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—Tu loco marido tortura a mi hermanito.

Nic, parado junto a mí y con las manos en las caderas, se dirige a Karen, quien acaba de entrar a la habitación. Es la mañana lluviosa del día en que Nic viajará a Los Ángeles. Yo intento cepillar una bola de nudos en la cabeza de Jas y éste aúlla como si le arrancara las uñas con unas pinzas. Nic, quien después de una ducha está envuelto en una toalla azul, se pone una chamarra anaranjada, se coloca un par de largas botas verdes de jardín en la puerta frontal y un par de anteojos de conductor de un disfraz infantil. Ondea en el aire una cuchara de madera.

—Soltad a ese lacayo —me dice. Después se dirige a Jasper—: Oh, la miseria, el miserable dolor de tu súplica, mi amante hermano. Oh, la injusticia. La crueldad.

A continuación canta con la cuchara: “My gallant crew, good morning” (Mi galante tripulación, buenos días) de HMS Pinafore, lo cual distrae a Jasper y eso me permite cepillarle el cabello.

Nic, quien ya ha empacado, se despide. Jasper y Nic hacen su saludo secreto, un complicado ritual: un apretón de manos normal, sus manos se apartan mientras se rozan y después se enganchan entre sí; Nic primero palmea la mano de Jasper y luego a la inversa, otro enganche del cual ambas manos se deslizan una contra la otra y terminan apuntándose con los índices y exclamando al unísono: “¡Tú!”.

Jasper llora.

—¡No, Nicky, no quiero que te vayas!

Ambos se abrazan y después Nic besa a la pequeña Daisy en la frente. Él y Karen se abrazan de nuevo.

—Sputnik, viejo amigo, que tengas un grandioso verano —dice ella.

—Te extrañaré, KB.

—Escríbeme.

—Tú también.

De camino al aeropuerto tomo la ruta escénica a lo largo de Ocean Beach en lugar de atravesar la ciudad. Nic contempla el mar embravecido. En la terminal de United estaciono el auto en el estacionamiento y acompaño a Nic hasta el mostrador, donde él registra su equipaje. Nos despedimos en la sala de abordaje.

Nic dice: —Todo.

Yo respondo: —Todo.

Despedirlo en el aeropuerto corta una nueva rebanada de mi corazón cada vez, pero hago una buena actuación porque no quiero que se sienta peor de como ya se siente.

Después de verlo abordar, observo a través del ventanal mientras el gigantesco aparato metálico que contiene a mi hijo se aleja de la puerta y despega.

A pesar de ser lo mejor que podemos hacer, aborrezco la custodia compartida pues presupone que los niños pueden vivir bien cuando están divididos entre dos hogares, cada uno de ellos definido por un padre diferente y padrastros distintos y, a veces, con hermanastros y una gran cantidad de expectativas, disciplina y valores que con frecuencia se contradicen entre sí. “El hogar es una cosa sagrada”, escribió Emily Dickinson. Pero hogares es una contradicción. ¿Cuántos adultos pueden imaginar que tienen dos hogares primarios? Para los niños, el hogar es aún más importante; es la cuna psicológica y física del desarrollo, la encarnación de los cimientos de todo lo que sus padres representan: estabilidad, seguridad y las normas de la vida.

Una semana después de la partida de Nic entrevisté a una renombrada psicóloga infantil llamada Judith Wallerstein, quien fundó el Centro Judith Wallerstein para las familias en transición en el condado Marin, no lejos de Inverness, para un artículo de una revista. Ella obtuvo atención internacional cuando aportó noticias serias acerca de los divorcios fáciles a los Estados Unidos posteriores a los años sesenta. Antes, el divorcio era complicado, estigmatizado y raro, pero el cambio en la moralidad y las separaciones sin culpas lo facilitaron y lo hicieron más común. Éste fue un cambio liberador para muchos adultos, pues las convenciones sociales ya no confinaban a la gente a sus malos matrimonios. La concepción general, basada en la ilusión en su mayor parte, era que los hijos serían más felices si sus padres eran más felices. Pero la doctora Wallerstein descubrió que, en muchos casos, los hijos estaban traumatizados.

