Imágenes desterradas

Tiempo desolado

A solas

Cierro los ojos al jazmín y al nardo;
en densa oscuridad, ciego, dormido,
nada perturba el duelo que me abrasa,
el vano lamentarse del olvido.

Flor alada, el aroma de la noche
que a esta soledad tranquilo llega
transforma el viento en grave lentitud,
en aire suave que a mi cuerpo anega.

Escucho sólo el duro palpitar,
el latir impetuoso del oído,
ante el voraz saberme sobre el lecho
un desplome del tiempo, un gemido.

Narciso herido

En mí condenas tu belleza
y la inmóvil tersura de tu espejo,
como la rosa equidistante y fría
sin más aroma ya ni transparencia
niega de amor su traspasada orilla.
En mí se apaga el ávido soñar,
tu equilibrado vuelo sobre el mundo,
la señal evidente de una mano
que sumerge las cosas
bañándolas de inútil permanencia:
el aire que no vaga, los amores
dormidos para siempre en las pupilas de un cadáver,
la huella de mi pie sobre la arena.

A tientas vengo a mí, si me miraras
un viaje de ternura cercenada
y un viento de ceniza encontrarías,
pues en vano desciendo a tu tristeza
si el labio apenas se despoja y muere
en las orillas de tu nombre,
sobre una huella tuya perdida entre mi rostro,
ahora oscura imagen de tu desolación.

Se alzan mis ojos contra ti, y me encuentro
hijo de soledad, a semejanza
de un cuerpo que vagara en el olvido,
dueño de espacios mutilados
y pálidos recuerdos de azucenas.

En mí tu pensamiento se maldice,
tu pureza se vierte conmovida
a la violenta maldición que anega
sin otra salvación que mi pecado.
Te siento fiel a mí, hundido en mi albedrío,
tan semejante imagen de mi rostro
que en mí te niegas, tú, pues yo no existo.

El nombre del tiempo

Del mar sube el murmullo bárbaro,
símbolo delator de lo que acaba, huella
donde el misterio de la desaparición
es prestigio inicial del tiempo,
la blancura desierta de lo ausente,
delfín hacia dolida tempestad.

Al aire asciende el Nombre hombre,
aquel que nada niega, y el presagio
de un agua que no es agua sino amor,
la lágrima infinita de la hermosura ilímite;
porque Tú que nombraste el ser
de todo ser adviertes la agonía
de esa mano amorosa y aromada
que acaricia los rostros y los unge:
tu purulento resplandor,
relámpago caído entre los hombres de buena voluntad,
hijo y dueño perenne de nuestro mar morado.

Sólo Tú sabes de las olas de los aires de la nada;
si el viento ha de caer eternamente
convertido en esquirlas y áridos sudores;
si habrá de disfrutar la brisa o alma
ahora nuestra, al corazón vertida
al cuerpo en llamarada al pie en la arena,
floreciente en la fe de tu palabra
y con la voz por ella circundada.

Pureza en el tiempo

Rosa desvanecida sobre el túmulo,
al germinar del tiempo derrumbada
en una tumultuosa transparencia.
Veo la gloria en ella, pues los días
hijos son del espacio donde mueren
como el eco infinito de mis ojos.

Levanto el rostro, miro los naufragios
y mis hermanos muertos en olvido
bajo la tierra, mares de tinieblas
presintiendo la imagen de la rosa.

Mas sobre el polvo viajan como nubes,
vientos urdidos en un dulce engaño,
incesantes afines a la música
nacida de sus manos temerosas.

Ignoran su destino, balbucean
palabras del amor y así se salvan,
son humo adormecido sobre lirios,
apariencia tornada movimiento.

Bajo la noche larga de sus ojos,
ninguno sabe si camina al cielo.

No habrá milagro o salvación posible.
El párpado, silencio amortajado
con el lamento de un deshecho mundo,
se abandona a soñar inútilmente
y en sí mismo extravía su tristeza,
dueño ya de una amarga certidumbre.

