Las cuatro paredes aparentaban estar más cerca con cada segundo. Si continuaba allí encerrada iba a enloquecer. Caminé por la habitación. Acomodé los almohadones de la cama. Doblé la ropa que me habían comprado sobre el escritorio. Incluso peiné mi pelo y cambié de atuendo solo para pasar el tiempo. Los jeans eran ajustados y las remeras resaltaban mi figura. Podía imaginar a Galen al seleccionarlas con una sonrisa pervertida.

Estaba cerca de dejarme caer sobre la cama y pensar en algún plan de escape por lo que se sentía como la milésima vez cuando un calor repentino rodeó mi muñeca.

El brazalete de plata que me había obsequiado Michael emitió un resplandor grisáceo, provocando un cosquilleo cálido sobre mi piel.

Alejé el brazo de mi rostro, temiendo que hubiera llamas, y lo observé expectante. Era como si una pluma invisible estuviera escribiendo sobre este con tinta de fuego. Las pequeñas letras aparecieron con un tono anaranjado.

La magia se desvaneció de un momento al otro, dejando una inscripción. «Te amo.»

Leí las dos palabras una y otra vez, mis ojos se llenaron de lágrimas. Michael había roto el maleficio y vendría por mí.

Las emociones golpearon mi pecho al igual que a un blanco. Alivio. Esperanza. Amor. Adrenalina. Suficiente de aguardar con el trasero sentado, era hora de actuar. Necesitaba enviarle un mensaje para que supiera que me encontraba bien. Dónde buscarme.

Tomé el abridor de cartas y lo inserté cuidadosamente en el agujero de la cerradura. No tenía la menor idea de cómo funcionaba. Giré la punta en diferentes direcciones, aplicando un poco de fuerza, hasta que un sonido liberó la pequeña traba.

Nunca pensé que estaría tan feliz de abrir una puerta. Me puse las zapatillas y escondí el abridor de cartas entre el jean y la remera.

Debía ser práctica. Buscaría un teléfono o una computadora y luego intentaría liberar a Alyssa. Tenía la certeza de que Devon mantendría a Lucy fuera de peligro, por lo que ayudarla a ella sería mi prioridad.

Eran las once y algo de la noche y el castillo se encontraba a oscuras a excepción de algunas luces en los corredores. Caminé en puntas de pie, yendo en dirección a las escaleras. Todo estaba tan silencioso que podía oír el sonido de mi propia respiración. Pasé una pierna por arriba de la baranda y me subí sobre esta, deslizándome hacia abajo. No me arriesgaría a que un escalón delatara mi presencia.

Crucé el comedor principal intentando decidir en qué dirección ir. No recordaba haber visto un teléfono de línea, lo que no significaba que no estuviera oculto en algún lado. La construcción era tan grande que debía haber varias habitaciones por explorar.

Me estaba decidiendo por un corredor en la esquina izquierda cuando una pequeña silueta por poco me hace gritar. Una de las luces se prendió, revelando a un niño con largos rizos oscuros.

—Will…

Llevaba pijama y su rostro se veía algo somnoliento. Miré los alrededores asegurándome de que estuviera solo.

—Madison ¿verdad? —preguntó acercándose.

Asentí.

—¿No deberías estar en la cama?

Hablé con seguridad. Necesitaba hacerle creer que no había nada malo con que estuviera caminando por mi cuenta y era él quien estaba siendo travieso.

—No podía dormir. Pensé que un poco de chocolate caliente ayudaría —respondió mostrándome una taza.

—De seguro lo hará. Yo también tomo chocolate caliente cuando no puedo dormir —dije en tono amable.

Su rostro aniñado era completamente adorable.

—¿Puedo contarte un secreto? —preguntó.

—Por supuesto.

Esperaba que fuera la ubicación de un teléfono, o mejor, la de Alyssa.

—Me recuerdas a mi madre. Tengo varias fotos de ella, mi padre me obsequió un álbum de fotos con los viajes que hicieron juntos —dijo Will—. Sus ojos eran del mismo color y también tenía pelo oscuro.

Algo en mi pecho se ablandó. Su expresión me conmovió a tal punto que por poco olvido que me encontraba en medio de una misión. Podía ver que le agradaba y necesitaba usar eso a mi favor. Sabía que era cruel, pero era una cuestión de supervivencia.

—Galen me habló sobre ella, de seguro era muy hermosa. —Hice una pausa y agregué—: Sabes, el castillo es tan grande que me pierdo constantemente. ¿Podrías ayudarme a encontrar a mi amiga Alyssa? Me gustaría saludarla antes de ir a dormir.

—Su habitación está aquí abajo. ¡Puedo llevarte hasta allí!

—Eres un encanto de niño.

