CAPÍTULO TREINTA Y DOS

Se conoce la lista

de calificaciones

Con el fin de junio llegaron el final del curso y la culminación del reinado de la señorita Stacy en la escuela de Avonlea. Anne y Diana volvieron esa tarde a casa con ánimo muy triste. Ojos enrojecidos y pañuelos húmedos eran testimonio de que las palabras de despedida de la maestra habían sido tan conmovedoras como las del señor Phillips tres años atrás. Diana contempló el edificio del colegio desde la falda de la colina de los abetos y suspiró profundamente.

—Parece como si fuera el fin de todo, ¿no es así? —dijo desmayadamente.

—No te sentirás ni la mitad de dolorida que yo —contestó Anne, buscando inútilmente un fragmento seco en su pañuelo—. Tú volverás el próximo invierno, pero yo creo que dejaré el viejo colegio para siempre; es decir, si tengo suerte.

—Ya no será lo mismo. La señorita Stacy ya no estará allí, y ni tú, ni Ruby, ni Jane tampoco, posiblemente. Me tendré que sentar sola, pues no seré capaz de resistir a ninguna compañera de banco después de ti. ¡Oh, hemos pasado unos momentos maravillosos! ¿No es así, Anne? Es horrible pensar que han terminado.

Dos lágrimas resbalaron por la nariz de Diana.

—Si tú fueras capaz de dejar de llorar, yo también podría hacerlo —dijo Anne, implorante—. En cuanto guardo mi pañuelo, te veo hacer pucheros y empiezo otra vez. La señora Lynde dice: «Si no puedes estar alegre, sé tan alegre como puedas». Después de todo, me atrevo a decir que volveré el año próximo. Ésta es una de las veces que sé que no me aprobarán.

—¡Pero si tú saliste espléndidamente en los exámenes de la señorita Stacy!

—Sí, pero allí no me ponía nerviosa. Cuando pienso en las pruebas reales, no puedes imaginar qué frío horrible me apresa el corazón. Además, mi número es el trece, Josie Pye dice que trae mala suerte. No soy supersticiosa y sé que no modificará nada, pero aun así me gustaría no ser la número trece.

—¡Cuánto quisiera estar contigo! —dijo Diana—. Pasaríamos unos momentos perfectamente elegantes. Pero supongo que te tendrás que dar un atracón por las noches.

—No; la señorita Stacy nos ha hecho prometer que no abriremos un solo libro. Dice que eso sólo nos cansaría y nos confundiría, y que debemos salir a caminar sin pensar en los exámenes y acostarnos temprano. Es un buen consejo, pero sospecho que será difícil seguirlo. Prissy Andrews me contó que durante la semana de sus exámenes de ingreso se sentaba en la mitad de la noche a darse un atracón de lecciones, y yo estaba determinada a hacer lo mismo por lo menos durante el mismo tiempo. Tu tía Josephine fue muy gentil al pedirme que me hospedara en su casa durante mi estada en Beechwood.

—Me escribirás, ¿no es cierto?

—Te escribiré el martes para decirte cómo fue el primer día.

—No me apartaré del correo el miércoles.

Anne partió para la ciudad el lunes siguiente, y el miércoles Diana no se apartó del correo, como había prometido, y recibió su carta.

Mi querida Diana:

Ya es martes por la noche, y te escribo desde la biblioteca de Beechwood. Anoche me sentí muy solitaria en mi habitación y deseé muchísimo que estuvieses aquí. No pude atracarme de lecciones porque le prometí no hacerlo a la señorita Stacy, pero me resultó tan difícil no leer historia como cuando debía refrenarme de leer novelas en tiempos de estudio.

Esta mañana, la señorita Stacy vino a buscarme y fuimos a la Academia, recogiendo de camino a Jane, Ruby y Josie. Ruby me pidió que le tocara las manos, y las tenía frías como el hielo. Josie dijo que yo tenía aspecto de no haber dormido un minuto y que no parecía suficientemente fuerte para resistir el curso aunque pasara el examen. ¡Hay muchas ocasiones en que tengo la sensación de no poder conseguir nada en mi intento de querer a Josie!

Cuando llegamos a la Academia, había muchísimos estudiantes de todas partes de la isla. La primera persona que vi fue Moody Spurgeon, sentado en los escalones y hablando solo; Jane le preguntó qué diablos hacía y él contestó que repetía la tabla de multiplicar una y otra vez para calmarse los nervios y que por amor de Dios no lo interrumpiéramos, pues si se detenía un instante, del susto olvidaría cuanto sabía.

Cuando nos designaron las aulas, la señorita Stacy tuvo que dejarnos. Jane y yo nos sentamos juntas y ella estaba tan tranquila que la envidié. ¡No hay necesidad de tabla de multiplicar para la buena, segura y sensata Jane! Me puse a pensar si se notaría mi estado de ánimo y si escucharían del otro lado de la habitación los latidos de mi corazón. Entonces entró un hombre y comenzó a distribuir las hojas para el examen de inglés. Las manos se me enfriaron y la cabeza empezó a darme vueltas al tomarlas. Por un terrible instante, me sentí igual que cuatro años atrás en Tejados Verdes, cuando le pregunté a Marilla si me quedaría en la casa; luego todo se aclaró y mi corazón comenzó a latir otra vez.