Si nada me consuela, a solas oigo
la premura de ser flor la mirada
y el corazón desdicha. Porque nadie
buscando la pureza ha sonreído.

Viaje en el tiempo

Más crueles que el amor, el tiempo y el olvido:
inmóviles viajeros, dueños de los espacios
y amantes de los rostros muertos en la ceniza,
cubren de ausencia el mundo y sus continuas lágrimas.

Larga fue la esperanza, la tarde y el deshielo
de cristales ardidos detrás de la ventana;
perduraba la vieja fotografía, siempre
eufórica de sombra y de grises recuerdos,
cuando el amor sabía a oliente eternidad.

Más permanencia, más aroma contenido
y tacto que en sí mismo guarda su testimonio
fueron los besos fúnebres de la amante lejana;
todo era persistencia, engaño y agonía
hechos de polvo férvido, de virgen consunción.

Olas que sobre el viento la muchacha abandona
y mundo que en sus ojos salva su doncellez,
ruina se tornan luego, descanso mutilado
por el viaje sin límites y el inviolable incendio
de imágenes que caen desiertas en la arena.

La mirada, el amor, los árboles y el vicio,
los besos, las estrellas, el ángel de la guarda,
víctimas bajo un puente de horror y de silencio,
corren de llama en llama, juegan con los adioses
y al fin lavan sus cuerpos en sepulcros tranquilos.

Las mujeres perdidas luchan a nuestro lado,
en vano se defienden de aquello que no existe:
la fatiga del hombre dormirá entre sus senos
y sombra habrá de ser, cuando la tierra sienta
las olas submarinas de sus ojos inútiles.

Sobre el tiempo navegan el mundo y el olvido.

Recuerda…

Todo va a un lugar: todo es hecho del polvo,
y todo se tornará en el mismo polvo.

Eclesiastés, III, 20

Vuelca su fiel aroma sobre el vaso,
lluvia de sueño o suavidad de forma,
y dentro, en el desnudo, se conforma
la lentitud aciaga de su paso.

Más fino que la luz. Como la nieve
límite de paloma, se convierte
en un silencio que rocío vierte
al velo del cadáver que lo mueve.

Así se hunde en agua congelada
ahogándose en los mares del olvido,
e idéntico al cristal, voz deformada

o mudo espejo del aliento herido,
clama en su transparencia: “El ser es nada”,
mas el ser es el polvo adormecido.

Tiempo perdido

Amor entre ruinas

Je goûterai le fard pleuré par tes paupières,
Pour voir s’il sait donner au coeur que tu frappas
L’insensibilité de l’azur et des pierres.

Stephane Mallarmé

1

Como un incendio al aire desatado
o una flor suspensa sobre el agua,
en lenta consunción
nuestros desnudos abren el cauce del deseo
desbordándose en alas y gemidos de silencioso aroma;
encienden sobre el tacto un suave mar que inunda
con sus trémulas olas palpitando
a través de la piel, acumuladas
bajo el húmedo aliento de los labios
y este duro anegarse en humo o en temblor
surgido desde el sueño, como eterna marea que consume
el herido temor donde flotamos.
Cerca mi cuerpo al tuyo dolorido,
cíngulo ardiente que a tu carne ciñe
volcándola hacia el vuelo de mi mano
al tacto deslizada,
ola, caricia o llama
sobre el silencio de tu piel,
en esta soledad de nuestro lecho.

Pero entre el fuego al fin la carne es mar herido,
es caracol devuelto hacia la playa,
luz temblorosa que no asoma
su densa claridad sobre el abismo,
y como pluma, sólo ofrece bajo el aire
la impalpable tersura de su sombra,
sin ser ya más incendio o pétalo, sueño o cauce
sino la roca misma y su dureza,
un lento ver la arena creciendo sobre el cuerpo
hasta sentir que la violencia es sólo yeso destrozado
en la inmovilidad yacente del silencio.

