Maisy abrió un bolso sobre la cama y comenzó a guardar ropa de manera cuidadosa. Pantalones, sobretodos, remeras, botas. Me sorprendí ante su elección no tan glamorosa. Maisy Westwood priorizando acción en vez del estilo. El mundo había llegado a su fin.

De no haber gorros de lana con brillo y una cartera de diseñador infiltrados entre las demás cosas, en verdad me preocuparía.

La habitación de Marcus había sufrido una transformación notoria. Principalmente debido a todos los objetos femeninos. Zapatos en los rincones, maquillaje sobre la cómoda, almohadones pastel que creaban un contraste horrendo con el acolchado negro con naves espaciales.

Mais debía estar pensando una manera de deshacerse de él, ya que sus ojos se detenían sobre las pequeñas naves de vez en cuando. Su expresión de desconcierto me daban ganas de reír.

La Orden de Voror había entrado en acción poniendo un avión privado a disposición de Ewan. El tiempo estaba en nuestra contra y necesitaban volar a una ubicación específica en las afueras de Limerick en Irlanda.

Detestaba no poder ir. Incluso había considerado perderme la ceremonia de la Luna Roja. Pero sabía que de hacerlo nuestro aquelarre quedaría debilitado. Una bruja o brujo de cada aquelarre recibiría la bendición de la Luna Roja, lo que fortalecería su magia. Si no lo hacía, seríamos vulnerables frente a los demás.

Eso y había vencido los tres retos. Merecía mi lugar.

Hollín estiró sus patas delanteras, reacomodándose sobre uno de los almohadones. El familiar de Maisy no se veía particularmente feliz en su nuevo hogar. Debía extrañar el jardín con flores y la compañía de Missinda.

Sabía que mi hermana extrañaba su jardín. En los últimos días me había llamado infinidad de veces para darme instrucciones de los horarios en que debía regar sus rosales. Cuidar de esas plantas era un verdadero fastidio.

—¿Estarás bien aquí?

Levanté la cabeza hacia ella.

—Fenomenal —respondí.

—Lyn…

Solo ella podía ver mi rostro y saber lo que en verdad ocurría en mi cabeza.

—Odio a Samuel —dije—. Sabía que elegiría ir por Madison y aun así me decepcioné al oírlo.

—Madison fue gentil con Sam desde que se conocieron, lo ayudó cuando el resto del mundo lo había dado por perdido, es lógico que sienta gratitud hacia ella —respondió Maisy en tono razonable.

—¿Quién lo sacó de esa casa embrujada donde vivía y le consiguió trabajo? Yo —repliqué molesta—. Lo que sea. No me importa. Dan se quedará conmigo.

Daniel Green, mi novio que no era exactamente un novio, me haría compañía. Y no era como si necesitara que un chico cuidara de mí. Los chicos son estúpidos.

—¿Blanco o verde?

Maisy levantó dos suéteres y me los mostró.

—Verde —respondí.

Lo dejó caer en el bolso y levantó a Hollín en sus brazos, frotando la mejilla contra su pequeña cabeza.

—Lyn cuidará de ti, de seguro extrañas dormir junto a Missi.

Hollín y Missinda siempre dormían la siesta juntos en la alfombra del comedor. El familiar ronroneó, moviendo su cola en el aire.

Marcus Delan entró en la habitación, sorprendiéndose al verme allí. Llevaba una gran mochila y una pila desordenada de ropa. Equipaje liviano. Aguardé algún comentario tonto, pero apenas se esforzó por saludarme con una sonrisa. Se veía… serio.

—¿Listo para ir a rescatar a Ashford? —pregunté.

Forzó la ropa dentro de la mochila y luego agregó un par de zapatillas y el pasaporte.

—Ella y Lucy van a estar bien. Vamos a traerlas de regreso —dijo más para sí mismo que para mí.

Maisy fue a su lado y besó su mejilla.

—Vamos a ir por ellas —le dijo en tono tranquilizador.

Mi hermana siempre elegía sus palabras con cuidado. Nunca daba falsas esperanzas. No iba a prometerle que estarían bien cuando no tenía certeza de ello.

—Saldremos hacia el aeropuerto en dos horas —dijo Marcus.

La dejó ir y luego de un momento la sujetó en sus brazos de nuevo, apoyando su frente contra la de Maisy.

—Te amo por venir conmigo —murmuró.

—Por supuesto.

Solo faltaba un corazón pintado sobre sus cabezas. No sabía si suspirar o vomitar. La demostración de afecto se extendió unos momentos más y luego Marcus dejó la habitación. La pantalla de mi celular se iluminó, revelando un mensaje de mi madre. «Pasaremos por Boston a las 18:00, Lyni. Repasaremos todo lo que debes saber para la ceremonia.»

Genial. No vendrían hasta Boston solo para eso. Percibía una larga charla totalmente innecesaria acerca de mi futuro. Aún había tiempo de escapar a Irlanda.

—Debo irme.

