28

—Estoy convencida de que el Coronel Fielding tiene algo que ver con esos dos —dijo Sara paseándose por el estudio—. Pero no entiendo mucho lo que sucede. ¿Por qué me devolvería una joya falsa? ¿Y por qué dice que es inglés y sin embargo tiene un acento tan marcado? —Se giró hacía Alex que se estaba colocando el abrigo—. ¿Vas a salir a estas horas?

—Simon está en la zona de puerto. En cuanto le encuentre vengo aquí.

—¿No puedo ir contigo?

—Preciosa, ahora eres una mujer casada y prefiero que te quedes cerca de Kendal mientras estoy fuera. Si vinieras conmigo estaría todo el tiempo preocupado, además, una tasca no es lugar para una dama. Todo va a ir bien, no tardaré más de dos horas.

Sara le vio guardarse una pequeña pistola en el bolsillo de la chaqueta y su corazón comenzó a latir con fuerza, asustada.

—¿Prometes que no tardaras más?

—Lo intentaré. Por qué no subes arriba y te das un buen baño caliente, cenas algo y me esperas levantada.

—Alex —gruñó ligeramente enfadada—. No me trates como a una niña.

—Sé perfectamente que no lo eres. —La besó largamente. Aquella era la única forma de hacerla callar y lo consiguió, aunque Sara no podía dejar de pensar en el peligro que corrían. Le acompañó hasta la escalera.

Sara sintió la puerta principal al ser cerrada y se giró desde lo alto de la escalera. De buena gana hubiera salido corriendo tras de él, pero Alexander tenía razón, era mejor que se quedara con el niño. Se sentó en lo alto de la escalera, pensativa, las luces del vestíbulo se habían apagado casi todas y donde ella estaba las sombras la envolvían en una oscuridad total.

No habían pasado ni cinco minutos cuando Rexford, el mayordomo, apareció en su campo de visión envuelto en un negro y largo abrigo dispuesto a salir de la casa en una actitud bastante sospechosa.

Sara miró por unos segundos el largo corredor oscuro pensando velozmente si debía seguir al tipo. Si hubiera estado en su casa podría haber confiado al pequeño a su hermana, y aunque Laura era como su familia, no podía arriesgarse a dejarla con esa carga.

Esperó que Rexford saliera y no perdió ni un solo minuto en subir a despertar a Laura.

Después de recorrer varias tabernas, Yaron encontró a Simon jugando una partida de cartas.

Reconoció a la mayoría de los hombres que antes habían sido la tripulación del Diábolo y que ahora esperaban que la nueva goleta estuviera lista para partir.

Escuchó las felicitaciones de sus hombres y recibió alguna que otra palmada en la espalda.

—¿Cómo se te ocurre venir el día después de tu boda? —preguntó el tabernero entregándole una jarra de espumosa cerveza—. No es posible que te hayas cansado tan pronto de tu esposa.

Algunos hombres, incluido Alexander, rieron por la broma.

—He decidido dejarla descansar —contestó guiñándole un ojo.

El local estaba lleno de voces y de humo. En el fondo alguien cantaba tomando tragos de una botella de ron y varios compañeros le vitoreaban entre risas.

—¿No será que la señorita Sara te ha echado de casa tan pronto? —preguntó otro.

—Ese sería el menor de mis problemas. Ahora necesito tener una conversación con Simon, de modo que os lo voy a robar.

—¡No haga eso, jefe! ¡No puede llevarse nuestras ganancias sin más!

Yaron se fijó en la mesa. Las apuestas parecían ser bastantes elevadas y junto a Simon había una montaña de billetes y un reloj de brillantes que algún incauto se habría jugado.

Simon recogió todo con ambas manos y se lo metió en los bolsillos como pudo.

—Prometo daros la revancha —dijo el hombretón bebiéndose su cerveza de un solo trago.

—Si necesitas ayuda, Gita… Yaron, no dudes en informarnos —comentó uno de los hombres escupiendo en el suelo—. Nos invade el aburrimiento.

—No será por mucho tiempo, pero ya que lo dices, necesito que averigüéis sobre un tal Fielding,

El tabernero que pasaba un trapo sucio sobre el encharcado mostrador levantó la cabeza y lo miró pensativo.

