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Los griegos inventaron la tragedia (y también la comedia). El eje de toda tragedia es el doloroso restablecimiento del orden y el traumático alumbramiento del deber. Nunca ha habido tantos teatros llenos en Atenas como ahora. Desde que empezó la crisis, los griegos buscan una catarsis. Pero, como dijo Eurípides, lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece. Tras el descenso a los infiernos de los últimos años, la sociedad griega padece una melancólica depresión que la paraliza. Cuando han tocado suelo, los griegos se han visto obligados a aceptar que se trata pura y simplemente de la realidad que durante mucho tiempo intentaron negar. Atenas combina ahora ruinosos bloques de apartamentos y viejas viviendas descarnadas —cubiertas por tanto grafiti que es casi imposible adivinar cuál era el color original— con la aparición de todo tipo de bares y restaurantes. Todos los cafés y restaurantes de Atenas están llenos, señala el sociólogo Panayis Panagiotopoulos. ¿Por qué?
La primera respuesta sería que nunca se han vaciado, salvo en algunos momentos de gran crispación, cuando había miedo. Pero yo tengo la sensación de que estos espacios son el último refugio del consumo. Las compras en los supermercados han caído un 15 por ciento, las ventas de ropa están bajo mínimos y hay mucha gente que ni siquiera puede pagar sus impuestos. El Gobierno lo sabe y les permite pagar a plazos. Así que los cafés y restaurantes quedan como la única posibilidad de consumir.
En Grecia gobierna una coalición formada por un partido populista-nacionalista de izquierdas y un partido populista-nacionalista de derechas. El populismo forma parte de la totalidad del espectro político. Syriza, la supuesta izquierda radical, asume esta etiqueta. Sus teóricos, como el miembro de su secretariado político Yiannis Bournous, proclaman sin reparos que la mejor arma para luchar contra la extrema derecha es el populismo de izquierdas y se identifican con las tesis de Ernesto Laclau, que también forman parte del ideario de Podemos, en España. Menos con la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, y algo más con la versión del laborismo británico que lidera Jeremy Corbyn. Sin embargo, Syriza comparte Gobierno con populistas de derechas: los Griegos Independientes, un partido minoritario que recoge el voto de la clase militar, una parte del funcionariado y sectores del clero, y que ocupa el Ministerio de Defensa, entre otros.
Grecia tiene el Gobierno más nacionalista de toda Europa, formado por un partido nacionalista de derechas y otro de izquierdas, o como ironiza el músico y compositor Mikis Theodorakis —un icono nacional—, «desde la independencia de 1832, nunca ha habido en Grecia un Gobierno más de derechas que el actual». Tal vez esto sea una exageración, pero es una muy buena metáfora de lo que sucede en el país. El populismo griego nace directamente del nacionalismo, denominador común de todas las formaciones políticas. Es un nacionalismo identitario, como corresponde a una nación joven que solo consiguió su independencia en el siglo XIX, la consolidó ya entrado el siglo XX y construyó su narrativa frente a un poderoso enemigo: el Imperio otomano. Es una mezcla extremadamente potente, caracterizada, como sucede en muchas otras partes, por la necesidad de simplificar la gran complejidad de las sociedades y definir al ciudadano-patriota como una persona amenazada por los enemigos. Los principales enemigos de los griegos son los turcos —y también los judíos, por supuesto—, aunque ahora esta consideración se ha extendido a los inmigrantes y refugiados y a todas las minorías. Para construir este discurso colectivo, Grecia dispone de una herramienta que ya ha desaparecido de la mayoría de los países europeos: el servicio militar obligatorio de nueve meses para todos los varones por encima de los dieciocho años, que nutre a un ejército con más de ciento setenta mil efectivos. Grecia es el país de la UE con mayor proporción de militares en relación con la población total.
Este país extraordinariamente diverso no fue del todo independiente hasta 1920, cuando se produjo la gran migración de decenas de miles de turcos en dirección a Anatolia y de otros tantos griegos —muchos de los cuales solo hablan turco— en sentido contrario. Hay cientos de islas donde vive una población cuya memoria griega solo tiene tres generaciones; ciudades como Salónica hunden su cosmopolitismo y su diversidad en la historia; la gran metrópolis de Atenas, con una mancha urbana de más de cuatro millones de habitantes, pasó por genoveses, venecianos, turcos y fue fuertemente bizantina. El norte es claramente parte de los Balcanes, pero Grecia también es el Levante. Atenas tiene algo en común con El Cairo, un cierto easy living, y mira aterrorizada a los refugiados que llegan de Alepo, en los que descubre algo familiar. Es muy diferente estar en una isla que ha sido turca durante quinientos años o en Corfú, donde son medio italianos.
