una fortuna por saber qué tramaba.
—No se preocupe. —Erika llamó a una doncella para que prepararan la habitación de huéspedes.
—Acompáñeme, Fielding. —El anfitrión le dirigió al estudio de modo paciente—. Fumaremos antes de acostarnos.
Sara se despidió. Necesitaba relajarse y ver cómo estaba Kendal. Solo la compañía de su hijo hacía que sus nervios y su mente se serenaran.
El coronel Fielding no era un hombre de fiar, y si estaba relacionado con el pasado del Gitano o tenía algo que ver con el capitán Bells del Águila Blanca, ella lo descubriría. Aún no estaba atrapada en aquella extraña tela de araña que había ido creciendo en torno al Diábolo y sus posibles enemigos.
Muy avanzada la noche y después de que Sara no hiciera más que dar vueltas en su cama, se levantó colocándose la pesada bata oscura y cruzando el largo corredor apenas iluminado por un par de apliques, entró en la habitación de su hermana. Una vez entró en la recamara, cerró la puerta con cerrojo. Nunca lo había hecho en su propia casa, pero tenía una mala vibración con el hombre que ocupaba el dormitorio de invitados.
—¿Quién es? —preguntó Erika asustada al tiempo que intentaba incorporarse.
—Soy yo. ¿Puedo dormir contigo?
—¿Y Kendal?
—Laura está con él. —Se acostó junto a ella y se abrazaron como cuando eran niñas—. ¿No te parece que es de mala educación que el coronel viniera a pesar de decirle que no? —preguntó Sara en un suave murmullo.
—Sí, tan mala como la tuya… pero sé por qué lo haces, de modo que no te voy a culpar. Lo extraño es que no lo echaras a patadas —susurró Erika—. Ese hombre tiene algo extraño. —Hizo una pequeña pausa—. Sara, ¿me contaras algún día lo que realmente paso entre tú y Alex?
—Te lo prometo, aunque no es fácil. Por cierto, tu prometido el conde, conoce a mucha gente importante, ¿verdad? ¿Crees que me conseguiría información sobre Fielding? Dice que es inglés, pero yo sé que no, o puede que pasara mucho tiempo en el nuevo continente.
—Conseguiré lo que quieres, ya va siendo hora de que entre en tu aventura.
—No creo que te convenga —contestó Sara. El calorcito de las mantas y del cuerpo de su hermana, la oscuridad que embargaba la cámara y que tan solo era visible por las rojas ascuas que brillaban en el hogar, y el silencio de la noche, la llenó de una agradable sensación de calidez y seguridad, y sus ojos se fueron cerrando poco a poco.
El coronel no se marchó hasta que no vio a la joven aquella mañana. Ella le agradeció de nuevo su heroica intervención frente al ladronzuelo y por fin lo perdió de vista. Sara abandonó la casa poco después.
El coche se detuvo en Yaron Rever House, pero apenas le informaron de que Alexander no se alojaba allí y que tenía su propia residencia, se marchó como una exhalación. Llegó ante una casa que si bien no era muy grande su aspecto era agradable.
—¿Es esta la dirección que nos dio la señora Yaron? —preguntó Sara, y el cochero afirmó después de abrir la puerta del vehículo.
El cielo estaba completamente gris y oscuras nubes amenazaban de nuevo la ciudad. Sara golpeó la puerta hasta que un sirviente la recibió con rostro serio.
—Quisiera hablar con Alexander Yaron.
—El señor no recibe visitas hoy, está ocupado.
Sara asintió con el ceño fruncido. ¿Ocupado? ¿Tan temprano?
—Me urge hablar con él, dígale que la viuda Lindsay necesita verle.
El mayordomo miró a ambos lados de la calle y luego clavó los ojos en ella con un atisbo de desprecio.
—Déjele algún mensaje, el señor no recibe visitas hoy —volvió a insistir.
Sara comenzó a golpear el tacón contra el suelo con impaciencia. «Este hombre es tonto o se lo hace».
—Le he dicho que quiero ver a Yaron, ¿entiende usted lo que estoy diciendo o quiere que eche la puerta…?
—¿Quién es? —preguntó alguien al mayordomo desde el interior.
Sara reconoció la voz enseguida y sonrió feliz.
—¡Simon! —gritó poniéndose de puntillas intentando verle. El mayordomo no se movía ni un ápice del hueco de la puerta—. Soy yo, Sara.
—Le estaba diciendo a esta… mujer que…
—¿Qué demonios está pasando ahí fuera? ¿Qué son esos gritos? —Alexander se asomó y la miró con sorpresa—. Disculpa, Sara. —Se apartó para que la joven entrara y enfrentó al mayordomo con una helada mirada—. ¿Por qué no avisaste de que tenía visita?
