Seduciendo al doctor

 

«Condición general de salud: en buen estado y sin afectaciones. Contacto afectivo apropiado. Responde a las preguntas de forma adecuada y no cambia de tema. La paciente mantiene contacto visual y parece tener conocimiento de la enfermedad. Señales positivas de que la paciente busca ayuda».

Escucho atentamente y transcribo la historia médica realizando las respectivas notas con diferentes palabras claves. A veces reviso una oración o elimino una palabra repetida. En eso consiste mi trabajo. Por mi cargo de secretaria, constantemente lo escucho hablar y hasta me fijo en sus respiraciones. Imagino lo que está pensando, noto sus peculiaridades, como las palabras específicas que usa y las oraciones que repite varias veces. Su forma de ser. Su personalidad. De vez en cuando lo escucho masticar chicle o tragar saliva. Lo escucho recuperar el aliento, inhalando y exhalando, y hacer pequeñas pausas para pensar, no muy largas, como el resto de las personas. Ya memoricé sus patrones y aprendí a leer sus gestos y el significado de cada uno; si está en silencio, significa que está releyendo un informe, si alarga la última sílaba de una palabra, significa que tiene algo en mente.

Se podría decir que soy muy cercana a él por mi trabajo. Cuando subo el volumen de mis audífonos al trabajar en sus dictados, lo cual hago de forma inconsciente, lo siento muy cerca de mí. Lo escucho todo. Y muy en el fondo, creo que él lo sabe, que me siento muy cerca de él. Cerca.

Tiene una voz gruesa y un tono de voz bajo. No es una voz áspera, sino amigable y rebosante de seguridad. Habla muy rápido y en ocasiones las palabras se superponen. Cada palabra que pronuncia está impregnada de confianza, lo cual encaja perfectamente con su vocabulario.

Claro que no tiene sentido decir que le conozco, porque no es así, en lo absoluto. No conozco bien a la persona que se esconde tras la fachada profesional y confiada que exhibe en la oficina; todo un doctor. Conozco su nombre, su profesión y como se relaciona con sus colegas. Aparte de eso, solo sé lo que me dicen mis colegas durante el almuerzo o los descansos.

En definitiva, él es un completo desconocido para mí y yo para él.

Pero esa voz tiene algo, algo que nos acerca. Observo, absorbo, percibo y comprendo hasta los más insignificantes matices de su voz; en esos momentos compartimos una conexión. Fuera de esos encuentros, somos muy distantes. ¿He hablado con él? Nos hemos asentido el uno al otro algunas veces, tal vez muchas, pero solo eso. Él fue el único que no se me presentó cuando empecé en la clínica, aunque se podría decir que no es muy amigable. Bueno, es lo que me digo a mí misma para justificar ese comportamiento que encuentro tan cautivador.

«Planes... mmm...».

Está pensando. Los sonidos que emite despiertan mi curiosidad, y de inmediato los transporto a otro escenario, uno muy inapropiado. Esos sonidos, su respiración, sus labios… ¿A qué sabrán sus besos?

«La paciente será añadida a una lista de espera y se programará una cita de control en tres meses».

Muchos hablan de su excesiva confianza, de su actitud que irradia autoridad, y él lo sabe mejor que nadie. Tiene un título que nadie le puede arrebatar. Nadie podrá acusarlo jamás de ejercer la práctica sin elegancia y lo admiro por ello, admiro sus conocimientos, su sabiduría y la confianza en él mismo. Actúa sin titubear y no pide consejos como los demás porque conoce su materia.

Y está seguro de ello.

Algunos piensan —probablemente con razón— que su actitud es algo molesta, que le falta humildad. Entonces, ¿tener confianza en ti y en tu trabajo significa que no puedes ser tímido y humilde? Nuevamente justifico su comportamiento.

Fantaseo con el sabor de sus labios. ¿Estará soltero? ¿Tendrá familia? Imagino como se mueve su cuerpo cuando le hace el amor a una mujer, sus maneras; primero delicado y luego más intenso, para satisfacerla con toda su atención. Siempre con movimientos firmes, seguros y confiados.

—¿Soñando despierta de nuevo?

