Tener dieciocho llamadas perdidas no podía ser bueno. Con eso me encontré tras resultar victoriosa en el último reto del Festival de las Tres Lunas. Al menos diez llamadas de Michael, una de Ewan Hunter, dos de Maisy, y el resto de Samuel. ¿Se aproximaba el fin del mundo y no me había enterado?

Mis padres apenas habían tenido tiempo de halagarme por mi victoria antes de que mi tía, Rebeca Darmoon, interrumpiera el momento con preguntas sobre Madison. En los minutos que siguieron logré deducir el resto de la información a partir de una serie de mensajes de voz y de texto.

Aparentemente, Madison y Lucy habían desaparecido. Un sujeto llamado Galen estaba involucrado. Mi primo Michael había roto el maleficio Corazón de Piedra. Y mi hermana menor, Maisy, había decidido tomarse unos días de vacaciones con Marcus Delan.

Todo sonaba absurdo. Le pedí a Daniel Green que me llevara a la casa de Madison, ya que en su último mensaje Michael decía que estaría allí buscando más pistas.

Durante el trayecto en auto llamé a Maisy varias veces solo para dar con el contestador automático. El hecho de que hubiera decidido irse con Marcus no dejaba de sorprenderme. Maisy nunca haría algo así. Necesitaba hablar con ella y oírla confirmar las palabras de su mensaje de texto.

«Lyn, no puedo seguir viviendo de esta manera, con todas estas reglas. Me iré con Marc a su casa de Washington por unos días. Necesito estar con él. Tenías razón, es hora de enfrentar a nuestros padres. Te quiero.»

Daniel dijo algo y asentí sin siquiera saber a qué estaba asintiendo. Mis padres ya estaban molestos porque Mais había faltado al último reto del festival, cuando se enteraran de que estaba con Marcus en otro estado perderían la cabeza.

—Si sigues presionando la pantalla de esa manera, vas a romper el celular —dijo Dan.

Lo regresé a mi cartera con un gesto exasperado.

—Aparentemente alguien secuestró a Madison y a Lucy. Necesito saber que mi hermana está bien —respondí.

Manejó en silencio, siguiendo mis indicaciones, hasta el departamento de Madison. Daniel Green era el brujo con el que había estado saliendo. Tenía esponjoso pelo castaño y grandes ojos marrones como los de un cachorro. Era atractivo, en ocasiones divertido, y algo mujeriego. Si era honesta, solo salía con él para apaciguar a mis padres y porque me gustaba la atención. Eso y el hecho de que sabía cómo complacer a una chica.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Dan.

—No. Michael sonaba furioso, es mejor si voy sola —respondí, abriendo la puerta.

—Llama si necesitas algo, bonita.

Le lancé un beso mientras bajaba, me apresuré hacia el edificio y luego al ascensor. La escena que encontré al entrar por la puerta principal me detuvo donde estaba. Michael y Ewan Hunter se encontraban en el medio de alguna discusión. Ambos tenían expresiones que daban miedo. Samuel estaba sentado en el sillón con ojos de tragedia. Y el gato negro de Madison y la perrita de Lucy estaban echados sobre el suelo emitiendo sonidos tristes.

—¿Qué está sucediendo? —pregunté.

Pensar que debería estar festejando mi victoria y el hecho de que lideraría nuestro aquelarre.

—Madison no está por ningún lado. Tampoco Lucy —dijo Michael—. Encontré esta carta en su mesita de luz, estoy bastante seguro de que ese cretino está involucrado.

Lo observé mientras me extendía el papel. Sus ojos ya no se veían tan oscuros y definitivamente había emociones en su rostro. El maleficio estaba roto.

—Te extrañé, primo.

Mic hizo una mueca con los labios y puso la carta en mis manos. La leí.

Si algo llegara a sucederme, es importante que sepan lo siguiente:

la noche que fuimos al Ataúd Rojo, aquel humpiro llamado Alexander era en verdad un Antiguo llamado Galen. Un humano que vivirá muchos más años que el resto de las personas ya que toma sangre de poseedores de magia, de brujas.

Después de las vacaciones de Navidad me encontró en Van Tassel y usó algún tipo de hipnotismo para controlar mis acciones. Me obligó a darle mi sangre y a mantener su identidad en secreto.

Eventualmente logré romper ese control, pero continúa apareciendo. Sé que debería haberles dicho, sobre todo a ti, Michael, lo siento. Tengo miedo de que el maleficio haya funcionado y sé que Galen puede ayudarme a encontrar una solución.

No confío en él. Si algo llegara a pasarme, sepan que probablemente esté relacionado con él. No solo tiene habilidad con la hipnosis, sino que es inteligente y manipulador.

Lucy, tú lo conoces como Dorian, se hizo pasar por un compañero mío de Van Tassel.

Lamento haberles ocultado esto.

Los quiero.

Madison

—¿Un Antiguo? ¿Los Antiguos existen? —pregunté.

—Sí. Son reales y no es coincidencia que esto pasara tan próximo a la Luna Roja —dijo Ewan—. Estoy intentando ponerme en contacto con alguien de la Orden. Necesitamos toda la información posible.