La minoría turca sigue formando parte de la Grecia moderna. Son unos ciento cuarenta mil y viven en la Tracia griega, junto a Xánthi. La mayoría es de etnia turca, aunque también se incluyen los pomacos, musulmanes de etnia búlgara. Tienen libertad religiosa y pueden hablar su idioma, pero no se les permite llamarse turcos. En la década de 1990 llegó un millón de trabajadores de otros países balcánicos, básicamente albaneses, la mayoría de los cuales se han integrado sin grandes problemas, más allá de una cierta xenofobia cotidiana. Solo en un país como Grecia el nombre de una joven república vecina puede convertirse en una cuestión de honor, capaz de bloquear acuerdos internacionales. La Macedonia surgida de la división de Yugoslavia no se puede llamar así porque Macedonia es una marca registrada griega. Atenas ha acabado aceptando el acrónimo FYROM, es decir: Antigua República Yugoslava de Macedonia en sus siglas en inglés. Últimamente se han propuesto denominaciones menos humillantes, como Macedonia del Norte, pero todavía hay muchas reticencias.
Casi desde el primer momento de la independencia, los partidos políticos tuvieron mucho que ver con las familias, con las redes tradicionales. La Iglesia ortodoxa siempre jugó un papel decisivo; fue —y todavía es— muy influyente y posee grandes extensiones de tierras. Grecia es uno de los pocos países europeos donde es habitual cruzarse con clérigos —popes, en este caso— con sotana negra por la calle. El país vivió una guerra civil que se encadenó con la Segunda Guerra Mundial. Duró casi una década y causó cerca de cien mil muertos, setecientos mil desplazados, la destrucción de las infraestructuras y una durísima represión de los vencidos. También tuvo una dictadura entre 1967 y 1974, la de los llamados Coroneles, encabezados por Georgios Papadópoulos, en parte consecuencia de la profunda división política dejada por la guerra civil.
DE LOS CORONELES A LA EUROPA DE LA MONEDA ÚNICA
PARA CAER EN LA GRAN RECESIÓN
A partir de la caída de la Junta de los Coroneles, las cosas empezaron a mejorar. Grecia entró en la Comunidad Económica Europea en 1981 y los beneficios pronto se hicieron notar. También consiguió formar parte de la moneda única en 2002, aunque luego se supo que el Gobierno había falsificado los informes que garantizaban que cumplía las condiciones exigidas por Bruselas. En el año 2000 albergó los Juegos Olímpicos, con más de un agobio para acabar las grandes infraestructuras deportivas, la mayoría de las cuales están ahora abandonadas y semiderruidas. Poco después llegó la crisis, la quiebra de Lehman Brothers, la Gran Recesión y la crisis del euro.
Dicen los expertos financieros que, en el origen, Grecia solo tenía una crisis: la de la deuda. Tal vez por eso la quiebra de Lehman Brothers no tuvo un gran impacto. Después aparecieron la crisis política, económica y todo lo demás. Analizado con la perspectiva actual, se llega a la conclusión de que una larga concatenación de errores, piedra a piedra, acabó creando una avalancha. También se descubren las corrientes profundas que provocaron los errores. Las raíces inmediatas de la crisis de la deuda hay que buscarlas en las decisiones que se tomaron entre 2004 y 2009, durante el Gobierno del conservador Kostas Karamanlís, de Nueva Democracia, y en una cultura política de endeudamiento. Según el historiador Dimitri Sotiropoulos, no solo tuvo aspectos económicos y financieros, sino que emergió de un grave problema cultural, «empezando por el hecho de no querer entender que, además de las medidas de austeridad o de cómo gestionar la deuda, había una cuestión de cultura política a la que debía enfrentarse la sociedad griega». No se disponía de un verdadero sistema impositivo ni de capacidad recaudatoria. Sotiropoulos piensa que, si en lugar de estallar primero en Grecia, la crisis hubiera empezado en Irlanda, España o Portugal, el escenario habría sido completamente diferente.
Las élites financieras y políticas europeas vieron con preocupación cómo tanto el Gobierno del Pasok de Yorgos Papandréu, que sucedió a Karamanlís, como el de coalición presidido por Lukás Papadimos, que vino después y en el que también estaba Nueva Democracia, implementaron algunas de las medidas de la crisis, pero con muy poco entusiasmo. Kostis Hatzidakis, vicepresidente de la conservadora Nueva Democracia, que fue ministro de Transporte y Desarrollo en los Gobiernos de 2007-2009 y 2012-2014, reconoce que Grecia «vivía por encima de sus posibilidades» y que su partido fue culpable de practicar una política populista y de no tener el coraje necesario para implementar las reformas que se necesitaban, aunque lo justifica por el «populismo irresponsable de nuestro adversario en la izquierda, el Pasok, que había hecho promesas imposibles de cumplir a los electores, parecidas a las que hizo después Syriza».