El sirviente se encogió dentro de su levita y abandonó el vestíbulo con un gesto de arrepentimiento.
Sara saludó con efusividad a Simon, ¡hacía tanto tiempo que no le veía...! Poco después Alexander la llevó hasta una pequeña y acogedora salita.
—¿A qué se debe el honor? —le preguntó, totalmente perplejo de tenerla en su casa.
—Quería hablar contigo. —Sara se encogió de hombros y se despojó de su capa para dejarla con descuido sobre una silla. Sus ojos dorados observaron el lugar aliviada de que la decoración no fuera tan… oriental como en la plantación—. ¿Tienes tiempo?
—Sí, por supuesto, toma asiento.
La joven obedeció y con disimulo se aferró a sus propias piernas para que Yaron no viera el reciente temblor de sus nervios acumulados.
—Hace meses mi padre recibió una notificación de que tú… de que el Gitano había fallecido.
Alexander agitó la cabeza ligeramente.
—Hundieron el Diábolo después de apresar a todos los piratas que actuaban en la zona de Virginia. Cuando ocurrió aquello decidí que todos pensaran eso exactamente y de ese modo… tú también estarías a salvo. Con el Gitano muerto el peligro desaparecería.
—Yo… te di por muerto. —Se cruzó las manos sobre la falda y sus ojos se anegaron de lágrimas al recordar lo mal que lo había pasado con aquella noticia.
Alexander la sirvió una copa de brandy que ella cogió con manos nerviosas.
—Sara, pregunta lo que quieras. Te contestaré a todo —dijo con sinceridad.
—¿Por qué me secuestraste?
—Me iba a marchar de Londres y me di cuenta de que no quería alejarme de ti. Al ocultarme lo de Paul lo utilicé de excusa para llevarte conmigo.
—Pero en tu barco me dijiste cosas horribles sobre mi falsedad… y me hiciste regresar.
—Estaba celoso. —Hizo girar su copa entre las manos—. Pensaba que amabas al escocés.
¿Celoso? ¿Había dicho celoso? No se dejó engañar. Todavía no.
—En Virginia tu ama de llaves me trató como si fuese una cualquiera y para colmo me presentaste a tu amante. ¿Por qué?
—Nunca quise que conocieras a Kristin.
—¿Por qué la llevaste entonces? ¿Para humillarme?
—¡No! Estuve en una reunión y me avisaron de que ella iba hacía la plantación. Deseaba evitar el encuentro, ni siquiera sabía que estabas esperándome en el salón, te imaginé encerrada en algún lugar de la casa.
—¿Por qué me dejaste sola en la cabaña y te llevaste a los criados? —Sara había cogido carrerilla en sus preguntas. Necesitaba saberlo todo.
Alexander se pasó la mano por el negro cabello.
—Quería que te sintieras incómoda. Fui tan estúpido que pensé que solo dependías de mí en Virginia y que no tendrías más remedio que regresar a la casa conmigo. Pero eres una mujer de recursos, ¿no?
—Te ibas… a casar con… ella.
—No.
—¿Y tu hijo? Kristin esperaba…
—Nunca te dije que fuera mío, llegué a la cabaña y estabas histérica lanzando todo lo que encontrabas a mano. No querías quedarte a solas conmigo, ni hablar. —Se inclinó hacia ella y acarició un mechón plateado con ternura—, Había ido a contarte la verdad. No me acosté con ninguna mujer desde que te conocí.
—¿No era tuyo el bebé? —La emoción se debió reflejar en sus ojos, pues Yaron sonrió con tristeza—. ¿Por qué nunca me dijiste nada?
—¿Para que me rechazaras? Yo te amaba, pero para ti no era más que un… amigo.
—Pero… —¿Por qué lloraba cuando tenía que estar feliz y dichosa? Seguramente por eso lo hacía, porque se sentía feliz y dichosa y en cuanto Yaron abrió los brazos para recibirla ella no lo dudo más y se arrojó en ellos como si fuera lo último que debía hacer en su vida—. Cuando pensé que estabas muerto… —Lloró con más fuerza empapando la camisa del hombre con sus lágrimas.
Yaron la tranquilizó besando sus cabellos con amor.
—Cásate conmigo, no puedo seguir sin ti. —Le dijo alzando la delicada barbilla entre sus dedos.
—Es lo que siempre he estado esperando. Tenerte siempre conmigo y no volver a apartarnos. Te amo, Alex, siempre… —La voz tembló emocionada—, te he amado.
Alexander la besó con tal fuerza y pasión que ninguno escuchó la puerta de la sala al abrirse.