MOLLY respiró profundamente al contemplar aquel brillo dorado que reflejaba el espejo.
Pensaba que ese vestido era demasiado atrevido aunque el vendedor le había asegurado que no.
–¿Para una fiesta? ¡En absoluto!, tiene usted una figura estupenda, señorita –le había dicho–. ¿Por qué no resaltarla?
Quizá fuera por eso por lo que se había dejado convencer, impulsada por un deseo oculto de que Dimitri viese lo que se había perdido. Que ella era diferente, una Molly adulta, una nueva persona. Porque la antigua Molly nunca se habría puesto un vestido como aquel.
Estaba hecho de un material dorado brillante y pálido a la vez, le caía hasta las rodillas y se ajustaba a su cuerpo perfectamente. La espalda iba al descubierto, mostrando gran cantidad de piel, y se había puesto crema hidratante por todo el cuerpo para que brillara con la misma sutileza que su vestido.
Oyó el timbre, que indicaba la llegada de los primeros invitados; sonrió y bajó a recibirlos.
Pero en su interior temblaba, y el temblor comenzaba de nuevo cada vez que sonaba el timbre e intentaba no parecer decepcionada cuando quien llamaba no era Dimitri. Se sentía como una adolescente de nuevo, con esa mezcla de expectación, excitación y miedo, y se odió a sí misma por tener tantas ganas de verlo; lo odió a él por hacerla esperar.
Se había convencido de que Dimitri había cambiado de idea y no iría, y mientras se decía a sí misma que esa era la mejor solución de todas, sonó el timbre de nuevo y entrevió su alta figura a través del cristal opaco de la puerta.
El corazón se le aceleró imparable y los dedos le temblaron al abrir la puerta.
–¡Dimitri, hola!, qué bien que hayas venido, pasa –dijo con voz extraña.
Si sonó ensayado fue porque lo estaba, ya que había estado buscando un saludo informal.
Durante un momento, Dimitri no se movió porque no se atrevía. Casi no reconocía a aquella criatura rubia resplandeciente y sexy con el pelo recogido. Era muy contradictoria, ya que parecía intocable y, al mismo tiempo, parecía querer que la abrazaran.
Sintió cómo la sangre le palpitaba con fuerza en las sienes, las muñecas y las ingles.
–Molly –dijo con indecisión–, estás…oreos.
Ella conocía la palabra «preciosa» de cuando estuvo en Pondiki, pero aunque no la hubiera conocido, habría sabido que era un cumplido. Aunque «cumplido» no era la palabra adecuada. Cuando un hombre decía un cumplido, no tenía que parecer que le sacaban la palabra de la boca con amargura ni sus ojos debían recorrer el cuerpo de ella de una forma que la hacía sentirse deseada y, a la vez, despreciada.
–Parece que lo pienses de verdad –dijo casi sin aliento.
Dimitri alzó las cejas con gesto arrogante, ofuscado por el estado de excitación en que se encontraba. Era un hombre acostumbrado a saciar el apetito de la carne cada vez que fuese necesario, pero en ese momento, su cuerpo se negaba a cumplir su deseo.
–No creo que tengas ninguna duda, agapi mou –dijo con suavidad–. Todos los hombres de la fiesta se estarán preguntando lo que llevas debajo de ese vestido tan provocativo, si es que llevas algo –dijo con ojos encendidos–. Y se preguntarán también si serán lo suficientemente afortunados como para quitártelo al final de la velada.
Molly sintió cómo se le aceleraba el corazón al imaginarlo a él haciendo eso, pero sacudió la cabeza con una expresión de indignación.
–¡Debería pedirte que te fueras por decir algo así!
–Pero es la verdad. Un vestido como ese lanza un mensaje muy evidente –dijo él, y se encogió de hombros–, supongo que por eso lo llevas.
–¿Piensas quedarte ahí insultándome toda la noche o prefieres tomar una copa? –preguntó, tratando de calmarse.
Dimitri se permitió pensar en la posibilidad de rechazar la invitación, llevarla fuera, abrazarla y besarla hasta que consiguiera olvidarse de sus invitados y lo llevara arriba para estar toda la noche haciendo el amor. Y se preguntó por qué había accedido a ir a una fiesta ruidosa llena de gente que no dudaría ni un momento en acaparar la atención de Molly.
Pero así estaban las cosas, y él no podía tenerla. No allí, no en aquel momento.
–Una copa sería genial –dijo con ojos brillantes.