A mediodía fuimos a almorzar, para regresar por la tarde para el examen de historia. Fue algo muy difícil y me hice una horrible confusión con las fechas. Sin embargo, creo que hoy me porté bastante bien. Pero oh, Diana, mañana será el examen de geometría y cuando pienso en él, me cuesta un enorme esfuerzo no abrir mi libro. Si creyera que la tabla de multiplicar me ayudaría, me pasaría repitiéndola desde hoy hasta mañana.

Esta noche he ido a ver a las otras muchachas. De camino me encontré con Moody, que paseaba abstraído. Me dijo que sabía que había fracasado en historia y que había nacido para ser una desilusión para sus padres y que volvería en el tren de la mañana, porque sería más fácil ser carpintero que ministro. Lo consolé y lo persuadí de que se quedara hasta el fin, porque no sería leal con la señorita Stacy si no lo hiciera. Algunas veces me gustaría haber nacido varón, pero cuando veo a Moody, siempre me alegro de ser mujer y de no ser su hermana.

Ruby estaba histérica cuando llegué a su alojamiento; acababa de descubrir un horrible error que había cometido en su examen de inglés. Cuando se recobró, fuimos a tomar un helado. Oh, cuánto me hubiera gustado que estuvieras con nosotras.

¡Oh, Diana, si sólo hubiera pasado ya el examen de geometría! Pero, como dice la señora Lynde, el sol seguirá saliendo todos los días, fracase yo o no en geometría. Es cierto, aunque no muy consolador. Pensaré mejor que no lo seguirá si fracaso.

Tuya devotamente,

Anne.

El examen de geometría y todos los demás pasaron a su tiempo, y Anne llegó a su casa el viernes por la noche, algo cansada, pero con un aire de neto triunfo. Diana estaba en Tejados Verdes y el encuentro pareció como si la separación fuera de años.

—Querida mía, es perfectamente espléndido verte de regreso. Parece que hiciera un siglo desde que te fuiste. ¿Cómo te fue, Anne?

—Creo que bastante bien, excepto en geometría. No sé si me fue bien o no y tengo una horrible sensación de que no. ¡Oh, cuán hermoso es estar de regreso! ¡Tejados Verdes es el lugar más querido del mundo!

—¿Cómo les fue a los demás?

—Las chicas dicen que saben que no pasaron, pero yo creo que se portaron bastante bien. ¡Josie dice que la geometría era tan fácil que una criatura de diez años podía hacerla! Moody Spurgeon cree que fracasó en historia y Charlie dice que le fue mal en álgebra. Pero nada se sabrá hasta que se conozca la lista de calificaciones. Eso tardará quince días. ¡Imagínate, vivir quince días en un suspenso así! Quisiera dormirme y no despertar hasta que todo haya pasado.

Diana sabía que sería inútil preguntar por Gilbert Blythe, de manera que sólo dijo:

—Tú pasarás, no te preocupes.

—Preferiría fracasar a no ocupar un lugar destacado en la lista —contestó Anne, queriendo decir en realidad (y Diana bien lo sabía) que el éxito sería incompleto si no superaba a Gilbert.

Con ese propósito, Anne había agotado sus fuerzas durante el examen. Y lo mismo había ocurrido con Gilbert. Se ha­bían cruzado en la calle media docena de veces sin dar muestras de reconocerse y cada vez Anne había erguido un poquito más la cabeza y había deseado más haberse amigado con Gilbert cuando él se lo pidiera, prometiéndose al mismo tiempo con más determinación pasarlo en los exámenes. Sabía que toda la juventud de Avonlea estaría conjeturando cuál de ambos saldría primero: hasta sabía que Jimmy Glover y Ned Wright habían hecho apuestas y que Josie Pye dijo que no existían dudas de que Gilbert sería el primero, y sentía que la humillación sería insoportable si fracasaba.

Pero tenía otra razón para desear salir bien. Quería aprobar «con todos los honores» por Marilla y Matthew, especialmente por éste. Matthew le había declarado su convicción de que «vencería a toda la isla». Anne sentía que eso era algo que no se podía pensar ni en los sueños más irrealizables. Pero esperaba fervientemente que por lo menos estaría entre los primeros, de manera que podría ver brillar de orgullo los ojos de Matthew. Eso sería una recompensa más que dulce por su dura labor y su paciente lucha contra las pocas imaginativas ecuaciones y conjugaciones.

De manera que, al final de la quincena, Anne comenzó a rondar el correo en la distraída compañía de Jane, Ruby y Josie, abriendo los periódicos de Charlottetown con las mismas frías y temblorosas manos del día del examen. Charlie y Gilbert no pudieron dejar de hacer lo mismo, pero Moody permaneció resueltamente alejado.