Ella comenzó sus entrevistas con chicos de dos a 17 años de edad, cuyos padres se habían divorciado a principios de los años setenta, y descubrió que a los chicos les resultaba difícil enfrentarse a las separaciones; no obstante, asumió que las tensiones no durarían mucho. Después se reunió con los mismos chicos para una segunda entrevista un año después. No sólo no se habían recuperado, sino que se sentían peor.

Wallerstein siguió de cerca a estos chicos y continuó su investigación a lo largo de 25 años. En su serie de libros, ella reporta sus descubrimientos: que más de una tercera parte de estos chicos experimenta una depresión de moderada a severa, y una cantidad significativa de ellos era conflictiva y de bajo rendimiento. Muchos luchaban para establecer y mantener relaciones interpersonales.

Nadie quiso escuchar el mensaje y la mensajera fue atacada. Las feministas dijeron que Wallerstein formaba parte de una reacción antagónica contra las mujeres que les ordenaba regresar a sus casas, permanecer casadas y cuidar a sus hijos. La obra de Wallerstein fue aprobada por varios grupos con intereses especiales, entre los cuales se incluyó la nueva derecha conservadora. Ésta la utilizó para “probar” sus argumentos acerca de los valores familiares tradicionales y para atacar a los padres solteros y a las familias no tradicionales. Grupos de derechos humanos la alabaron por enfatizar la importancia de los padres en la vida de los hijos y la atacaron cuando dijo que algunas formas de custodia compartida pueden ser dañinas para los niños. Pero su trabajo reverberó a lo largo y ancho del país e influyó en cortes, legislaturas, terapeutas y padres. Sus libros se convirtieron en best sellers y aún son utilizados por jueces y terapeutas como si fueran biblias. Algunos jueces ordenan a los padres en proceso de divorcio que lean los libros de Wallerstein.

Me reuní con la doctora Wallerstein en su casa de madera en Belvedere, sobre la bahía y Sam’s Grill en el puerto de Tiburón. Es de muy corta estatura, tiene el cabello plateado y gentiles y cristalinos ojos azules. Su vestimenta es impecable. Cuando le pregunto acerca de la custodia compartida, en particular la custodia compartida a larga distancia, como la de Nic, ella me comenta que ha observado a niños y niñas que, después de regresar de un hogar a otro, vagan entre objetos —de la mesa a la cama y al sofá—y los tocan para afirmarse a sí mismos que aún están allí. El padre ausente puede parecerles incluso más evasivo que los muebles. A medida que los niños crecen, a pesar de que no necesitan pruebas táctiles, pueden incorporar una sensación de que sus dos hogares son ilusorios y no permanentes. También, mientras los niños pequeños pueden sufrir cuando la custodia compartida los mantiene separados de uno de sus padres durante mucho tiempo, las transiciones frecuentes, en especial cuando los padres viven lejos, pueden afectar a los niños mayores. La doctora Wallerstein explica: “Ir y volver hace imposible que los niños disfruten actividades con otros niños. Los adolescentes se quejan de tener que pasar los veranos con sus padres en lugar de estar con sus amigos”. Y concluye: “A ustedes les gusta pensar que esos niños pueden integrar sus vidas entre sus dos hogares, tener dos grupos de amigos y ajustarse con facilidad a estar con cada uno de sus padres, pero la mayoría de los niños carece de esa flexibilidad. Comienzan a sentir que es un defecto de su carácter cuando simplemente es imposible para muchas personas mantener vidas paralelas”.

Para muchas familias, las vacaciones de verano son un respiro de las tensiones del año escolar y están dedicadas a pasar tiempo reunidas. Yo sólo deseo que terminen pronto. Nic y yo hablamos por teléfono con regularidad. Él me cuenta sobre las películas que ve, los juegos de pelota en los cuales participa, un pleito en un parque, un nuevo amigo, los libros que lee. Hay mucha más tranquilidad cuando él está en Los Ángeles, pero incluso la diversión de un nuevo bebé se ve menguada por una melancolía de tono bajo. Nunca nos acostumbramos a que Nic no esté en casa.

