23

—Hola, papá, soy Nic. Me acabo de enterar que tú ya conoces la verdad de lo que sucedió.

Reviso mis mensajes. Nic llamó. Otra vez. Hay cierta torpeza en su dicción. Ha hablado con Vicki y ya sabe que estoy enterado de que estuvo en Oakland y no en Joshua Tree, de manera que intenta encubrir sus fechorías.

—Fue sólo que no quería que te preocuparas —dice—. Tampoco quería que me presionaras a visitarte mientras estuve en el área de la bahía; no tenía idea de que este sujeto resultara ser un loco. Z. tampoco. Salimos de esta bronca como mejor pudimos… Ahora estoy a salvo… En fin, lamento haberte mentido.

Estoy en la sala, sentado en un sofá. Algo atrapa mi atención: una pila de periódicos sobre el piso. Hasta arriba está un SF Weekly. Me acerco a mirar. Hay también un Bay Guardian y un folleto de Amoeba Records, la tienda favorita de Nic. Los contemplo y de pronto me doy cuenta. No.

Le pregunto a Karen si son suyos. No, ¿no son tuyos?

Nic se metió a la casa otra vez. Estoy seguro de ello.

Karen también está segura.

Ambos estamos seguros.

No.

Nuestros corazones se aceleran y comenzamos a buscar por toda la casa. Karen se detiene y pregunta si tal vez los dejó aquí un amigo de Nueva York que nos visitó el pasado fin de semana. ¿Podrían ser de él? Le llamo. Los periódicos son suyos.

Estamos paranoicos y locos. No sólo el adicto se vuelve paranoico y loco.

No le he devuelto las llamadas a Nic porque simplemente no puedo hablar con él ahora; no hasta que esté sobrio. Libre de drogas. No “sólo consumo Klonopin para contrarrestar las metanfetaminas” o “sólo un Valium para que me ayude a tranquilizarme”.

Lo amo y siempre lo amaré pero no puedo tratar con alguien que me miente. Sé que el Nic sobrio, con la mente despejada, cuerdo y en recuperación no me mentiría. De cierta manera, estoy agradecido por la ofensa porque ha eliminado una delgada capa de mi incertidumbre. Por lo regular estoy en un purgatorio infernal sin saber lo que es verdad y lo que no lo es, si se droga o no, pero ahora lo sé.

En los estantes que están sobre mi escritorio tengo fotografías recargadas contra los libros. Hay una fotografía reciente de Karen y otra de ella misma cuando era pequeña, una niña reflexiva, morena y de cabello corto con una camiseta marinera a rayas, en alguna playa. Se parece a Daisy o, mejor dicho, Daisy, con su mirada resplandeciente y sus oscuros ojos y cabello, se parece a ella. También hay fotografías de Daisy. En una de ellas, mi hija porta mocasines y ropa interior azul e inspecciona de cerca la tolerante cara de Moondog. Hay una fotografía de Jasper cuando era bebé y estaba en brazos de Karen. Jasper viste un abrigo rojo de lana, pantalones de seda púrpura de rajá, un gorro tejido color verde con tiras doradas y borlas esponjadas y, en sus pies, zapatos de genio con bordados de hijo dorado y puntas enroscadas. Hay fotografías del equipo de Daisy y Jasper en pose con sus goggles de natación. Hay fotografías de Nic. En una de ellas tiene como diez años de edad y viste jeans, una chamarra azul con cremallera y zapatos tenis azules. Tiene las manos en los bolsillos y mira a la cámara con una sonrisa gentil. También hay una fotografía más reciente de Nic. Una amplia sonrisa, pantalones cortos deportivos y el pecho desnudo, de cuando se reunió con nosotros en Hawai. Es mi hijo y amigo Nic en recuperación, y él está bien.

No puedo soportar que esa fotografía me mire desde arriba así que la guardo en un cajón de mi escritorio.

Jasper se ha aficionado a Garage Band, un programa computacional de grabación y mezcla de música. Con él ha compuesto una conmovedora y hermosa canción.

