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—¿Estás segura, Laura? Simon es un poco bruto —dijo Sara sacando un precioso sombrero de piel—. Ven a ver cómo te queda este.
Laura se acercó a ella levantando la cabeza mientras la joven le ataba las cintas bajo la barbilla.
—Sé que Simon puede sacar buenos modales.
—¡No te dejes mangonear! —le advirtió Sara no muy convencida con que saliese con él.
—Ya me conoce, señora, no lo haré.
Sara había estado tan ocupada con sus propios problemas que Laura le había sorprendido al decirle que saldría a pasear con Simon. ¡Simon! ¿Qué habría visto la doncella en él? Era rudo, demasiado impulsivo para una persona tan tranquila como ella.
—¿Pero a ti te gusta? —preguntó, ansiosa por conocer los sentimientos de Laura. En todos los años que se conocían nunca había imaginado que pudiese sentirse atraída por un hombre como él.
—No estoy muy segura, pero sé que cuando lo veo me pongo a temblar como la gelatina… también me enfada con las cosas que dice, ¡no tiene ninguna vergüenza!
—Sé directa con él y háblale de matrimonio en cuanto puedas. Que se atenga a las consecuencias—. Sara buscó una de sus capas y se la entregó.
—¡Yo tengo mi propio abrigo, señora! —se quejó—. Este va a ser demasiado elegante.
—No, así está bien, y no te preocupes por nada. Yaron también nos llevará a Kendal y a mí a dar un paseo, de modo que pasaremos la tarde fuera. ¿Ya estás lista? —La doncella asintió y Sara corrió hacia la puerta—. Espera aquí que no tardo mucho.
Sara se encontraba más nerviosa que Laura, aunque adoraba a Simon no se fiaba ni un pelo de las intenciones del hombre. Le encontró en el salón esperando con impaciencia.
Realmente parecía otra persona con un elegante y perfecto traje gris ajustado a sus hombros anchos. Sobre el cuello llevaba un pañuelo de satén dorado que le sentaba de maravilla.
Los ojos del hombre brillaron al escuchar los pasos que se acercaban. Al descubrir que era Sara soltó un suspiro de alivio.
—No hace falte que te diga nada, Simon. Como se te ocurra hacer derramar una sola lágrima a…
—Por favor, Sara —dijo con voz tensa—. Ya he tenido que aguantar al capitán, no volveremos a tener la misma conversación, ¿no?
—¡No tengo ni idea de lo que has hablado con Yaron! —Le miró con severidad.
—Laura está en buenas manos, te lo puedo asegurar.
—¡Me lo puedes jurar!
Simon iba hablar pero la doncella entró en la sala.
—Estoy preparada —le dijo con una tímida sonrisa.
Sara soltó un ruidoso suspiro al ver que por una vez Laura no la había obedecido.
—Espero que disfrutéis de vuestro paseo —se despidió caminando hacia la puerta, pero al llegar se detuvo para mirarlos—. A lo mejor nos vemos más tarde.
Simon tragó con dificultad asintiendo.
Sara caminó hacía el cuarto de su hijo. Kendal escuchaba a su padre con atención mientras observaba los fuertes colores del nuevo cuento que le habían regalado. Alexander la miró con una sonrisa burlona.
—¿Ya has acabado de dar consejos?
Sara se golpeó la frente con la mano.
—¡No! ¡Olvidé decirles…!
Yaron se incorporó hacía ella y enlazó su cintura para acallarla con un beso.
—¿Pero…? —Otra vez se apoderó de sus labios sin dejarla hablar.
Sara ahogó una risa contra la boca del hombre. Le conocía y sabía que ese era el truco para hacerla callar, y es que sus besos lograban hacerla olvidar hasta del día en que vivían.
—¿Estás lista para irnos?
Ella asintió perdiéndose por una puerta de la recamará para salir con el cochecito de Kendal.
—¿Iremos a ver cómo han decorado la orilla del río? —le preguntó colocando el abrigo al bebé.
—¡No pensaras que vayamos a espiar a tu doncella! —Alex abrió sus turquesas ojos sorprendido—. ¿No, verdad?
Sara hizo un gracioso mohín con los labios y negó agitando la cabellera plateada que descansaba suelta sobre su espalda.
—¡Claro que no, Yaron! Aunque si los vemos…
—¡No lo puedo creer! —Rio burlón—. ¿Nos hemos convertido ahora en carabinas?
Sara asintió clavándole un dedo en pecho.
—Nosotros somos la única familia de Laura y… Simon no me convence.
—¿Y? Yo tampoco te convencía —apuntó alzando las cejas—. Me niego a seguirlos solo para que tú te quedes tranquila. ¿Por qué no das un voto de confianza a Simon?
—¿Tú crees? —respondió pensativa. A lo mejor Yaron tenía razón, pero tampoco pasaba nada si se veían por casualidad observando los adornos. ¡Era Navidad y ella podía ir donde quisiera!
Alexander agitó la cabeza y sacó una pistola del bolsillo interior de la chaqueta. Sara le miró confundida.
—Por si acaso se la quieres dar a tu doncella para que pegue un tiro al bueno de Simon.
Sara se mordió el labio inferior como si realmente estuviera pensando en el ofrecimiento de su esposo, pero él la volvió a guardarla con un gesto divertido antes de que ella se decidiera.
—¿Y por qué la llevas encima? —preguntó Sara—. Ahora todo está bien, ¿no? Hablaste con ese hombre Bells.
—Ese tema ya está zanjado. —Se encogió de hombros y la rodeó con un brazo hundiendo su boca en el cuello de la muchacha—. Prefiero estar unos días prevenido, es solo eso.
Sara apoyó sus manos en los anchos hombros masculinos y se apartó ligeramente para perderse en las profundidades azules de su mirada.
—No me ocultas nada, ¿verdad?
—Prometí no hacerlo preciosa, venga. —La empujó con suavidad palmeándola el trasero—. Vámonos, que anochece muy pronto.
La ciudad estaba hermosa cubierta de nieve y adornada con las flores de pascua y abetos que habían ido decorando con cintas de colores y lazos gigantes.
Sara empujaba el cochecito de Kendal con bastante dificultad ya que las calzadas resbalaban con el hielo, sin embargo, Alexander, con una mano apoyada en su cadera, evitaba que la joven perdiera el equilibrio.
La orilla del Támesis lucía hermosa y la gente se arremolinaba viendo cómo en una improvisada pista de patinaje se deslizaban niños y parejas.
Yaron escogió un buen sitio donde observar y tuvo que luchar con Sara para que ella no saliera a patinar. La joven desistió porque con su embarazo sería muy peligrosa una caída, pero se quedó con ganas. Para compensarla, Alexander se apartó un momento de ellos para comprar algunas golosinas en un puesto cercano.
Sara cogió a Kendal en brazos para mostrarle a los patinadores, riéndose con algunas de las graciosas caídas. De vez en cuando observaba entre la gente buscando el enorme cuerpo de Simon sin hallarlo.
—Sara, ¡Sara! ¿Eres tú, querida?
La joven se volvió hacia la mujer que se acercaba caminando lentamente apoyada en un bastón.
—¡Señora Lucrecia! —exclamó emocionada al reconocer a la mujer—. ¡Capitán Fergus! ¡Qué alegría!