–Todos están aquí –dijo Molly con voz firme señalando hacia la sala con un dedo no tan firme.
Se dio cuenta del silencio que se produjo en el tumulto de la sala cuando entraron. Alcanzó una copa de uno de los camareros que circulaban por allí y se la dio a Dimitri.
–¿Champán está bien?
–El champán siempre está bien –dijo él, aceptando la copa. Observó un momento las burbujas y luego levantó el vaso hacia ella y, sin dejar de mirarla, dio un sorbo a la bebida. Molly pensó que, si cualquier otro hombre hubiera hecho eso, le habría parecido extremadamente cursi. Pero, si lo hacía Dimitri, entonces ella se quedaba mirando y deseaba perderse en el negro ardiente de sus ojos.
–Deja que te presente a unas cuantas personas que se mueren por conocerte –dijo con una sonrisa.
Pensó que no habría escasez de voluntarias. Dimitri había eclipsado a todos los hombres de la fiesta. Sus pantalones oscuros hechos a medida y su camisa de seda blanca dejaban adivinar un físico perfecto y, a juzgar por las miradas disimuladas que se proyectaban sobre ellos, Molly no era la única que pensaba de aquel modo.
Su cara tenía una ligera sombra, pero aun así, Molly sospechaba que no había pasado mucho tiempo desde que se había afeitado por última vez. Quizá las mujeres se fijaban automáticamente en eso, en aquella mandíbula sombreada que mandaba un mensaje subliminal de que allí había un hombre en su máximo esplendor.
A Molly le sudaban las palmas de las manos, e inconscientemente se las secó en el vestido.
–Déjame ver… ¿a quién te gustaría conocer?
Pero no tuvo que buscar a nadie porque una chica pelirroja apareció de entre la gente.
–¡Hola!, ¿quién es este, Molly? –le preguntó con su atención puesta en Dimitri–, ¿y dónde lo tenías escondido?
–Hola, Alison –repuso Molly, con una sonrisa y un poco sorprendida por la reacción de su amiga. Miraba a Dimitri con total descaro aunque, quizá, a él le gustara eso. Molly lo miró. Era difícil de decir con aquella cara que no revelaba nada. Siempre había sido así–. Este es Dimitri Nicharos. Dimitri, me gustaría presentarte a Alison Dempster.
–Hola, Alison –dijo él con suavidad, sonriente.
Molly vio cómo Alison casi se derretía ante el impacto de aquella voz, aquella cara, aquel cuerpo, aquella sonrisa.
–¿Eres griego? –preguntó Alison casi sin aliento.
–En realidad sí.
–Se nota –repuso Alison.
Dimitri miró a Molly y pensó que parecía muy tensa.
–¿De qué os conocéis? –preguntó
–Oh, hace años que conozco a Alison y a Will –contestó Molly–, él está por aquí, es abogado –señaló a un tipo que se reía junto a un grupo de hombres.
Alison alzó las cejas sorprendida, como diciendo ¿por qué diablos has tenido que decirle eso? Y Molly se lo preguntaba también. Sabía que a las mujeres casadas les gustaba flirtear en las fiestas. ¿Sería una estratagema para decirle a Dimitri que Alison no estaba disponible, aunque no tuviera ningún derecho de propiedad sobre él?
Dimitri dio un sorbo a su copa de champán pensando en la cantidad de emociones que despertaban siempre las fiestas. Estaba empezando a pasárselo bien.
–¿Os conocéis desde hace mucho? –preguntó.
Era la oportunidad perfecta para que Alison se la devolviera a Molly.
–Nos conocimos a través del ex marido de Molly –dijo afablemente–. Él acudió a mi marido para pedirle consejo cuando fundó su negocio –miró a Dimitri con sus ojos verdes–, ¿conoces ya a Hugo?
–Por desgracia no –dijo mirando a Molly–, aún no.
Molly comenzaba a desear estar en cualquier parte menos allí, pero tenía toda la noche por delante y ella era la anfitriona. No iba a estar toda la velada pendiente de él.
–¿Quieres otra copa, Dimitri?
–Estoy servido. Ve a ver a tus invitados, no sientas que tienes que cuidar de mí.
Molly se sentía como una mosca espantada. Vio la mirada de curiosidad de Alison.
–Bueno, entonces os dejo –dijo débilmente. Y se fue a revolotear por entre la gente para presentar a los que no se conocían y conversar con casi desconocidos, con una maña que había adquirido durante años de asistir a acontecimientos sociales con Hugo.
