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Sábado por la tarde. Llueve. Nata mira por la ventana de su dormitorio. Está a punto de anochecer. Ha estado estudiando toda la tarde. Luego se ha tirado en la cama y ha pensado en pintarse las uñas de los pies. Hace unas semanas compró un esmalte en un tono de lila claro. Coge el frasquito y se coloca algodones entre los dedos. Y de repente siente una enorme pereza y abandona la idea. No tiene sentido. No va a ver a nadie. No va a salir. Aunque sea un sábado por la tarde. Hace más de un mes que rompió con Alberto. Esas cuatro semanas han sido las peores de su vida. Los primeros días fueron un auténtico suplicio, una tortura psicológica, tener que verle cada mañana en el instituto, al otro lado de la clase, y no dirigirle la palabra. Se ha apoyado en Alma y en su grupo de estudios. Ahora se mueve con ellos en los descansos entre clases, en el pasillo de la planta de bachillerato, se mantiene a su lado y en el descanso de media mañana salen en grupo y se sientan juntos a una de las mesas y beben café. Esa rutina ha hecho soportable las últimas semanas de instituto. Lo peor son los fines de semana. Sus padres le montaron la bronca cuando descubrieron que le gustaba meterse en casas ajenas y la castigaron sin salir y sin paga una par de semanas. En vacaciones de Semana Santa salió un día con Alma y Greta, pero acabaron discutiendo y estaba en casa a las doce. Alma está muy feminista militante y le carga un poco. No pierde oportunidad de meterse con Alberto y dice cosas horribles de él. Y a Nata no le gusta que le recuerde lo que pasó. Ya lo recuerda ella sola cada día. Luego, entre semana, quedó con un par de chicas y uno de los chicos de su grupo de estudios y se aburrió mortalmente. Estuvieron hablando de asignaturas y exámenes, de páginas de YouTube que te ayudan a estudiar, de gente que estudia delante de una cámara y lo transmite en directo, y sobre páginas donde puedes hacer exámenes de otros años de la EvAU y de lo mal que lo están pasando y de lo peor que lo van a pasar hasta que llegue la hora de hacer los suyos, y de que se tirarán por una ventana si no los aprueban. «Deberían tirarse ya —pensó Nata— y me ahorrarían esta agonía.» Cuando llegó a un límite insoportable de aburrimiento les dijo que tenía una regla doloroso y que necesitaba volver a su casa, tomarse una pastilla que le había dado su ginecóloga y meterse en la cama con la luz apagada.

Y este es el primer fin de semana que no sale desde hace mucho tiempo, si exceptuamos aquellos en los que ha estado castigada o los que coincidían con una semana de exámenes. Baja a la cocina y se sirve un tazón de cereales y leche. Los cereales colorean de marrón la leche cuando su madre entra en la cocina.

—Un sábado y tú aquí a estas horas. ¿Dónde está Alberto?

Nata se encoge de hombros.

—¿Problemas en el paraíso?

—Lo hemos dejado —dice Nata y después corrige—: En realidad, lo dejé yo.

Arrugas de expresividad toman al asalto la frente de la madre de Nata. Es un movimiento exagerado que pretende subrayar la sorpresa ante la noticia. En realidad, diez días antes, una noche de domingo después de un fin de semana familiar, le dijo a su marido que Nata y Alberto no atravesaban por un buen momento. Las largas conversaciones, las risas y las discusiones por móvil a las que estaban acostumbrados habían desaparecido. El sonido de las palomitas explotando en una cacerola con el que Nata tenía marcadas las llamadas de su novio había dejado de escucharse.

—Han roto —afirmó rotunda.

—Quizá eso sea lo mejor —le contestó el padre de Nata—. Necesitará aprobar la EvAU con una buena nota si quiere ir a la universidad que ha elegido.

La madre de Nata no contestó el comentario. No quiso poner de manifiesto su desacuerdo. «No sabe nada de la vida», pensó. Los hombres en general no tienen ni idea de la vida. Una chica está mucho más centrada cuando tiene novio. Y ella lo sabe bien. Tener novio le salvó la vida cuando era una adolescente. La alejó de las malas compañías y de un mundo de drogas. La centró en lo que era importante. Una chica necesita un hombre a su lado.

Se sirve un vaso de agua y se acomoda en uno de los taburetes altos junto a Nata.

—¿Qué es lo que hizo? —pregunta de manera condescendiente.

Nata se mete una cucharada de cereales en la boca. Se plantea contestar: «Él y otros tres chicos del instituto estuvieron a punto de violarme. ¿Cómo te has quedado?».

— Por favor, mamá —dice por fin—. No seas pesada.

—¿Qué? —exclama la madre de Nata—. Venga, cuéntame ese drama. Tenemos confianza para hablar de nuestras cosas. ¿Se trata de otra chica? ¿Es eso?

Nata niega con la cabeza.

—Hace tiempo que no estamos bien. Y era un coñazo seguir así.

Nata deja el bol de los cereales dentro de la pila de la cocina, abre un poco el grifo y lo llena de agua. Su madre se acerca por detrás.

