Aguardé a que los waffles se doraran y los coloqué en un plato con crema batida y frutillas. Luego acomodé el pequeño camisón de seda que había tomado prestado de Lyn y sacudí mi pelo.
Aquel cobertor de naves espaciales iba a irse. Marcus se había mostrado más resistente de lo que había anticipado por lo que era hora de cambiar de táctica.
Entré en la habitación y me senté al borde de la cama, dejando que el camisón hiciera su trabajo. Las cortinas estaban abiertas a medias por lo que había suficiente luz para que pudiera verme.
—Marc… Te traje el desayuno.
Este estiró los brazos y se destapó. A pesar de nuestras diferencias, ver su rostro cada mañana era una de las cosas que más me gustaban de vivir con él. El hecho de que durmiera sin remera también era un lindo detalle.
—¿Me trajiste el desayuno a la cam…?
Sus ojos me recorrieron lentamente. Revolví la taza de café sin darme por aludida.
—Olvida el desayuno, te quiero a ti —dijo en tono suave—. ¿Cómo es que nunca vi ese camisón antes?
—Es nuevo.
Marc gateó hasta el borde de la cama y me puse de pie antes de que pudiera alcanzarme.
—Pensé que podíamos hablar el tema del cobertor, sabes lo mucho que me gustaría poder cambiarlo por el mío; el celeste iría bien con las paredes y tengo estos pequeños almohadones beige…
—¡Esto es una emboscada! —dijo alarmado.
—Marc, ese cobertor es espantoso… No hay otra manera de decirlo.
Tomó el plato de waffles, retrocediendo hasta el cabezal de la cama. Dio un mordisco antes de hablar, y luego otro, y otro, hasta terminar el primer waffle.
—Esto está muy bueno. —Se lamió los dedos y agregó—: Aunque Lucy siempre le agrega un poco de miel.
Al menos había dicho Lucy y no Madison. Respetaba la comida de Lucy.
—Tengo una propuesta —dije en tono diplomático.
—La alianza rebelde no cede —respondió Marcus.
Lyn dijo que eso sucedería. También había dicho que, si movía mi pelo hacia un costado y exponía mi espalda, cambiaría de parecer.
—Si no te interesa, iré a cambiarme.
Caminé decidida hasta la puerta.
—¡No! ¡Espera!
Dejó escapar un suspiro con resignación y volvió a adelantarse hasta el borde de la cama. Mantuve mi distancia, sabiendo que si me acercaba me atraparía en sus brazos en cuestión de segundos. Todavía no entendía por qué encontraba tan atractivo que se comportara al igual que un gorila. Era un misterio.
—¿Qué propones? —preguntó—. Y sé breve, princesa. En lo único que puedo pensar es en quitarte ese camisón.
Cuando me hablaba así en lo único que podía pensar era en que me lo quitara. Me enfoqué en el objetivo de todo esto: deshacerme del cobertor.
—Propongo tener dominio de la cama, lo que implica la elección de sábanas, cobertor y almohadones, y dejaré el living como está —dije.
Al menos por un tiempo, una batalla a la vez.
—¿Qué tal si alternamos los cobertores cada semana? —preguntó en tono persuasivo.
Moví la mano contra la tela, exponiendo más de mis piernas.
—No lo sé, sabes que me gustan los tonos pasteles…
—Mais, me estás matando.
Saltó de la cama y me moví hacia la puerta, haciendo una señal de advertencia con mi brazo.
—Ni un paso más —dije en tono serio.
—¿Por qué estoy negociando contigo? —preguntó poniendo una voz peligrosa.
El brillo en sus ojos decía que estaba en problemas. Me corrió por todo el departamento hasta que me quedé sin muebles que rodear y logró atraparme. Peleé para soltarme, pero la forma en que me cargó en sus brazos hizo que me rindiera.
—Puedes tener la cama, te ves bien en ella —dijo bajándome sobre las almohadas—. Pero el living se queda como está y ni si siquiera pienses en reemplazar mi tostadora de Darth Vader.
—Trato.
Corrió un mechón de mi pelo, rozando sus labios contra los míos.
—¿Por qué no puedo resistirme a tus encantos, Maisy Westood?
—La pregunta es por qué no puedo resistirme a los tuyos —repliqué—. Aquella sonrisa aniñada, esos adorables hoyuelos, tu forma de ver el mundo.