«Europa no estaba preparada para esta crisis; era inconcebible que algo así pasara», piensa el economista Panagiotis Korliras, que preside el Consejo Fiscal de Grecia, el órgano encargado de controlar que se cumpla el memorándum:
Grecia tomaba prestado de los bancos alemanes a intereses muy bajos. Era un sistema casi perfecto, si no fuera porque los fundamentos eran un desastre. Se olvida que el país ya estuvo bajo supervisión de la Comisión en 2004 y en 2007. Cuando desde Bruselas se le dijo al Ejecutivo de Karamanlís que ya había recuperado el equilibrio y se levantó la supervisión, el Gobierno griego se volvió loco y empezó una danza loca consistente en gastar todo el dinero posible, nombrar todo tipo de cargos y lanzar proyectos faraónicos. Todo esto era posible porque el dinero era muy barato, lo que trajo un rápido deterioro de la deuda.
Korliras cree que Grecia no estaba preparada para entrar en el euro. «Tal vez podría haberlo aplazado o haber devaluado la dracma antes de entrar para hacerlo en mejores condiciones, pero nada de esto sucedió. Entramos en el club con una moneda sobrevalorada y con escasa competitividad. Esta fue otra de las causas de la crisis.»
En cualquier caso, pese a que se tomaron algunas decisiones importantes, quedaron ocultas por una cascada de acontecimientos de orden social y político que dejaron al descubierto las tensiones subyacentes y que se concretaron en 2011 en las grandes movilizaciones de «los indignados» en la plaza Sintagma, frente al Parlamento, al estilo del 15-M español. Fue «el momento revolucionario» en que la gente de Syriza —un partido de izquierdas nacido en 2004 como una coalición de trece grupos, que nunca había superado la barrera del 3 por ciento en unas elecciones— empezó a desarrollar su propia agenda, que después los iba a llevar al Gobierno con una propuesta populista. De ese vivero salieron los ministros y colaboradores de los Gobiernos de Tsipras. Hatzidakis, a quien los manifestantes de la plaza Sintagma le propinaron una brutal paliza, acusa a todo el arco político griego de no querer ver lo que estaba sucediendo. «Todo el mundo quería vivir su mito particular. Había demasiadas fantasías, vivíamos de las percepciones y negando la realidad.»
El partido neonazi Amanecer Dorado, que ya existía antes de la crisis, pero era electoralmente irrelevante, también eclosionó en aquel momento. En las concentraciones de la plaza Sintagma, la gente de Amanecer Dorado y de otros grupos de extrema derecha se situaban en la parte alta, lo que se conocía como la plaza Alta, mientras que los de Syriza y la gente de izquierdas se colocaban en la parte posterior de la plaza. «Todas las teorías conspirativas sobre quién empezó la crisis, por qué empezó y quién estaba detrás nacieron en ese momento frente al Parlamento y se propagaron como la pólvora a través de internet», explica Sotiropoulos. Se lanzaban consignas populistas que estaban muy lejos de la realidad: había que enfrentarse a los acreedores y no pagar la deuda; no era cierto que el país estuviera arruinado ni que debiera dinero; las medidas de austeridad eran una trampa, una conspiración de Alemania y del FMI para robar el dinero de los griegos. Curiosamente fue también entonces cuando nació el partido que gobierna en coalición con Syriza, los Griegos Independientes, una formación populista-nacionalista de derechas.
2011 fue el año clave en que se produjo un cambio en la percepción que la sociedad griega tenía de sí misma, lo que llevaría a un posterior cambio político. En 2012 las encuestas ya daban a Syriza más de un 10 por ciento de intención de voto, y en las elecciones europeas de 2014 el partido de Alexis Tsipras se hizo con la hegemonía en la izquierda a costa de destruir al viejo Pasok. En las legislativas de 2015 Syriza llegó al Gobierno, y a partir de ese momento el problema de la crisis ya no giró en torno al componente técnico de cómo pagar la deuda, sino que pasó a ser esencialmente una cuestión política y social. Fue la coyuntura para que el brillante y extravagante ministro de Finanzas Yanis Varoufakis protagonizara su espectacular duelo con Bruselas y Berlín en torno al pago de la deuda enfrentándose a los acreedores, al Banco Central Europeo, a la Comisión, al Fondo Monetario Internacional y, especialmente, al ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble, convertido a ojos de la sociedad griega en la representación del Maligno. «El gran mito de Syriza, que les ha sido muy útil, era Schäuble, que representaba al dragón», piensa Hatzidakis.
El resultado fue que Tsipras acabó por convocar un referéndum de tintes dramáticos sobre si aceptar o no el memorándum a cambio de un nuevo paquete de ayuda económica. Se planteó como un voto a favor o en contra de la moneda única; a favor o en contra de Europa. Fueron días de gran efervescencia colectiva. Grecia se volvió loca, se inflamó, ardió. El Gobierno de Syriza ganó el referéndum contra Europa. El 61 por ciento dijo no al programa de austeridad y solo el 39 por ciento estuvo a favor de las condiciones de Bruselas. De una manera u otra, toda Grecia se había instalado en la ilusión de que era posible rechazar las exigencias de los acreedores y no descartaba salir de la moneda única si eso era necesario. No solo los partidos de izquierda; buena parte de los votantes conservadores también lo creían posible.