La voz me suena familiar, se trata de un colega. Y dio en el clavo. Vuelvo al trabajo. Tomo el dictado de otro médico, escribo y hago mi trabajo.

 

*

 

Sigo sin atreverme a acercarme a él. Un anhelo crece dentro de mí pero no soy una persona arriesgada, en parte porque temo ser rechazada y, por otro lado, trabajamos en la misma clínica. Siento que debo manejar el asunto con precaución, sin cometer ningún error, pero él tiene algo que no deja de fascinarme. Fascinación, eso es exactamente lo que siento. Tan pronto como veo sus notas en la lista, las abro. Escribo todo lo que dice sobre la cita del paciente. Repaso la consulta y las conclusiones que sacó.

Subo el volumen para sentirlo más cerca de mí.

Cada vez que lo hago, imagino como se sentiría su cuerpo presionado contra el mío. Suave. Placentero.

Siento que lo entiendo al escuchar detenidamente su voz y la forma en que se expresa. Creo que sí es posible, al menos es lo que me digo a mí misma.

Mi personalidad es muy distinta a la de él. ¿Será la razón por la que me siento tan atraída hacia él? Solo porque es tan diferente a mí. Diferente de forma misteriosa, ¿tal vez desinhibida? No tengo tanta seguridad en mí misma como él, al contrario, siempre hago lo que dicen los demás. Soy muy tranquila, casi invisible.

Rara vez me siento tan excitada como ahora. Cada vez que me siento así, me digo que es mejor esperar, que no es el momento indicado. Ese sentimiento se ha apoderado de mí, de la parte interna de mis muslos y crece cada vez más y más. Una parte de mí se pregunta si tengo un problema. ¿Acaso estoy enferma? Casi nunca me fijo en ese tipo de hombre. En realidad, muy rara vez me intereso en alguien, no hago “clic”, o por lo menos, nunca como ahora. Este sentimiento duradero y recurrente quizás es porque nunca conocí a nadie como él, tal vez sea así de simple, él es la persona que estuve esperando sin saberlo. Su autoridad despierta algo dentro de mí, así como su nivel profesional y su brillantez. Él salva vidas, la gente deja la suerte en sus manos y él les ayuda a unir las piezas, con su conocimiento y confianza. Remedia y sana, encuentra oportunidades en situaciones difíciles, complicadas y defectuosas.

Sí, quiero acostarme con él.

Quiero sentir su cuerpo sobre el mío, presionado contra el mío, dentro de mí. Cuando estos pensamientos y sentimientos se presentan de repente, me cuesta mucho dejarlos ir. Los días se convierten en semanas y los sentimientos siguen allí. Mi deseo se intensifica porque no logro descifrarlo. Empiezo a preguntarme qué puedo hacer para solucionarlo, le doy vueltas al asunto. ¿Debería darle una señal? ¿Buscar la forma de decirle que estoy... intrigada? Porque es así como me siento, aún no estoy segura. Tal vez solo estoy caliente, muy caliente. Pero,  ¿cómo reaccionaría? Me pregunto qué haría. Su nivel de autoestima me cohíbe. No tengo el valor de decirle lo que quiero, siempre he sido así; no puedo cambiar quién soy.

 

*

 

Es como una droga para mí: sueño con él, ocupa todos mis pensamientos, siempre está en mi mente, en mis movimientos, en mis manos, cada vez que acaricio mi cuerpo, en mis labios cada vez que aplico bálsamo labial. Está en todos lados. Su voz se ha apoderado de mí —primero con cautela y luego con intensidad— colmándome de atracción y deseo. Lo imagino teniendo sexo. Mis fantasías son tan excitantes que siento la urgencia de encerrarme en el baño y masturbarme. Acaricio mi cuerpo e imagino su voz, sus labios.

Finalmente hago mi jugada: admito que no es un gran avance, pero al menos es algo. Es un proceso lento, los minutos se multiplican y se prolongan; cambio mis rutinas, empiezo a quedarme más tiempo en la clínica porque sé que es el último en irse, me demoro en salir mientras veo a los otros, uno por uno, empacar y decir:

—¡Hasta mañana!

