El rojo definitivamente era mi color. Le había hecho unos ajustes al vestido que mi madre me había dado para la ceremonia de la Luna Roja y me encontraba satisfecha con el resultado. Henry Blackstone me contempló con desaprobación y luego regresó su atención al resto.
Nos había guiado hacia un claro en las afueras. El resto de los vencedores de los demás aquelarres charlaban con entusiasmo entre ellos. Todos habíamos competido en un reto llamado el Festival de las Tres Lunas y solo aquellos que habíamos vencido en los tres retos teníamos el honor de recibir la magia que ofrecía la luna de sangre.
Nunca pensé que estaría allí. No cuando mis padres siempre habían puesto sus esperanzas en Maisy, y con mi primo Michael siendo arriesgado y poderoso. Pero allí estaba. Había pasado a ocupar el lugar de liderazgo de nuestro aquelarre y estaba orgullosa de ello. Aun cuando estaba en medio de una batalla con mis padres y buscando empleo.
Miranda Barker se acercó a mí y me saludó de manera amistosa. Su vestido tenía mangas largas al igual que el mío, aunque la falda era considerablemente más larga. Nuestro grupo consistía en seis hombres y cuatro mujeres, incluyéndome a mí.
Henry nos posicionó a unos pasos de distancia unos de otros y se paró donde todos pudiéramos verlo. El discurso que dio fue más extenso de lo que pude haber previsto. Se explayó sobre el rol que esperaba de cada uno de nosotros, sobre ser responsables y pacientes, y luego veneró a la luna por al menos quince minutos.
—Las fases de la luna poseen un íntimo vínculo con la magia. Ambas se entrelazan, afectando una a la otra, coexistiendo. Y hoy la luna nos ofrece fortaleza al cubrir su rostro de rojo —dijo Henry con tono reverencial—. Levanten sus copas y beban. Beban por un futuro que honra las tradiciones del pasado. Beban por aquel fuego que les habla sobre lealtad y deber. Beban por ustedes y los suyos. Beban.
Apenas había terminado de decir las palabras cuando la luna se escondió en oscuridad. Por un momento todo se volvió negro. Levanté la copa en mi mano en sintonía con el despertar del resplandor rojizo. Y luego bebí. No estaba segura de lo que era y no tenía ansias por saberlo. Henry nos había entregado las copas, carente de explicación sobre el líquido que contenían.
Los primeros sorbos me rodearon de una calma tan encantadora que me recordó al canto de una ballena. La magia fluyó por mi cuerpo. Olas de magia que se movían con la melodía. Me dejé ir, aceptando todo lo que el mundo tenía para ofrecerme. La eternidad de los cielos. La voluntad de las estrellas. Los secretos de la luna.
Me bañé en el resplandor rojo, rogando que aquella melodía nunca terminara. Me deleité con el contenido de la copa y las ofrendas que ponía a mis pies.
Estaba a punto de alzar mis brazos y comenzar a bailar en agradecimiento cuando Henry Blackstone chocó sus palmas, rompiendo el encanto.
Abrí mis ojos. La expresión de sorpresa de aquellos a mis costados reflejaba la mía. ¿Qué diablos había sucedido? Observé la copa vacía, maravillada de haber sentido algo tan poderoso.
—Eso fue estupendo —dijo Miranda.
Asentí. Había participado en varios rituales, pero nada que se comparara a lo que había experimentado.
Henry estudió cada rostro por un largo tiempo. No estaba segura de qué buscaba hasta que sus viejos ojos se detuvieron en los míos. Quería certeza. Certeza de que haríamos lo correcto.
El hecho de que no parecía satisfecho lanzó una sensación de disgusto por mis hombros.
Levanté mi mentón, al igual que lo haría Maisy, asegurándole que no utilizaría aquella magia para perjudicar a la comunidad. Eso pareció convencerlo, ya que sus labios rompieron la línea severa que formaban, y prosiguió con Miranda.
Relajé la postura, contenta conmigo misma. Hubiera deseado que Samuel pudiera presenciar ese momento. Que estuviera orgulloso de mí. Por supuesto que debía estar demasiado ocupado rescatando a Madison.
¿Habrían llegado a tiempo? Observé la luna con un mal presentimiento. Mientras yo me deleitaba ante la Luna Roja, Madison o Lucy podrían morir bajo ella.
Busqué mi celular, que había ocultado en una parte indecorosa del vestido. Un nuevo mensaje.
Número desconocido. 11:07 p.m.
Corre, Lyni. Corre.
¿Qué diablos? La única persona que me llamaba Lyni era mi madre y dudaba que ella me enviara un mensaje tan críptico. A menos… Mi primo Gabriel solía llamarme Lyni para fastidiarme, sabía que odiaba cuando Lena lo hacía.
¿Corre? Levanté la mirada justo a tiempo para ver a Henry Blackstone caer de rodillas con un alarido de dolor. Una flecha negra atravesaba su pecho. Observé estupefacta mientras le flecha se disolvía en cenizas. Henry llevó las manos a la camisa en un esfuerzo por detener la sangre.