TRAS EL DESAFÍO, UNA DURA CURA DE REALIDAD
Pero la realidad se impuso por su propio peso. Pocas semanas después, el propio Tsipras viajó a Bruselas y aceptó las medidas impuestas por la Troika, con lo que dio un giro de ciento ochenta grados a la gran ilusión creada por el referéndum. Todo el país miraba al Gobierno sin saber lo que hacía. Sin ninguna información. «Se limitaban a contar mentiras», piensa Sotiropoulos. Syriza se justifica. Yiannis Bournous explica la decisión de no sacar a Grecia del euro por «razones estratégicas». «La vuelta a la moneda nacional habría supuesto una inmediata devaluación salvaje porque Grecia no tenía ni un importante sector productivo para apoyar una moneda nacional, ni una reserva suficientemente grande de moneda extranjera», reconoce. Calcularon que se habría producido una devaluación de entre un 40 y un 50 por ciento, lo que habría depreciado enormemente las pensiones y afectado sobre todo a las rentas medias y bajas, no a las grandes fortunas, que ya tenían el dinero a buen recaudo. Además, Grecia habría conservado la misma deuda, pero la tendría que pagar con una moneda devaluada, lo que a su vez llevaría a un aumento de la deuda sin poder acudir a los mercados financieros.
Los líderes de Syriza dicen que visitaron Moscú y Pekín en busca de ayuda, pero la respuesta en ambos casos fue que debían quedarse dentro del euro antes de poder establecer cualquier tipo de cooperación. El resultado fue que Tsipras primero destituyó a Varoufakis, que se había convertido en el gran dolor de cabeza de los poderes financieros europeos, y después puso en marcha un paquete de medidas aún más duro que el anterior. Tras aceptarse lo inevitable, imponer controles al capital, frenar las inversiones, reducir las pensiones, los salarios y llevar el desempleo a más del 25 por ciento, la sociedad griega se sumió en una especie de desesperación colectiva para caer después en una depresión pasiva. Fue entonces, tras la euforia del referéndum ganado contra Europa y perdido en el tiempo de descuento, cuando arrancó la verdadera catarsis.
Pese a echar pestes de Tsipras, Hatzidakis cree que su misión ha sido la de convencer a los griegos de que no pueden ignorar la realidad, el sentido común y el pragmatismo. Según el sociólogo Panayis Panagiotopoulos, esto es lo que ha sucedido, y por eso la sociedad griega está paralizada:
En estos momentos la actitud es extraordinariamente pasiva, la gente no pide nada. Quienes pedían el voto contra Europa y el euro no hacían un análisis crítico de las medidas de austeridad, solo denunciaban una conspiración y que era el memorándum el que producía la crisis. La explicación de todo lo que ha sucedido está en la victimización, en agitar una conspiración que quería desposeernos de nuestras riquezas y de nuestra identidad.
La periodista Kaki Bali, directora del periódico Avgi, cercano al Gobierno de Tsipras, piensa igual:
Desde el comienzo de la crisis, todo el mundo en Grecia se negaba a aceptar que lo que sucedía era cierto. Incluso cuando en 2014 empezaron a pagar impuestos directos, que hasta entonces prácticamente no existían, y los sueldos empezaron a bajar entre un 30 y un 40 por ciento de media, siguieron pensando que no era más que una pesadilla de la que pronto despertarían. Entonces llegó la crisis de 2015, una crisis descomunal que cayó encima de la anterior y el principio de realidad acabó por imponerse. Ahora ya solo hay resignación. Ya no hay más rabia. Ya no hay gente manifestándose, cada cual va por su lado sin pretensión de tomar la palabra; una situación de silencio pese a que hay gente que ni siquiera puede comer.
Según Panagiotopoulos, en Grecia ya no tiene lugar ningún tipo de debate público:
No hablamos en absoluto de la cuestión urbanística o de cómo queremos las ciudades. Tampoco hay ningún debate sobre cómo gestionar la cuestión de los refugiados, ni se discute la cuestión de la laicidad mientras la Iglesia juega un papel cada vez más importante. En otros países europeos se debate sobre todo esto; hay muchas posturas sobre el islam, sobre el comunitarismo, sobre la laicidad. Aquí no. Aquí solo hay tabús. Tampoco hay ninguna aportación al debate europeo sobre qué Europa queremos, aunque este sea uno de los países donde más se han sentido las distorsiones de la UE actual.