Las camareras ofrecían platos con manjares caros, que satisfacían el gusto pero no el apetito, pero Molly prefería eso al lío de una comida en condiciones. Los vasos se rellenaban una y otra vez mientras la música sonaba de fondo y la gente comenzaba a relajarse y a bajar la guardia.
Parecía una fiesta estupenda, pero para Molly supuso una dura prueba de principio a fin. Porque era como si no hubiera nadie más que él en la sala. Su presencia lo dominaba todo y Molly se dio cuenta de que aún lo deseaba.
Le dirigió una mirada. Estaba rodeado por un pequeño grupo de hombres a los que hacía reír. Se había adaptado a la perfección, como si fuera un experto en fiestas; había encajado muy bien en su círculo de amigos. Parecía tan cosmopolita y sofisticado como todos ellos, y Molly se preguntó si haría mucha vida social en Pondiki.
Lo observó desde el otro lado de la sala, pero él alzó la vista como si supiera que lo estaba observando y ella giró la cabeza con rapidez, temiendo que pudiera adivinar sus pensamientos.
Alison la vio y se acercó a ella.
–Estamos a punto de marcharnos. Will tiene un caso muy importante mañana por la mañana –dijo–. Gracias por esta fiesta tan estupenda.
–El placer ha sido mío –dijo Molly con una sonrisa.
Hubo un momento de silencio.
–Tiene algo –apuntó Alison.
–¿Quién?
–El hombre de la luna, ¡por supuesto! –bromeó Alison–. ¡Quién! Molly, soy una de tus mejores amigas, no puedes engañarme. Ese griego tan atractivo, claro. ¿Quién es?
–Alguien al que conocí hace años.
–¿Y ha vuelto a tu vida?
–No, solo está de paso –contestó Molly, meneando la cabeza.
–Bueno, nunca había visto a un hombre que destilara tanto magnetismo para las mujeres. Yo incluida –añadió–. No hay una sola mujer en la sala que no lo haya observado como una tigresa hambrienta toda la noche.
Molly sintió de repente frío en los hombros desnudos. Sabía perfectamente lo que Alison quería decir. A pesar de su aire de sofisticación y la ropa inmaculada que vestía, nada podía ocultar que Dimitri era el tipo de hombre que no se encontraba en las ciudades. No había otro hombre en la sala que pareciese que podía atrapar un pez con las manos o trepar a un árbol sin esfuerzo.
–Eso es porque le gustan las mujeres, como a todos los griegos, y las mujeres se dan cuenta.
–¿No estás siendo un poco tópica?
–No, qué va. Son diferentes a los hombres ingleses –contestó Molly, y consiguió controlar aquel recuerdo tan erótico. Realmente era diferente.
–¿En qué sentido? –preguntó Alison con cara de interés.
–Piensan en las mujeres de forma distinta, las tratan de forma distinta. La mujer fue puesta en la tierra para amar –recitó de memoria, sin darse cuenta de lo que hacía–. Las mujeres son suaves pero los hombres son duros y ambos se complementan –dijo mientras se sonrojaba al darse cuenta de todo lo que había desvelado.
–Así que fue tu amante –adivinó Alison.
–Me sorprende que hayas tardado tanto en preguntarlo.
–Me sorprende que no me lo hayas dicho.
¿Realmente pensaba que, después de invitarlo a la fiesta, sería capaz de mantenerlo en secreto? Molly supuso que era inevitable que Alison se hubiese enterado.
–Sí, fue mi amante. Hace mucho tiempo.
–¿Y te hizo daño?
–Ya sabes. Fue el típico desengaño adolescente. Un lío de juventud que, lógicamente, acabó. Eso es todo.
No era más que la verdad. Pero era irónico lo dura e inadecuada que podía sonar la verdad a veces.
–Pero, ¿aún lo quieres? –preguntó Alison tras un momento de silencio.
Molly negó con la cabeza.
–Ya no. No estoy interesada en él. No en este momento.
–Yo creo que sí lo estás –la contradijo Alison–. Puede que no quieras estarlo, pero lo estás, lo llevas escrito por todas partes. Parece como si llevaras una señal enorme pegada a la frente en la que pusiera: haz el amor conmigo, Dimitri.
–Oh, Dios mío –dijo Molly, abriendo mucho los ojos–, ¿tan evidente es?
