26

Alexander maldijo contra la boca de Sara cuando escuchó el fuerte carraspeo, se apartó con pereza de aquellos labios cálidos con sabor a miel y fijó la vista sobre Andrew que los miraba desde la puerta.

—Ah, veo que he captado vuestra atención, estaba empezando a preocuparme…

—¿Qué quieres, Andrew? ¿Por qué no lo sueltas y te largas?

—¡Vaya! ¿He llegado en mal momento? —Alexander le vio acomodarse en uno de los orejeros con las piernas cruzadas—. Vine porque no estaba muy seguro de que Sara hubiera acertado con la dirección que le dio Rouse. Solo quería asegurarme de que había llegado bien.

Alexander frunció el ceño extrañado y miró a Sara que parecía tan perpleja como él mismo.

—No tuve ningún problema, gracias. —Sonrió simulando que no les habían cogido en un momento incómodo.

—¿Has venido solo por eso? —inquirió Alexander con sorpresa, era imposible creer un cuento semejante.

—No —contestó Rouse entrando en la sala como un torbellino para abrazar a Sara con afecto—. En realidad vinimos para haceros ver lo enamorados que estáis el uno del otro. Por una vez me alegro de haber llegado tarde.

Alexander se giró de nuevo viendo sonreír a Sara divertida:

—¡No sabía que contaba con refuerzos! —le dijo la muchacha mirándole con sus preciosos ojos dorados—. ¡Es cierto, Yaron! —Soltó una carcajada tan sincera que Alexander no pudo por menos que acercarse para alzarla en vilo y después de deslizarla por su cuerpo, abrazarla con cariño y depositar un beso entre sus cabellos platinos.

—Ahora, querida Sara, tienes un pequeño problema —le advirtió Rouse uniendo el dedo pulgar con el índice—. Me refiero a tu padre.

—Le he pedido que sea mi mujer. —Alexander les dio la noticia—. ¿Cuánto tiempo lleváis aquí? —preguntó.

—Erika me prometió hablar con él —admitió Sara—. Ella sabía que venía a… intentar solucionar las cosas.

—Deberemos desmentir la descabellada historia de la señora Lindsay —añadió Rouse pensativa—. Estoy segura de que se nos ocurrirá algo.

Alexander se acercó a su hermano y se inclinó sobre él que aún seguía sentado en el sillón.

—¿Desde cuándo estáis aquí? —repitió. Estaban apartados de las mujeres que charlaban sin descanso.

—Lo hemos oído todo, hermano, bueno, no es cierto, llegamos justo para poder escuchar tus pomposas palabras... ¿decías «que no puedes seguir sin ella»?

Alexander le golpeó en el hombro antes de volver a incorporarse, no estaba enfadado. ¿Cómo podría estarlo si escuchaba de fondo las voces de la joven que lo tenía embobado?

—Habrá muchos comentarios —intercaló acercándose a ellas con una sonrisa que dudaba que fuera a desaparecer de su boca en los próximos treinta años. Se acercó a Sara y la rodeó la cintura con un brazo—. Hay varios testigos que pueden afirmar que Sara y yo estuvimos juntos en el Dover, fingimos ser hermanos para disimular, pero realmente nos estábamos fugando para casarnos.

—¡Muy bueno! —exclamó Sara.

—¿Ves? A veces puedo hacer las cosas bien —bromeó con ella, se sentía feliz. Su hermano, su cuñada y su futura esposa, todos en una misma habitación charlando animados. ¿Qué más se podía pedir para empezar el día?

—¿Y por qué nos fugábamos? Tú eres soltero y yo…

—¿Por qué siempre haces lo mismo? —preguntó Alexander observando primero a Sara y luego a Rouse—. Siempre le sacas punta a mis ideas.

—Si solo es eso, entonces la cosa va bien, hermano. —Andrew se echó a reír.

—¿Tú crees? —le preguntó con extrañeza.

—Bueno, tuvisteis que marchar a Virginia por asuntos importantes y como Sara no llevaba carabina fingisteis ser hermanos —expresó Rouse.

—Eso está mejor —asintió Sara.

Alex se retiró junto a su hermano y decidió imitarle. Sería mejor que ellas planearan esas cosas.

—Cuando nos atacó el pirata el Gitano, yo di por muerto a Alex y no me atreví a decir nada para que el apellido Yaron no se relacionara con ese terrible pirata —apuntó Sara sonriente animada con la historia.

—¡No era terrible! —se quejó Alexander.

Fingieron no escucharle.

—En la temporada que viene los chismes de la actualidad serán más frescos y se habrán olvidado de vosotros. Después de todo, el precioso Kendal es igualito a Alex. —Rouse estaba encantada con el próximo matrimonio y no podía disimularlo.

Sara se acercó hasta Alexander con una sonrisa deslumbrante.

—¿A qué es hermoso?