—Es una canción triste —le digo al entrar a la habitación donde Jasper la toca.

—Sí —responde en voz baja.

—¿Estás triste?

—Sí.

—¿Por qué?

—Hoy hicimos una carrera de un kilómetro y medio en la escuela. No pude pensar en otra cosa que no fuera Nic.

Le digo a Jasper que existen lugares a donde acuden otros chicos con hermanos, hermanas y padres con problemas de adicción al alcohol o a las drogas.

—¿Qué hacen allí?

—No tienes que hacer nada. Puedes sólo escuchar lo que dicen otros chicos. Puede ayudarte. Si lo deseas, puedes decir algo.

—Oh.

—¿Quieres intentarlo?

—Creo que sí.

Jasper me da un abrazo más fuerte y más largo que nunca antes.

Por la mañana, el sol brilla a través de un agujero en el cielo gris oscuro. Es como si un reflector iluminara el jardín. Hay un círculo amarillo rodeado por todas partes por manchones difusos del oro, marrón y blanco marchito de las hortensias. Los colores agonizantes del otoño. Los álamos están deshojados casi por completo; la mayoría de las hojas se ha caído. Las ramas desnudas y blancas de los árboles se elevan hacia el cielo y penetran la brillante luz. Sólo la magnolia ha florecido. Tres llamas blancas.

Nos entregaron una carga de leña para la temporada invernal. Esta mañana, mi meta es apilarla con los niños. Mientras trabajo, pienso, en qué otra cosa, en Nic. No me siento pesimista ni optimista. No sé qué sucederá. Creo profundamente en su alma buena y en su cerebro y, al mismo tiempo, no me hago ilusiones acerca de la severidad de esta enfermedad. No; para ser honesto, en este momento no me siento nada optimista.

Todo se relaciona con el lugar donde está Nic. Soy optimista —no demasiado, sólo optimista— cuando está en recuperación; me siento desconsolado y pesimista cuando no lo está.

Resulta extraño que la idea de verme separado de Nic solía provocarme pánico pero ahora —hoy, al menos hoy, en este preciso momento— me siento bien con el concepto. Pero después pienso que Nic podría morir. Al apilar la leña pienso que Nic podría morir y me detengo un momento.

Extrañaría tener a Nic en mi vida. Extrañaría sus simpáticos mensajes telefónicos y su humor, las historias, nuestras conversaciones, nuestros paseos, ver películas con él, cenar juntos y el trascendente sentimiento entre nosotros que es el amor.

Lo extrañaría todo.

Lo extraño ahora mismo.

Y entonces me doy cuenta: no lo tengo ahora. No lo he tenido cada vez que Nic se ha drogado.

Nic está ausente y sólo permanece su caparazón. He sentido temor —terror— de perder a Nic, pero lo he perdido.

En el pasado intenté imaginar lo inimaginable e intenté imaginar que soportaba lo insoportable. Imaginé perder a Nic a causa de una sobredosis o de un accidente automovilístico, pero ahora comprendo que ya lo he perdido. Hoy, al menos, está perdido.

Me ha aterrorizado la idea de que podría morir. Si muriera, dejaría un roto permanente en mi corazón. Nunca podría recuperarme por completo. Pero también sé que, si él muriera o, para el caso, si continuara drogado, yo viviría con esa cuarteadura. Penaría. Penaría por siempre. Pero he penado por Nic desde que las drogas se apoderaron de él; he penado por la parte de él que me hace falta. Debe ser pena. Al menos se siente justo como Joan Didion la describe en The Year of Magical Thinking (El año del pensamiento mágico): “La pena viene por olas, paroxismos, aprehensiones repentinas que debilitan las rodillas, ciegan los ojos y eliminan la cotidianidad de la vida”. (Así que eso es. Qué alivio saberlo.)

Peno, pero también continúo celebrando la parte de él que es intocable para las metanfetaminas o para cualquier otra droga. Nunca permitiré que ninguna droga me arrebate eso.

