CAPÍTULO DIECISIETE

Un nuevo interés por la vida

La tarde siguiente, Anne, al levantar la vista de su costura y al mirar por la ventana de la cocina, vio a Diana que, bajando por la Burbuja de la Dríada, le hacía señas misteriosamente. En un segundo Anne estuvo fuera de la casa y corrió a la hondonada, brillando el asombro y la esperanza en sus expresivos ojos. Pero la esperanza se esfumó cuando vio el afligido semblante de su amiga.

—¿Ha cedido tu madre? —murmuró.

Diana sacudió la cabeza tristemente

—No, oh no, Anne. Dice que no tengo que jugar contigo nunca más. He llorado y llorado, diciéndole que no fue culpa tuya, pero todo fue inútil. Estuve un largo rato rogándole que me permitiera venir a decirte adiós. Dijo que me concedía diez minutos y que iba a controlar con el reloj.

—Diez minutos no son mucho tiempo para decir un eterno adiós —dijo Anne llorando—. Oh, Diana, ¿me prometes fielmente que no has de olvidarte nunca de mí, la amiga de tu juventud, a pesar de los muchos amigos queridos que puedas tener?

—Sí —sollozó Diana—. Y nunca tendré otra amiga del alma. No quiero tenerla. A nadie podría querer como a ti.

—Oh, Diana —exclamó Anne juntando las manos—, ¿de veras me quieres?

—Claro que sí. ¿No lo sabías?

—No. —Anne exhaló un largo suspiro. —Por supuesto sabía que yo te gustaba, pero nunca esperé que me quisieras. Porque, ¿sabes, Diana?, nunca pensé que nadie pudiera quererme. No recuerdo que nadie me haya querido nunca. ¡Oh, esto es maravilloso! Es un rayo de luz que siempre iluminará la oscuridad del sendero que me separará de ti, Diana. Oh, dilo otra vez.

—Te quiero muchísimo, Anne —dijo Diana firmemente—, y siempre será así, puedes estar segura.

—Y yo siempre te amaré, Diana —exclamó Anne solemnemente extendiendo la mano—. En el futuro, tu recuerdo brillará como una estrella sobre mi solitaria vida, como dice en el último cuento que leímos juntas. Diana, ¿quieres darme un bucle de vuestros cabellos negros como el azabache, para que sea mi tesoro para siempre?

—¿Tienes algo con que cortarlo? —preguntó Diana secándose las lágrimas que habían hecho brotar las afectuosas palabras de Anne para pensar prácticamente.

—Sí, afortunadamente tengo en el bolsillo mis tijeras de labores —dijo Anne. Solemnemente cortó uno de los rulos de Diana.

—Que seas feliz, mi amada amiga. Desde ahora en adelante, debemos ser extrañas aunque vivamos una junto a la otra. Pero mi corazón siempre te será fiel.

Anne permaneció de pie observando alejarse a Diana, y saludándola tristemente con la mano cada vez que su amiga se volvía a mirarla. Luego retornó a la casa no poco consolada, por el momento, por aquella despedida romántica.

—Ya todo ha terminado —le informó a Marilla—. Nunca volveré a tener otra amiga. Realmente ahora estoy mucho peor que lo que he estado nunca, porque ya no tengo ni a Katie Maurice ni a Violeta. Y aunque las tuviera no sería lo mismo. De cualquier modo, las niñas de los sueños no satisfacen después de tener una amiga real. Diana y yo nos hemos despedido muy afectuosamente. Siempre guardaré sagrada memoria de ese adiós. He usado el lenguaje más patético. Diana me dio un rizo suyo y voy a guardarlo en una pequeña bolsita que usaré alrededor del cuello toda mi vida. Por favor, encárguese de que la entierren conmigo, porque no creo que he de vivir mucho tiempo. Quizá cuando la señora Barry me vea tendida fría y muerta ante ella, sienta remordimiento por lo que ha hecho y permita que Diana asista a mi funeral.

—No creo que haya que temer que te mueras de pena mientras puedas hablar, Anne —fue la poco cordial respuesta de Marilla.

El lunes siguiente, Marilla se sorprendió al ver bajar a Anne de su cuarto con la valija de libros bajo el brazo y los labios apretados con determinación.