Después del referéndum, señala Bali, durante un tiempo el partido de Tsipras fue cayendo en las encuestas. «El nivel de pesimismo era muy alto. La derecha de Nueva Democracia recuperaba espacio y se situaba ampliamente por encima de Syriza. La distancia, sin embargo, se ha reducido considerablemente y el pesimismo parece remitir, aunque sea solo muy ligeramente.» En opinión de esta periodista, que colaboró con el primer Gobierno de Syriza, Tsipras se ha olvidado de la revolución y una parte de los miembros del partido se han convertido en cínicos socialdemócratas, pese a que no quieren ser llamados así. Los realos, dice utilizando el término que define a la facción más pragmática de los Verdes alemanes que encabeza Joschka Fischer, intentan persuadir al ala más dura de que siguen en la brecha, de que avanzan, aunque sea poco y muy despacio. «No está claro que pierdan las próximas elecciones —cree—, pero lo que sí parece es que Tsipras conseguirá llegar hasta el final de la legislatura, algo que no ha conseguido ningún Gobierno desde el comienzo de la crisis.»
El partido intenta construir un relato que, a la vez que asume los errores aunque sea de forma indirecta, sigue proclamando la viabilidad de un modelo político en fase de reconstrucción. «Es la primera vez que un partido de izquierda no socialdemócrata llega al poder en Europa en unas elecciones», recuerda Yiannis Bournous:
Hemos acumulado una gran experiencia que será de gran utilidad para la izquierda europea; una experiencia a menudo amarga, pero con momentos muy luminosos. Hemos tenido que sacrificar algunos dogmas que teníamos en el pasado y aceptar compromisos. Nosotros decidimos disputar el relato tradicional y perdimos, pero con nuestro intento de cambiar las reglas de la Comisión y el subsiguiente crashing on the wall del neoliberalismo, toda Europa entendió cuáles eran las reglas del juego y las consecuencias del modelo neoliberal. Fuimos sometidos a chantaje. Esto fue lo que pasó con el referéndum.
Pero miran a su alrededor y encuentran pocos aliados. Dicen que están cooperando con el «experimento portugués» y que el éxito de António Costa consiste en haber conseguido recuperar la confianza y el crecimiento, justamente lo que todavía no ha logrado Syriza.
DE LA DEPRESIÓN COLECTIVA HASTA TOCAR FONDO
Hay señales, sin embargo, de que se está produciendo una mejora, de que se ha tocado fondo, pese a que seis de cada diez griegos no creen que la crisis acabe en la próxima década. Las previsiones del Gobierno para 2018 contemplan un crecimiento del 2,4 por ciento y un superávit primario —que excluye el pago de intereses de la deuda— del 3,57 por ciento del PIB, algo por encima del 3,5 por ciento que exige el programa de rescate hasta 2021. El superávit primario de 2017 se calcula en un 2,2 por ciento del PIB, bastante por encima del 1,75 por ciento exigido por los acreedores. Para 2018 se espera un superávit presupuestario del 0,6 por ciento. Panagiotis Korliras recuerda que han aumentado las exportaciones, especialmente los derivados del petróleo —Grecia dispone de tres importantes refinerías— y los productos químicos y farmacéuticos. También se detectan mejoras en el sector alimentario y la exportación de materias primas como el mármol, que compra China, y de los llamados metales raros, de los que el país es rico. El primer motor, sin embargo, sigue siendo el turismo, que también crece considerablemente. El sector de la construcción también parece despertar de la pesadilla. Durante la crisis los precios de la vivienda cayeron en un 50 por ciento. Parte de este repunte se debe a fenómenos como el de Airbnb, al menos en Atenas, que se está convirtiendo en una ciudad turística al estilo de Barcelona, en buena parte gracias a que los precios de hoteles y restaurantes están muy bajos. Por otra parte, los barrios del sur de Atenas están siendo objeto de la atención de capital ruso y árabe en el sector inmobiliario. Tras años sin realizar inversiones, lo que se puede percibir por el estado de las calles de Atenas y de las carreteras y autopistas, el Estado está volviendo a realizar importantes trabajos sobre todo en infraestructuras, para lo que en 2017 había presupuestados mil millones de euros, procedentes en su mayoría de fondos de cohesión europeos.
Si por algo será recordado este Gobierno es por haber creado una Hacienda robusta con capacidad recaudatoria y por subir los impuestos. Había que llenar las arcas del Estado. «Antes de la crisis mucha gente no pagaba impuestos», reconoce Yorgos Prokopakis, un ingeniero educado en Estados Unidos, donde fue profesor de la Colombia University.
El fisco era muy amable con los profesionales liberales. Abogados, ingenieros, arquitectos, médicos o economistas pagaban poquísimos impuestos. Los primeros 130.000 euros anuales estaban exentos. Hacia el año 2000, cuando empezó a cambiar el modelo fiscal, esta clase social abarcaba unos trescientos mil sujetos impositivos, lo que significaba un vivero de al menos dos millones de electores. Esta laxitud fiscal con el sector de los profesionales liberales también tenía el efecto de mantener relativamente bajos los gastos de los empresarios en minutas profesionales.