2

Sube la espuma, hacia el aliento asciende
nacida de este sueño que en alas se desata,
hiriente, desolada, afirmando en los labios
su duro incendio congelado
y su lento sabor a mar que nos satura
con un turbado anhelo,
dejándonos tan solos con la noche,
tan íntimos en ella que su apagada imagen somos,
ya olvidado su ardor entre la niebla,
cuando ella se desploma espesa,
tal una ola funesta que rozara
con sus labios la huella de la rosa,
ahí donde los muslos trémulos, anhelantes
sueñan con el azogue más ciervo del espejo
y la huida del agua arrastrando una sombra.

Como vino de túmulo o un sabor precipitado en alas,
te siento diluida entre los labios;
en la playa del cuerpo yergues tu aliento mudo;
sobre mis dedos corres;
creces en mis cabellos, vivos tallos
que en ti murmuran una canción de brisa derrumbada,
y el tiempo se detiene en su carrera,
convertido en el témpano que al agua inmoviliza,
como largo silencio o paloma sin alas,
cuando tal una imperceptible ráfaga,
la más pequeña arena perdida entre las olas,
deslizada en tus venas
dejo la imagen de mi amor, cautiva
dentro, bajo el correr de tu desnudo.

Mas cuando sólo la caricia nos embriaga
te ciñes al cristal, vives la clara vida
de este limpio sonido que en mis oídos yace;
desnuda y silenciosa caes
con lentitud de aroma en la penumbra,
hecha rumor del tacto
bajo la sábana que como lluvia
transformada en rocío desciende sobre el pétalo
y nos erige, diáfanos,
ya para siempre espuma, aliento derrotado,
más rescoldo que cauce o alarido,
más ceniza que humo,
más sombra, más desnudos.

3

¿Desde cuándo, en qué espacio de silencio
miras, maduras, mueres?
¿En qué oído reposa el eco,
la forma de tu voz quebrada bajo el labio?
¿Dónde extraviaste el impalpable vaho
que de pronto rompía los silencios?
¿Bajo cuál aire nace el tacto, esa lenta agua
que en su humedad delata la presencia invisible de la llama,
la huella mortecina de tu cuerpo?

Muere el deseo, mas el sueño en tu desnudo vive
invadiendo tu aliento con su niebla,
y es la profunda música oída entre tu rostro
o aflorando a la piel que te contiene.
Porque tu voz al fin fue derribada
bajo esta florecida calidez de mi aliento,
deslizándose agónica, marchita
bajo el silencio espeso de la almohada.

Lánguida espuma,
muda penumbra convertida en sombra,
espesura tronchada cuando destrozas el cristal y mueres,
y eres el inoído pulso hermano,
el paralelo aroma que se apaga
o la herida que duele sin sentirse,
tal el invierno de una flor antigua
que no cediera forma ni color;
cuando sabes a mar, ya congelada,
a íntimo sepulcro,
a lágrima rodando por el mármol
delatándolo todo con su paso,
y no miro a tus ojos
por temor de encontrarme asesinado.

4

Escucho más allá del lecho tu agonizante aliento,
tan leve como un hielo olvidado en el frío,
opaco más aún que las pupilas náufragas
de quien advierte su descenso
hacia las aguas de la noche
y en la sombra palpita adormecido.

Eres la niña que rompió el espejo
destruyendo la imagen de mi aliento;
mujer desnuda y recostada en nieve,
semejante al retoño,
al corazón que ahonda en la ceniza
buscando vanamente su destrozada sístole.

Más allá del espacio de tu cuerpo,
de la inmovilidad que a tu desnudo oprime,
como un incendio en ruinas
a través de la lluvia contemplado,
tal un abierto cielo sin ángeles ni plumas,
sin ecos que respondan,
estás como la brisa,
tímida alondra de las alas rotas;
clara, inmóvil, desvanecida,
mirando el angustiado movimiento,
el temblor sollozante de mis brazos;
viendo cómo amanezco
inmerso en la humedad nacida de tu piel,
con el tacto apagado
entre el aroma espeso que nos ciñe,
nadando entre el desnudo y el descenso
bajo espumas de fuego,
en tanto un sueño grave, un miedo
que se adhiere a los cuerpos y a los labios
navega entre mis manos.