Will tomó mi mano y me guio hacia una puerta diferente de la que había escogido antes de toparme con él. Me sentía terrible por engañarlo. Sus pequeños dedos tiraron de los míos, ansioso por mostrarme el camino.

Un corredor. Otro. Nos detuvimos frente a una puerta y este se volvió hacia mí expectante.

—¡Es aquí!

—Gracias, Will.

Actué con naturalidad, pretendiendo que la puerta no estaba cerrada y planeaba abrirla con un abrecartas.

—Es tarde. Deberías tomar el chocolate caliente en la cama e intentar dormir —dije con una sonrisa.

—¿Prometes no decirle a mi padre? —preguntó con un bostezo—. Se molestará si sabe que no me fui a dormir a las nueve. No le gusta que deambule por la casa de noche.

—Por supuesto —le aseguré—. Será nuestro secreto.

Aguardé a que su pequeña silueta se alejara, agradecida ante mi buena fortuna. Si lograba llevar a Alyssa hasta la puerta principal, esta podría escapar e ir por ayuda mientras yo regresaba por Lucy.

Asomé mi cabeza a la puerta, hablando en un susurro.

—¿Aly? ¿Estas allí? Soy Madison.

—¿Madi? Gracias al cielo.

Su voz era apenas un murmullo. Sabía lo que estaba intentando. Busqué el abrecartas y forcejeé contra la cerradura hasta que esta cedió. Alyssa no perdió un momento. Se apresuró a abrirla, envolviéndome en un abrazo.

—¿Dónde está Lucy? —preguntó.

—Intentaré sacarte de aquí y luego iré por ella.

La observé. Llevaba ropa similar a la mía y sus cortos bucles castaños se veían despeinados. Aun así, lucía muy linda. Había cierta gracia acerca de ella, un leve resplandor que la llenaba de encanto. Debía ser algo característico de las Gwyllions, ya que Lucy también lo tenía.

—¿Estás bien? No te he visto en días.

—Rompí uno de los ventanales y me movieron a esta habitación. Esa estúpida Kenzy me ha traído bandejas con comida —respondió.

—De tener mi magia la convertiría en un sapo.

—Un sapo que moriría bajo mi pie —declaró.

Le indiqué que me siguiera y regresé por el camino que había utilizado Will. Cada paso hacía que mi corazón golpeara incesantemente contra mi pecho. Imágenes de mis peores temores acechaban mi cabeza. Galen aparecía en una de las esquinas. Kenzy nos paralizaba en medio del corredor con algún hechizo.

—No puedo creer que me haya dejado engañar por Edward, Galen… Ni siquiera sabía acerca de los Antiguos. De solo pensar que besé a ese cretino… —Sacó la lengua poniendo expresión de asco.

—Debí decírtelo, todo esto es mi culpa. Nunca pensé que iría detrás de ti o de Lucy para usarlas en algún ritual —dije—. Si pudiera clavar esto en su pecho.

Sujeté el abrecartas con fuerza, aferrándome a mi única arma. Nos mantuvimos juntas, y cruzamos la cocina en silencio. Había memorizado la ubicación exacta de la puerta principal, por lo que encontrarla no fue un problema. Logramos llegar hasta ella y por algún milagro las llaves estaban puestas.

Tiré del picaporte de manera tan cuidadosa que nos llevó más de un minuto abrirla lo suficiente como para pasar por ella.

El aire de la noche fue una bendición tan grande que debí contenerme para no bailar en victoria. Alyssa levantó sus brazos hacia el cielo, feliz de haber dejado su prisión. Los jardines estaban iluminados por unos pocos reflectores. Parte de la luna se asomaba entre las nubes oscuras.

—Aléjate lo más posible y busca ayuda. Regresaré por Lucy e intentaremos encontrarte —dije.

—Madi…

Me envolvió en otro abrazo.

—Gracias por sacarme de allí. —Su voz se puso emocional—. Podrías haber escapado por tu cuenta, en vez de arriesgarte a ir por mí. Sé que no somos tan cercanas como tú y Lucy. Tener una amiga como tú… gracias.

—Por supuesto que no iba a dejarte allí. Debes apresurarte, estás en más peligro que yo —dije dándole un empujoncito.

—Buscaré ayuda.

Me dedicó una mirada llena de fiereza y lealtad.

—Te alcanzaré pronto —dije.

Alyssa dio un paso hacia el jardín y se congeló por completo. Sus piernas estaban tan rígidas que se veían como rocas.

—¿Qué espe…

Una sombra nos observaba a unos metros de distancia. Se asemejaba a un perro. La tenue luz de los reflectores revelaba orejas caídas y largo pelaje negro.