Me siento a escuchar su voz y a escribir lo que me dice. Me quedo, con la esperanza de que algo pase. No sé qué esperar, pero es un comienzo. ¿Notará que sigo aquí? ¿Hablará conmigo? Tal vez me pregunte por qué sigo aquí, pero cuando sale de su oficina, sencillamente se desvanece. Me ve ahí sentada, pero no se acerca. Aunque me ve, solo se va. Día tras día, cierra la puerta de su oficina y se va. Estoy decepcionada. Al parecer, mi intento no es suficiente y la timidez aún se apodera de mí. ¿Algún día me libraré de ella? Siempre ha sido una parte importante de mi vida. Me siento un poco más fuerte porque al menos lo intenté, le esperé, pero necesito hacer un mayor esfuerzo. Ser más clara.

Pero, ¿cómo?

Repito la estrategia durante un par de días hasta que se me ocurre otra cosa. Decido no esperar hasta que él salga de la oficina; en lugar de eso, espero hasta que mis compañeros se marchan, hasta que nos quedamos solos y me acerco hasta su puerta a escuchar. Supongo que estará grabando sus dictados pero me encuentro con un silencio peculiar. Logro percibir algo, pero, ¿qué es? No puedo precisar cuál podría ser el ruido, no creo haberlo escuchado antes. ¿Tal vez el aire acondicionado? ¿Se marchó y no me di cuenta? Me aseguro de que su abrigo siga colgando en el mismo lugar de siempre, y así es. Vuelvo a su oficina, presiono mi oreja contra la puerta e intento determinar si está trabajando en su computadora u ojeando un libro. ¿Tal vez está leyendo?

Decido llamar a su puerta y preguntarle si le apetece una taza de café. Es perfecto, una pregunta inocente y lo suficientemente pertinente. No es una pregunta arriesgada, es solo una invitación amigable, una invitación a algo más, o una simple pregunta a la cual contestar afirmativa o negativamente; una iniciativa osada.

Pero su respuesta es corta.

Dice que no sin mirarme a los ojos.

Ni siquiera dice gracias.

 

*

 

«Examen. La paciente refiere enrojecimiento en la región precordial derecha palpable al tacto. Un abultamiento suave e indoloro. La paciente...».

La frase queda a la mitad. Intento reiniciar la grabación, pero algo está mal; probablemente su dictáfono esté dañado. El dictado se corta a mitad de una oración que habla sobre el pecho de una paciente. Debería dejar un espacio en blanco, para que él complete la frase al momento de firmar mi transcripción, o podría... No debería, no es correcto, pero mi imaginación vuela y decido completar la oración por mi cuenta. Sin guardar los cambios, por supuesto. Termino la frase sin pensarlo, como salida de mi imaginación y escribo: «Se palpa el pecho de la paciente. El doctor ausculta el pecho en busca de inflamación o algo fuera de lo normal. La paciente toma la mano del doctor y la guía hacia sus senos. Él es consciente de que eso no es muy ético, pero no se puede resistir. Arrastrado por el deseo de su paciente, se rinde. La sensación es imponente y asombrosa. Toca el pecho de la paciente con suaves caricias y ella gime al tacto de sus manos; ambos desprenden calor. El doctor tiene una erección y la rigidez es visible en sus pantalones. Se muere por besarla. La paciente se levanta, lo mira fijamente y lo besa con intensidad».

—¡No olvides las derivaciones, Liz!

Un colega me trae de vuelta a la realidad y minimizo la ventana para ocultar mi travesura. No guardé nada, ¿verdad? Escucho de nuevo la voz de mi compañero; parece que es urgente, así que me avoco rápidamente y me olvido de lo que hice. Me asombra el poder de mi imaginación y las sensaciones que despierta. «Por Dios, ten cuidado», me digo.

 

*

 

Al día siguiente, noto un cambio en su mirada, como si me estuviera viendo en realidad y no solamente me mira; se nota que tiene algo en mente. Me doy cuenta.

¿Entregué la transcripción para revisión, sin borrar lo que escribí? Me paralizo. Mi corazón da un vuelco y mi garganta se seca.