—Hace tiempo ese hombre vino aquí buscando un empleo en cualquier nave. Lo recomendé para los hombres de Ford, no tenía mucha pinta de ser marinero. Tu flota fue la primera en la que pensé, pero no había ninguno de tus barcos en Londres. Creo que al final consiguió trabajo junto al capitán Bells del Águila Blanca, eso antes de que el Diábolo lo mandara al fondo del océano.

Alexander escuchaba sorprendido con los ojos abiertos como platos. Aquí había una trama mucho más complicada de lo que se imaginaba.

¿Fielding de marinero en el Águila Blanca? Eso no podía ser posible, no se imaginaba a ese hombre a bordo de ningún barco y menos en uno donde se había practicado la trata de blancos, aunque si de veras se dedicaba a la falsificación de joyas ya nada debía extrañarlo.

—Necesito que tú y tú —dijo señalando al hombre que había escupido y a su compañero de borrachera—, viajéis a Birmingham y me traigáis todo lo que averigüéis sobre él.

—Yo estaré pendiente por si regresa por aquí. —El tabernero lanzó el trapo sobre un barril de madera—. Intentaré sacar algo a los hombres de la Ford, creo que arribaron a puerto hace unos días.

Alexander asintió y depositó unas monedas sobre el mostrador:

—Invita a esta gente de mi parte y consígueme una mesa limpia.

Al poco tiempo Simon y él se sentaron en un apartado privado donde pudieron charlar sin ser molestados.

—Por supuesto que me convertiré en la sombra de tu esposa —accedió el hombretón tamborileando los dedos sobre la mesa—. Quien más reparos va a poner será la criadita esa, Laura. No soporta verme cerca de ella.

—Ten paciencia entonces. —Alexander miró la hora. El tiempo pasaba volando y deseaba regresar a casa y comprobar que todo se hallara en orden—. No la hagas enfadar mucho si no quieres que Sara te salte a la yugular.

Simon soltó una carcajada divertida, de Sara Yaron se podía esperar cualquier cosa.

—No creo que deba hacer esto —gimió Laura sujetando el candelabro en alto mientras Sara penetraba en la oscura habitación de Rexford, de vez en cuando miraba al vestíbulo con preocupación—. ¿Y si no se ha ido más que a tomar un poco de aire? —insistió la doncella con voz nerviosa.

—Tú vigila bien. —La voz de Sara fue un susurró apagado. La muchacha recorrió la cámara con la vista. Si se daba prisa nadie debía enterarse de que por fin había decidido hacer algo respecto al mayordomo. Lo que sentía hacia ese hombre era una corazonada tan fuerte que no la podía desestimar.

Abrió los cajones de la mesilla sin hallar nada que pudiera llamar su atención, varios pañuelos y una pequeña caja que contenía unos anillos. Después de estudiar varias piezas pasó a registrar la cómoda. Las prendas se hallaban bien dobladas y todas en perfecto orden, solo ocupaban un cajón del mueble y el resto se hallaban completamente vacío. Desde luego ese hombre, o era pobre o apenas poseía nada. Bueno, quizá si iba vendiendo anillo por anillo llegaría a subsistir.

Sara intentó no tocar nada y dejarlo como estaba, realmente no sabía ni siquiera lo que estaba buscando. Alguna pertenencia personal, cartas que indicaran quiénes eran sus familiares o si tenía alguna novia secreta. Yaron le había contratado así es que él debía conocer los antecedentes de Rexford, pero ¿y si fueran falsos?

«Basta, Sara», se dijo, «solo me cae mal, pero no es un asesino o algo así... al menos eso espero».

El dormitorio era frío y bastante impersonal, como si el hombre solo lo utilizara para dormir. Ni un libro, ni un vaso de agua.

—Me ha parecido oír pasos —dijo Laura de repente.

Sara se quedó quieta observando la luz de la vela que temblaba en sus manos. Sin respirar y con el corazón latiendo a mil por hora, trató de percibir algún sonido.

—Yo no escucho ruidos —dijo después de un rato. Revisó el armario ropero y al no encontrar nada anduvo hacia la salida, a mitad de camino se giró hacía la cama y tras agacharse acercó la luz.

Tanteó con la mano en la oscuridad.

—He encontrado algo —susurró jubilosa. Dejó su propia vela en el suelo y con cuidado sacó una caja alargada.

—Dese prisa por favor.