—No tengo temperamento para ir allí y contemplar el diario a sangre fría —le dijo a Anne—. Voy a esperar hasta que alguien venga y me diga si he pasado o no.

Cuando hubieron pasado tres semanas sin que se conociera la lista, Anne comenzó a sentir que ya no podría resistir mucho más la tensión. Su apetito se extinguió y desapareció su interés por los acontecimientos de Avonlea. La señora Lynde quería saber qué otra cosa se podía esperar de un superintendente conservador a cargo de los hechos, y Matthew, al notar la palidez e indiferencia de Anne y los lentos pasos con que salía cada tarde del correo, comenzó a pensar seriamente si debería votar a los liberales en la próxima elección.

Pero una tarde llegaron las nuevas. Anne estaba sentada frente a su ventana abierta, olvidada por el momento de las angustias de los exámenes y de las calamidades del mundo, embebida en la belleza del atardecer de verano, dulcemente perfumado por los aromas de las flores que subían del jardín y sibilante y rumoroso por el viento en los álamos. El cielo sobre los pinos tenía relámpagos rosados y Anne soñaba si el espíritu del color sería así, cuando vio a Diana cruzar entre los pinos, pasar corriendo el puente de troncos y acercarse blandiendo un periódico.

Anne saltó sobre sus pies, sabiendo al instante qué contenía ese periódico. ¡Ya se conocía la lista de calificaciones! La cabeza le dio vueltas y el latido del corazón le lastimó el pecho. No pudo mover los pies. Pareció una hora lo que tardó Diana en cruzar el salón y entrar en la habitación sin golpear siquiera, tan grande era su excitación.

—Anne, has pasado —gritó—; eres la primera; tú y Gilbert, ambos iguales, pero tu nombre figura primero. ¡Oh, estoy tan orgullosa!

Diana echó el diario sobre la mesa y se tiró sobre la cama de su amiga, completamente sin aliento e incapaz de decir una sola palabra más. Anne encendió la lámpara, colocándola mal y empleando media docena de fósforos antes de que sus temblorosas manos pudieran cumplir con la tarea. Luego revisó el periódico. Sí, había aprobado; allí estaba su nombre a la cabeza de una lista de doscientos. Era un instante digno de ser vivido.

—Te has portado espléndidamente, Anne —sopló Diana, suficientemente recobrada como para sentarse y hablar, pues Anne, con los ojos cerrados y transportada, no había dicho palabra—. Papá trajo el diario desde Bright River no hace diez minutos; llegó por la tarde en el tren y no estará aquí en el correo hasta mañana, y en cuanto vi la lista de calificaciones salí corriendo. Todos han aprobado. Hasta Moody Spurgeon, aunque está condicional en historia. Jane y Ruby lo hicieron bastante bien; están por la mitad, igual que Charlie. Josie apenas si pudo llegar a tres puntos del mínimo, pero verás que se dará aires de ser la primera. ¿No se pondrá contenta la señorita Stacy? Anne, ¿qué se siente cuando uno tiene el nombre a la cabeza de la lista de calificaciones? Si fuera yo, estaría loca de alegría. Ya lo estoy, pero tú estás fría y calma como una noche de primavera.

—La procesión va por dentro —respondió Anne—. Quisiera decir cosas, pero no puedo encontrar palabras para ello. Nunca soñé esto; sí, lo hice, pero sólo una vez. Una vez me permití pensar qué ocurriría si saliera primera, temblando, desde luego, pues me parecía vano y presuntuoso pensar que sería la primera de la lista. Perdóname un momento, Diana. Debo correr a decírselo a Matthew que está en el campo. Luego iremos por el camino a decírselo a los demás.

Corrieron al henar más allá del granero, donde Matthew hacía fardos, y, oh suerte, la señora Lynde estaba charlando con Marilla por encima del cerco del sendero.

—¡Oh, Matthew —exclamó Anne—, he pasado y fui la primera; o uno de los primeros! No soy vana, pero estoy agradecida.

—Bueno, siempre lo dije —respondió Matthew, contemplando alegremente la lista—. Sabía que les ganarías fácilmente a todos.

—Te has portado bastante bien, debo decirlo, Anne —comentó Marilla, tratando de ocultar su enorme orgullo del ojo crítico de la señora Lynde. Pero esa alma caritativa dijo sinceramente:

—Sospecho que sí y lejos de mí está no decirlo. Eres el orgullo de tus amigos, Anne, eso es.

Aquella noche Anne, que terminara una tarde deliciosa con una seria conversación con la señora Allan en la rectoría, se arrodilló dulcemente junto a su ventana abierta alumbrada por la luz y murmuró una plegaria de gratitud y aspiraciones que le salió de lo más profundo de su corazón. En ella había agradecimiento por lo pasado y pedidos reverentes por lo futuro; y cuando se durmió sobre su gran almohada blanca, sus sueños fueron tan etéreos, dulces y hermosos como los puede desear la adolescencia.

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