Tenía un celular en su mano y estaba presionando los números con la misma fuerza que yo había utilizado para llamar a Maisy.

—Sigue intentando —ordenó Michael.

—¡Es lo que estoy haciendo! —replicó Ewan.

Recordé la noche en la que fuimos al Ataúd Rojo.

—¿Se refiere al sujeto con el que peleaste aquella noche? ¿Alexander? —pregunté.

—Su verdadero nombre es Galen —respondió Mic.

Se paseaba por la cocina al igual que un animal en una jaula. Sus puños estaban cerrados, marcando sus venas. Su magia estaba a momentos de salirse de control.

—Debemos encontrar a Rose.

Samuel se estaba lamentando desde el sillón. Samuel Cassidy era la patética alma de la que estaba enamorada. Era extraño, triste, melancólico, y un borracho en recuperación.

Verlo trajo recuerdos de nuestro último encuentro y aquel mágico beso en el pórtico de mi casa. Por supuesto que luego de tal maravilloso suceso todo se iría al demonio.

Me senté a su lado, apoyando mi mano en su espalda.

—Madison sabe cuidar de sí misma, va a estar bien —dije.

—¿Por qué alguien intentaría lastimarla? Rose es… Un ángel.

Mechones de pelo oscuro caían sobre su frente tapando sus ojos. ¿Un ángel? Eso era un poco excesivo. Michael lo observó por unos momentos y luego continuó paseándose. ¿Cómo era que Madison siempre tenía la atención de todos? ¿Debía ser secuestrada por algún lunático para que Samuel se preocupara por mí?

—He estado llamando a Maisy, pero su celular se encuentra apagado. El de Marcus también —dije—. ¿Creen que en verdad se fueron juntos?

Ewan estaba demasiado ocupado en alguna conversación telefónica y Samuel continuaba lamentándose.

—¿Mic?

Le llevó un momento recordar mis palabras.

—Probablemente. —Hizo una pausa y agregó—: Madison y Marcus son cercanos. De seguro pasaron tiempo juntos cuando yo estaba bajo el maleficio, tal vez le contó sobre Galen.

Buscó su celular.

—Le dejaré un mensaje. En cuanto sepa lo que sucedió de seguro regresará —dijo.

—Por supuesto, todos corren tras Madison al segundo en que está en peligro… —respondí.

Michael me miró extrañado y continuó con la llamada. Tomé un mechón de pelo y lo enrosqué en mis dedos. No era como si no estuviera preocupada por ella y su amiga Gwyllion, eran las palabras de Samuel que continuaban repitiéndose en mi cabeza, «Rose es un ángel».

Veinte minutos después y la escena no había cambiado. Ewan Hunter habló con varios miembros de la Orden de Voror, que prometieron llamarlo con información en las siguientes horas. Michael continuó paseándose, su rostro oscilaba entre el enojo y la desesperación. Y Samuel se encontraba abrazado a uno de los almohadones, murmurando incoherencias.

—Dudo que vayamos a hacer progreso y es tarde, necesito descansar —dije poniéndome de pie.

Ewan, quien había estado sentado en una silla con una postura estoica, asintió.

—No hay nada que podamos hacer hasta tener más datos concretos. Es mejor si todos descansamos unas horas y continuamos mañana —dijo.

Se veía tan serio que era alarmante. Michael asintió y salió por la puerta sin siquiera despedirse. Sus cambios de humor me estaban dando dolor de cabeza. Había pasado de desalmado a bomba de emociones en cuestión de horas.

—Dadas las circunstancias, me siento un poco insegura yendo a casa sola —mentí.

Solo necesitaba que Ewan dijera las palabras correctas.

—Lo siento, debo regresar al departamento, mi padre está en una misión en otro país y hay cosas por hacer. De seguro Samuel puede acompañarte —respondió en tono cortés.

Bingo. Samuel levantó la cabeza ante la mención de su nombre. A juzgar por su expresión había estado perdido en sus caóticos pensamientos.

—Ewan cree que es mejor si me acompañas a casa —dije con una expresión inocente.

Sus ojos celestes se enfocaron en mí.

—¿Tienes cervezas? Podría beber un poco —murmuró.

—Estaba pensando en eso mismo —repliqué.

Nos llevó un rato encontrar un taxi en la calle y llegar a mi casa. El jardín se veía silencioso y oscuro. De estar Maisy en la casa, hubiera prendido las luces de la entrada. No podía concebir que mi hermana no estuviera allí dentro. ¿Qué haría sin ella? Rara vez nos separábamos. ¿Con quién hablaría durante el desayuno?

Abrí la puerta principal, dudando por un momento antes de entrar. No quería una casa sin Maisy. Negué con la cabeza. ¿Desde cuándo era tan dependiente? Era Lyn Westwood, de seguro podía estar unos días sin mi hermana menor.

Prendí la luz del comedor, indicándole a Samuel que aguardara allí. Necesita saber si en verdad se había ido. Me dirigí a la habitación de Maisy y abrí su armario. Faltaba bastante ropa y había menos zapatos. Era fácil notarlo cuando tenía todo ordenado por tonalidad de colores. Tampoco vi rastros de Hollín, sabía que de haberse ido de seguro llevaría a su familiar con ella.

