El sol se había escondido hacía un tiempo, dándole lugar a la noche. La historia que me había contado Madi sobre la bruja en la mansión de piedra me había asustado tanto que cerré las cortinas.

De solo pensar en ello me sentía observada. Tenía la imagen de una mujer con pelo negro y labios rojos que asomaba su cabeza por la ventana.

Me abracé a la frazada y leí las últimas páginas del libro que me había traído Devon. Una vieja edición de Alicia en el país de las maravillas que debía valer una fortuna.

Las palabras de Madi flotaban en mi cabeza, mezclándose con las palabras del libro. «Devon se siente atraído por ti, cualquiera puede verlo.»

Estaba buscando a otra Gwyllion, quería mantenerme a salvo. La expresión en su rostro al acercar sus labios a los míos, la forma en que me sostuvo, quemaba mi mente.

Sacudí mi cabeza como si eso fuera a lograr que las imágenes salieran de ella. Ewan era el único que debería tener ese espacio y me rehusaba a que un tonto vampiro se interpusiera en eso.

Ewan era todo lo que quería. Gentil, atento, apasionado. Uno no lo pensaría de verlo, pero aquellas noches que habíamos pasado juntos me habían mostrado otro lado de él. Aquella primera vez había sido especial e íntima. Me había hecho sentir amada.

Busqué seguridad en esos recuerdos, esforzándome por recordar todos los detalles. Estaba comenzando a sentirme más tranquila cuando la puerta hizo que por poco saltara de la cama.

Alguien la estaba abriendo y por un espantoso segundo pensé en la bruja Brid. Tal vez debí aceptar el abrecartas que me ofreció Madi, aunque ni siquiera estaba segura de qué haría con uno.

El rostro de Devon se asomó por la puerta y dejé salir el aire que había estado reteniendo.

—¿Qué tienes? ¿Estás asustada? —preguntó.

—No.

—Te encuentras aferrada a esa frazada como si hubieras visto un fantasma.

Noté que mis dedos estaban enterrados sobre el suave material. La dejé ir, sentándome de manera femenina. Mi pelo estaba suelto y el suéter color crema, arrugado. Recibir a alguien de esa manera desprolija se sentía mal, algo que no haría de tener mis propias cosas y estar en mi casa.

—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunté.

Devon llevó sus ojos a la cortina. A la silla que había puesto en donde se encontraban ambos extremos para asegurarme de que no quedara ni un solo hueco que la tela no cubriera.

—Madison te contó de la Dearg-due —adivinó.

El nombre me causó escalofríos. Había leído leyendas sobre ella, la bebedora de sangre, y me había asustado incluso cuando solo era un mito. Ficción. Saber que en verdad había pasado lanzaba mis nervios a la estratosfera.

—¿Crees que venga? ¿Bebe sangre de Gwyllion? ¿Cómo puedes tener ese tipo de amistades? ¿Sabe que existo? ¿Puede trepar hasta aquí?

Las preguntas se escaparon una tras otra hasta que logré controlarme. Devon dejó escapar una risa y oculté mi rostro, completamente humillada.

—Brid no va a venir aquí, no tienes nada que temer —me aseguró.

Llevaba dos libros en su mano. El gran Gatsby de Scott Fitzgerald y El último unicornio de Peter S. Beagle. Ambos eran clásicos que me encantaría poder leer de nuevo.

—Te traje algo —dijo—. Me ausentaré unos días, por lo que traje dos.

Alguien debió decirle de mi amor por los libros ya que me había estado trayendo uno todos los días. Y sus elecciones eran perfectas.

—Gracias.

Hice un esfuerzo por permanecer sentada y no ir en busca de mis nuevos compañeros. Debió leerme la mente, ya que los apoyó sobre el escritorio.

—¿Te ausentarás?

No me animaba a hacerle la verdadera pregunta, si iba a ir en busca de otra Gwyllion.

—Con suerte no serán más de dos o tres días —dijo.

—Ya veo.

Estudió mi rostro de una manera que me hizo sentir demasiado consciente de mí misma. Devon Windsor, el Antiguo que intentó besarme, se encontraba en mi habitación. Estábamos solos. Yo me encontraba sentada al borde del mullido colchón. ¿En qué estaba pensando? ¿Quería hacer… cosas? ¿Conmigo? ¿En la cama?

