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La recámara estaba mal iluminada, pero suficiente para que Simon examinara el lugar desde donde se hallaba. El sitio, sucio de no haberse limpiado en mucho tiempo, era un pequeño despacho en la planta alta del edificio. Poseía un par de sillas y un escritorio en muy mal estado que parecía que fuera a caerse de un momento a otro.
Simon estaba contra una pared, colgado por los brazos de dos enormes argollas que pendían del techo. Sus muñecas, atadas con una gruesa cuerda, aguantaban el peso de su cuerpo que comenzaba agotarse. ¡Maldita sea! ¡Qué iluso haber caído en las garras de esa gente! ¡Estaban locos! ¿Pues no le informaron que él, Simon, era el hijo de un marqués? ¿Qué pretendían ganar con esa patraña?
Tiró de una de las cuerdas furiosamente. ¡Encerrado! Solo un milagro podía sacarlo de allí. Después de todo no era muy creyente así es que no tenía confianza ninguna en que nadie fuera ayudarle.
—¡Mil veces maldita sea! —dijo golpeándose la cabeza contra la pared trasera. ¡Imbécil! ¡Estúpido! En la batallas siempre había sido fuerte, había luchado junto a los mejores. Y ahora, ¿iba a morir en un lugar como aquel? ¿En ese antro de mierda? Él valía mucho más y nunca aceptaría aquel destino y menos ahora, ahora no.
¡Laura! Cerró los ojos con fuerza y la imagen de la mujer llenó su mente. El rostro de la orgullosa dama le sonreía con timidez. En la intimidad del amor le enfrentaba la mirada con descaro y le hacía desear tocar el cielo con las manos a su lado.
Agitó de nuevo las cuerdas de sus muñecas desgarrando la piel con desesperación, sin embargo, se detuvo cuando la única puerta del dormitorio se abrió con velocidad.
Una oscura figura envuelta en una larga capa apoyó su cuerpo sobre la madera durante unos segundos como si estuviera escuchando tras la puerta. Al girarse Simon abrió los ojos con sorpresa. ¡Jamás había deseado tanto dar un beso a alguien como en ese momento deseaba dárselo a Sara!
La muchacha le miró aún con la llave en la mano y suspiró con fuerza.
—Gracias a Dios, Simon. —Se acercó hasta el escritorio y dejó un largo y moderno rifle nuevo. ¿De dónde habría sacado esa mujer algo así? —Estábamos muy preocupados todos. Y como Yaron se entere de que estoy aquí, me va a matar. ¿Pero tú sabes qué sitio es este? ¡Claro que lo sabes! ¡Si ni siquiera hace falta que contestes! Bueno. —Sara se colocó las manos en las caderas—. ¿Y qué pensabas? Podías habernos avisado de lo que estaba pasando y, sin embargo, no. —Comenzó a gesticular nerviosamente—. ¡Pues que sepas que Laura esta abajo y está muy preocupada! ¿Y tú? ¿En qué pensabas, Simon? Te dije que no hicieras sufrir a Laura, pero te da lo mismo, ¿verdad? —Sara se acercó a las cuerdas y comenzó a tirar de ellas con fuerza—. ¡Pues muy mal! Ahora cuando Yaron me vaya a regañar por haber venido hasta aquí, tú me tendrás que ayudar. Porque está claro que cuando se entere querrá matarme. ¡Yo lo haría! Si fuera él me mataría…
—¿Pero qué Diablos estás diciendo? ¿Te estás escuchando? ¡Deja esas cuerdas! ¡Deberás cortarlas! —No quería chillarle, pero obviamente Sara estaba en estado de shock. ¡Qué porras! Estaba encantado de verla.
—¿Y cómo la corto? ¿Con los dientes?
¿Y ahora por qué ella parecía furiosa?, se preguntó Simon confuso. Era como el primer día que la conoció en el Águila Blanca, siempre hablando y hablando y ordenando, para no variar ¿Cómo la aguantaba Yaron? Suponía que de la misma manera que la soportaba él, Sara se hacía querer.
Simon levantó una pierna como pudo y le mostró un pie.
—En la bota hay un cuchillo.
La joven lo buscó con cara de no querer encontrarlo, pero en cuanto lo tuvo en su mano lo elevó para liberarle.
—¿Y el Gitano?
—Está abajo.
—¿Y tú cómo has subido?
Sara se encogió de hombros y corrió hacia el rifle para entregárselo.
—¿Cómo has subido? —Simon sujetó el arma y caminó hacia la puerta seguido de la muchacha que se había vuelto a cubrir del todo con la capa.
Sara le relató lo ocurrido desde que Laura comenzara a sospechar.
—¿Y el Gitano no sabe que estas aquí? —Simon frunció el ceño—. ¿Y el arma?
—Se lo robé al cochero. —Hablaban en susurros. Simon se detuvo de golpe y Sara chocó contra su hombro
—¿Y Laura y el cochero están afuera? ¿Desarmados?
Sara perdió el color del rostro y sintió un repentino mareo ¿Qué había hecho? Jadeó asustada como si no pudiera respirar, el aire no quería entrar en sus pulmones.