— Es el niño más bonito que he visto en mi vida. —Le dio la mano para sentarla sobre sus rodillas—. Andrew, ¿crees que me darán una licencia para poder casarnos mañana mismo?

—Sí, conozco al juez Thomson que…

—¿Tan pronto? ¡No! —exclamó Rouse—. No habrá tiempo para nada. No me refiero a algo grandioso pero…

—¿Tú qué quieres, preciosa? —le preguntó Yaron enterrando la nariz tras la oreja de Sara oliendo el delicioso perfume que tanto le gustaba.

—Yo también prefiero algo rápido. —Ahogó una carcajada cuando le mordisqueó el lóbulo—. Mañana estaría bien.

—¿Podrás? —le dijo el Alex a su hermano y este asintió.

—¡Estupendo! Pues entonces tenemos el tiempo justo para preparar una pequeña reunión en casa, familiares y algunos amigos. —Rouse pareció apuntarse mentalmente las cosas que debía hacer—. Seguro que Erika estará en casa esperando con impaciencia, tengo que ir a verla.

Sara se incorporó de las piernas de Alexander y avanzó hacía Simon que acaba de entrar en la sala.

—¡Nos vamos a casar, Simon! ¿No te parece maravilloso?

Alexander se levantó tras de ella y esperó a que esta acabara de abrazar a su amigo para hacerlo él.

El hombretón le dio varias palmadas en la espalda con afecto.

—Será mejor que vaya hablar con Hamilton lo antes posible. —Alexander recogió la capa de donde la había dejado Sara y la ayudó a colocársela.

—¿Pero os vais? —preguntó Andrew mirándolos con incertidumbre.

—Sí, pero no te preocupes, hermano, estás en tu casa.

—¿Vais a casa de Sara? —preguntó Rouse colocándose un guante, ya que el otro aún no se le había quitado—. Me voy con vosotros. ¿Vienes, Andrew?

—Yo me voy un rato al club.

Alexander suspiró, estaba claro que no podría tener a Sara solo para él hasta que no la secuestrara en una de las habitaciones de su casa.

Un tiempo más tarde Yaron hablaba con Eric Hamilton en el despacho. Procuró contarle la verdad dentro de los límites de la legalidad. No llegó a decirle que él era el Gitano, pero Hamilton supo leer entre líneas. Ver feliz a su hija era lo más importante para él, después de todo, es lo que siempre había deseado, aunque se opusiera a su relación con Paul en un principio para luego ansiar que se casara con el hijo del herrero si eso era lo que su hija más quería. Después, cuando ella desapareció y volvió contando la historia del capitán ese… Y ahora, por fin, se casaba, y a él ya casi no le importaba con quién lo hacía siempre que ella fuese feliz.

—Comprendo que según están las cosas no queráis una ceremonia con más pompa. Sara jamás le robaría el protagonismo a su hermana y como ya sabe, Erika lleva esperando mucho tiempo que llegue su gran día. ¿Qué puedo decirle de Sara que usted no sepa? Quizá la malcrié un poco, pero estoy seguro de que usted sabrá llevarla.

—Yo la consentiré más todavía. La amo y haré cualquier cosa para que ella siempre sea feliz. Conmigo no le faltará de nada, se lo aseguro señor Hamilton.

—Creo en tu palabra, muchacho. —Eric le tendió la mano y Alexander la estrechó—. Tenéis mi permiso para casaros, aunque estoy seguro de que lo habríais hecho sin él.

—¡No! Yo…

—Usted no, ella sí.

Alexander no pudo esconder una carcajada.

—¿Lo escuchas, Kendal? —susurró Sara en el oído del pequeño—. Ese que se ríe es tu padre, y sé de sobra que está deseando verte. —Lo acunó entre sus brazos. Estaban esperando tras la puerta del estudio a que terminaran la conversación.

—Señorita —llamó Laura acercándose por la amplia galería—, hay un lacayo en la entrada y dice que tiene que entregarle algo.

—¿No lo puedes recoger tú?

Laura negó con la cabeza al tiempo que cogía al crío de los brazos de su madre.

Sara caminó aprisa, no quería perderse el momento en que Alexander cogiera al niño ni el rostro de su padre después de saber más o menos todo. Menos mal que Erika le había allanado el camino notablemente.

El hombre que esperaba vestía de oscuro, ni siquiera parecía un lacayo. Tenía una caja pequeña en sus manos.

—¿La señora Lindsay? —Como ella asintió, le entregó el paquete—. El coronel Fielding desea que tenga esto.

—¿No se espera a que le dé una respuesta o algo? —preguntó ella al ver que el hombre se giraba para salir por la puerta.

—Solo tengo órdenes de entregarlo.

Sara frunció los labios con desagrado al verlo marchar.

—Igual de raro que su amo —comentó Laura tras ella.

La puerta del estudió se abrió y Sara corrió a saludar a los hombres, se detuvo ante ellos con una sonrisa de placer.