No, no puede ser. Imposible.

Sigo con la duda.

Trato de distraer mi mente con otra cosa. Tal vez deba decirle de una vez por todas que me gusta, pero no lo hago. Decido hacer mi trabajo; escucho sus dictados, transcribo lo que me pide y me dejo llevar por mis fantasías, una y otra vez. Su voz me transporta a otro lugar, a una realidad donde todo es posible. Ya no puedo diferenciar entre mis sueños y mis fantasías; no sé qué palabras deseo que diga y cuáles dijo en realidad.

Yo escribo, solo escribo. Sin darme cuenta, mezclo sus palabras con las de mis fantasías. Reemplazo unas con otras y lo malinterpreto todo intencionalmente. Escribo las palabras que creo escuchar, las que realmente quiero escuchar. Luego envío la nota para su aprobación. Después de todo, es su trabajo corregirla, aprobarla, y hacer los cambios que considere necesarios.

Juego sin entender que tan alto son los intereses que existen. Me digo a mí misma que no son más que palabras, una de más, una de menos, pero no me doy cuenta de que cada vez son más frecuentes y que solo pertenecen a mis fantasías, a mis sueños invadidos por la lujuria y el deseo que siento por él.

Sé que las cosas han ido demasiado lejos cuando se acerca a mí, una tarde cuando solo quedamos nosotros dos en la clínica.

—¿Tienes un minuto?

Su mirada es oscura.

—Sí, claro.

—¿Puedes venir a mi oficina?

 

Me pongo de pie e inmediatamente siento una tensión que me invade y se apodera de mí. Extrañamente, me siento relajada y tensa al mismo tiempo. Esta es la primera vez que me dirige más de dos palabras, la primera vez que me pide algo. Él me escoge a voluntad, quiere algo de mí; ni siquiera le pregunto de qué se trata. La emoción invade cada rincón de mi cuerpo. Este es el comienzo de algo. No le pregunto qué quiere, simplemente sigo órdenes.

Me doy cuenta inmediatamente de que su oficina tiene un escritorio, una silla, una biblioteca y una camilla. Varios diplomas y un cartel detallado de la anatomía humana cuelgan en la pared.

Me pide que tome asiento. Se sienta en una silla cerca del escritorio y se gira para poder mirarme, yo me siento en la camilla.

No sonríe.

Su mirada sigue siendo oscura.

De repente entiendo de qué se trata todo esto; me pasé de la raya, puedo verlo en su rostro. Está muy serio y sereno, seguro. No encuentro un atisbo de su sonrisa de su parte.

—¿Sabes? No puedo evitar notar un patrón recurrente cada vez que transcribes mis notas.

—Ah, ¿sí?

Hago un esfuerzo por parecer confundida. ¿Qué puedo decir en mi defensa? Pienso en cualquier explicación posible. ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo decir? ¿Qué no debo decir o hacer? El miedo se apodera de mí y la tensión sigue allí.

—No había dicho nada hasta ahora, pero hay un patrón y lo he notado desde hace algún tiempo.

No digo nada, esperando a que continúe. Por mi propio bien, espero encontrar una explicación razonable, algo que me saque de esta situación.

—Primero que nada, tu trabajo no es embellecer mis notas con tus propias ideas, ese es mi trabajo. Son mis dictados. Segundo, es muy...inapropiado.

—¿Inapropiado?

Trato de sonar confundida.

—Muy inapropiado.

—¿A qué te refieres? —pregunto yo.

—Sabes exactamente a qué me refiero.

—No lo sé.

Parece ligeramente sorprendido. Por primera vez se muestra inseguro. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Qué se propone?

—Haces referencias sexuales en mis historias médicas. Escribes palabras que jamás diría en mis grabaciones y lo sabes muy bien. Eres una secretaria, deberías saberlo bien. ¿Qué probabilidades hay de que diga la palabra “excitada” en una nota que habla del cuello de una paciente?

—Lo siento. Lo... lo siento mucho, nunca fue mi intención. Debe de ser un malentendido. No sé qué sucedió.

—En la última transcripción decidiste escribir varias oraciones que giraban en torno a un encuentro... sexual entre una paciente y mi persona.