Simon le rodeó la cintura al tiempo que soplaba su rostro.
—No te desmayes ahora Sara, ahora no. Debes ayudarme. —La apoyó contra la pared y la joven resbaló hasta quedarse sentada sobre el oscuro y largo pasillo temblando aterrorizada. Las escaleras que accedían a la planta inferior estaban muy cerca y en cualquier momento podría salir cualquiera y descubrirlos.
Se armó un fuerte barulló en la sala principal y Sara se recuperó pensando en Alexander. Volvió a incorporarse de nuevo. Se acercaron presurosos hasta la balaustrada. Abajo, su esposo estaba en medio de una reyerta y había derrotado a dos hombres utilizando los puños, varios más le rodeaban entre gritos e insultos. Mesas y sillas habían sido retiradas contra la pared como si esos maleantes esperaran una buena refriega.
—Quédate aquí entre las sombras. Toma, ¿sabes disparar? —preguntó Simon. Sara asintió temblando como un flan—. ¿Estás segura?
—No —susurró—. Se apunta y se dispara.
—¡Mierda! —Simon no podía reaccionar. Si bajaba a ayudar al Gitano dejaría desprotegida a Sara y de hacerlo lo contrario… Miró la sala principal, Alexander ya había caído dos veces bajo los fuertes puñetazos de un enorme oponente—. ¡No te muevas de aquí y…!
—Va a salir bien —dijo ella con voz temblorosa.
El hombre se lanzó a cuerpo descubierto cubriendo la espalda de Alexander al aterrizar junto a él. No era muchos hombres aunque sí experimentados, se dio cuenta en el primer derechazo que recibió. El segundo golpe lo lanzó sobre una mesa y esta se desplomó bajo su peso. Le dolían los brazos de haber estado colgado al menos media hora, sus movimientos fueron algo torpes y lentos.
Faltaba muy poco para ser reducidos cuando un disparo rompió el alboroto de los que peleaban dejándolos a todos paralizados y preguntándose quién era el que tenía el arma, buscándolo alrededor y en la escalera.
Simon elevó la vista escudriñando el entorno, Sara debía estar entre las sombras. Le costó encontrarla agazapada contra unas gruesas cortinas que colgaban desde una barra paralela a la balaustrada.
—Muy bien, señores, vamos a tranquilizarnos —dijo un sujeto descendiendo la escalera con una pistola aún humeante en su mano—. Aquí nadie quiere hacer daño a nadie, ¿verdad?
Un par de hombres cogieron a Yaron tirándole de los brazos hacia atrás, un segundo después otros dos hicieron lo mismo con Simon.
—Dejad que mi amigo se largue —gritó Simon furioso.
—Nadie le invitó a venir aquí. —El hombre se encogió de hombros con una cruel sonrisa en los labios—. ¿Y tú? Yo juraría que te dejé encerrado y atado. ¿Eres mago?
Simon le miró con tal frialdad que el sujeto llegó a encogerse bajo su casaca.
—Daré por hecho que no me vas a contestar —dijo terminando de bajar la escalera. Se lanzó al suelo cubriéndose la cabeza con las manos cuando sintió la bala rozar su oreja. Un trozo de metal que impacto contra la pared. Un fogonazo que destelló con un brillante tono azul seguido de un tremendo estrépito.
—¿Pero qué…?
Detrás de él, en lo alto de la escalera, había una oscura figura controlando toda la sala. Su porte altivo y orgulloso bajo una capa ancha se asemejaba a la misma muerte, solo que en vez de sostener una guadaña sujetaba un rifle. La capucha de la prenda ocultaba un rostro de ojos ambarinos que brillaban como una bestia de leyenda.
Simon aprovechó que todos se habían quedado boquiabiertos mirando al recién llegado y se zafó de sus agresores. Los desarmó antes de que nadie supiese qué estaba pasando.
—Vaya, parece que hemos cambiado las tornas. —Rio Simon apoderándose de todas las armas. De vez en cuando se le iba la vista hacía Sara que seguía apostada en lo alto de las escaleras. Su figura no asustaba tanto como el hecho de haber disparado el rifle con tanta destreza. Solo él sabía que si esa bala había pasado tan cerca del hombre había sido por pura casualidad y el próximo disparo podría ir a parar… ¡Dios sabía dónde! —Mi amigo y yo estamos deseando marcharnos y no volver a pisar este sitio nunca más —dijo en voz alta—. ¡Estáis equivocados conmigo! ¡No soy hijo de un marqués! Olvidad que existo.
Alexander habría podido estar más perplejo con Simon si no fuera por la persona que mantenía su posición arriba. Tenía la sensación de que evitaba mirarlo directamente. De repente, fue tan solo un pequeño movimiento, el brillo de aquellos ojos gatunos pendientes de los hombres de la sala y aquel giro de su cabeza, ese ademán... Su corazón latió furioso en su pecho.
¡Sara!
Subió las escaleras como un energúmeno hasta situarse junto a la joven, le retiró la capucha de un solo movimiento y cuando el cabello platino cayó derramado sobre la espalda le arrebató el arma con una iracunda mirada.
—Ya hablaremos. Ya hablaremos.