29
El vehículo se detuvo ante una casa de líneas rectas cuya fachada descuidada dejaba entrever que antaño fue blanca y ahora lucía gris. El hombre elevó la mirada hacía las ventanas superiores observando que una de las habitaciones se hallaba iluminada. Tan solo se había retrasado un poco y los demás ya debían estar reunidos.
Golpeó dos veces en la puerta y enseguida alguien corrió a recibirle.
Rexford entregó su abrigo junto con los guantes y el sombrero, y sin esperar subió hacía la biblioteca.
—¡Rex, por fin! —El coronel Fielding no se levantó de su silla—. Ya pensamos que no vendrías.
—Yaron salió y pude escaparme antes, no me echarán de menos en toda la noche —contestó acercándose a la dama que estaba junto a una estantería con un pequeño libro en las manos—. Es un placer volver a verla, señora Bells. —Besó la mano que ella le entregaba y seguidamente saludó al esposo de esta—. Señor Bells.
—Venga, vamos a tomar asiento —sugirió Fielding—, no tenemos toda la noche. Rexford, ¿pudiste evaluar las joyas de esa perra de Ham… Yaron?
—Posee alguna, todas son más bien sencillas. Desde luego la mujer no parece tener predilección por estas piezas. Por lo visto el tema del vestuario y los adornos no deben de ser su fuerte. La doncella es quien se encarga de asesorarla en estos menesteres.
—La maldita escocesa ni siquiera tiene gusto para estas cosas —replicó el señor Bells sirviéndose el tercer vaso de whisky.
—Pues no dicen lo mismo de la hermana que se va a casar con un conde — intercaló la dama frunciendo los labios.
Rexford asintió. Miró al coronel Fielding que parecía repasar algún documento, le conocía desde hacía varios años, de hecho había sido su mayordomo hasta que ingresó en la propiedad de Yaron. Sin embargo, trabajar como informador desde el mismo centro de la casa, le reportaba muchísimas más ganancias.
—¿Has oído algo nuevo, Rex? —preguntó Fielding sin levantar la vista.
—Nada en absoluto, los planes marchan según lo indicado.
—¿Has podido acceder al estudio de Yaron? —insistió levantando por fin la mirada.
—Sí, pero la criada me interrumpió y debí abandonar…
—¿Abandonar? —repitió Bells casi en un grito—. Allí tiene que haber algo que demuestre que Yaron y el Gitano son la misma persona. ¿Has buscado algún documento sellado por la corona inglesa? —Bells agitó su copa y la mitad de licor cayó sobre el piso—. Ese hombre es un corsario que actúa con total libertad por orden de la corona. Debe haber algo que involucre a Yaron con el rey de Inglaterra. Debemos conseguir colgar a uno y hacer que abdique el otro.
—Ese hombre no es tonto y no va a tener esas cosas a la vista, querido. Si atraparan al Gitano deberíamos demostrar nuestras palabras si no queremos ser nosotros mismos lo que acabemos en Newgate. ¿Cómo haremos para que su majestad admita que ha estado pagando a un pirata para que defienda las costas americanas de nuestra propia gente? En vez de provocar una guerra entre dos países, solo conseguiremos que tanto América como Inglaterra quieran acabar con nosotros.
Bells observó a su esposa conforme con sus palabras.
—Coronel, si mi esposa y yo nos unimos a su causa solo es para ver a la persona que acabó con la vida de mi hermano pagando por su crimen.
—¿Creen que no lo sé? Ese es el motivo de que estéis a favor de mi causa. Ambos queremos al Gitano muerto por diferentes razones, ustedes por venganza, yo porque si él desaparece conseguiré por fin crear la discordia entre los dos países e iniciaremos una nueva guerra. Con toda la confusión me embolsaré una fortuna y mientras ambos países están enemistados yo me marcharé a Europa y me instalaré allí.
—Tienen una caja fuerte —dijo Rexford—, pero debemos esperar a la fecha acordada. —Sacó un pequeño envoltorio del bolsillo de su chaleco y lo puso sobre la mesa. Al abrirlo descubrió unos gemelos de oro con un diamante del tamaño de un piñón.
Fielding los cogió entre sus dedos y sonrió feliz. Los guardó en una pequeña caja dentro del cajón superior del escritorio y sacó la falsificación idéntica.
—Con esto tendré para costear los gastos de la nueva tripulación. Espero que esta vez no sean tan ineptos y se dejen apresar de nuevo. Cuento contigo, Rexford. ¿Has pensado cómo entrarás en la plantación? Si los documentos no están aquí los debe tener a buen recaudo en Virginia.