Mis entrañas arden. Por una parte, me siento avergonzada y, por otra, excitada: me descubrió. Quiere decir que finalmente sabe lo que quiero, sabe de la lujuria y que arde en lo profundo de mi conciencia. Me hace sentir culpable, desobediente. Me regaña de una manera que aviva el fuego dentro de mí.

—A veces fantaseo, doctor, imagino cosas. Y a veces me cuesta diferenciar entre la realidad y la imaginación.

—¿De verdad?

No parece molesto y sus ojos ya no están tan oscuros. Eso se siente extrañamente parecido a una de mis fantasías, posiblemente por esa razón hago lo que hago. Probablemente por eso camino directamente hacia él, sin titubear, decididamente, y le beso.

Todo es posible en mis fantasías; en los sueños no existen consecuencias, y justo aquí y ahora, se siente como si estuviera en uno de mis sueños recurrentes.

 

*

 

No dice nada, su expresión sigue seria. Solo me mira, como pensando en el siguiente paso; sabe lo que debería hacer, lo que está bien y lo que está mal, pero me mira y considera lo que le ofrezco. Una mujer, mis labios, mis caricias. Mi sexualidad dulce y desinhibida. Se muerde el labio. Indeciso entre lo que debe y lo que no debe hacer, se nota que lo desea, pero algo se lo impide.

Aún no dice nada.

Solo sigue ahí sentado, cuestionándose, inquieto. Retrocedo unos pasos y me vuelvo a sentar en la camilla. Su expresión es difícil de interpretar. No me rechaza ni me pide que abandone su oficina, toma una pausa, me mira, me observa.

Sigo en mi sueño. Un sueño en el que soy valiente.

Me subo la falda con un movimiento rápido y no dice nada. Sus ojos están a la altura perfecta y su mirada se fija justo donde quiero. Me observa cohibido, en espera. Muevo mi mano derecha a mi entrepierna y deslizo mis dedos en la ropa interior; empiezo a tocarme. Acaricio mi vagina mientras mantengo contacto visual. Me masturbo con roces largos y delicados, embebida en su mirada. Rozo mi clítoris con mis dedos, acaricio mi ranura ardiente y sigue sin decir una palabra.

Desabotono mi camisa y toco mis senos, los estrujo y los sujeto con firmeza. Sigo estimulando mi entrepierna y siento mi humedad creciente. La lujuria cobra vida dentro de mí.

Él sigue sentado en silencio.

—Hazme el amor.

Finalmente lo digo, como si nada. Él camina hacia mí y toda su confianza y seguridad en él mismo vuelven a aflorar. Sus besos son tan tiernos e intensos que hace temblar mi interior. Vibro de placer y le devuelvo el beso. Sus labios son carnosos y captura mi boca entera. Lo atraigo hacia mí. Empieza a besar mi cuello y a jugar con mis senos, a acariciarlos. Me toca con movimientos delicados e intensos, lentos y rápidos.

Finalmente es mío.

Todo mío.

Lo tengo justo donde lo quería.

Se acerca aún más. Mis muslos lo acarician, atrapándolo entre mis piernas. Desabotono su camisa y le ayudo a quitársela. Escondía un pecho oscuro y atlético bajo la ropa. Beso su estómago mientras deslizo los pantalones por sus piernas, y de repente su erección me apunta. Sigue atrapada en sus boxers negros, pero definitivamente está allí. Siento una explosión erótica dentro de mi cuerpo, intensa y poderosa. Me invade y vibra por doquier. Mi vagina palpita. Cada beso que me da, me moja más y más, y su erección es tan grande y está y tan cerca… pero no dentro de mí, aún no.

Bajo su ropa interior y sujeto su miembro con fuerza. Es tan grande y masculino, rezuma confianza. Puedo sentir la sangre latiendo dentro de su erección, preparándose para el desahogo orgásmico. Está excitado y me desea. Me desea y ya no puede negarlo. Me observa, contempla mi feminidad, mi vagina y todo lo que tengo para darle. No desea otra cosa más que estar conmigo, sentirme. Este Adonis se muere de ganas por meterme su firme pene. Follarme, tomarme con su insaciable e inigualable poder; nada se le comprara.