—Regreso a la escuela —anunció—. Es todo lo que me queda en la vida, ahora que mi amiga ha sido cruelmente separada de mí. En la escuela podré mirarla y pensar en los días idos.

—Será mejor que pienses en las lecciones y sumas —dijo Marilla ocultando su satisfacción por el giro que tomaba el asunto—. Si has de regresar a la escuela, supongo que no volveremos a oír que has roto pizarras sobre la cabeza de la gente y demás cosas por el estilo. Pórtate bien y haz sólo lo que te diga tu maestro.

—Trataré de ser una alumna modelo —accedió Anne tristemente—. Supongo que no ha de ser muy divertido. El señor Phillips dice que Minnie Andrews es una alumna modelo, y no hay en ella una chispa de imaginación o vida. Es apagada y lenta y nunca parece estar contenta. Pero me siento tan deprimida que quizás esto ahora me resulte fácil. Voy a ir por el camino principal. No podría resistir pasar por el Camino de los Abedules sola. Me traería aparejadas lágrimas muy amargas.

Anne fue recibida de vuelta en la escuela con los brazos abiertos. Se había echado mucho de menos su imaginación para los juegos, su voz en el canto y su habilidad dramática para leer libros en voz alta a la hora del almuerzo. Ruby Gillis le pasó tres plumas azules durante la lectura de la Biblia. Ellie May McPherson le dio un enorme pensamiento amarillo, recortado de la tapa de un catálogo de flores, una especie de decoración para los pupitres, muy preciada en la escuela de Avonlea; Sophie Sloane se ofreció para enseñarle un nuevo punto muy elegante para hacer encaje, muy lindo para franjas de delantal. Katie Boulter le dio una botella de perfume para guardar agua para limpiar la pizarra; y Julia Bell le copió cuidadosamente en una hoja de papel rosa pálido, festoneado en los bordes, el siguiente verso:

Cuando el crepúsculo deja caer su cortina

Y la prende con una estrella

Recuerda que tienes una amiga

Dondequiera esté ella.

—Es tan lindo ser apreciada —suspiró Anne esa noche al contárselo a Marilla.

Las niñas no eran las únicas alumnas que la «apreciaban». Cuando Anne regresó a su asiento después de almorzar (el señor Phillips le había dicho que se sentara junto a la modelo Minnie Andrews) encontró sobre su pupitre una grande y brillante «manzana fresa». Anne ya la había tomado para darle un mordiscón, cuando recordó que el único lugar de Avonlea donde crecían «manzanas fresas» era en la huerta del viejo Blythe del otro lado del Lago de las Aguas Refulgentes. Anne arrojó la manzana como si hubiera sido un carbón ardiente y ostentosamente se limpió los dedos con su pañuelo. La manzana quedó intacta sobre su escritorio hasta la mañana siguiente, cuando el pequeño Timothy Andrews, quien barría la escuela y encendía el fuego, se la quedó como una de sus propinas. El lápiz para pizarra que le enviara Charlie Sloane después del almuerzo, suntuosamente adornado con tiras de papel rojo y amarillo y que costaba dos centavos, cuando un lápiz ordinario valía sólo uno, halló mejor recepción en Anne. Ésta lo aceptó complacida y agradeció el obsequio con una sonrisa que transportó al muchacho al séptimo cielo y le hizo cometer tantos errores en el dictado que el señor Phillips lo hizo quedar después de hora a pasarlo otra vez.

Pero como:

«De César el ostentoso ataque al busto de Bruto

El amor de Roma por él sólo consiguió aumentar»,

Así la ausencia absoluta de alguna señal de reconciliación de parte de Diana, que estaba sentada junto a Gertie Pye, amargaba el pequeño triunfo de Anne.

—Creo que Diana podría haberme sonreído siquiera una vez —se lamentó esa noche ante Marilla. Pero a la mañana siguiente recibió una nota extraordinariamente doblada y arrugada, y un paquetito.