5

Ven a morar en mí, acércate a mi duelo
bajo mis brazos fatigados
y el callado rumor que nos desciñe;
vuelca tu aliento estremecido,
el dolido perfume de tu cuerpo,
desnuda, sola rosa aérea,
flor que en la sábana deshiela
mas no se rompe y sí naufraga
en la isla frutal de nuestro lecho.

Amortajado río,
cómo deslizas y en penumbra duermes
dejando transparente el cuerpo
para después morir en las tinieblas;
cómo solloza por tu piel el sueño
hasta dejar en ti la roca,
el mar, la brisa, el pétalo de aroma disecado.

Oscura estás, oscura
mujer tendida sobre el lecho, perdida entre tus olas
mientras descansa, agónico y destruido,
el aliento lucero que incendiaba los aires
abriendo entre la noche un gran árbol de luz.
Ahora tu desnudo yerto está,
amortiguado bajo su agonía,
quieto como la noche y la tristeza de mis labios,
y tus brazos al fin cedidos,
derrumbados bajo mi cuerpo,
me dejan a tu orilla, solo
con soledad de pluma y abandono o río subterráneo.

Vivo bajo la piel
y soy la sombra sólida que contra el sueño lucha:
respiro inconsolado reposando
en tus labios los míos temblorosos,
agonizante entre tus manos
como náufrago o ala sin espacio,
dejando inmóvil mi desnudo
tal un sonido amargo de sílabas deshechas,
y soy un balbuceo,
un aroma caído entre tus piernas rocas:
soy un eco.

Elegía del marino

Los cuerpos se recuerdan en el tuyo:
su delicia, su amor o sufrimiento.
Si noche fuera amar, ya tu mirada
en incesante oscuridad me anega.
Pasan las sombras, voces que a mi oído
dijeron lo que ahora resucitas,
y en tus labios los nombres nuevamente
vuelven a ser memoria de otros nombres.
El otoño, la rosa y las violetas
nacen de ti, movidos por un viento
cuyo origen viniera de otros labios
aún entre los míos.
Un aire triste arrastra las imágenes
que de tu cuerpo surgen
como hálito de una sepultura:
mármol y resplandor casi desiertos,
olvidada su danza entre la noche.
Mas el tiempo disipa nuestras sombras,
y habré de ser el hombre sin retorno,
amante de un cadáver en la memoria vivo.
Entonces te hallaré de nuevo en otros cuerpos.

Poema donde amor dice

Eres el tallo que los ojos hiere
murmurando una luz anochecida;
eres aliento encadenado al fuego,
paloma navegando en la mirada
con inocencia de disuelto aroma.

Eres perfume espeso, flor vencida,
caricia de un aroma enamorado;
eres espacio donde se origina
un oscuro gemido prisionero
como latido de ala en el rocío.

Eres lenta penumbra que los labios
cruza en silencio; apenas leve huella
de un sabor a la sombra derramado;
espuma prisionera en su cristal,
hecha sonido, luz, aroma y pluma.

Eres tal un murmullo transparente
en temblorosa vibración vertido;
eres flor de aire que navega incierta
como sonoro viaje hacia el oído
o aleteo herido de azucena.

Eres aroma preso entre mis manos
hasta decir caricia fugitiva:
una huida paloma sobre el cuerpo,
al contacto del mío temblorosa,
bajo el cálido vuelo de mi tacto.

Mas cruzas como un sueño desnudado,
fugaz como el correr del agua pura;
sueño que se desborda de su forma,
última espuma que en tu piel murmura
la postrera fatiga del deseo.

Sólo un aroma erige la blancura
o aurora de tu voz acariciada,
así de alba es la antigua ola
que urdida en sal y caracol asciende
y después en afán queda anegada.

Así también mis labios en silencio
reciben el murmullo de tu piel,
al oír a las alas de tus poros
convertirse en alientos y gemidos
y en un suave sudor de flor tranquila.