Fui hacia mi hermana menor, reposando las manos en sus hombros.

—Mais, ten cuidado. Haz lo que puedas por ayudar, pero no hagas nada tonto. —Hice una pausa y agregué—: No pongas tu vida en riesgo para salvarlas.

— Lyn…

—Primero cuidas de ti y luego ayudas a los demás. Prométemelo. Dime que vas a regresar con tus rizos intactos —dije en tono firme.

Rio un poco, abrazándome con fuerza.

—Lo prometo.

Una vez que dejé el departamento de Marcus me acerqué hacia la puerta que daba al de Madison. No podía decidir si quería despedirme de Samuel. ¿Qué le diría? ¿Te odio por poner otras chicas por delante de mí? ¿Si no regresas a salvo iré hasta Europa a patear tu trasero?

No. Algunas cosas era mejor no decirlas.

Me estaba convenciendo de ir hacia el ascensor cuando la puerta se abrió de manera abrupta. Samuel Cassidy me observaba desde el otro lado. No estaba segura de si había sido su magia o la mía. Mis emociones corrían tan intensamente que una sensación de estática cosquilleó en mis manos.

Si me permitía hacer lo que sentía, correría hacia él y lo besaría hasta cansarme. La tentación era grande.

Samuel se balanceó sobre sus pies. Sus ojos me llamaban al igual que la luz de un faro a un barco que perdió su camino.

—¿Quieres pasar?

—No.

Si iba hacia él, no podría contenerme. No merecía que lo besara. No hasta que me diera el mismo lugar que le había dado a Cecily. Hasta que me demostrara la misma lealtad que tenía por Madison. Si no comenzaba a quererme a mí misma, él tampoco lo haría.

—Puedo hacerte un macchiato —se ofreció—. Nunca dibujé un zapato en la superficie, pero puedo intentarlo. Te gustan los zapatos.

Movió un poco su pie, inseguro de qué hacer.

—Tengo cosas que hacer. Ya me despedí de Maisy y ahora debo regresar —respondí.

—¿Qué hay de mí?

—Buen viaje, ten cuidado.

Mantener mi voz neutra fue difícil. Samuel dio un paso hacia adelante con una expresión triste. Odiaba lo que su rostro hacía conmigo: la necesidad de hacerlo sentir mejor.

—No… No la estoy eligiendo a ella en vez de a ti. Esto no es sobre elecciones. No voy a perder a Rose, no puedo perder a nadie más. —Hizo una pausa—. Tú estás aquí, Lyn. Sé que estarás bien.

Tragué saliva. «Quédate donde estás, se fuerte.» Me tomé unos momentos para mirarlo, para recordar todo lo que amaba acerca de él. Cada condenado detalle.

—Tienes razón, estaré bien.

Aparté mis ojos para evitar que su mirada me disuadiera. No respondió. El silencio se prolongó demasiado, tornando la situación más incomoda.

—«Menos tú y yo, todo huye, todo muere, todo pasa… Todo se apaga y extingue menos tus hondas miradas» —recitó—. Tú puedes ser eso para mí.

—Tú has sido eso para mí durante años —repliqué.

Mi mirada continuaba en la pared, en cualquier cosa menos él.

—Mantente lejos del alcohol y usa lo que te queda de sentido común, Samuel. —Bajé el tono de voz y agregué—: Si algo te sucede, nunca te lo perdonaré.

Me volví hacia el corredor, decidida a llegar hasta el ascensor sin mirar atrás.

Para cuando mis padres pasaron por la casa me encontraba del peor humor posible. Algunas de las flores de Maisy habían comenzado a marchitarse; detestaba ocuparme del jardín, no podía quitarme a Samuel de la cabeza, y el mundo en general apestaba. Y como si eso fuera poco, mis padres se encontraban sentados en el sillón frente a mí intentando controlar mi vida. La rebelión de Maisy los había estremecido a tal punto que temía oír cualquier palabra que saliera de su boca.

El discurso de mi padre había sido algo así: «Tu madre y yo no sustentaremos un estilo de vida que menosprecie nuestro legado, nuestras tradiciones. Hasta que tu hermana no haga lo correcto y se disculpe por sus errores, ya no tiene parte en nuestra familia. En lo que respecta a ti, jovencita, tienes dos opciones. Nos has sorprendido a todos con un buen desempeño en el Festival de las Tres Lunas e incluso estás en pareja con el joven Green. Por lo que puedes continuar por el buen camino y regresar a Danvers. Asistir a la universidad estatal de Salem. O, puedes quedarte en esta ciudad, la cual no está haciendo más que contaminar tu cabeza, y pagar los impuestos de esta casa y Van Tassel tú misma».

Me rehusaba rotundamente a regresar a Danvers. Me gustaba mi vida allí. La ciudad, las clases en Van Tassel, estar cerca de las personas que más quería. Pero necesitaría al menos tres trabajos para pagar por la casa y el próximo semestre de la universidad. Victor Westwood lo sabía. Podía verlo en su expresión arrogante.