“La locura es la insistencia del significado”, escribió Frank Bidart en un poema. Sí, pero este cerebro humano mío requiere de significado o, al menos, de una aproximación del mismo. El significado al cual he llegado es que Nic drogado no es Nic sino una aparición. Nic drogado es un fantasma, un espectro, y cuando está drogado, mi adorable hijo está dormido, hecho a un lado y enterrado en alguna esquina inaccesible de su conciencia. Mi fe, tal como es, viene con una creencia en que Nic está allí y que él, su esencia, está entera, a salvo y protegida. Nic fuerte, claro y lleno de amor. Tal vez nunca más emerja ese Nic. Tal vez la droga gane la batalla por su cuerpo, pero puedo vivir con la certeza de que Nic está allí en algún lugar y que la droga no puede tocarlo en ese lugar en donde se encuentra.

Sin importar lo que suceda, yo amaré a Nic. En ese lugar en donde está, él lo sabe. Y yo lo sé.

Miro por encima de los leños sin apilar. Apenas hemos avanzado un poco. Los chicos se quejan y no quieren trabajar. Jasper y Daisy parecen estar de mal humor y a disgusto. La cabeza de Jasper cae hacia atrás, cierra los ojos y exhala con fuerza. De mal talante arroja un leño a la imperfecta pila. Mi cabeza retumba. Escucho a una camioneta subir por la colina.

En la actualidad no existe un grupo de Al-Anón para niños tan pequeños como Jasper y Daisy, (el grupo para adolescentes es para individuos mayores que ellos), de manera que realizo algunas llamadas para solicitar recomendaciones sobre algunos otros lugares donde pedir ayuda. Quiero que mis hijos sepan que no están solos, que no es su culpa y que, a pesar de que las drogas les han robado a Nic, ellos aún pueden amar a su adorado y adorable hermano. Quiero que Jasper comprenda que Nic fue sincero en todo lo que le escribió en su carta, pero que su enfermedad es más grande que sus mejores intenciones, como la de hacer lo correcto para sí mismo y para los demás. El Nic que escribió esa carta se ha marchado, al menos por ahora. Necesitamos descubrir una manera para que los pequeños vivan la pena de la pérdida de su hermano.

Los devotos bibliotecarios de su escuela envían una solicitud para formar una red de bibliotecas en escuelas alrededor del país. La respuesta es avasallante y yo recibo una lista de libros acerca de niños que viven una situación como la nuestra; es decir, la culpa y la responsabilidad que uno siente y las preguntas que los adultos apenas comprenden, por no hablar de los niños. El consejero de su escuela localiza a un terapeuta que trabaja con familias y se especializa en adicciones. Karen y yo nos reuniremos con él y, si creemos que puede resultar útil, llevaremos a Jasper y a Daisy a una cita con él.

Cierto día llevo a Jasper y a Daisy a casa después de la escuela. Al llegar a la cima de la colina que domina Olema, dorada y seca en otoño, a la entrada de West Marin, Daisy levanta la vista de la bufanda que teje y exclama:

—Es como si Nic fuera el hermano a quien conozco y otro sujeto a quien no conozco.

Daisy hace a un lado su tejido y dice que ayer hablaron acerca de las drogas en Chicas a la Carrera, un grupo de niñas de cuarto, quinto y sexto grado que corren y hablan acerca de temas personales y sociales, desde imagen corporal hasta nutrición. Las niñas se dividieron en grupos para comentar por qué los jóvenes comienzan a beber alcohol, a fumar o a drogarse.

—¿Cuáles fueron las razones? —le pregunto.

—Están enojados consigo mismos —responde—. Mónica dijo que es por la presión de los compañeros. Janet dijo que eso sucede cuando una persona está muy estresada y yo pensé que es porque quieres salirte de ti mismo. Hablamos acerca de las estrategias para enfrentar el estrés, la tristeza y cosas así, y dijimos que sería más inteligente pensar cómo sentirte bien contigo mismo y hacer cosas que te hagan sentir feliz, como correr en lugar de drogarte.

