Capítulo 9

 

MOLLY estaba pensativa mientras se cepillaba el pelo. Dimitri vio su reflejo en el espejo y preguntó:

–¿En qué piensas?

Pensaba que todo lo bueno tocaba a su fin. Había una razón para todo. Él se marchaba al día siguiente, y aunque se había propuesto no pensar en ello, no lo conseguía.

–En cosas –contestó.

–¿En mañana?

–No, en la devolución de Hacienda –bromeó.

Se rió, aunque, fue una risa triste. Las cosas cambiaban, la gente cambiaba, y él sabía que nunca se podía predecir cómo ocurrirá todo. Todo lo que sabía era que al día siguiente volvería a su mundo dejando a Molly en el suyo.

–Ha sido genial, Molly –dijo lentamente, pero ella meneó la cabeza.

–¡No! –dijo con tranquilidad–. No quiero hablar de eso. No quiero emplear el poco tiempo que nos queda hablando de lo que ha ocurrido en tiempo pasado. Ha sido fantástico, sí. Ha sido lo que ha sido, así que dejémoslo estar, ¿de acuerdo?

Dimitri se puso la camisa. Si era un ultimátum, entonces sería mejor que comprendiera que no iba a caer en la trampa.

–Claro –contestó.

Pero Molly estaba muy nerviosa esa mañana por otra razón. Le había hecho una promesa a Zoe y aún no la había cumplido.

–Dimitri, no sé cómo decirte esto.

Se quedó parado, alerta. Ahí llegaba el ultimátum.

–¿Qué ocurre, agapi?–preguntó, advirtiéndole con la mirada que no dijese nada de lo que se pudiera arrepentir.

Molly captó el mensaje con pena. «No te preocupes», pensó, «no te voy a decir lo mucho que te quiero y cómo se me romperá el corazón cuando te vayas».

–Se trata de Zoe –dijo.

El cuerpo de él adquirió una postura amenazadora. Ese no era su territorio y no tenía derecho a entrometerse.

–¿Qué pasa con Zoe? –preguntó secamente.

–Dimitri, ella piensa que la tratas como a una niña –dijo de golpe–, y me temo que estoy de acuerdo.

–Molly –dijo en tono de advertencia.

Pero ella lo ignoró.

–Tienes que entender que está creciendo muy rápidamente.

–No pienso tener esta conversación.

–¡Sí que vas a tenerla! –replicó ella; observó la expresión de rabia de su cara. Era como si no pudiese creer que alguien le hablara así–. Dice que no puede opinar y que no tiene suficiente libertad.

–¿Libertad? –repitió él con severidad.

–¡Sí, libertad! ¡Es lo que quieren las adolescentes, no estar tan vigiladas!

–¿Libertad para pintarse la cara?, ¿para comportarse como un vagabundo?, ¿para entregarse al sexo sin tener edad? –dijo, y se detuvo al ver la cara de Molly–. Molly, no quería decir…

–Ah, por favor, no intentes arreglarlo ahora –dijo poniéndose en pie y con una voz que temblaba de ira–. Sabes perfectamente lo que querías decir, y para tu información, yo era mayor de edad cuando nos acostamos. Era joven, pero no fue ilegal. ¡No lo había planeado así, pero tampoco fue ningún crimen!

Lo había amado, pero la expresión de él indicaba que no quería que se lo recordase.

–¿Estás defendiendo el amor libre para mi hija? –preguntó.

–¡Por supuesto que no!, ¡solo tiene quince años!

–¡Exactamente! –gritó.

Se miraron el uno al otro, pero Molly se mantuvo firme. No sería de mucha ayuda para Zoe si continuaba por ese camino, metiendo sus sentimientos por medio.

–Dimitri –dijo con tranquilidad–, sabes que el mundo ha cambiado desde que éramos jóvenes. Incluso en Pondiki.

Claro que lo sabía.

–Molly, yo no vivo en el pasado. Solo quiero proteger a mi hija.

–Por supuesto, pero no la puedes tener entre algodones. Puedes guiarla y ensañarle tus valores, y esperar que quiera emularlos.

–¿Entonces crees que vale la pena inculcarle mis valores?

–Solo tú puedes contestar a eso –dijo ella tras una pausa–. Pero Zoe se agobia en una isla tan pequeña. Te darás cuenta de eso –dijo antes de tomar aire para decir lo siguiente–. Quiere ser modelo.

–Quiere ser médico –la contradijo, moviendo la cabeza como si estuviera loca.

