CAPÍTULO 11

–VAMOS, tranquila –dijo Sara a la de la floristería por teléfono, intentando ignorar el hecho de que sólo había dormido dos horas aquella noche–. Llevaré tres tonos de rosa y montones de orquídeas color marfil con el centro color rosa, por si vuelve a la idea original y quiere un ramo de un solo color. Estaré ahí dentro de veinte minutos y el lunes lo tendremos todo listo. Sin problema.

Sara colgó el teléfono, cerró los ojos, apoyó la cabeza en el tablero de la mesa del despacho y se dio cuenta de que le faltaban los papeles que, normalmente, le servían de cojín.

Maldito Leo Grainger por obligarla a ordenar los papeles. Aunque la verdad era que ahora tenía espacio libre para trabajar.

Bueno, eso si no tenía que cerrar el negocio. Un invernadero de tamaño mediano no era suficiente para proveer de orquídeas a floristerías y hoteles durante todo el año; sobre todo, ahora que iban a construir un balneario que le iba a bloquear la luz y a empeorar la ventilación, eso sin mencionar la vista desde la ventana de la cocina de su casa.

Respiró hondo, enderezó el cuerpo y echó la cabeza hacia atrás.

Leo. Ahora debía de estar desayunando en el hotel y pensando en la reunión con su familia.

Leo. Hacía sólo unas horas que no le veía y le echaba tanto de menos que le dolía físicamente.

A lo largo de la noche, había albergado la esperanza de que sonara el timbre de la casa y él se presentara suplicándole que le diera otra oportunidad.

«Idiota. No sigas castigándote de esa manera».

Lo había hecho otra vez, había depositado la responsabilidad de su futuro en manos de otra persona, cayendo en las mismas trampas y en los mismos hábitos de siempre. Había entregado su amor a una persona capaz de destruirla por el mero hecho de abandonarla, llevándose consigo sus sueños y sus esperanzas.

Su padre, su exnovio y ahora Leo Grainger.

Y lo peor era que había estado la noche entera dando vueltas en la cama pensando en lo que Leo le había dicho sobre ella misma. Y, en muchas cosas, había acertado.

Se dio cuenta de que era una tonta que trataba de demostrar algo viviendo allí, en esa diminuta casa de campo, cuando podía haberse quedado en Londres y buscarse otro trabajo. Dos empresas le habían ofrecido trabajo, o también podía haberse ido al extranjero. Incluso su madre, después del funeral de su abuela, le había pedido que se fuera a vivir con ella durante una temporada. Y, desde luego, no le faltaba sitio ya que tenía tres dormitorios en el piso de Londres.

Sara sacudió la cabeza al pensar en su madre y ella compartiendo una cocina. La cocina de su madre, inmaculada, en la que nunca se veía una sola miga de pan.

Lo mismo le ocurría a los cuadros y obras de arte que su madre coleccionaba, que no le gustaban, pero que compraba como inversión. Lo único auténtico en el piso de su madre eran unas litografías antiguas de flores que tenía en su dormitorio y unos mapas enmarcados que había en el pasillo. El resto, eran cuadros abstractos y…

Sara se dio un manotazo en la frente.

¡Por supuesto! En el pasillo de su madre estaban colgados los planos arquitectónicos y los mapas, casi todos ellos de Kingsmede Manor.

Ahí debía de estar el mapa que faltaba del diseño del jardín. Podía haberlo vendido, pero quizá aún lo conservara. El nombre del paisajista era algo de lo que podía presumir delante de sus amigos.

Sara se miró el reloj y lanzó un quedo grito.

Tenía cinco horas para llevar las orquídeas a la floristería, ir a Londres en su minifurgoneta eléctrica, ir a casa de su madre, encontrar los planos y los dibujos del jardín, convencer a su madre de que se los diera, volver a Kingsmede y darle los planos a Leo para la reunión que iba a tener con su familia en el hotel.

Estaba a punto de agarrar el auricular del teléfono cuando se detuvo.

¿Qué estaba haciendo?

Leo no quería los planos. Ya había tomado una decisión. Quería impresionar a la familia que había repudiado a su madre, quería demostrarles que era un hombre de negocios profesional y duro.

Si se presentara en medio de la reunión, sólo conseguiría poner a Leo en evidencia.