Disfrutamos hasta el extremo los momentos que tenemos con él. Nic regresa a casa durante dos semanas y practicamos tanto surfeo, natación, kayak y otras diversiones como nos es posible. Vamos a San Francisco a reunirnos con los amigos. Por las tardes, Nic juega con sus hermanos pequeños o conversamos. Sus actuaciones de películas se han convertido en el entretenimiento vespertino desde hace algún tiempo. Las imitaciones de Nic son precisas. De Niro: “¿Me hablas a mí?”. No sólo la frase sino la escena completa de Taxi Driver. Y Tom Cruise: “Muéstrame el dinero”. Y Mr. T.: “Me da lástima el tipo…”. Nic imita a Jack Nicholson en El Resplandor: “A-a-aquí está Johnny” y un impecable Dustin Hoffman en Rain Man. Y Schwarzenegger: “Hasta la vista, baby”, “Relájate, tonto”, “Regresaré” y “Ven conmigo si quieres vivir”. Es probable que su mejor imitación sea la de Clint Eastwood: “Sólo tienes que hacerte una pregunta: ‘¿Me siento afortunado?’. Bueno, ¿es así, muchacho?”.

También visitamos a Nic en Los Ángeles en nuestros fines de semana predeterminados, lo recogemos y vamos hacia el norte hasta Santa Bárbara o al sur hasta San Diego. Cierta vez rentamos bicicletas en Coronado Island y, en una noche de luna anaranjada, caminamos por la amplia playa donde quedamos fascinados ante miles de brillantes sardinas, encalladas en la arena por una ola y dejadas allí para efectuar sus rituales de apareamiento. El pez hembra se agita en la arena y deposita allí sus huevos. Los machos enrollan sus flexibles cuerpos alrededor de ellos y los fertilizan. En el transcurso de media hora, las crecientes olas se los llevan de regreso al mar. Parece como si nunca hubieran estado allí, como si los hubiéramos imaginado.

Después de esos fines de semana volvemos a dejar a Nic en casa de su madre y de su padrastro en Pacific Palisades, lo abrazamos y él desaparece.

El verano ha terminado. Por fin, Karen, Daisy, Jasper y yo vamos al aeropuerto. Esperamos en la puerta la llegada del vehículo de la custodia compartida. Una larga fila de familiares y viajeros frecuentes pasan a nuestro lado y después, siguiéndoles, los menores que viajan solos, con tarjetones de papel rosa prendidos de las ropas y sus nombres escritos en ellos con plumón. Los niños pequeños también tienen alas de pilotos sujetas en las solapas de sus chamarras. Y ahí está Nic. Su cabello es ahora corto y viste una nueva chamarra larga color azul cielo que lleva abierta sobre una camiseta. Lo abrazamos por turnos. “Todo”. Después recogemos sus maletas llenas de sus cosas de verano.

Mientras nos dirigimos a nuestro hogar en Inverness, Nic nos cuenta acerca de su compañera de asiento en el avión.

—Entonces sacó unos de esos audífonos rojos que parecen orejeras —dice sobre la mujer que lo había ignorado cuando se dio cuenta de que viajaba solo— y sacó también un reproductor portátil de cintas de audio y comenzó a mecerse y a mover la cabeza con los ojos cerrados mientras murmuraba las canciones y las cantaba con voz vibrante: “Oooooh, baby. Te aaaaamo, mi canción y mi redentor. Oooooh, baby, eres tú, mi Dios, tú me envías, eres tú quien me envía.”

Nic cautiva a su audiencia, que somos nosotros.

—Cuando encontró el lugar de la cinta que buscaba, se quitó los audífonos y me los puso en la cabeza. “Escucha”, me dijo. “Tienes que escuchar esto”. Ella me los puso y subió todo el volumen. No me preguntó si quería escucharlo ni nada. La canción dice: “Yo canto rock para Jesús. Whoa-o-o. Jesús me mece. Sí, Jesús, estás en mi mente”. Casi me vuela la tapa de los sesos por lo fuerte que estaba, pero sonreí con complacencia mientras me quitaba los audífonos, se los entregaba y le decía que era una buena canción. Ella respondió con cierta dureza: “No, la siguiente es la mejor”, y me puso de nuevo los audífonos. Ahora escuchaba una. una canción de rap: “Oh, el diablo quiere tentarme, yo, y yo no lo escucharé, no.” y yo movía la cabeza mientras sonreía. Por fin me quité los audífonos y se los devolví. Ella dijo: “La cinta es para ti, hijo” y la sacó del reproductor. “No, gracias, es usted muy amable”, pero sus ojos me causaron temor así que le dije: “Bueno, si usted está segura de que puede dármela, me encantará la cinta. Gracias”.