Querida Anne —decía la primera—, mamá dice que no tengo que jugar ni hablar contigo, ni aun en el colegio. No es culpa mía y te ruego que no te enojes conmigo, porque te quiero como de costumbre. Te extraño terriblemente para contarte todos mis secretos, y Gertie Pye no me gusta ni un poquito. He hecho para ti un señalador nuevo de papel de seda rojo. Ahora están muy de moda y sólo tres niñas de la escuela saben hacerlo. Cuando lo mires recuerda

a tu amiga de verdad, Diana Barry.

Anne leyó la nota, besó el señalador y rápidamente mandó su respuesta al otro extremo del aula.

Por supuesto que no estoy enogada contigo porque tienes que obedecer a tu madre. Nuestros espíritus pueden comunicarze. Guardaré tu ermoso regalo por siempre jamás. Minnie Andrews es una niña muy linda (aunque no tiene imaginación), pero después de haber sido la amiga del halma de Diana, no puedo serlo de Minnie. Por fabor perdona los errores porque mi hortografía todavía no es muy buena, aunque he megorado.

Tuya hasta que la muerte nos cepare,

Anne o Cordelia Shirley.

P.D. —Esta noche dormiré con tu carta bajo mi halmoada.

A. o C. S.

Desde que Anne comenzara a ir otra vez a la escuela, Marilla esperaba con mucho pesimismo que surgieran más inconvenientes. Pero ninguno se produjo. Quizás Anne captó algo del espíritu «modelo» de Minnie Andrews; de cualquier modo, desde ese entonces le fue muy bien con el señor Phillips. Se sumergió en sus estudios en cuerpo y alma, decidida a no ser eclipsada en ninguna clase por Gilbert Blythe. La rivalidad existente entre ellos pronto se hizo notoria; Gilbert era todo afabilidad, pero era de temerse que con Anne no sucediera lo mismo, ya que ésta tenía una condenable tenacidad para conservar rencores. Era tan apasionada en sus odios como en sus amores. Nunca condescendería a admitir que consideraba a Gilbert su rival, porque hubiera significado reconocer que existía, cosa que Anne ignoraba persistentemente; pero la rivalidad se mantenía y los honores fluctuaban entre ellos. Hoy era Gilbert el primero en la clase de gramática; mañana Anne, con un movimiento de sus trenzas rojas, le sobrepasaba. Una mañana Gilbert había hecho todas sus sumas correctamente y su nombre era escrito en la lista de honor del pizarrón. A la mañana siguiente Anne, habiendo luchado salvajemente toda la tarde anterior con los decimales, sería la primera. Un aciago día salieron parejos y sus nombres fueron escritos juntos. Esto resultó casi tan malo como una llamada de atención, y el descontento de Anne fue tan evidente como la satisfacción de Gilbert.

Cuando llegaron los exámenes mensuales, el suspenso fue terrible. El primer mes, el triunfo fue de Gilbert por tres puntos. El segundo, Anne le derrotó por cinco. Pero su triunfo fue frustrado por la felicitación que recibió de Gilbert delante de toda la escuela. Le hubiera resultado mucho más dulce si él hubiera sentido el aguijón de su derrota.

El señor Phillips podía no ser un buen maestro, pero un alumno tan firmemente determinado a aprender como Anne, difícilmente podría haber dejado de progresar, sea cual fuere su profesor. Al terminar el período Anne y Gilbert fueron promovidos a quinto grado, y se les permitió comenzar a estudiar «las colaterales» —nombre que se le daba al latín, geometría, francés y álgebra—. En la geometría, Anne encontró su Waterloo.

—Es una materia perfectamente terrible, Marilla —gemía—. Estoy segura de que nunca seré capaz de encontrarle pies ni cabeza. Allí no hay en absoluto campo para la imaginación. El señor Phillips dice que soy la tonta mayor que ha visto a ese respecto. Y Gil… quiero decir algunos de los otros, ¡son tan listos! Es mortificante al extremo, Marilla. Hasta Diana se desenvuelve mejor que yo. Pero no me importa ser vencida por Diana; aun cuando somos como extrañas ahora, sigo amándola con amor inextinguible. A veces me pongo muy triste cuando pienso en ella. Pero realmente, Marilla, uno no puede estar triste mucho tiempo en un mundo tan interesante, ¿no es cierto?

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