Todos aguardaron en silencio para luego gritar al unísono. Me arrodillé junto a Henry, llamando a mi magia.
—Algo malo se avecina —murmuró este.
El hechizo disminuyó el proceso haciendo que la sangre apenas fluyera hacia afuera.
—Dime qué hacer —dije.
—Ya fallé una vez y volveré a hacerlo si sobrevivo.
Su rostro estaba avejentado por incontables arrugas. El poderoso brujo que había liderado nuestra comunidad por tantos años sujetó su bastón con fuerza, dando sus últimos respiros.
—¿Qué clase de ejemplo eres, Henry? ¡Pelea! —dije sacudiendo sus hombros.
El celular vibró contra mi mano, anunciando un nuevo mensaje.
Número desconocido 11:13 p.m.
Aléjate de aquí. Hazlo o te arrepentirás.
Presioné mis zapatos de taco contra la tierra, enfurecida ante la situación. Momentos atrás me había sentido invencible. Con Henry desangrándose, apenas podía pensar.
Uno de los jóvenes, Elis, gritó dando la alarma y haciendo que todos lleváramos nuestra atención a él. Su mano señalaba hacia unas siluetas a unos pocos metros de distancia.
—Mantén esto a salvo.
Henry le susurró unas palabras a su bastón, un encantamiento, desprendiendo el báculo con el búho plateado.
—Entrégaselo al próximo líder —me pidió.
Miré a los extraños, asegurándome de que me quedara tiempo y me volví a él, conteniéndome de no darle una bofetada.
—¡Tú eres nuestro líder, Henry! Levanta tu viejo trasero y pelea —repliqué—. ¡Haz algo!
Este me sonrió con empatía y luego sus ojos se oscurecieron de nuevo.
—Lenguaje, Wendolyn —comenzó a toser—. Necesitarán un líder más fuerte para sobrevivir lo que se avecina. Llévale esto…
Tosió de nuevo, ahogándose.
—Llévale esto a Rebeca Darmoon.
Presionó el búho contra mi mano con una mirada implorante. No podía decir que había afecto en mi corazón para Henry Blackstone. No cuando mentalmente lo había acusado cientos de veces de ser un pacifista insufrible que estaba arruinando mi vida con sus reglas. Lo que sí tenía por él era respeto.
—Corre…
La idea de huir apestaba. Sin embargo, mis piernas estaban listas para hacerlo. Tal vez eran mis instintos triunfando sobre mi cabeza obstinada. O tal vez eran demasiados «corre».
—Me aseguraré de que llegue a Rebeca —dije apretando su mano con gentileza.
Y luego corrí. «Noctis occulto umbra» le susurré las palabras a la noche, rogando que ocultara mi silueta. Los extraños estaban cerca, por lo que busqué escondite detrás de un pino caído.
No sabían cuántos eran o si había más de ellos viniendo de otras direcciones. Mi mejor chance sería permanecer allí hasta saber qué rayos estaba sucediendo.
Miranda ayudó a Henry a ponerse de pie. Este se sostuvo contra su hombro, utilizándola al igual que su bastón, y avanzó hacia delante del resto.
Los recién llegados nos ganaban en número. La noche no me permitía ver con claridad, pero aparentaban ser un grupo variado. Sus integrantes estaban entre los diecisiete y los veinte y algo de años.
Las siluetas que lideraban pertenecían a dos jóvenes despiadadamente atractivos. El que iba un paso adelante vestía con una campera de jean rota y botas de combate. Estaba bastante segura de que su pelo era castaño, aunque no lograba ver sus ojos. Y el que lo seguía un paso detrás tenía un atuendo similar. Unos centímetros más de altura.
—¿Quiénes son? —preguntó Henry esforzándose por hablar.
El de la campera de jean levantó su mano hacia él, causándole dolor. Cobarde.
—Permítenos hacer las introducciones, anciano. Mi nombre es Ness, mi mellizo Dastan. —Abrió los brazos, señalando en ambas direcciones—. Y este es el Clan de la Estrella Negra.
Sus seguidores se detuvieron detrás de ellos. Cuerpos quietos al igual que soldados. Busqué entre ellos, con la esperanza de distinguir a Gabriel, el hermano mayor de Michael, quien había liderado el Club del Grim. Traidor.
—El águila que cuelga de tu cuello pertenece a Agatha Kuiken —dijo Henry con dificultad.
Levanté la cabeza para ver mejor. Se encontraban demasiado lejos.
—Mi abuela Agatha lideraba la comunidad de Hartford en Connecticut. Eso fue hasta que Das y yo decidimos que era tiempo de sangre nueva. Algo menos… tradicional —respondió Ness con calma—. Sus reglas ya no tienen lugar en nuestro mundo. Los días de los matrimonios arreglados murieron tiempo atrás.