El aire se volvió frío contra mi nuca, envolviéndome en una sensación tan calma como letal. El viento susurró a mis oídos y los oscuros ojos del animal me robaron partes de mi alma.

El tiempo se detuvo. El perro negro nos observó detenidamente. Su cuerpo envuelto en una fantasmagórica neblina que aparentaba desprenderse de su pelaje.

Y entonces lo supe, alguien moriría.

La certeza me pesaba contra los hombros. Disminuía los latidos de mi corazón. La muerte vendría por nosotras y aquel espectro nos estaba dando unos días de ventaja.

—El perro negro.

La voz de Galen me sacó del trance. La neblina se disipó sin dejar rastros del animal. Los sonidos de la noche regresaron y el tiempo transcurrió de nuevo.

Pasé de apenas respirar a inhalar bocanadas de aire de forma agitada. No sabía cómo explicar lo que había sucedido o aquella certeza de que una de nosotras moriría.

—Noventa años de vida y es la segunda vez que lo veo. El perro negro.

—¿El Grim? —dije volviéndome a él.

Asintió.

—Ese es uno de sus nombres.

Verlo allí me hizo reaccionar. Estábamos en medio de un escape.

—Nunca sentí algo así. Vamos a morir —dijo Alyssa.

Su rostro se veía pálido. El miedo dominaba sus ojos. Me apresuré hacia ella, y sacudí su brazo para recordarle que debía huir.

—Aly, debes salir de aquí —le susurré.

Una pequeña silueta se asomó desde la puerta, posicionándose detrás de Galen. La inocencia había dejado su infantil rostro y había sido reemplazada por una sonrisa traviesa.

—¿Estuve bien? —preguntó Will.

—Brillante —respondió su padre.

Los observé boquiabierta, la realidad golpeó mi cabeza. El niño me había engañado.

—¿Creíste que fallé en notar el objeto filoso que escondías tras salir de la habitación de Lucy? —dijo Galen con una expresión arrogante—. Mads, me conoces mejor que eso. Pensé que sería divertido ver qué harías con él. Cuál era tu idea de un escape. Debes admitir que Will hizo un gran trabajo.

Este imitó la expresión de su padre. El niño era una pequeña réplica de Galen. Cruel y manipulador al igual que él. Reafirmé mi posición frente a Alyssa, levantando el abrecartas. Me dije que haría lo necesario para sacarla de allí, sin embargo, me sentía derrotada. Alguien iba a morir. No podía cambiarlo.

—¿En verdad vas a atacarme con eso?

Galen avanzó hacia mí.

—Ansío dirigirlo a tu corazón. No es una estaca, pero servirá —repliqué intentando sonar ruda.

Aquella sonrisa diabólica se asomó a sus labios. Alyssa continuaba inmóvil detrás de mí. La imagen del perro negro apenas me permitía pensar. De seguro sucedía lo mismo con ella, pero no podíamos darnos por vencidas sin intentarlo.

—¡Corre! ¡Ve! —le dije.

Hizo un gesto con la cabeza y finalmente comenzó a moverse. Galen se abalanzó sobre mí, esquivando mi mano, y pasando su brazo alrededor de mi cuello en una maniobra calculada. Choqué mi codo contra sus costillas, pero el movimiento fue débil. La certeza de que moriríamos hacía que todo se sintiera en vano.

Kenzy no tardó en hacer su aparición, y utilizó su magia contra Alyssa antes de que esta pudiera dejar la propiedad. Llevaba un camisón negro y botas. Debió haber estado esperando para intervenir. Todo era parte del plan para entretenerse con nosotras. Quería maldecirlos de manera reiterada, aunque esas no fueran las palabras que salieron de mi boca.

—El Grim… En verdad existe. Vamos a morir.

El perro negro era un portal a un mundo de tinieblas. Y la fría calma que me envolvió al verlo me hizo creer que no había nada malo en cerrar los ojos y aguardar a que me guiara. Nunca había sentido algo similar, ni siquiera cuando el Club del Grim intentó quemarme y había temido lo peor.

—Va a regresar por nosotras, lo sé…

Kenzy me observó al borde de la risa.

—Gal, creo que tu juguete se rompió —dijo.

Este me quitó el cuchillo de la mano, aflojando la presión de su brazo.

—Regresa a la Gwyllion a su habitación y acuesta a Will —respondió—. Yo me ocuparé de Madison.

—¡Gal! —dijo su nombre como protesta.

—Haz lo que te digo.

Le lanzó una mirada de advertencia y tiró de mi brazo, regresándome al interior del castillo. No peleé. Ni grité. Ni intenté escapar de nuevo. ¿Qué punto tenía?