Jasper ha permanecido en silencio y pensativo.

—Hablé acerca de las drogas en mi campamento —dice. Su grupo escolar apenas acaba de regresar de pasar una noche en la helada y neblinosa Angel Island. Dice que él y un amigo, estremecidos a causa del frío de la oscura noche, conversaron—. Me preguntó cómo estaba Nic —continúa—. Yo le dije que consume drogas otra vez.

Su amigo, quien ya leyó el artículo en el Times, dijo: “Pero tu hermano parece ser tan inteligente y tan buena onda”.

—Le dije que lo sabía —continúa Jasper. Después me cuenta que le explicó a su amigo su historia acerca de la caricatura del ángel y el diablo sobre los hombros de Nic y también le contó que hablará con alguien al respecto, una persona que ayuda a la gente que tiene adictos en su familia a manejar la situación.

En el pasado, Nic y Jasper se enviaban mensajes entre sí de mi teléfono celular al de Nic; saludos en línea. Ahora Jasper, con su hermano en la mente, me pide permiso para enviarle uno.

Escribe: “Nic, sé inteligente. Con amor, Jasper” y lo envía a pesar de que el teléfono de Nic está apagado.

—Tal vez después lo encienda —dice Jasper.

Gran parte de esta enfermedad es la pena. La pena se interrumpe con la esperanza y la esperanza con la pena. Luego nuestra pena se interrumpe con una nueva crisis. Del libro de Shakespeare que tengo junto a la cama, leo:

La pena llena la habitación por mi hijo ausente,
Yace en su cama, camina arriba y abajo conmigo,
Se viste con su bello aspecto, repite sus palabras,
Me recuerda todas sus graciosas partes,
Saca sus vestimentas vacías con sus formas;
Entonces encuentro una razón para amar la pena.

Me enfurece su lucha y su dolor, además del hecho de que la adicción haya causado tanto sufrimiento en nuestras vidas —la nuestra, la suya—; también estoy lleno de un ilimitado amor por él, el milagro de Nic, todo lo que tiene y todo lo que ha traído a nuestras vidas. Me enfurezco contra ese Dios en quien no creo y a quien, no obstante, rezo y le agradezco por Nic y por la esperanza que siento. Sí, incluso ahora. Tal vez se deba a que mi cerebro es más grande: puede contener más de lo que antes podía. Puedo tolerar las contradicciones con más facilidad, como la idea de que las recaídas pueden ser parte de la recuperación. Como dijo el doctor Rawson, a veces hacen falta muchas recaídas antes de que un adicto permanezca sobrio. Si no muere o se hace demasiado daño, hay posibilidad. Siempre hay posibilidad.

Recuerdo las deprimentes estadísticas que una enfermera me dio relacionadas con el índice de éxito de la rehabilitación en adictos a las metanfetaminas, un índice de éxito de un dígito. Comprendo que es poco realista pensar que muchos adictos permanecerán sobrios después de uno, dos, tres o el número que sea de intentos de sobriedad, pero tal vez la estadística más significativa sea ésta, comentada por uno de los conferencistas en una de estas instituciones: “Más de la mitad de las personas que se someten a un tratamiento de rehabilitación están sobrias después de diez años, lo cual no significa que no hayan fluctuado dentro y fuera de la sobriedad”.

Es un momento triste, muy triste, pero me siento agradecido por el hecho de que Nic esté vivo y tenga una oportunidad. Tal vez sea necesario un milagro mayor para salvarlo. Cuando le pusimos su nombre, consultamos a mi padre. Su nombre completo es Nicholas Eliot Sheff. Sus iniciales forman la palabra “milagro” en hebreo. Yo rezo por un milagro mayor y, mientras tanto, agradezco el que ya tenemos. Nic está vivo. Cuando escribió acerca de su hijo, Thomas Lynch describió las inesperadas conclusiones a las que llegamos los padres cuando nos enfrentamos a algo tan abrumador como la adicción de un hijo: “Podría sentirme agradecido incluso por su horrenda enfermedad, frustrante, desconcertante y poderosa, que me ha enseñado a llorar y a reír a carcajadas mejor y de verdad. Y agradecido porque, de todas las enfermedades mortales que mi hijo pudo padecer, tiene una para la cual aún existe el pequeño destello de esperanza de que, si deja de hacerlo, sobrevivirá”.