Cuando llegó la crisis, explica, «de no pagar prácticamente impuestos empecé a pagar casi el 50 por ciento de lo que ganaba, con el añadido de que, además, mis ingresos se redujeron drásticamente».
La laxitud fiscal con estos profesionales tenía también efectos perversos en el sistema público de salud, que había sido creado en la década de 1980 por el Pasok. A lo largo de los años acabó convirtiéndose en una maquinaria que trabajaba para el sector privado por la vía de la externalización. El Estado dejó de invertir en infraestructuras y de adquirir material sanitario e instrumentos de diagnóstico como escáneres o rayos X. Tampoco se preocupó de controlar si sus empleados médicos cumplían su horario laboral. Básicamente se enviaba a los pacientes al sector privado para que realizara estas pruebas y el Estado pagaba. Todos ganaban, menos el tesoro público. «Este es uno de los mejores ejemplos para definir la burbuja de la deuda, que está en el origen de la primera crisis», señala Prokopakis.
El Gobierno intenta justificar la presión fiscal con una retórica populista: tomar el dinero de los ricos para dárselo a los pobres. Pero lo cierto es que hay cerca de un millón de personas con sus cuentas corrientes intervenidas. Todo lo que entra en estas cuentas por encima de un tope de 1.250 euros se confisca de inmediato. Los pequeños negocios ya no aceptan tarjetas de crédito para que Hacienda no les confisque lo que deben. Ha vuelto a circular el dinero en efectivo o, lo que es lo mismo, se ha creado un área llamada de economía gris, donde se vuelve a defraudar al fisco. Hay quien dice que la sociedad griega se divide en dos: quienes tienen dinero en efectivo y quienes viven de un sueldo controlado. La desigualdad ha crecido enormemente y la clase media ha visto caer sus ingresos. Antes de la crisis se hablaba de la generación de los setecientos euros, que era lo máximo que ganaba un joven cuando entraba en el mercado laboral. Ahora son trescientos setenta euros al mes.
La cuestión es que el tesoro público no solo necesita dinero para pagar la deuda, sino también para prestaciones esenciales como las pensiones. Pese a que sufrieron importantes recortes, el coste de las pensiones en Grecia representa el 17,5 por ciento del PIB, del que solo un 7 por ciento lo aportan los trabajadores con su cotización, mientras que el Estado se hace cargo del 10 por ciento restante. En Europa el coste medio de las pensiones se sitúa en torno al 12 por ciento del PIB, y el Estado se hace cargo de un 2,5 por ciento. El modelo tradicional de la socialdemocracia europea se basaba en la existencia de grandes empresas con muchos trabajadores y en el acuerdo entre los sindicatos y la patronal para costear la Seguridad Social. Pero en Grecia hay muy pocas grandes empresas. El 95 por ciento tiene menos de nueve trabajadores. El 80 por ciento del impuesto de sociedades lo aportan tan solo unas ciento cincuenta empresas. Se puede decir que el sector industrial es residual. Nunca hubo una importante economía productiva, pero no hace mucho todavía había grandes astilleros, ahora cerrados. Una contradicción en un país que posee la mayor flota mercante del mundo, eso sí, navegando bajo bandera de conveniencia. Aunque prácticamente no pagan impuestos, las navieras junto con el turismo son dos de las dos bases de la economía griega porque dan trabajo a mucha gente. Las navieras llegaron a representar un 10 por ciento del PIB, comparado con el 17 por ciento del turismo. Ahora el turismo ha subido hasta un 20 por ciento y el sector naval se ha reducido. El único astillero importante que queda, Hellenic Shipyards, en Skaramanga, era propiedad en un 75 por ciento del gigante alemán ThyssenKrupp tras la privatización de 2005, aunque esta participación la ha adquirido Abu Dhabi MAR a cambio de que el Gobierno griego le encargue la construcción de dos submarinos para la armada.
En Grecia, aseguran todos los analistas, no existe una burguesía nacional en el sentido marxista del término. La clase social más rica depende en gran medida del Estado, con el que practica un descarado clientelismo para conseguir contratos públicos. Estas élites económicas están ahora muy preocupadas porque, según las nuevas regulaciones impuestas por Bruselas y el FMI, la banca griega tiene que atenerse a estrictos criterios profesionales. Esto implica que estos empresarios ya no pueden sentarse en el consejo de administración y actuar como lo hacían antes, cuando un consejo de administración otorgaba un crédito a un amigo que se sentaba en el consejo de administración de otro banco, y viceversa. Ahora acusan al Gobierno de poco patriota por «desnacionalizar la banca griega».
La crisis ha despertado la xenofobia, la búsqueda de un chivo expiatorio. Es cierto que de los cientos de miles de refugiados que llegaron a las costas de las islas griegas en 2015 y 2016 solo algo más de sesenta mil se han quedado en el país, casi todos atrapados tras el acuerdo con Turquía. En su mayoría siguen en centros más o menos organizados esperando que las autoridades europeas decidan si les conceden la condición de refugiados. Algunos, sin embargo, ya están siendo colocados en las ciudades, y su sola presencia ha servido para despertar el racismo de una parte de la población.