Pero… ¿qué alternativa le quedaba? ¿Quedarse ahí esperando a que las máquinas excavadoras tiraran abajo el muro del jardín? ¿No era mejor intentar hacerles cambiar de idea antes de que fuera demasiado tarde?

Y, además, estaba Leo.

Los dos se habían dicho cosas que no deberían haberse dicho y lo sentía, pero la culpa había sido de Leo. Por supuesto, Leo no podía romper la promesa que le había hecho a su tía, pero a ella le había hecho mucho daño que Leo hubiera estado haciendo de espía.

Y, sin embargo, Leo había sido sincero al decirle que le encantaban los diseños del jardín. Sí, lo había dicho con auténtica pasión e interés.

Ésa podía ser la forma de darle a Leo la oportunidad de demostrar lo que podía hacer. Y también, una manera de que él demostrara a su familia el talento que tenía.

¿Quién era ella para hablar? También ella tenía problemas familiares que resolver.

Había llegado el momento de hacer una llamada.

–Hola, mamá. ¿Te he despertado?

Sara se miró el reloj. Acababan de dar las siete de la mañana.

–Sí, estoy bien. Oye… ¿vas a estar en casa hoy por la mañana? Necesito tu ayuda. Se trata de algo que me corre mucha prisa.

Leo relajó los hombros y miró el sonriente rostro de su tía y la expresión desinteresada de su abuelo, sentados al otro lado de la mesa de centro.

Paolo Leonardo Rizzi era un hombre corpulento, adusto y callado, con pelo cano corto y vestido con un traje de corte exquisito. Pero, en ese momento, sentado en el suntuoso sofá, parecía incómodo.

Había sido idea de su tía Arabella tener una reunión los tres en privado en la suite de ella con el fin de evitar que empezaran a gritarse en medio de la reunión familiar.

Hasta el momento, no se había hundido el mundo.

Su abuelo le había saludado con reserva. Él, por su parte, no había permitido dejarse intimidar.

Su tía le había pedido que expusiera su opinión respecto al hotel y eso era justo lo que estaba a punto de hacer. Ni su abuelo ni su tía sabían que había pasado la mayor parte de la noche trabajando para crear dos diseños completamente nuevos.

Sara había acertado al acusarle de que se había convertido en una persona tan cruel como su abuelo.

Sí, era verdad. Y tanto le había sorprendido que había decidido demostrar a todo el mundo que Leo Grainger era el hijo de su padre, no el nieto de Paolo Rizzi.

Y había llegado el momento de la verdad. El momento de saber si había valido la pena tanto esfuerzo y si su familia apreciaría sus ideas.

Su familia. Veía a parecido entre su madre y su tía, pero… ¿su madre y su abuelo? Sí, sí había parecido. El mismo color de ojos azul grisáceo, el mismo corte de rostro, el mismo tipo de hombros.

En ese momento, su tía le pasó una taza de café y dijo:

–Me alegro de que Leo haya sido tan amable y se haya tomado la molestia de venir a Kingsmede Manor, a pesar de lo ocupado que está, para darme su opinión respecto a cómo hacer más rentable el negocio. Estoy deseando que me exponga sus ideas. Bien, Leo, adelante.

–Gracias, tía Arabella. Lo primero, ha sido un verdadero placer venir aquí. Kingsmede Manor es una propiedad espléndida con un potencial enorme.

Leo puso dos copias de su proyecto encima de la mesa de centro, una para su tía y otra para su abuelo. Su tía se mostró encantada; su abuelo, desinteresado.

–Voy a dejaros solos para que examinéis mi propuesta y la contrastéis con la del balneario. El balneario me parece una buena idea, pero el diseño es demasiado moderno. Después de pasar varios días en el hotel, me he dado cuenta de una cosa: es la tradición y el valor histórico de este edificio lo que lo hace único. La familia Fenchurch, que construyó Kingsmede Manor, construyó también unos extraordinarios invernaderos, una orangerie y un extraordinario pórtico acristalado. Tenemos que incorporar esos elementos en el diseño del balneario si queremos que este hotel sea único.

Leo indicó los papeles que había encima de la mesa.

–Veréis que he añadido una especie de pórtico acristalado que une el edificio principal y el balneario, y he cambiado los planos del balneario para que se parezca más al concepto original.

Su tía asintió indicando el proyecto que tenía en la mano.