–Ya no. Una agente que estuvo de vacaciones en la isla le dio una tarjeta y le dijo que la llamara. Es una agencia muy importante de Nueva York. Piensa que tiene las cualidades necesarias y quiere hacerlo –concluyó.

–¿Quién te ha dicho eso? –preguntó como si lo hubieran abofeteado.

–Ella, claro está.

–¡Nunca me lo ha mencionado!

–Claro que no, porque le da miedo. Piensa que te enfadarás cuando sepas que no quiere estudiar medicina.

–¡Yo nunca he dicho eso!

–Bueno, ¿alguna vez habéis hablado de su futuro?

–Es demasiado joven para saber lo que quiere. Si no quiere ser médico, de acuerdo, pero nada de modelo.

–No es demasiado joven. Va a cumplir dieciséis años, ¡por el amor de Dios! Es muy madura para su edad, y es sorprendente teniendo en cuenta los duros golpes que ha sufrido en la vida.

Dimitri pensaba que todo eso no era asunto de Molly, pero parecía saber más sobre las necesidades y deseos de su hija que él mismo. ¿Realmente la había tenido entre algodones?

La valentía de Molly crecía por momentos. No tenía nada que perder, Dimitri pronto se habría ido de su vida, y, además, se lo debía a Zoe. Quizá también a Malantha.

–Te quiere mucho –dijo con tacto–, pero piensa que no puede hablar contigo.

–Del modo en que lo hace contigo, ¿verdad? –dijo fríamente. Y el silencio que hubo a continuación pareció durar siglos.

–¿Qué se supone que significa eso?

–Nunca antes ha funcionado y no lo hará esta vez.

–Déjate de acertijos, Dimitri –dijo ella en voz baja, aunque sabía de sobra de lo que hablaba. Pero quería oírselo decir, sabiendo que, cuando lo hiciera, todo lo que habían compartido saltaría por los aires, y quizá eso fuera lo mejor.

–Intentar entrar en mi vida por los medios que sea. Convirtiéndote en la confidente de mi hija. No busco otra mujer, Molly, y ella no busca una sustituta para su madre.

Molly lo miró fijamente.

–Y yo no busco otro marido, y si lo hiciera –dijo antes de hacer una pausa premeditada para intentar expresar con palabras lo que sentía en ese momento–, ¡si lo hiciera, no serías tú!, ¡un hombre que vive en el pasado!, ¡un hombre que utiliza a las mujeres y las tira después! –concluyó, y se dirigió hacia la puerta.

–¿Dónde crees que vas? –preguntó él.

–¿Tú qué crees?, ¿a comprar mi ajuar? –repuso ella con sorna–. Voy abajo mientras terminas de vestirte. Luego, puedes irte.

–¡No te vayas!

–¡Ah, no! –negó con la cabeza–. No puedes hablarme así ni detenerme. No soy de tu propiedad, ni Zoe tampoco. Los hijos solo duran un tiempo, ¡luego hay que dejarlos ir!

–¿Has terminado? –preguntó respirando profundamente.

–¡No, no he terminado! ¡Te diré otra cosa, Dimitri Nicharos!, ¡accedí a ser tu amante y la verdad es que debo de estar loca! Sigues siendo tan cabezota como siempre. Ves el mundo a través de tus propios ojos y prejuicios, sin molestarte en ver todo el conjunto –dijo, y caminó hacia la puerta.

–¡No salgas de la habitación!

Ella se rió, y captó un tono de histeria en su risa.

–¿Por qué? ¿Es que nunca te ha dejado una mujer?

–No –dijo él sin pensar.

Algo saltó dentro de ella. No era solo su arrogancia, que ya era suficiente, sino saber que la habían precedido muchas mujeres. Hasta ese momento había aceptado ese hecho con calma, no había tenido elección, pero ya empezaba a hartarse.

–¡No te vayas! –volvió a gritar él.

–¡Mira si lo hago!

Abrió la puerta, pero él se había colocado tras ella y le impidió escapar. Molly movió la cabeza con expresión asustada, pero no tenía miedo de lo que pudiera hacerle, besarla probablemente, sino de su propia reacción, de la respuesta de su cuerpo, aunque su mente le dijera que aquello estaba mal.

–¡No te atrevas a tocarme!

–Molly, estás enfadada.

–¡Por supuesto que lo estoy!

–Y tienes todo el derecho a estarlo –dijo inesperadamente.

–¿Ah, sí? –dijo Molly parpadeando.

–Sí, así es. Siento mucho todo lo que te he dicho y las cosas de las que te he acusado. De verdad que lo siento.