Por la mañana, Jasper, vestido con un suéter color mora, se sienta en mi escritorio donde juega un nuevo juego en computadora. Junto con el sonido de la música generada por el artefacto, los címbalos, un corno francés y un resonante bajo, Jasper habla con la pantalla. “¿Qué? Eh, eh, eh. Te atrapé”.

Daisy cierra su libro y se sienta en la mesa redonda donde Karen trabaja en un collage. Pronto también ella recorta, pinta y pega papel.

Nic llamó y dejó un mensaje anoche. Dijo que él y su novia “llevaron las cosas demasiado lejos” y ahora planean mantenerse sobrios. Explicó que habló con un médico al respecto y que éste les recetó algunos medicamentos para ayudarlos.

Desde luego que no le creo. Sus palabras sin sentido de estos días son otro triste factor de su adicción y contradicen su honestidad cuando está sobrio.

Espero a que Nic toque alguna especie de fondo. Por fin me he dado cuenta, después de todo lo que hemos vivido, de todo lo que he leído y de todo lo que he escuchado. En última instancia, los adictos se recuperan cuando tocan fondo. Se alteran, pierden la esperanza y se sienten tan aterrorizados que sienten el deseo de hacer cualquier cosa para salvar sus vidas. Pero, ¿cómo es que no fue tocar fondo la sobredosis de Nic en Nueva York, cuando fue llevado a la sala de emergencias inconsciente, casi muerto? ¿Cómo es que no tocó fondo en su pesadillesca recaída subsecuente? No lo sé. Todo lo que sé es que Nic está de regreso en un estado de fantasía de drogas y se aferra a la ilusión que le permite negar la seriedad de su situación. Eso es lo que hacen los adictos. Siento temor de saber que Nic permanecerá en ese estado hasta el siguiente evento dramático. ¿Cuál evento? Debemos esperar a que suceda y, mientras tanto, saber que tal vez nunca llegue. Antes de que muchos adictos toquen fondo, mueren. O algunos sobreviven medio muertos, paralizados o con daños cerebrales después de una embolia o algo similar. Esto sucede con la mayoría de las drogas y, por cierto, con las metanfetaminas, las cuales pueden convertir un cerebro en una pasta inerte.

Los padres sólo deseamos cosas buenas para nuestros hijos. Sin embargo, aquí, en combate mortal contra la adicción, un padre desea que a su hijo le suceda una catástrofe. Deseo una catástrofe pero que pueda ser controlada. Debe ser lo bastante severa para ponerlo de rodillas, para humillarlo, pero lo bastante benigna para que él pueda, con esfuerzo heroico y la bondad que sé que yace en su interior, recuperarse, porque nada menor a eso será suficiente para que se salve.

Un amigo cuya madre era alcohólica me dijo que esperó durante una década a que su madre experimentara un “casi accidente”, algo lo bastante dramático como para conducir a su madre a someterse a un tratamiento para su enfermedad pero no tan dramático; es decir, que no la perjudicara de manera permanente. El casi accidente nunca llegó. Su madre murió dos meses atrás. Cuando mi amigo y sus hermanas limpiaron la casa de sus padres, descubrieron botellas de vodka vacías escondidas en la parte trasera de las alacenas, detrás de las vajillas y sepultadas debajo de los suéteres cuidadosamente doblados en los clósets. Al morir, la señora tenía en la sangre treinta veces el límite de alcohol permitido para conducir un auto.

Deseo un casi accidente para Nic.

Rezo por un casi accidente.