Se recostó sobre mí, paseando sus manos por el camisón. La forma en que me besaba me hacía olvidar de todo. Podía besarlo por horas. Su respiración contra la mía era una melodía que me llevaba a lugares maravillosos.
Pasamos la mañana del sábado en la cama y la tarde acomodando el departamento. Finalmente pude arreglar la cama como a mí me gustaba. El mullido acolchado de plumas de un tono celeste pálido que había pertenecido a mi antigua cama complementaba la habitación de una linda manera. Tuve que contenerme con los almohadones y poner solo dos de color beige, Marc nunca me dejaría poner el rosa sin importar lo que llevara puesto.
Estábamos mirando una de las series que le gustaban sobre un sujeto con un antifaz verde disparando flechas cuando alguien tocó por la puerta. Y por tocar me refería a golpear la madera de manera ruda e incesante. Si era otra de las amigas de Marc que no estaba al tanto de que ya no estaba disponible, cerraría la puerta en su cara. Solo pensar en el episodio que había tenido con Melissa Wall me ponía de mal humor.
Respiré con tranquilidad, estirando mi mano hacia el picaporte. Mi hermana estaba del otro lado, aguardando con una mirada impaciente. Había una gran valija junto a su pierna y Missinda estaba sentada sobre ella con una expresión idéntica a la de Lyn.
Su mirada me dijo todo. Estaba a dos segundos de explotar algo o golpear a alguien. La pequeña chaqueta que combinaba con los mitones negros eran evidencia suficiente.
—No. No, no, no, no, no —dijo Marc horrorizado—. Una Westwood es más que suficiente.
Lyn pasó a mi lado, ignorándolo.
—No puedo pagar por la casa y por el próximo semestre de Van Tassel. Horas de trabajo y con suerte puedo cubrir la lista del supermercado y un nuevo atuendo —dijo con desesperación—. Victor sabe que las cuentas llegaron hace unos días y de seguro está esperando que regrese a Danvers. Lo cual no va a suceder.
Missinda inspeccionó la habitación con ojos críticos y finalmente se movió a paso lento hacia el sillón donde dormía Hollín.
—Noooo. Acepté que Hollín se apropiara de la mitad del sillón porque es pequeño y simpático, esa gata me da escalofríos —dijo Marcus.
Esta bufó, mostrándole las garras
—No eres nuestra primera eleccion de vivienda —dijo Lyn—. No teníamos adónde ir.
—Tu primo tiene habitaciones libres, ¿no quieres una excusa para pasar más tiempo con Samuel? —dijo Marc en tono persuasivo.
Admitía que coincidía con él. Pensé que Lyn estaría contenta de vivir bajo el mismo techo que Sam.
—Dios, no. No quiero ver su triste rostro todos los días. Además, Victor le prohibió a Rebeca que me ayudara —replicó.
—Sabes que la tía no toma órdenes de nadie, menos de nuestro padre —dije.
Descartaría sus palabas en segundos.
—Lo sé, pero no es el momento para generar presión y no quiero meter a Mic en problemas —respondí—. Con todo este asunto de la Estrella Negra, puedes sentir la tensión de solo respirar el aire.
Lyn estaba en ese lío por defender mis acciones. Todas las complicaciones que estaba enfrentando eran el resultado de su lealtad hacia mí. Mi hermana siempre estaría de mi lado al igual que yo siempre estaría del de ella.
—Te ayudaré en todo lo que pueda —dije abrazándola.
—Lo sé.
Era extraño que estuviéramos a la misma estatura. Lyn había estado usando botas con taco más bajo desde el ataque en la Luna Roja. La caminata de regreso en verdad debió ser larga.
Marcus se agarró la cabeza entre las manos. Sus ojos iban de Missinda a mi hermana, a la gran valija a su lado.
—¡Espera! ¡Puedes quedarte con Ashford! —exclamó con demasiado entusiasmo—. La habitación de Lucy está vacía.
—No es una mala idea, estarás más cómoda que aquí —dije.
—Mads regresará pronto, pero no le importará. Está acostumbrada a vivir con otra chica —continuó este.
Su rostro decía lo contrario. Ambos sabíamos que Lyn y Madison viviendo juntas involucraría drama y peleas. Lyn lo consideró, jugando con un mechón de su pelo.
—Supongo que no es el peor lugar —respondió.
Marc levantó los brazos hacia el techo con una expresión triunfal.
—Mads me dejó una llave en caso de emergencia.