Me puse de pie de manera automática. Una sensación de calor se apoderó de mis mejillas.

—No deberías estar aquí, es indecoroso —murmuré.

Su expresión pasó de seria a incrédula a llena de humor.

—¿Indecoroso? —preguntó.

—Y deberías golpear la puerta antes de entrar —agregué.

—Estoy aquí, de pie, vestido, sin hacer nada. ¿Qué tiene eso de indecoroso? —presionó.

Entrelacé mis manos, ignorándolo.

—¿Y si acorto la distancia entre nosotros? —Dio un paso en mi dirección—. ¿Eso también es indecoroso?

—Deja de decir esa palabra.

Intercambiamos una mirada y me hizo reír. Su forma de ser hacía algo conmigo. Se comportaba de una manera que era imposible de predecir.

—Gracias por dejarme ver a Madi. —Hice una pausa juntando coraje—. Alyssa también es mi amiga. ¿Crees que pueda verla?

Tenía que ayudarla. Ser valiente y osada al igual que Madi. Pasé la mano por mi pelo, manteniendo mi mirada en él. Lyn siempre jugaba con su pelo, los hombres debían encontrarlo atractivo.

—No lo sé.

Debía estar haciendo algo mal. Enrosqué mi dedo en un mechón y llevé los ojos hacia abajo en señal de decepción.

—Hablaré con Galen. Tu amiga ha estado causando problemas —agregó.

Miré la alfombra sin saber qué hacer. Lyn de seguro se quitaría la blusa o haría algo escandaloso. Y dado que apenas me atrevía a mirarlo, podía descartar las dos opciones.

—Quiero asegurarme de que esté bien y… tal vez… —Levanté la vista—. Tal vez puedas ayudarla.

Apenas conseguí decir las palabras. Devon se encontraba a un paso de distancia. Había estado tan concentrada en qué hacer y decir que fallé en percatarme de lo cerca que estaba. Su pelo era demasiado rubio y lacio, las puntas rozaban sus hombros. Se veía al igual que un vikingo o algo.

—¿Quieres que la ayude?

Debía ser firme y confiada, o al menos pretender que lo era.

—Así es. Quiero que la ayudes —respondí.

Sus labios se levantaron hacia un costado. Aquellos ojos grises me sacudieron de la misma manera que el viento a una hoja.

—Si vas a coquetear conmigo, debes estar dispuesta a más que mover tu pelo —dijo en tono suave.

No pude hacer más que mirarlo perpleja, luchando por componerme. Mi rostro debía estar del mismo color que mi pelo.

—No estoy coqueteando contigo —declaré.

Mi voz tembló un poco, de la misma manera en que siempre lo hacía cuando mentía. Devon dio el paso que quedaba para cerrar la distancia entre nosotros, causando que retrocediera. Mis pies dieron dos, tres, cuatro pasos hacia atrás.

—¿Asustada?

—Solo estoy siendo prudente.

—Si quieres ayudar a tu amiga, ser prudente no te servirá de nada —respondió.

—Deja de comportarte de esta manera.

Me crucé de brazos, recuperando algo de mi valor.

—¿De qué manera?

—Como si fueras algún sensual guerrero misterioso que salió de un libro.

Llevé la mano a mi boca para evitar seguir hablando.

—«Sensual guerrero misterioso» —me citó—. ¿Y qué se supone que eres tú? ¿Una cautivante hada que escapó de un bosque? ¿La dulce princesa de un cuento de hadas?

No podía pensar.

—Te diré lo que eres.

Vino a mi lado en un abrir y cerrar de ojos.

—Eres algo que mi mente conjuró para quitarme el sueño todas las noches. Una visión tan encantadora que oscilas entre lo real y lo fantasioso. Eres flores, y sol, y primavera.

—No sigas…

—¿Temes lo que pueda pasar si digo tan solo una pala­bra más?

Se inclinó sobre mí, sus labios rozaron mi mejilla. Una cálida ofrenda para afirmar sus palabras.

Permanecí quieta hasta que sus labios comenzaron a buscar los míos y corrí el rostro. Devon hizo un sonido de frustración y me dejó ir.

—Regresaré pronto. Mantente fuera de problemas, pequeña Gwyllion.

Se despidió con la mirada. Había reducido mi mente a un rompecabezas. Las piezas se encontraban dispersas y no tenía idea de cómo regresarlas a su lugar.