Galen me guio hasta una habitación en la que no había estado con anterioridad. Un estudio. El gran escritorio que ocupaba el fondo se veía tan clásico como ostentoso. Cada detalle de la madera estaba tallado a la perfección. Cuadros. Libros. Un sofá en una de las esquinas. Todo daba la impresión de valer una fortuna.

Permanecí de pie, sin saber qué hacer. ¿Cómo es que nadie me había dicho que el Grim en verdad existía?

—Eso fue inesperado —dijo Galen—. El perro negro.

No era un mero perro. Tenía la apariencia de uno, pero era mucho más que eso. Era siniestro y misterioso. Una criatura salida de un cuento de terror.

—No quiero morir —murmuré.

Un par de manos sujetó mis brazos.

—Madison, no vas a morir. No era para ti.

Medí sus palabras.

—Alyssa… No quiero que ella muera. No quiero que nadie muera. Esos ojos… Son la muerte…

Los ojos del animal eran ajenos a nuestro mundo. Lo que vi en ellos era imposible de explicar con palabras. ¿Qué era el Grim? ¿Dónde habitaba?

La mano subió por mi brazo y continuó hasta detenerse en mi mentón. ¿Podía ser que el perro hubiera escapado del infierno? ¿Que reconociera a aquellos que estaban destinados a una muerte certera?

Una sensación cálida cubrió mis labios. Galen me estaba besando. Un beso cargado de intensidad y anhelo. Mi ritmo cardiaco se disparó por las nubes, haciendo que saltara hacia atrás.

—¿Qué diablos estás haciendo?

Su expresión irreverente hizo que mis mejillas cobraran color.

—Te traigo de vuelta. Necesitabas algo que te quitara el shock —respondió.

—No eso.

Toqué mis labios, completamente desconcertada.

—Necesito que no mates a Alyssa en un ritual, no que me beses —repliqué.

Eso le sacó una risa.

—Si esperas una disculpa, no vas a recibirla, cariño —dijo poniendo las manos en los bolsillos de su jean negro—. Debería haberlo hecho hace rato.

—Estoy con Michael. Tú tienes a Kenzy.

Me crucé de brazos en una postura defensiva.

—Estamos en la otra parte del mundo, acabas de pasar por una experiencia traumática. Si algo pasara entre nosotros, en ese sofá… O allí… —Sus ojos fueron al escritorio—. Nadie lo sabría. Nunca. No puedes negar la atracción. La sentí en tus labios.

Casi podía ver llamas en aquellos ojos magnéticos. Si mostraba la más mínima inclinación, me tendría en sus brazos en cuestión de segundos.

—Galen, nada va a pasar entre nosotros —dije en tono firme.

Hizo un sonido molesto. Su rostro reveló decepción.

—Vas a arrepentirte. Tal vez no hoy, o mañana, pero algún día. —Hizo una pausa y agregó—: Te ves pálida, te prepararé algo caliente.

Fue hacia un costado del escritorio. Sobre una gran cajonera, reposaba una Nespresso de apariencia moderna que contrastaba con el resto de la habitación. Tomó dos tazas y preparó un café para cada uno.

Opté por permanecer de pie, en vez de dejarme caer en el sofá. Necesitaba a Michael, si solo pudiera estar en sus brazos por unos minutos. Toqué la superficie del brazalete. Mis dedos recorrieron las letras. Michael estaba conmigo, volvería a verlo.

—Aquí tienes.

Galen me entregó la taza y retrocedió hasta el sillón, sentándose. Palmeó el almohadón a su lado, como sabría que haría, y negué con la cabeza.

—Por cierto, buen intento de escape. Pensé que irías por Lucy, aunque debes haber dado por sentado que Devon la protegería. De haber dejado a Alyssa hubieras llegado más lejos. —Me estudió con la mirada—. Admiro tu corazón.

Tomé un sorbo, reconfortándome con la bebida caliente.

—Dijiste que es la segunda vez que ves al Grim. ¿Cuándo fue la primera? ¿Quién murió?

El Antiguo permaneció en silencio. Sus ojos me dieron la respuesta.

—Arielle.

La madre de Will.

—Fue una noche de verano, estábamos paseando por las calles de Londres cuando un perro negro se nos apareció con el sigilo de un espectro. Supe lo que era en cuanto lo vi. —Sus puños se cerraron—. Pensé que se trataba de mí. Dos días después una bruja oscura mató a Arielle. Un sacrificio para robar su belleza.

—Lo siento.

Realmente lo sentía. Nadie merecía perder a la persona que amaba.

—El perro negro solo se les aparece a aquellos que van a sufrir una muerte causada por un evento supernatural. Un ritual, un sacrificio, magia.

Tomé la taza con más fuerza. La calidez de la porcelana generó una sensación agradable contra mi piel.

—Galen, por favor.

—Es tarde. Te escoltaré a tu habitación.