A principios de la década de 1990, tras el derrumbe del imperio soviético y la caída del régimen comunista en Albania, un gran número de albaneses emigraron a Grecia. Trabajaron duro y sufrieron el racismo y el desprecio, pero, como mano de obra barata, ayudaron mucho a la economía griega porque se dedicaron a trabajos que los griegos no querían hacer. Como la situación en Albania mejoró sensiblemente, con la llegada de la crisis a Grecia muchos de los que ya estaban instalados e incluso habían adoptado la nacionalidad griega regresaron a Albania, lo que provocó una grave distorsión en ese país. Por un lado, al reducir el flujo de dinero que enviaban a sus familias y, por otro, porque pusieron presión sobre el mercado laboral albanés. Hasta el punto de que el primer ministro albanés visitó Atenas para pedir ayuda.
AMANECER DORADO: NEONAZIS EN EL PARLAMENTO
Este caldo de cultivo está siendo aprovechado por un populismo que va más allá de la simple xenofobia para entrar de lleno en el fascismo puro y duro. Es lo que representa el auge de Amanecer Dorado, el partido neonazi que ha conseguido colocar veintiún diputados en el Parlamento y que practica otro nivel de odio. No surge de la nada, sino de la historia griega del siglo XX, del mito construido en torno a Ioannis Metaxás, un dictador que en la década de 1930 construyó un protofascismo griego en la línea de otros líderes autoritarios de la Europa de entreguerras, como Józef Piłsudski en Polonia, el almirante Miklós Horthy en Hungría o el mariscal Ion Antonescu en Rumanía. Metaxás era un líder autoritario de ideas fascistas, pero ocupaba el puesto de primer ministro cuando la Italia fascista de Benito Mussolini invadió Grecia. Por oponerse a la ocupación italiana, Metaxás se convirtió en un héroe, en una figura de culto. Así blanqueó su pasado y es el gran referente de la galaxia nacionalista y ultraderechista de Grecia.
En las décadas de 1950 y 1960, después de la guerra civil, surgieron todo tipo de movimientos estudiantiles de raíz fascista, y todos ellos reivindicaron a Metaxás. La base intelectual la proporcionó Kostas Plevris, un abogado y escritor prolífico, que se autodefine como nazi, fascista, racista, antidemócrata y antisemita. Plevris fundó varios partidos ultranacionalistas y todavía tiene un programa semanal de televisión llamado Edo Ellas. Amanecer Dorado nació a comienzos de la década de 1980 de un reducido grupo de gente: intelectuales y escritores admiradores del nazismo y de las teorías nacionalsocialistas que escribían sobre estos temas en una revista con este nombre, Amanecer Dorado. Al principio no querían convertirse en un partido político. Sin embargo, Nikolaos Mijaloliakos, que con solo dieciséis años ya militaba en uno de los partidos fundados por Plevris, transformó estas redes en un partido político —cuyo símbolo recuerda la cruz gamada nazi— pese a la oposición del resto y se hizo con su liderazgo.
Mijaloliakos creó una organización muy cerrada, con pocos miembros —entre doscientos y trescientos—, que tenían una agenda y realizaban acciones. A mediados de la década de 1990 empezaron a participar en las elecciones con un apoyo muy escaso, menos del 0,5 por ciento. Su agenda se puso en evidencia a mediados de la década de 1990 cuando los primeros inmigrantes, básicamente albaneses y de otros puntos de los Balcanes, llegaron a Grecia y se produjo una movilización nacionalista saldada con agresiones contra inmigrantes y homosexuales. También en las grandes manifestaciones en contra de que la Macedonia resultante de la desmembración de Yugoslavia utilizara este nombre. Eran los tiempos de las guerras yugoslavas, y hay pruebas de que muchos de estos militantes participaron en acciones bélicas junto a las tropas serbias de Slobodan Milošević y Radovan Karadžić.
También han atacado a manifestantes antifascistas, hasta el punto de que tienen causas pendientes por agresiones. En un corto periodo de tiempo se ha transformado en una especie de organización paramilitar, una milicia al estilo nazi. Se dice que también tienen conexiones mafiosas, y hay jueces que investigan actividades de crimen organizado y tráfico de armas. De hecho, el número 2 del partido está en la cárcel. A la Justicia no le es nada fácil probar si los que delinquen son o no miembros del partido porque sigue siendo una organización cerrada que no deja que se sepa lo que sucede dentro. Sus miembros no son muchos más que los originales, aunque hay seguidores y votantes que están a otro nivel. Conseguir ser aceptado como miembro de Amanecer Dorado no resulta sencillo. No consiste en inscribirse y pagar las cuotas, sino que hay que pasar por un proceso de adoctrinamiento con distintas fases, basado en la narración que hace Amanecer Dorado de lo que es Grecia y de lo que es Europa.