Nic extrae la cinta del bolsillo de su pantalón.

—¿Quieren escucharla?

La escuchamos mientras avanzamos en el camino. Nic sujeta las manos de Jasper entre las suyas y las mueve al ritmo de la música mientras canta el “woo, woo” de los coros.

El nivel de ruido en nuestra casa ha aumentado. Con tres hijos, los amigos de Nic de diferentes tipos y numerosos instrumentos amplificados y de percusión, además de los dos perros, nuestro hogar es una cacofonía de cantos, llantos, ladridos, risas, gruñidos, Raffi, golpes, rechinidos, Axel Rose, azotes, choques y aullidos. Cierto día, mi agente habla con un amigo mío y le dice:

—No sé si vive en una guardería o en una jaula de perros.

Necesitamos un nuevo automóvil. Con nuestra horda de bestias y niños, lo obvio es comprar una minivan. Visitamos agencias de autos y probamos los coches. Yo comparo las minivan y examino sus medidas de seguridad. No nos engañan los anuncios de la Honda Odyssey que dicen que es una minivan para la gente que las odia, pero compramos una. Como débil señal de rebelión le agregamos una parrilla en el techo para las tablas de surf.

Existen playas más bellas y menos accidentadas a lo largo de esta línea costera que en Bolinas, la cual, durante el verano, está llena de perros y adolescentes. Sin embargo, el día previo a la orientación de Nic para su primer año en bachillerato vamos a la playa una tarde de resplandeciente belleza. Karen, Jasper y Daisy están en la arena, donde Jasper ata a Daisy con un alga y los pequeños, juntos, buscan conchas, comen arena y se revuelcan en las olas de la orilla de la laguna. Brutus y Moondog corren con una variopinta manada de perros locales. En un momento dado, Brutus se roba la baguette de un paseante.

Nic y yo nadamos hasta la línea de surfistas, donde nos sentamos sobre nuestras tablas. A la espera de una serie de olas, Nic me cuenta acerca de su verano de beisbol y películas, además de darme más detalles del bravucón que lo provocó en el parque local y después lo persiguió hasta su casa montado en una bicicleta. Cuando comenzamos a comentar sobre la orientación que tomará al día siguiente, Nic admite que está nervioso por entrar al bachillerato, pero también se siente emocionado.

La mejor serie de olas del día se aproxima y atrapamos cada quien una ola que nos lleva hasta la playa, donde Nic se une a Jasper en la construcción de un refugio para hobbits con arena y plantas acuáticas, decorado con conchas marinas y algas.

Mientras trabajan, Jasper le pregunta a Nic:

—¿Cómo es Los Ángeles?

—Es una ciudad grande, pero yo voy a una ciudad pequeña y agradable en las cercanías —responde—. Hay parques y playas. Es como aquí, pero sin ti. Te extraño cuando estoy allá.

—Yo también te extraño —dice Jasper y después pregunta—: ¿Por qué no se muda tu mamá aquí? Todos podríamos vivir en la misma casa y tú nunca tendrías que marcharte de nuevo.

—Es una gran idea —comenta Nic—, pero no puedo imaginarme cómo sería.

De camino a casa desde Bolinas hablamos más acerca del incesante ir y venir entre este lugar y Los Ángeles. Nic se queja de ello. A pesar de que nunca querría elegir entre sus padres, tampoco hubiera elegido la custodia compartida. Ésa es mi conclusión al respecto: sí, ha contribuido a su carácter. Es un chico notable, más responsable, sensible, desenvuelto, introspectivo y sagaz de lo que hubiera sido de otra manera. No obstante, el precio ha sido que, dada la geografía y las heridas emocionales que produjo nuestro divorcio, y que es probable que genere cada divorcio, al menos Nic no hubiera tenido que trasladarse. Nosotros debimos hacerlo. A pesar de que las visitas hubieran sido más incómodas, estoy convencido de que la infancia de Nic hubiera sido más fácil para él. En cambio, él tiene un triste premio de consolación por sus traslados entre sus padres: tiene más millas de viajero frecuente que la mayoría de los adultos.