—No sé preocupe, señor, los conseguiré y luego prenderé fuego a la propiedad. Le traeré esos papeles en persona.
Fielding asintió aunque no muy convencido. Si bien Rexford era un hombre muy leal, no le veía con la capacidad suficiente para cumplir con su objetivo. No le quedaba más remedio que cruzar los dedos y confiar en el hombre.
—¿Y sobre el niño? —Quiso saber la dama devolviendo el libro a su sitio—. ¿Cuándo nos lo entregarás?
—En la fecha acordada, desde luego. Piensan dejarle en casa junto a la doncella en la celebración —respondió.
—¿Y si no es así? —Bells dejó el vaso sobre el escritorio.
—Tengo los planos de la residencia Hamilton, si deciden llevarse al niño con ellos será fácil sacarlo de la casa. Habrá mucha gente en esa cena. Laura, la doncella, no es ningún problema. Y Sara tendrá que separarse en algún momento de ellos para felicitar a su hermana.
—¡Pero yo quiero que esa zorra sufra! ¡Mi hermano murió por su culpa! —rugió Bells con desconfianza.
—¿No te parece demasiado sufrimiento no volver a ver al pequeño nunca más y que su marido acabe ahorcado? —preguntó la mujer con una sonrisa maliciosa. Estaba deseando apoderarse de la criatura, ella se encargaría de hacerlo pasar por su propio hijo allí donde se iban alojar.
—Nos queda menos de una semana para llevar los planes acabo —aseveró Fielding levantándose de su silla—. Rex, ¿has contado con ese hombre… Simon? Es totalmente leal a Yaron.
—De momento se mantiene alejado. —Rexford se encogió de hombros—. Cuando se quieran dar cuenta de lo que está pasando será demasiado tarde.
Lo tenían todo más que pensado. Con la desaparición del crío tendrían a todo el mundo buscándolo. Ni siquiera Yaron podría imaginar que su plantación estaría siendo saqueada mientras él desesperaba buscando a su heredero.
—Va a ser una lástima no estar aquí para cuando apresen al Gitano. En la corte se armará un revuelo enorme cuando descubran que el mismo rey está involucrado en todo esto.
—Su majestad lo negará todo —les avisó la mujer—, y Yaron jamás se atrevería a revelar la verdad. Lo defenderá a muerte.
—¿Tú crees? —preguntó su esposo con una sonrisa fría—. Estoy seguro de que si le dieran a elegir entre seguir con su familia o revelar la verdad…
—¡No le conoces! Ese hombre jamás delataría a la corona. Lo tendremos entre la espada y la pared en menos que canta un gallo. Pero no debemos olvidarnos de su esposa. —Fielding se acercó al mueble de los licores y después de rebuscar durante unos segundos sacó un pequeño frasquito que entregó a Rexford.
— Es arsénico diluido con botulinum, el sistema nervioso falla y se muere entre dolores extremos. Si se tiene la más mínima duda de que el plan pueda fallar o esa perra cambia de idea sobre algún aspecto, se lo administras.
Bells sonrió encantado y cruzó una alegre mirada con su esposa.
—Eso me gusta más —afirmó el hombre.
—Sí, pero asegúrese de sacar primero al niño. —La mujer caminó hasta la ventana y clavó sus ojos en la oscuridad—. No saben lo importante que es para mí tener al pequeño. Lo criaré como si fuera su propia madre y jamás le contaremos quiénes fueron sus padres. —Se volvió hacia su marido con una amplia sonrisa—. ¿No te parece fabuloso? ¡Por fin tendremos el hijo que siempre deseamos!
—Ya falta poco, querida. Pero te aconsejo que no sigas comprando más cosas a la criatura hasta que no lo tengamos con nosotros. No debemos hacer que nadie sospeche.
—Ahora están muy ocupados con la nueva ceremonia —dijo Rexford poniéndose en pie y guardándose la redoma juntó a la imitación de los gemelos.
—Será mejor que se marchen ya. —El coronel los guió hasta la puerta principal donde recogieron sus ropas de abrigo—. Nos reuniremos aquí la noche anterior. Rexford, espero que tenga el pasaje listo.
—Mañana mismo iré a recogerlo. Pediré un par de horas para acercarme al puerto.
—Bien, entonces que pasen buena noche —se despidió Fielding.
—Se me van hacer los días interminables. —Suspiró la señora Bells tomándose del brazo de su esposo.
—Tranquila, querida. Todo saldrá bien. —Palmeó su mano con afecto.