Entonces ya no labios, sino oídos
ardientes para asirte y contemplarte
como a estatua bañada por la música
de una tristeza o ángel deslizado
que mordiera tu imagen silenciosa.

Porque el tacto ilumina tu desnudo
que a su trémulo encuentro se ha mudado
en sal, paloma, vuelo, rosa y llama,
y oye cómo por tu piel florece
y madura la sombra de la muerte.

Destrucción de los sentidos

I

Iníciase el silencio de tus ojos,
naciente soledad bajo mi aliento;
es cíngulo mortal que sobre el cuerpo
desciñe tus gemidos de abandono.

Es como mar sitiado por la cólera
este duro silencio, luz que hiere
ahogándome en un sueño donde crece
el más tenaz dolor que me devora.

No existe sino duelo, oscuridad:
una indeleble noche que se inicia
desde el voraz silencio de tus párpados.

Ojos y oídos mueren: el mirar
y el oír con violencia me deslizan
sin sonido ni luz entre tus brazos.

II

Vivo en tus brazos como un sueño solo,
y soy la ola erguida nuevamente
que de la espuma hacia la playa asciende
y cae destrozada entre tus ojos.

Como la luz que arrancas de mis párpados,
ceniza de tinieblas y de abismo;
como el ciego latir de mis oídos,
ya recuerdo de aire sobre mármol,

volveré a ser el destrozado beso
ávido de anegarse entre tus labios,
y sentiré de nuevo sobre el cuerpo

el oscuro silencio de tu pelo,
el delgado murmullo de tus manos
y la tristeza última del sueño.

Elegía de la imagen

Diré que te perdía sin saberlo.
Era mi corazón el signo de tu mano,
la mirada destruida cuando cierras los ojos,
el temeroso eco de la palabra última
navegando entre lágrimas.

Me adormecía fúnebre caricia
al respirar tu piel como una larga ausencia,
y en mi desesperanza oía
esa respiración que te arrastraba,
indefensa, a las aguas del silencio.

Ahora pienso en tu infinita
ternura, como limpia canción de madrugada,
en la brisa caída de tu cuerpo
y en aquellos gemidos que me dejaban solo
a tu lado, como un presentimiento,
viajero yo también de tu melancolía.

Al espacio pregunto, al aire escucho,
y hallo sólo la voz de tu lamento
en un lenguaje aciago fluyendo hacia mi oído.

Pero aunque seas lánguida ceniza
o la eterna viajera fugitiva,
permanezco diciendo: “Imagen mía,
perdida por los siglos de los siglos”.

El secreto

Permanece el secreto. De sus labios
ni el más leve sonido se levanta,
inviolables así bajo la noche,
sitiados de lamentos que olvidamos
si salían de alguna voz o eran
una infinita ausencia, como virgen
vagando sobre tumbas, confundida
entre el salobre aire del misterio.

Pregunto al rostro que tinieblas vence,
adivinando si en la superficie
muere un viaje iniciado desde el alma
o el sosegado pulso de las horas,
y veo que su curso descendía
la ruina aureolada del sollozo
y una dolida juventud de niña
ya para siempre imagen de silencio.

Desdicha interrogar si en su abandono
habría de posarse mi palabra,
como el viento viajero hacia la rosa
de su caricia misma agonizando,
y sólo conocer que aquellos ojos
no miran otra imagen que la suya
y los labios callados permanecen
ignorantes guardianes de un secreto.

Al aire de tu vuelo

En la inmovilidad del aire avanza
la palidez de tu mirada, y dejas
caer un vuelo de tus ojos
a la tranquilidad de quien te mira,
con una transparencia de corazón vencido.
Nada dibuja sobre el aire nada,
porque ya todo duerme entre tu rostro;
el mundo se ha quedado como una niña quieta
y el aire te acaricia, es viento o agua tímida
que si a tus ojos llega tórnase en azul,
y bajo olvidos de su forma duerme
con un temor de mármol silencioso,
abandona sus alas sobre ti
para flotar después contigo:
contaminado y ángel, vuelve a ser tan inmóvil
como esperanza o agua no bebida.