—Me convertiré en la bruja principal del aquelarre y estoy saliendo con Daniel cuya familia es perfectamente aceptable. ¿No es suficiente? Puedo continuar haciendo esas cosas y vivir aquí —protesté.

Eso si Samuel no aparecía borracho en mi puerta y me profesaba su amor eterno.

—Mis calificaciones son buenas y me quedan dos años para terminar. ¿Cómo esperan que genere mis propios ingresos y maneje alguno de los negocios familiares sin un título universitario? —me quejé.

—Lyn tiene un punto, Vic. Su educación es importante —di­jo mi madre.

Me sonrió un poco, mostrando simpatía.

—Es solo una excusa para permanecer aquí y salir a discotecas, mujer. A Lyn nunca le importó lo académico —respondió este en tono severo—. Y de hacerlo puede regresar a la universidad estatal de Salem. El nivel es bueno y nos ahorraría dinero.

Missinda dejó escapar un bufido que expresaba a la perfección cómo me sentía. La gata había estado sentada a mi lado, mirando a mis padres con una mezcla de aburrimiento e indignación.

—No voy a regresar —declaré—. Me gusta mi vida aquí. Mis clases, amigos, estar cerca de Maisy y Michael.

Lena hizo un sonido similar a un sollozo.

—Maisyita era una niña tan buena…

Por los cielos.

—No está muerta, madre. Está feliz —repliqué.

Mi padre se puso de pie. La expresión en su rostro pasó de severa a aterradora. El hombre sabía cómo darme escalofríos.

—Suficiente. Prepara tus cosas, Lyn. Vendrás con nosotros —dijo—. Y en lo que respecta a tu hermana, tienes prohibido hablar con ella.

Algo se comprimió en mi pecho, desencadenando un espiral de recuerdos en mi cabeza. Mi padre diciendo que «era una depravada sexual» por mi disfraz de Halloween, Maisy llorando en su cama, la conversación telefónica con la madre de Madison.

Tomé aire. Iba a lamentar mis palabras cuando estuviera trabajando veinte horas al día para pagar por todo.

—Suficiente es la palabra correcta. Son mis padres, se supone que deben querer lo mejor para mí, felicidad, pero lo único que han hecho es hacerme sentir menospreciada. Ahora mismo me sofocan en mi propio hogar. Pasé noches y noches viendo a Maisy ahogarse en sus propias lágrimas. Mi hermana menor sufre por su culpa, por sus reglas —dije—. Ella es quien tiene mi lealtad. Haré lo necesario para continuar mi vida aquí y tomar mis propias decisiones.

Juraría que mi padre consideró estrangularme. Me observó completamente estupefacto, pequeñas venitas rojas aparecieron en sus ojos.

Lena llevó las manos a la boca, conteniendo otro sollozo. Sabía que mis palabras eran verdad, que eran responsables por hacernos sentir miserables. Tomó un paquete junto a su cartera y me lo entregó. Su rostro era una mezcla de tristeza y resignación.

—Esto es para la ceremonia. Debes usar rojo y pensé que te iría bien. —Hizo una pausa y agregó—: Estoy orgullosa de ti, Lyn.

—¡¿Orgullosa?! ¡¿Te has vuelta sorda, Lena?! —estalló mi padre—. ¡Has oído la forma en que nos habló!

—¡No le levantes el tono de voz de esa manera! —le espeté.

Puse mi mano sobre la de ella y tomé el paquete, murmurando «Gracias». Esta asintió y fue hacia la puerta. Mi madre no era una mala persona. Años de tradición y matrimonio con mi padre la habían vuelto lo que era y no iba a cambiar. Sabía que, en el fondo, muy en el fondo, compartía nuestra angustia.

—A partir del mes que viene estás por tu cuenta. No quiero saber de ti a menos que esté relacionado con asuntos de la comunidad —dijo Victor—. Perdiste mi respeto hace años, si haces algo para arruinar tu posición en el aquelarre o el compromiso con Green, perderás mi apellido.

Aguardé a que desapareciera por la puerta de entrada y dejé que una lágrima escapara. Detestaba que sus palabras me dolieran. Sabía que nunca me había visto con respeto o admiración, pero oírlo de su boca era una patada en el estómago.

Necesitaba a Mais, a Mic, a Samuel. Y todos ellos se encontraban en camino a un avión que los alejaría de mí.

—Soy Lyn Westwood, puedo hacerme cargo de mí misma —me dije.

Missi frotó la cabeza contra mi mano.

—Y te tengo a ti —dije acariciándola.

Hollín, quien había estado escondido bajo el sillón desde que mis padres estacionaron, salió de su escondite y vino a mi lado.

Consideré buscar una botella de vino y llamar a Dan. Normalmente no dudaría en hacerlo para sentirme mejor por al menos unas horas. Sin embargo, ese día era diferente. Necesitaba ser fuerte para respaldar mi decisión. Necesitaba un plan; alcohol y sexo no ayudarían en nada.