–Esto es extraordinario, Leo. No puedo creer que hayas hecho esto en los pocos días que has estado aquí.

–No lo he hecho yo. A comienzos del siglo XX, los propietarios de Kingsmede Manor contrataron un famoso paisajista para diseñar los jardines y unos invernaderos de orquídeas, ya que eran grandes entusiastas de las orquídeas. El diseño que estoy presentando como alternativa al diseño que teníais pensado, está basado en el trabajo de ese paisajista. La colección de orquídeas de Kingsmede Manor era tan extraordinaria que atraía a visitantes de todo el país. Sólo se conservan dos de los invernaderos de orquídeas en la propiedad, pero son muy especiales.

–¿Hasta qué punto son especiales? –le preguntó su tía con sumo interés.

–Hasta el punto de llevarme a ponerme en contacto con organizaciones de entusiastas de las orquídeas en todo el mundo. El potencial para visitas de especialistas y aficionados a las orquídeas es enorme, y eso que no he hecho más que un análisis superficial.

–No sabía nada de esto. Lady Fenchurch no me habló de la historia de la casa.

–Una pena. Tiene un gran potencial. Por ejemplo, yo recomendaría que encargáramos la creación de una nueva variedad de orquídea y le pusiéramos el nombre del hotel. La orquídea de Kingsmede Manor poseería elegancia, clase, tradición y estilo, y con un perfume irresistible. Sería una orquídea única y exclusiva del hotel, un importante y reconocido símbolo.

–¿Una orquídea? Vaya, eso atraería a un cierto tipo de distinguidos clientes –su tía sonrió.

Pero, en ese momento, sonó una voz potente y masculina con marcado acento italiano.

–Debe importarte mucho este hotel, para comprometerte de esta manera con su futuro, en detrimento de tu trabajo. Creía que Grainger Consulting era una empresa más profesional, una empresa que no cedía a sentimentalismos ni miraba atrás, hacia el pasado.

Leo miró al presidente de la junta directiva de la familia Rizzi y sonrió.

–Me encanta esta casa. Me encanta todo en ella. Pero, sobre todo, admiro a la gente que, durante generaciones, cuidó y mimó este lugar. Llegué aquí como invitado hace sólo unos días, era la primera vez que venía; desde entonces, me he enamorado de este lugar y sé que le ocurre a todo el mundo. Es un sitio único.

Cambió de postura en el sofá y se inclinó hacia delante, hacia Paolo Rizzi.

–He hablado con la nieta de la última propietaria de esta casa y ha accedido a prestarnos los planos originales de los jardines para realizar la restauración. Si se realiza mi propuesta, este hotel se convertirá en el hotel más importante de esta región de Inglaterra. Es más, unos jardines así atraerían a paisajistas y especialistas de la jardinería de todo el mundo, y también sería un lugar excepcional para la celebración de bodas de lujo y conferencias de negocios.

Leo hizo una pausa y añadió:

–Kingsmede Manor podría ser el hotel más importante de los que tenéis.

Arabella respiró hondo y asintió.

–Eso es mucho decir. Pero me gusta tu propuesta, me gusta mucho. No obstante, me gustaría hacerte una pregunta.

Leo volvió la cabeza hacia su tía, aunque sentía los ojos de su abuelo clavados en él.

–Has dicho que podríamos encargar la creación de una variedad de orquídea. ¿Significa eso que, por fin, he conseguido convencerte de que trabajes con nosotros en el negocio familiar, Leo?

Leo sonrió a su tía.

–Hace muchos años tomé la decisión de abandonar el negocio hotelero para dedicarme a la asesoría empresarial –Leo encogió los hombros–. Fue una decisión muy dura teniendo en cuenta todo lo que habías hecho por mí. No estaría aquí de no haber sido por ti, tía. Ahora, se me ha presentado una oportunidad única de hacer algo por mí mismo que podría beneficiar a toda la familia.

Su abuelo alzó la cabeza y, mirándole, frunció el ceño.

–¿Qué quieres decir con eso?

–Lo que quiero decir es que no quiero pasarme el resto de la vida demostrando que merezco ser parte de la familia Rizzi. Sé quién soy y de lo que soy capaz, aunque creo que eso ya lo sabéis. Lo que no sabéis es que he decidido vender mi empresa de asesoría y estudiar arquitectura. Era lo que he querido ser siempre, desde pequeño.