Empiezo a masturbarlo. Subo y bajo mi mano por toda su erección. Se inclina un poco hacia atrás y cae en un trance placentero. Lo siento crecer en mi mano, mi anhelo se hace más fuerte, palpable y salvaje; lo necesito. Mi diosa interior no se puede contener más, no puede esperar más, así que libero su pene y me pongo de pie. Apoyo el estómago y el pecho en la camilla. El material de la cubierta es brillante y refleja mi cuerpo. Arqueo mi espalda e inclino mi trasero hacia él, le hago saber que lo quiero dentro de mí, que deseo que libere toda su energía y concentre toda su fuerza en mi centro.

Sigue mudo.

Siento como se posiciona detrás de mí con las piernas abiertas. Siento el roce de sus muslos contra mi trasero, y como roza mi piel cuando toma su miembro. Se está preparando, pero cuando su pene me invade, experimento una sensación tan intensa que me doy cuenta de que no estaba preparada para ello. Es la mejor sensación que he experimentado en mi vida. Mis gemidos están llenos de lujuria y euforia.

Me folla con fuerza.

Como si fuera un asunto de vida o muerte.

Sabe lo que hace; ha tenido sexo muchas veces y sabe que es bueno. Me doy cuenta por sus maneras: mantiene un ritmo constante, me penetra a fondo y sin contemplaciones, me folla por detrás, sin descanso. La camilla golpea contra la pared. Me embiste con intensidad. Tenso mi vagina alrededor de su pene. Se apodera de mi ser, hasta el último rincón, me colma de placer, es una delicia. Con vigor, pero con calma. Con todo lo que un hombre puede darle a una mujer. Cierro los ojos y lo único que importa es su miembro palpitante. Lo empuja profundamente en mi vagina, por mi ranura, hasta el fondo, hasta alcanzar mi alma y a mi antigua inseguridad.

Mi lujuria aumenta al tomar consciencia del tinte prohibido, de que no tenemos permitido hacer esto. Está mal porque somos colegas y estamos violando los principios, pero especialmente, esto contradice todo lo que me representa: mi falta de valor, la pasividad, la espera, y todas las veces que me he negado la oportunidad. Absorbo este momento, absorbo cada embestida, cada penetración profunda de su miembro me llena de un hermoso sentido de aprobación.

Se sienta en la silla y me mira fijamente. Entiendo lo que me pide sin palabras, no tiene que decirlo, así que me pongo manos a la obra. Me siento a horcajadas sobre él, envuelvo su pene y empiezo a montarlo. Deslizo mi cuerpo hacia abajo y luego vuelvo a subir. Me inclino hacia adelante y hacia atrás, hacia arriba y hacia abajo. Llevo su masculinidad hasta mis profundidades. Se siente tan bien. Su pene me invade por completo y mi vagina se siente suave y caliente. Destilo lujuria. Gimo y grito, ruego por más, y él llega aún más profundo. Gruñe, toma y da. Puedo ver el placer en su rostro. Su cuerpo se relaja totalmente, su lujuria lo consume todo. Acelera el ritmo y la intensidad.

Aprieto mis muslos con fuerza cuando acabo. Presiono mi cuerpo contra él y lo mantengo firmemente en su posición, debajo de mí, contra mí, frente a mí; es el mejor orgasmo que nunca he tenido. Esa divina sensación sale de mí y se derrama sobre él. Acabo con una fuerza descomunal.

Él acaba unos segundos después. Lo saca justo antes de derramar su semen sedoso y blanco por todo mi estómago. Ambos recuperamos el aliento en una mezcla de calma, energía y éxtasis y rápidamente estamos de vuelta a un lugar tan prohibido, desconocido y excitante como antes.

La única diferencia es que ya no es un sueño.

Ya no es una fantasía.

Ya no está en mi mente, es una realidad.

Con el tiempo, mis fantasías me ayudaron a derribar las barreras entre sentimientos, pensamientos y acciones, y esto solo es el comienzo. Es el primer doctor que seduzco, pero tengo el presentimiento de que no será el último.