Era quietud y hoy es cadáver,
es una somnolencia que a sí misma se cruza,
una nube sin término que, extraviando su nombre,
ahora es sólo aire: tu mirada.

Ojos que te vieron

¿Dónde poner la vista? Si levanto
el rostro, la mirada te apresura;
suspendida persistes en la impura
diafanidad salobre de mi llanto.

Si naufraga mi voz, el labio inicia
tu nombre sin cesar, y ahí germina
pues no soy sino sueño, lirio, ruina,
designio de tu lánguida caricia.

Desmayas en mis brazos y agoniza
tu casto amor de corazón en celo,
y lágrima y palabra son ceniza

cuando a tus ojos miro, porque un velo
de sombra a mí desciende y eterniza
la aspiración amarga de mi duelo.

Inolvidable

Decir amor es recordar tu nombre,
el ruiseñor que habita tu mirada,
ir hacia a ti a través de lo que fuiste
y cruzar el espacio suavemente
buscándote cristal, desnuda forma
caída del recuerdo, o sólo nube.
Si lloro, el aire se humedece y vuela
con languidez, en lágrimas bañado,
y de mis ojos naces libre sueño
sin más navegación, inolvidable,
grácil estatua de melancolía.

Solo, como una ráfaga o ceniza,
miro aún el candor de tu cabello,
la amorosa violencia de tus ojos
hoy ya distancia, caracol cerrado
a mi rumor de corazón herido,
casi naufragio, tenebral y duelo.
En vano lejanías, o la muerte
del tiempo entre tu cuerpo agonizando,
porque en música pura estoy rendido
cuando al sentir conmigo tu tristeza
sobre mis labios mueres, amor mío.

Elegía del regreso

Era infinita, impura en su delicia
la noche que dejaste sobre mi alma;
ni más amor, ni límites la herían,
llena de tu silencio y mi amargura.

Análoga a la ausencia descendía
como niebla o palabra que se olvida,
amoroso huracán donde anegaba
idéntica la forma de tu sueño.

Melancolía y esperanza luego
iban de azul a lila y a morado;
a su propio despeño se entregaban,
viajeras de mi inútil pensamiento.

Así callando descendí al deseo
de persistir amigo de tu nombre,
confiado a mis tinieblas, al ensueño
que tu secreto trémulo arrastraba.

Y en una soledad que aún me duele
dejé caer tu imagen, y yo era
la sombra de tu olvido, el despertar
sin mí a un vano mundo desolado.

Ahora que laureles imposibles
como llorar a mi sepulcro caen,
vuelves humana y yo te reconozco
eterna espuma en lágrimas suspensa.

Y vuelvo a navegar la inmensa noche,
la sombra dilatada que mecía
de ti sólo recuerdo de recuerdos,
y de mí la ceniza de tu sueño.

Pero al mirarte ya dentro del alma,
íntima de mi aliento, el corazón
halla reposo en ti, pues nuestra noche
es infinita y pura en su delicia.

La transfiguración

Fuiste en mi olvido solitario prado,
árido respirar un aire muerto,
y el ámbito de mi alma fue desierto
laurel a tu prisión acostumbrado.

En soledad escucho tus latidos;
si miro al aire mármoles consiento,
y el lánguido delfín del pensamiento
turbio renace, impuro en mis sentidos.

Nada podré expresar sin compañía
pues mi voz dura el eco de un lamento;
de ráfaga a paloma incendiaría

si perdurara el desfallecimiento
caído entre mi duelo, porque habría
de sentir que tu amor es lo que siento.

Sombría imagen

Como el fúnebre aire desciende por las noches
sobre los árboles, irrumpes fiel,
devastadora y ciega;
pueblas así de nubes y de dolientes rosas
la soledad ardida del deseo
y esa callada tierra de mis ojos mirando la quietud,
lívida arena donde el pensamiento yace sosegado.

Aún levantas tempestad y lágrimas
del desierto que habito, de la ira
secreta que me invade las sienes indefensas,
del muro donde inclino la frente a sollozar
por esos labios que eran como espigas
y por tu pelo, bálsamo y naufragio.