–Quizá solo para mí, pero es porque te conozco –sonrió su amiga–. No le des tanta importancia. A muchas mujeres les gustan los hombres problemáticos. Me temo que las mismas cualidades que los hacen problemáticos son las que los hacen irresistibles. Pero no tienes que rendirte ante él, ya lo sabes. ¡Oh, viene hacia aquí! Seré una buena amiga. Creo que es hora de irme.
Molly vio a Alison cruzar la sala en busca de su marido. Parte de ella quería decir: «¡No te vayas! ¡Por favor, no me dejes con este hombre que destila ese tipo de peligro y excitación al que no puedo resistirme!». Pero Dimitri estaba allí, imponente a su lado, con aquella fragancia masculina que le resultaba tan familiar, y todo lo que podía pensar era: «¡Está aquí, por fin, y es todo para mí!»
Dimitri la miró y vio que le temblaban los labios. Sus pechos subían y bajaban cuando respiraba y, una vez más, el deseo y la frustración se unieron y se preguntó para quién se habría puesto aquel atuendo tan escandaloso. De pronto sintió un ataque de celos.
–Es una fiesta muy cara –dijo con frialdad.
–Pareces sorprendido.
–¿En serio? Supongo que lo estoy un poco –la miró fijamente–. ¿Quién lo paga?
–No estoy muy segura de lo que quieres decir –contestó ella, consciente de la hostilidad que se ocultaba en aquella pregunta.
–¿Ah, no? –echó un vistazo a la habitación–. Vives en una casa enorme, sirves champán a tus invitados. Así que, o tus libros de viajes te reportan grandes beneficios o tu acuerdo de divorcio fue excepcionalmente bueno. O tal vez… –hizo una pausa intencionada.
–¿Tal vez qué?
–Tal vez tengas un amante al que le gusta colmarte de regalos –dijo encogiéndose de hombros. Miró por la habitación–. Quizá alguien de esta sala, un amante secreto.
–¿Yo, la amante secreta de alguien? –preguntó ella–, ¿la querida de alguien?, ¿del marido de una de mis amigas, quizá?
–¿Por qué no?
–¿Crees que es así como vivo?
–¿Cómo podría saberlo yo, agapi mou? Las mujeres lo hacen.
–Pues yo no –dijo furiosa–. ¡Para que lo sepas, sí, mis libros me reportan lo suficiente para mantenerme! ¡Soy afortunada de no tener una hipoteca porque mi acuerdo de divorcio sí que fue generoso, y también justo, ya que ayudé a mi marido a fundar y a dirigir su negocio! ¿Contesta eso a tu insultante pregunta, Dimitri?
Dimitri expulsó el aliento que había estado conteniendo. Así que no había nadie. Miró aquella cara furiosa, con los ojos echando chispas, y sonrió, deseando que estuvieran solos para poder calmar su ira con un beso.
–Entonces, te felicito por tu independencia.
–¿Es eso todo lo que tienes que decir? –preguntó ella, sin variar su expresión de furia.
–¿Por qué te ofendes tanto, Molly? –preguntó–. Así funciona el mundo. Los hombres ricos mantienen a las mujeres hermosas, ha sido así desde el principio de los tiempos. Un intercambio de favores, eso es todo.
¡Era increíble! ¡Ni siquiera había tenido la decencia de disculparse! Pues no iba a tener una pelea con él delante de todos sus amigos.
–Será mejor que vaya a despedir a mis invitados –dijo con frialdad–, si te quieres marchar, por favor, no te prives por mí, Dimitri.
Pero no se marchó. En vez de eso, comenzó a deambular por la sala y a hablar con el contable de Molly, lo que la molestó bastante. Y justo cuando se preguntaba si Dimitri estaba intentando quedarse el último, y cuando su corazón había comenzado a acelerarse ante tal perspectiva, se acercó a despedirse.
–Gracias por venir –dijo ella forzadamente. Pero su rabia parecía haberse esfumado por el hecho de tenerlo tan cerca y, de pronto, deseó que se quedara.
–Gracias a ti por invitarme –repuso él con suavidad–. Ha sido una fiesta estupenda.
Pero ella no pensaba lo mismo. Cerró la puerta tras él y, durante un instante, apoyó su frente caliente en la fría hoja de cristal y se sintió agotada y decepcionada. Bueno, había cumplido su deber como vecina. Con un poco de planificación y previsión, sus caminos no se volverían a cruzar.