Un rebelde. Quería acostarme con él y luego atormentarlo con mi magia. Mis ojos fueron hacia la silueta detrás de la suya. Su mellizo. Mientras uno hablaba, el otro preparaba un conjuro. Seguí el sutil movimiento de sus manos hasta que el grito de Henry Blackstone sacudió mi cuerpo. Dejó escapar un alarido, derrumbándose para no volver a levantarse.
—Descansa en paz, anciano. —Hizo una pausa y agregó—: Salem, tengo una propuesta para ustedes. Una puerta de salida al futuro que aborrecen.
Mis compañeros se miraron entre ellos y todo se volvió caos. Hechizos. Gritos. La mayoría comenzó a correr en diferentes direcciones, intentando escapar.
Elis y otro brujo llamado Ben fueron los únicos en hacerles frente. Ambos utilizaron su magia contra los mellizos y ambos fracasaron. Sus oponentes habían sido demasiado ágiles, cubriéndose las espaldas mutuamente.
Contemplé mis opciones. Los brujos del clan se estaban dispersando, poniéndome en riesgo de ser vista con cada segundo que continuaba allí. Tenía una responsabilidad de entregarle el búho de metal a mi tía y no iba a fallarle.
Me moví sigilosamente, prácticamente gateando, hasta llegar a una fila de árboles y luego corrí. ¿Por qué habían aguardado hasta que termináramos el ritual para atacar? ¿Estaban reclutando?
Bajé por una colina, esforzándome por no caer. Mis zapatos y el lodo que salpicaba mis piernas eran una mala combinación.
Estaba considerando quitármelos cuando una silueta apareció de una de los costados, cortándome el paso. Una chica. Y dado que no reconocía su rostro no había duda de que estaba con ellos.
—Regresa por donde viniste —me advirtió—. No irás a ningún lado hasta escuchar lo que Ness tiene que decir.
No aparentaba tener más de veinte años, con pelo cobrizo y largas piernas. No estaba segura de qué encontraba más indignante: que me estuviera estorbando o que fuera más alta que yo cuando solo llevaba zapatillas.
—Bruja equivocada —dije preparando un conjuro—. Tu atuendo irá bien con el lodo.
La chica se tambaleó, cayendo inconsciente. La magia de la Luna Roja debía ser extraordinaria si había logrado eso sin siquiera decir las palabras. Era más ruda de lo que pensaba.
—Vestido corto y zapatos altos. Te extrañé, Lyni.
Maldije. No, no lo era.
—Gabriel —dije volviéndome hacia él.
Mi primo estaba a unos pasos de distancia. Su pelo rubio oscuro, igual al de Michael, más largo que de costumbre. Verlo me generó conflicto con mis emociones. Habíamos sido unidos durante años, era una de las pocas personas a las que me había considerado cercana.
—Gracias por derrumbar a la jirafa —espeté.
Sonrió de manera carismática. Gabriel no había tenido mejor idea que convertirse en un asesino y liderar a una secta de enmascarados. Eso sin mencionar que había intentado quemar a Madison y traicionado a Mic, escogiendo a Alexa.
No, ya no era mi primo.
—Por supuesto, asumí que causaría menos daño que tú —respondió.
No podía darle la oportunidad de que me generara empatía.
—Veo que te las ingeniaste para encontrar una segunda secta de lunáticos. Estoy impresionada —dije—. ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué ayudarme?
—Ness y Dastan no son exactamente pacientes, los irritarías en cuestión de segundos y no quiero verte lastimada —respondió Gabriel.
—No parecías muy preocupado por mi bienestar cuando escogiste a Alexa por sobre tu familia —le espeté—. ¿Tienes idea de lo que fue ver a Michael bajo ese maleficio?
Apartó la mirada y creí detectar algo de culpa.
—No puedo cambiar lo que sucedió y no estoy dispuesto a regresar a Salem. No mientras las cosas no cambien…
—Por lo que te resultó más que conveniente que tus nuevos amigos mataran a Henry —lo interrumpí.
Un ruido en la cercanía hizo que ambos nos sobresaltáramos. Llevé mi mirada a la joven inconsciente; la jirafa no tardaría mucho en recuperarse.
—No tenemos tiempo. Lyn, tú más que nadie quieres que las cosas cambien, te conozco. Ness y Dastan quieren lo mismo que nosotros, un nuevo liderazgo que termine con todas las tonterías que nuestra sociedad arrastra hace décadas. —Hizo una pausa y agregó—: Piénsalo, habla con Mic y con Maisy, convéncelos de que se unan a la Estrella Negra, o al menos de que no intenten pelearlos.
Habló de manera elocuente, intentando convencerme de cada palabra.
—Puedes irte al diablo, Gab. Nos traicionaste de la peor manera y ninguno de nosotros va a dejarlo pasar —repliqué.
Sostuve su mirada, decepción y culpa nublando sus ojos, y eché a correr de nuevo.