Ella parpadeó de nuevo. ¿Dimitri disculpándose? Aquello era totalmente inesperado.

–No te vayas, Molly –dijo de nuevo–, por favor.

Y una petición de Dimitri era algo muy poderoso. Molly se apoyó contra la puerta y cerró los ojos para recuperarse antes de abrirlos de nuevo.

–Solo intentaba ayudar –dijo.

–Sé que es así –contestó él. Y él no era un hombre acostumbrado a aceptar ayuda de nadie. Había solucionado todos los problemas de su vida por sí mismo, pero se daba cuenta de que Molly no tenía planes secretos, solo quería decirle lo que su hija no se sentía capaz de decir–. Sé que es así –repitió, para luego abrazarla.

–Por favor, no sigas.

–Sabes que no es eso lo que quieres –murmuró.

En efecto, así era. Molly cerró los ojos y se apretó contra su pecho, sintiéndose más protegida y cercana a él que nunca. Se relajó durante un momento; luego se soltó, porque el refugio que él representaba no era más que una ilusión.

–Será mejor que nos vayamos, Zoe llegará a casa de un momento a otro.

–Aún nos queda un rato –dijo él pasándole un dedo por la cara–, y no quiero irme todavía.

¿Por qué una acción como aquella producía un efecto tan devastador en ella? Solo una caricia y se echaba a temblar.

–Dimitri.

–¿Qué? –preguntó él. Y sus labios siguieron el recorrido de su dedo–, ¿qué ocurre?

Quería decirle que hacer el amor no solucionaría nada, pero Dimitri quizá pensara que no había nada que solucionar. Quería decirle que, cada vez que hacían el amor, se sentía más y más cerca de él, de modo que su corazón corría peligro.

Pero la besó en los labios y no pudo resistirse. Ni pudo ni quiso, a decir la verdad. Le pasó los brazos alrededor del cuello, insinuándole así lo mucho que lo deseaba. Quizá fuese la última vez. Al día siguiente, habría una comida de despedida, con Zoe incluida, y después se iría. Y eso sería todo. Probablemente nunca volvería a verlo.

«¿Es esta la última vez?», se preguntó.

La llevó a la cama y puso un gesto de ternura mientras le desabrochaba el vestido una vez más, recorría su cuerpo caliente con los labios y conseguía que en la mente de ella se esfumara todo pensamiento racional excepto uno. Aquello era un poco como una cuenta de ahorro, como ahorrar dinero para los días malos. Cada vez que hicieran el amor, sería algo que recordar de él. Cuando se hubiese ido.

 

 

Llovía ligeramente cuando Zoe subió al taxi con las maletas, dejando a Molly y a Dimitri en la acera. La comida había estado bien, aunque la conversación había sido un poco superficial. No se comentó nada de Medicina ni de modelos, cosa que complació a Molly. No quería que se estropease todo el último día, además le agradaba la presencia de Zoe. Tenerla allí garantizaba que todo sería tranquilo y relajado. Hablaron de muchas cosas, pero ninguna significativa.

–Bueno –dijo Molly tras tomar aire.

–Bueno –sonrió Dimitri–, ha sido maravilloso, Molly.

–Sí.

Se miraron y se sintió frustrado por el deseo de besarla y no poder hacerlo del modo en que quería. Sabía que a su hija le gustaba Molly y estaba al corriente de su aventura, pero saber lo que ocurre en teoría, no es lo mismo que verlo con tus ojos.

Así que se contentó con darle un beso rápido.

La próxima vez que volviese a Inglaterra, lo haría solo. Aunque para entonces tal vez Molly estuviera con otro hombre, pero era un riesgo que tenía que correr. La miró con ojos brillantes.

–Adiós, Molly –murmuró–. Te llamaré –dijo, y se quedó callado pensando cuál sería su próxima palabra. Si decía «algún día», quería decir «nunca», y si decía «mañana», lo comprometería de un modo en que no quería comprometerse–, pronto –añadió–, ¿de acuerdo?

–De acuerdo –dijo ella, aunque no contaba con ello, pero afirmó con la cabeza de todas formas y sonrió abiertamente–. Adiós, Dimitri. Buen viaje.

Vio las luces traseras del taxi alejarse, a Zoe agitando la mano a través del cristal, y a Dimitri junto a ella, con la cara en sombra, de modo que era imposible adivinar su expresión.

Era curioso. Siempre había oído que la palabra que más costaba pronunciar era «perdón», pero decir «adiós» a un ser amado debía de ser muy similar.