—Kendal quiere ver a su padre y al abuelo. —A una señal de ella, Laura le entregó el pequeño a Alexander.

Tanto Eric como Yaron le dijeron monerías al bebé y Sara los miró con emoción.

—¿Qué es eso? —preguntó Eric señalando la caja que sostenía en una mano.

—Iba abrirlo ahora mismo. Lo han traído de parte del estúpido del coronel. —Sus ojos dorados se fijaron en Yaron que la miraba con el ceño fruncido—. Se me olvidó decirte que aun después de haber retirado la invitación ese hombre, tuvo el descaro de presentarse anoche.

—Un hombre un poco desagradable. —Aceptó Eric dándola la razón—. Claro que si yo hubiera sabido lo que hoy sé… Por cierto, ¿qué pasa con el duelo?

—El hombre se echó atrás. Esta misma mañana recibí una notificación de disculpa. —Alexander miró a Sara y se encogió de hombros—. Se me olvido decírtelo. —Le devolvió su misma frase.

Sara terminó de abrir el paquete y Alexander pasó el muchacho a la doncella de nuevo. En el interior de un estuche se hallaba una gargantilla de zafiros.

—¿Es la que te robaron? —preguntó Eric extrañado.

Yaron, con el ceño fruncido, alargó una mano para examinar la joya.

—Se parece bastante —respondió Sara—, pero no es la misma. Lo sé porque la mía tenía varios arañazos, hace poco tiempo se me cayó y sin darme cuenta la pisé. ¡Esta parece nueva! —Los zafiros brillaban relucientes.

—Nueva y falsa —dijo Alexander.

—¿Falsa? —Se sorprendió Sara—. ¿Cómo puedes saberlo?

—En el mismo peso —explicó evaluando la gargantilla.

—Pero no tiene sentido. ¿Por qué iba a devolverme algo falso y que no es mío?

—Haré que Simon lo devuelva y le pida una explicación a ese hombre. —Yaron se guardó la imitación en el bolsillo de su chaqueta y sonrió cambiando de tema—. Es hora de que me ponga a hacer cosas. Lo primero es encontrar al juez para que me dé esa licencia.

—Yo terminaré de arreglar unos papeles, si me disculpáis… —Eric se encerró en el estudio.

Laura se retiró para llevar al niño a su cuarto.

Una vez solos, Sara rodeó el cuello de Alexander y le miró con una sonrisa.

—¿Te he dicho que estás… muy… inglés con el cabello corto?

—¿Sí? —Le miró los labios como si fuera a devorarlos y ella tembló ligeramente. Le acarició su boca con varios besos suaves para terminar profundizando en ella, saboreando con hambre y con pasión, consciente de que se hallaban tras la puerta del despacho de Hamilton—. Estoy deseando que llegue nuestra noche de bodas —ronroneó sobre su mejilla.

Sara rio.

—Entonces márchate ya y arregla todo, estoy tan impaciente que podría pasarme el resto del día dando saltos.

—¿Eso es lo que harás?

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Quizás empiece a morderme las uñas de esta mano. —Levantó una para mostrársela—. O a lo mejor desgasto la alfombra de mi habitación con pasos rápidos o…

—Vale, vale. —Rio el hombre besándola en la punta de la nariz—. ¿Por qué no pruebas a recoger tus cosas y las de Kendal? Una vez que te traslades puedes desgastar las alfombras que te dé la gana.

—Tienes razón. —Sara dio un respingo—. ¿Dónde viviremos, Yaron? Londres no me gusta mucho.

—Podríamos repartir los meses entre la plantación y tu adorada Escocia, siempre que no vea mucho a Paul.

Sara soltó una carcajada divertida. ¡No podía creer que aún sintiera celos de su amigo!

—¡Tengo tantas ganas de ver a Miranda! —Súbitamente recordó algo—. Pero no me gusta tu ama de llaves. ¿Cómo se llamaba? ¿Amparo? Si me convierto en tu esposa las cosas van a cambiar, te lo advierto.

Yaron se encogió de hombros despreocupado. Era lo justo, ¿no? A partir del día siguiente ella sería la que llevara las riendas de su casa, incluido el servicio doméstico.

—Pero procura ser amable, preciosa. Amparo lleva mucho tiempo en la casa. De todos modos, no te preocupes de momento por ello, ¿de acuerdo?

—Tampoco me gusta tu mayordomo…

—Te doy la razón, lo contraté hace menos de un mes. Simon opina como tú respecto a él. —La estrechó con fuerza a modo de despedida—. Hablaremos más tarde. Cuanta más prisa me dé, mejor. Además, si no me equivoco, oigo las voces de Rouse y de Erika.

Yaron estaba a punto de salir cuando se giró para besar de nuevo a Sara. Luchando contra el impulso de no apartarse de ella, salió de la casa con prisa.