Sara levantó la tapa con cuidado y se encontró con un fajo de documentos. Facturas de ropa y accesorios, papeles ilegibles y llenos de borrones. Desdobló un rollo parecido a un pergamino. Era el plano de alguna casa. Con miedo lo volvió a colocar en su sitio y su mano rozó un pequeño papel en el que pudo leer: 22 de diciembre. Recoger pasaje a Nueva Orleans. «¿Se marcha?», dudó metiendo la caja otra vez bajo la cama.

—¡Oigo algo! ¡Oigo algo! —Laura apagó su candelabro con rapidez y corrió hacía la habitación de Kendal. Sara escuchó sus pasos ascendiendo hacía el piso de arriba.

Un extraño crujido la alertó y sopló la llama de su propia vela cuando creyó ver la sombra de dos largas figuras.

Se pegó contra la pared rezando para que Rexford no se dirigiera allí primero. La oscuridad se volvió absoluta y Sara caminó muy despacio hacía donde recordaba haber visto el armario ropero. Su corazón estaba a punto de estallar y tuvo que ahogar un grito cuando escuchó muy cerca de ella un golpe seco y unas pisadas. Tomó aliento, quienquiera que estuviera en la casa caminaba en silencio y sin iluminarse. Rexford hubiera encendido alguna vela, ¿no? Algo le indicó que el intruso estaba ante ella, podía escucharle respirar.

Armándose de un valor adquirido gracias al terror que la acongojaba y que recorría cada poro de su piel, se lanzó hacía su agresor con las manos por delante empujando con fuerza. Su único pensamiento era llegar a la puerta.

El intruso debió de caer porque Sara se vio libre para correr, cayó sobre la alfombra cuando su tobillo fue apresado por una mano firme. No se estuvo quieta, trató de huir así tuviera que llevarse a quien fuera a rastras. Gritó todo lo que daban sus pulmones mientras pateaba la cabeza del agresor, este debió cambiar de táctica porque enseguida se echó sobre ella inmovilizando sus piernas.

La joven se aferró con fuerza a los cabellos tratando de apartarle de su cuerpo que la estaba aplastando.

Alguien encendió un candelabro. No podía ser la persona que aún tenía Sara encima, por lo que dedujo que Rexford estaría acompañado. La joven rodó sobre la alfombra cuando la soltaron y corrió hacía la chimenea tomando el atizador y preparándose para golpear al primero que se acercara. Anonadada observó a Yaron despatarrado sobre el piso y mirándola como un loco energúmeno a punto de acabar con ella. Claro, eso fue hasta que descubrió quién era la persona que había encontrado fisgoneando en una habitación que no era la suya.

—¡Alex! —exclamó dejando caer el atizador—. ¿Te has vuelto loco? ¿Sabes el susto que me has dado? —Se llevó la mano al corazón como para verificar sus palabras—. Pensé que era alguien…

—¿Por ejemplo Rexford? —preguntó él frunciendo el ceño y sacudiéndose el pantalón después de incorporarse—. ¿Qué estás haciendo aquí? —En un abrir y cerrar de ojos la atrapó de la muñeca y la sacó de la habitación. Simon ya había abierto el camino hacía el despacho.

—¿Y vosotros qué hacíais? ¿Por qué habéis entrado a oscuras en la casa? —inquirió ella alterada.

Alexander sirvió unas copas de brandy y le acercó una a ella.

—Te va a relajar.

Sara la vacío de inmediato y no vio la divertida sonrisa de su esposo al darse cuenta.

—Acabábamos de llegar, pero nos pareció ver a alguien a través de la ventana. La actitud era bastante sospechosa por lo que pensamos que estábamos siendo asaltados. —explicó Simon sentándose en un elegante sillón con las piernas abiertas. Su postura era ligeramente inclinada por lo que todos sus colgantes parecían quedar suspendidos en el aire.

—Pero más sospechoso fue el momento en que apagaste la vela y nos confirmaste que eras un… una ladrona preciosa. —Alexander apartó los ojos de ella y miró a Simon—. Ya sabes dónde puedes dormir—. Se volvió a Sara—. Se va alojar aquí una temporada.

—¡Claro que sí, Simon, puedes quedarte el tiempo que tú quieras!

—Y ahora, mi querida Sara, ¿te importaría contarme lo que hacías en la habitación del mayordomo?

Sara se paseó nerviosa ante los dos. ¿Qué podría explicar? ¿Que el hombre no le caía bien y había ido a cotillear entre sus cosas? ¡Menuda tontería! ¿Quién se iba a creer eso? Lo peor de todo es que era verdad.