Suspiré. Al menos eso probaba que en verdad se había ido con Marcus y no estaba en peligro.

—Lyn…

Samuel se detuvo junto al marco de la puerta. Su expresión aún se veía algo ida, aunque su mirada estaba en el armario y parecía entender lo que estaba sucediendo.

—¿Maisy se fue? —preguntó.

Asentí.

—¿Tienes miedo de extrañarla? Siempre están juntas.

Me sorprendió que lo hubiera notado.

—Estaré bien —dije.

Pasé a su lado y fui en dirección a la cocina. Definitivamente podía beber una copa de vino. Samuel vino detrás de mí y se sentó sobre la mesada mientras buscaba un saca­corchos.

Me había dicho a mí misma que lo mejor era hacerlo esperar, pero viéndolo allí, en lo único que podía pensar era en sus labios sobre los míos. Recordé la sensación de sus dedos sobre mi muñeca, cada roce que me alejaba de todo.

—Por cierto, gané el reto —dije—. Voy a recibir las bendiciones de la Luna Roja.

Lo miré esperando algún tipo de reconocimiento.

—Sabía que lo harías.

El tono de voz indicaba que su cabeza estaba en algún otro lado. Estúpido Samuel. Tomé media copa de vino para mí y le entregué una con apenas unos sorbos. Lo último que necesitaba era que volviera a sus viejos hábitos.

Me subí a la mesada, estirando mi cuerpo. El pequeño suéter rojo que llevaba se subió un poco, revelando parte de mi abdomen. Eso, más un gesto seductor mientras acomodaba mi pelo, hicieron el truco. Su atención regresó a mí.

—Tú y yo nos besamos. Hace unas horas —dijo.

Sonaba sorprendido.

—Mmmmhm, es cierto —dije fingiendo el mismo tono.

Su pierna se movió unos centímetros, tocando la mía. Miró la copa que tenía en las manos por unos momentos, vació el contenido y acercó su rostro al mío.

—Tengo sueño. Deberíamos ir a dormir.

Me sostuve del mármol para evitar caer hacia adelante. A menos que dormir fuera sinónimo de tener sexo, sus palabras no tenían sentido. Componer mi expresión me llevó más de un intento.

—¿Crees que deberíamos dormir? —pregunté en tono sexy.

Este apoyó sus pies en el suelo y me ayudó a bajar. Su mano tomó la mía de manera casual, alterando la temperatura de mi cuerpo. ¿Qué tenía Samuel Cassidy que me hacía sentir al igual que una mecha a punto de ser encendida?

Ningún otro chico me generaba esa reacción solo con tomar mi mano. Ni cerca.

—Espero que tengas tu funda de las lechuzas. Nombré a una Poe —murmuró.

Luego de que su hermana Alexa muriera, Samuel había pasado un día inconsciente en mi cama. En sus escasos momentos de lucidez no solo había notado que la funda de mi almohada tenía pequeñas lechuzas, sino que había llamado a una Poe.

Al entrar en la habitación noté a mi gata Missinda que estaba sentada sobre el tocador. Esta bufó al ver a Samuel y continuó durmiendo.

La luz de la calle que se filtraba por las cortinas era suficiente para distinguir la cama. Avancé hacia esta y me recosté lentamente sobre el acolchado. Samuel se quitó el sobretodo y se dejó caer a mi lado.

Su cuerpo hundió levemente el colchón, haciendo que me sintiera más despierta que nunca. Quería girar sobre él y besarlo hasta ver las estrellas. Sentir su cuerpo haciendo presión sobre el mío y pasar toda la noche perdida en esa sensación.

—No he dormido con alguien desde Cecily —dijo para sí mismo.

Aquel endemoniado nombre era una migraña. ¿Y a qué se refería con dormir? ¿Era solo dormir? ¿Era sexo? ¡¿No había tenido sexo en dos años?! Mi cabeza giró con las posibilidades.

—Puedes dormir conmigo —susurré.

Samuel estiró su mano hacia la mía, entrelazando nuestros dedos. La magia cosquilleó contra mi piel, creando una poderosa sensación similar a estática.

—Necesito saber que Rose va a estar bien, no puedo perder a nadie más…

Rose, Rose, Rose. Cerré los ojos, inhalando lentamente. «Di algo considerado», pensé.

—No lo harás. Michael va a encontrarla —dije.

Giró su cuerpo hacia mi lado. Nuestros rostros estaban a centímetros de distancia, la oscuridad cubría la mayor parte de su rostro. En lo único que podía pensar era en quitarle la remera y arrojarla lejos de la cama. Luego haría lo mismo con su jean. Me recostaría sobre él y besaría su cuello hasta hacerle perder el control.

Definitivamente íbamos a dormir.

—Buenas noches, Lyn.

Me dedicó una somnolienta sonrisa y cerró los ojos. Minutos después, Samuel Cassidy dormía profundamente con su mano aún en la mía.