Porque si acaso te recuerdo, llueven
laureles fenecidos sobre el pecho y se deslizan
a través de humaredas y de heridas,
bañándose en melancolía y en los nardos
que entre mis dientes huelen a exterminio.

Pero nada sin ti, ni el indolente aire,
cruza el espacio sin tu permanencia:
relámpago si hiere la higuera de mi sombra,
original olivo si desciende
hasta la faz morada de mi remordimiento.

Sin ti, la inmóvil visión de aquello que mis manos
llamaron desnudez o castos alaridos
y mi alma confundía con el virgen nacer de la hermosura,
eso que hoy yo nombro mi varonil tristeza,
viene hacia mí y recuerda
la sábana que apenas te cubría, insepulta
y nítida durmiente de olvidos inundada.

Si supieras, perdida compañera de mi aliento:
eres análoga a la movible imagen de un sollozo
surgido de las ruinas y ceniza de mi ternura rota,
y estarás siempre rodeada de lágrimas y sombra.

En el desierto

Labio clamando al viento mi pecado;
su ráfaga en sí misma se calcina,
y su fiel llamarada me ilumina
al pronunciar tu nombre desolado.

Oído para oír, del mundo, sombras;
secreto recordar si los jazmines
desbordan ruidos, túmulos afines
a tu incendiada unción cuando los nombras.

Mano que se divaga en ansiedades
ajenas al amor y a la hermosura;
soledades del tacto, soledades

que en hermandad de labios y de oídos
van a erigir, con toda su amargura,
la tempestad sin fin de los olvidos.

Palabras que nacen del vacío

No volveré a escuchar su voz y no la sentiré
jamás como a mi piel. Mi corazón
se incendia a solas cuando advierte
que allá donde simula paraísos
es ella una evadida, la caricia
negada a medianoche, y en mi alma refleja
la desesperación de quien en torno mira
un horizonte fatigado
por espesas tormentas de ternura.

Pero esta mano que su pelo tuvo entonces
mientras mi aliento hacía su aliento anochecer;
y el pañuelo verónico a su rostro,
guardián celoso de su imagen húmeda
si por las calles íbamos, solos en la ciudad;
y sobre todo aquel tumulto que su palabra era,
bajo mi lengua detenido eternamente, pálido
invasor de los símbolos, música ardida
que equilibra la flor del pensamiento,
en ráfagas de sombra hoy viven,
en muda calma claman su soledad vencida,
como ahogados fantasmas levantan su desvelo
sobre el misterio de la tierra, abandonándose
al recuerdo anegado con su ausencia.

Laurel caído

Habría de saber, por ti, que nada había.
De tu recuerdo dura sólo inquietud, lamento
sostenido en un infinito eco interminable,
y soy la soledad del náufrago jazmín
que en el viento prolonga su propia destrucción,
conciencia amarga o duelo por quien herido yace
sobre una arena inútil muerta sobre sí misma.

Iba quedando solo, huérfano de unos ojos
donde yo me veía equilibrado círculo,
para siempre hoy perdido Ulises de mi cuerpo,
mareado viajero que a las olas se olvida
mirando entre sombra la sal de su desdicha.

Contigo descubría nuevamente la tierra
y el agrio aire suyo y las flores dormidas;
supe de aromas fúnebres, de almas desoladas
y de pronto en mi rostro la muerte se movía.

Yo dije una palabra y en ella navegaste:
era tu nombre escaso, la breve transparencia
tornada resplandor bajo mi pensamiento;
después miré a tus ojos y los miraba áridos,
ribera del reposo donde tranquila oleaba
la armonía del tiempo, inconteniblemente.

Mas de nuevo las rosas languidecieron, pronto
dejaron el urdido afán que las anima,
cuando lento en tus labios íbase desmayando
el “adiós” que me habría de recobrar un mundo:
mi playa, la perdida, la solitaria arena
habitada de lágrimas, y el asolado sueño
donde tu ausencia crea la forma de la nada.