Leo notó la expresión de perplejidad de su abuelo y la de sorpresa de su tía.

–Estos días aquí, en Kingsmede, me han servido para darme cuenta de que tengo otras alternativas respecto a dónde quiero vivir y con quién quiero vivir. También me gustaría, aunque supongo que llevaría su tiempo, reconciliarme con la familia Rizzi. Es decir, si a la familia le interesa.

Entonces, Leo vio que a Arabella se le habían llenado los ojos de lágrimas.

Sin embargo, antes de que nadie pudiera decir nada, se oyó un extraño ruido a la entrada de la casa. Leo se asomó a la ventana y vio a Mitzi justo en el momento en que se detenía delante de la puerta, detrás del Bentley de su abuelo.

La conductora salió del coche. Era una chica de pelo corto, camiseta amarilla y pantalones tipo pirata.

¡Sara! ¿Qué demonios estaba haciendo ahí.

Leo sacudió la cabeza y sonrió. Había llegado la caballería.

–Eres igual que tu madre –susurró su tía con ojos muy brillantes.

–Gracias. Es un gran halago –respondió Leo.

–Claro que lo es. Tu madre era una mujer extraordinaria y yo me sentía orgulloso de que fuera mi hija. Y ahora, parece que su hijo tiene una buena cabeza sobre los hombros. Orquídeas –su abuelo lanzó un bufido–. En fin, puede que sea una buena idea. Y es mucho más interesante que una aburrida piscina que nadie utiliza.

La decisión acababa de ser tomada.

–Bien, adelante con el proyecto. Y tú… –su abuelo le señaló con el dedo–. Bueno, no me vendría mal un arquitecto en el equipo. Ven a verme cuando estés listo. Esto es un negocio familiar, así que dejémoslo en manos de la familia.

Pero antes de que su abuelo pudiera pronunciar una palabra más, la puerta de la suite se abrió y apareció una delgada chica de pelo castaño con un enorme cuadro en los brazos.

–Lo he encontrado –declaró Sara mirándole mientras él le agarraba el pesado plano enmarcado y lo dejaba encima de la mesa–. Hola a todo el mundo.

–Sí, ya veo que lo has encontrado –Leo sonrió antes de volverse a los dos miembros de su familia–. Os presento a Sara Fenchurch, la nieta de la última propietaria de Kingsmede Manor –entonces, se volvió a Sara–. Sara también es la mujer de la que estoy enamorado. La mujer que, casualmente, tiene el invernadero que está justo al otro lado de la carretera.

–Ajá. Así que este cambio de planes no es sólo una cuestión de negocios, ¿eh?

–Sí, sí que lo es, abuelo. Pero también es cierto que fue Sara quien me habló del diseño de los jardines, que es lo que podría conferirle un carácter único a este hotel. En fin, desde el punto de vista del negocio exclusivamente, defiendo mi propuesta. Es lo mejor.

–Está enamorado de mí –dijo Sara en tono de sorpresa, y le sonrió–. Vaya. En fin, supongo que tendré que casarme con él. Menos mal que yo también estoy enamorada de ti, Leo. Y conozco un sitio perfecto para celebrar la boda.

–Eh, espera un momento. ¿Me estás pidiendo que me case contigo? ¿Delante de mi familia? –preguntó Leo, boquiabierto.

Sara asintió.

–Es lo mejor. Además, mi madre va a llegar dentro de una hora aproximadamente, quería asegurarse de que eres un hombre merecedor de su hija. De todos modos, al margen de la opinión de mi madre, eres el hombre con el que quiero casarme. El único hombre que quiero como marido y padre de mis hijos. Y lo digo con orgullo, delante de tu familia. Cásate conmigo, Leonardo Reginald. ¡Cásate conmigo y hazme la mujer más feliz del mundo.

Como respuesta, Leo la abrazó, levantándola del suelo, mientras reían y gritaban de felicidad. Entonces, Leo la besó con pasión y amor.

Se oyó un gruñido. Al volverse hacia el sofá, Leo vio a su abuelo levantándose.

–Ya he oído y he visto lo suficiente. Arabella, hija, vamos a ver si en este hotel hay alguna botella de champán bueno. Necesito una copa. Según parece, esta familia tiene algo que celebrar. Bueno, ya era hora.