Así lo explica Vassiliki Georgiadou, profesora de Ciencia Política en la Universidad Panteion de Atenas y especialista en movimientos extremistas:
Es muy diferente de otros partidos de extrema derecha en Europa, como Alternativa para Alemania (AfD) o el Frente Nacional en Francia. Sus diputados en el Parlamento Europeo no forman parte del grupo de la Europa de las Naciones, donde está reunida toda la extrema derecha populista europea. Que obtengan un 7 por ciento en unas elecciones generales es algo que tampoco sucede en Europa.
La diferencia, explica Georgiadou, es que Amanecer Dorado tiene una milicia, y en eso se parece más al NPD, la formación neonazi alemana, y a Jobbik, en Hungría, que también está presente en el Parlamento de Budapest y que, a su vez, tiene una milicia, una fuerza de choque formalmente no relacionada con el partido, pero que en realidad es parte del mismo.
Son casos muy parecidos, como los de otros grupos ultranacionalistas que forman una especie de red en Europa, pero son muy minoritarios comparados con Amanecer dorado y Jobbik. En Rusia son más importantes, y ahora en Italia ha surgido CasaPound, con quien también se relacionan, así como con el British National Party. Es decir, no están aislados.
Desde la perspectiva de la demanda, Georgiadou explica este fenómeno por la debilidad de los partidos tradicionales y la pérdida de confianza en el sistema de partes importantes de las sociedades europeas, lo que ofrece posibilidades a las formaciones que se presentan como radicalmente antisistema.
Desde el punto de vista de la oferta, no hay que olvidar que estas organizaciones hacen cosas para ganarse el apoyo de la gente. Durante el periodo más crítico de la crisis, los griegos no se daban cuenta, no querían ver que estaban en medio de una crisis, y mucha gente con miedo de lo que podía suceder prestaba oídos a lo que decía Amanecer Dorado, que entonces acentuó su presencia en determinados lugares donde sabía que podía ser escuchado, en espacios sociales y geográficos en los que ya había semillas de odio, cuentas históricas sin saldar, presencia de movimientos identitarios o viejos resentimientos. Y construyeron redes con la gente, con los primeros afectados por la crisis, que tenían miedo, miedo a los inmigrantes, y se hizo fuerte. En un contexto de debilidad de los partidos políticos tradicionales, era una formación vitalista organizada en milicias precisamente para mostrar su fuerza, y esto también tuvo impacto en mucha de la gente pobre que los apoyó.
El papel de los medios de comunicación fue muy importante, según Georgiadou:
Muchas webs, pero también bastantes periódicos de importante circulación, mostraban a los líderes y militantes de Amanecer Dorado en sus páginas de estilo. Escribían sobre sus modos de vida, cómo practicaban el culto al cuerpo —muchos de ellos son fisicoculturistas—, publicaban fotos de sus casas, de las mujeres guapas que los acompañaban… de manera que conseguían hacer creer a los griegos que eran gente normal, atractiva; que eran modelos a seguir.
Los medios jugaron un papel determinante incluso sin ser conscientes de las consecuencias. En 2012, uno de sus líderes atacó violentamente a dos mujeres de otra formación política en un programa de televisión de mucha audiencia, y la escena fue emitida una y otra vez por los medios. En lugar de perjudicarlos, los benefició, porque sus potenciales seguidores lo entendieron como una muestra de fuerza, como un reconocimiento del machismo tradicional. Los sondeos mostraron una subida importante tras este episodio.
«Grecia es una sociedad muy tradicional con una cultura muy machista», opina Georgiadou. «Hay una gran discriminación contra los gais, y Amanecer Dorado los ataca sistemáticamente. De hecho, hay más ataques contra homosexuales que contra inmigrantes, aunque últimamente se han centrado en los musulmanes y los refugiados, sobre todo en las islas.» La policía no consigue atribuirles estos delitos, pero hay estudios que muestran claramente que han estado detrás de la mayoría de los ataques contra refugiados. Su violencia está perfectamente canalizada hacia objetivos muy concretos; no es violencia por el placer de la violencia; no tiene nada que ver con el fenómeno de esos individuos que acuden a las manifestaciones para sentir una descarga de adrenalina.
Lo más preocupante, según Georgiadou, es que todos los estudios señalan que los votantes de Amanecer Dorado ya no lo hacen como una simple protesta contra el sistema:
Por lo que sabemos, la mitad de estos votantes ya han tomado esta decisión dos veces seguidas o más. Ahora ya es una cuestión de fidelidad, y esto es muy importante. Por otro lado, su presencia en el Parlamento griego o en el europeo no ha servido en absoluto para cambiar lo más mínimo su sustancia; la práctica de la política cotidiana no los transforma.