Hurgó dentro de un frasco de porcelana que decía «Galletas» hasta dar con un juego de llaves con un llavero de los Puffins de Van Tassel. Luego cargó la valija en dirección al pasillo y llamó a Missinda como si fuera un perro.
—Debería regresar a mi plan original y robar un banco —dijo Lyn.
—Resolveremos esto sin hacer nada ilegal —respondí.
El departamento de Madison se veía prolijo, debió limpiarlo antes de regresar con sus padres. Seguimos a Marc hasta la habitación de Lucy, donde acomodó la valija en el suelo. Todo se veía femenino y ordenado. El gran estante con libros, la colección de perros de porcelana en el escritorio, la cómoda con delicadas flores lilas pintadas en los cajones.
—Mads y yo pintamos esas flores —dijo Marc orgulloso.
Pasé mi mano por ellas, estudiándolas.
—Tal vez puedas hacer algo así en el armario de la habitación. La flor de lis iría bien —dije.
—Pondré mis manos a la obra, princesa —dijo palmeando mi trasero.
Lo reprendí con una mirada y Lyn se rio.
—Estaré al lado —dijo ansioso por salir de allí—. Lyn, por favor intenta no cambiar la habitación demasiado. Y no tires nada que sea de Lucy.
—Por supuesto, no soy algún animal sin límites —le espetó esta.
Subimos la valija al borde de la cama y comenzamos a acomodar sus cosas. El contraste entre el vestuario de Lyn y el de Lucy no podía ser más drástico. Al menos no había forma de que confundieran su ropa.
No podía decir que aprobaba el estilo de Lyn, pero debía admitir que era tan hermosa y sensual como para robar el corazón de cualquier chico que eligiera. Samuel era el único que había probado ser un reto. Tal vez esa era la razón por la que se había enamorado de él.
Lyn tenía tanto para ofrecer: lealtad, valentía, determinación, sentido del humor. Y sabía que Samuel lo vería, no se detendría en el buen cuerpo y los zapatos altos.
—Esta habitación grita princesa de Disney —dijo Lyn guardando una caja musical en los cajones.
Reí.
—¿Por qué no fuiste a lo de Mic? ¿Sigues molesta con Samuel? —pregunté.
—Cada vez que lo veo quiero arrancarle la remera y empujarlo a una cama —dijo con frustración—. Lo cual no envía el mensaje correcto.
—¿Qué mensaje sería ese?
—Que sigo enfadada con él y estoy esperando que haga algo para demostrarme que le importo.
Observé a mi hermana tomar un pequeño perro negro con un listón rojo en el cuello y ponerlo junto al marco de la ventana. Lo hizo de manera casual, restándole importancia, pero la conocía lo suficiente como para saber que no cargaba animales de felpa. No sin un muy buen motivo.
—Sam estuvo veinte minutos eligiéndolo. Continuaba diciendo que los demás tenían una mirada insulsa, mientras Marc insistía que todos se veían iguales —dije.
Lyn intentó ocultar una sonrisa.
—¿Qué piensas de Dan? —preguntó unos minutos después.
—Que estás con él porque Samuel es demasiado complicado e impredecible. —Hice una pausa y agregué—: Y que estuvo con una excesiva cantidad de chicas.
Conté mentalmente los nombres que sabía con certeza, la lista era más larga que la de Lyn.
—Es lindo y se preocupa por mí —dijo para sí misma—. Por otro lado, lo único que quiere hacer es ver deportes, tener sexo e ir a bares.
Puse una expresión que respondía por mí. Una de las cosas que adoraba de Marc era que fuera tan apasionado sobre sus intereses. Lo veía en su mirada cuando dibujaba, en su sonrisa calma y feliz. Podía perderse en su trabajo durante horas.
—Lyn, mereces más que eso —le aseguré.
Se concentró en acomodar sus revistas en el escritorio de Lucy. Apenas podía creer que se estuviera mudando aquí, que yo estuviera viviendo enfrente. Quería creer que mis padres no nos odiaban por las decisiones que habíamos tomado. Los extrañaba. Era la primera vez que pasaba tanto tiempo sin hablar con mi madre. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que presionara su nombre en el celular? ¿Estaría contenta de oírme?
—Necesitamos planear los próximos meses —dijo Lyn pensativa—. Iremos al banco y sacaremos un crédito, una poción de persuasión hará el truco. Eso y nuestro encanto.