—Oye, no sé qué será lo que ha hecho, a los hombres no se les puede tomar muy en serio. Son muy simples y hay que aprender a vivir con eso. A veces es mejor mirar para otro lado y consentir alguna tontería para conservar el resto del lote.

—No entiendo a dónde quieres llegar.

—Digo que no se te ve muy contenta desde hace semanas. Y que deberías hacerte una pregunta muy sencilla: «¿Es tan grave lo que ha hecho que no puedo perdonarlo?».

Nata observa a su madre en silencio. Es ese momento en el que una se da cuenta de lo turbadora que es la experiencia de descubrir de verdad la clase de persona que es quien te trajo a este mundo.

—Si se trata de otra chica no importa si nadie lo sabe. Incluso si se sabe puedes darle la vuelta y usarlo a tu favor. Puedes hacer cosas que antes no hacías, tener cosas que antes no tenías. Alberto parece la clase de chico que te daría esas cosas. ¿Me entiendes?

Ahora Nata está segura de que está hablando de ella y de su padre, de su propia experiencia, de su puto matrimonio. Joder. Nata recuerda que sus padres pasaron por un momento malo como dos años atrás. Luego la cosa se arregló más o menos y un par de meses después su madre cambió el monovolumen por el Mercedes todoterreno. Joder. Ella también ha exculpado ciertas cosas de su conducta y, aunque cree que Nata aún no es lo bastante adulta para conocer los detalles, debe empezar a recibir ciertas lecciones. Y eso es lo que está tratando de hacer. Le está dando una lección de vida.

—¿Papá te ha puesto los cuernos?

—¿Qué? —exclama sorprendida—. ¡No!

—Parecía que estabas hablando de papá.

—En un matrimonio siempre hay diferencias. Como mujer debes ceder ante algunas cosas. La vida es así. Los hombres son así, Nata. Apréndetelo. Y pregúntate si merece la pena tirarlo todo por la borda porque él ha cometido un pequeño error. Yo no renunciaría a todo lo que me ha costado mucho esfuerzo conseguir porque mi marido hubiera cometido un pequeño error. Lo que haría sería obligarle a comprometerse, cobrarme un peaje y después lo olvidaría.

La madre de Nata bebe un largo trago de su vaso de agua. Como si hubiera pasado por un muy mal momento, uno muy complicado.

—Está bien —dice Nata tratando de ser conciliadora—. No te pongas así. Lo entiendo.

Nata sube las escaleras de la casa hasta su dormitorio y se tumba en la cama. No quiere saber nada más del matrimonio de sus padres. Ya ha tenido suficiente. «No quiero saber nada más, no me interesa su vida. Joder.» Trata de olvidar lo que ha pasado en la cocina, fuera lo que fuese. Entra en wasap y comienza a leer los últimos mensajes que le ha enviado Alberto. Luego comienza a leer los anteriores. Y puede leer hasta un año entero de mensajes antes de dormirse finalmente.

Al día siguiente Nata responde por fin al último de los mensajes de Alberto.

Quedamos en el CC.

A las seis. En la planta de arriba.

Donde los bocadillos.

Los domingos casi no hay nadie en el CC. Todo el mundo está en otra parte. Las tiendas están cerradas. Es como el escenario de una película sobre un apocalipsis zombi. En la tercera planta hay un bar abierto. Una de esas franquicias que tienen un centenar de bocadillos enanos. Un camarero con la cara llena de granos les sirve dos refrescos y unas patatas con beicon y queso fundido. Alberto no deja que paguen a medias. Y eso le gusta a Nata, porque supone una victoria de antemano.

—Ayer estuve leyendo tus mensajes —revela Nata—. Yo quiero perdonarte, pero no me inspiras mucha confianza, la verdad. ¿Cómo sé que no lo intentarás de nuevo?

—Joder, Nata. Tú querías hacerlo. Lo recuerdo perfectamente. Estábamos en la cama...

—Deja de repetir esas mierdas —le interrumpe Nata—. Eres un cerdo.

—Tienes razón, se me cruzaron los cables —admite—, pero no lo intentaré nunca más. Te lo juro.

—Si quieres que volvamos las cosas tienen que cambiar mucho.

Durante la siguiente hora, Alberto no dice otra cosa que «Está bien», «Sí» y «Lo haré». Y se asegura de que no quede duda de la sinceridad de sus intenciones. Necesita volver con Nata. Desde que rompieron duerme mal, apenas si tiene hambre, no disfruta jugando al fútbol y no puede estudiar. Lo que le quitó el sueño aquella primera noche, y cada noche desde entonces, es la posibilidad de que Nata se lo cuente a su madre y a su padre, el abogado, y le denuncien. Alberto sabe que, si eso ocurre, su viaje a Canadá para estudiar en una universidad privada se evaporará como el agua de un experimento de química. El día que Nata rompió con él tecleó en Google: «¿Te dejan entrar en Canadá si tienes antecedentes penales?». La respuesta fue un rotundo «No». Después borró el historial de búsquedas por si el gobierno canadiense era capaz de meterse en su ordenador. Unos días después de que Nata dejara de hablarle en clase, no contestara a sus mensajes de teléfono, le esquivara en el instituto y le ignorara, enfermó. Cogió una especie de resfriado que no se le iba nunca y frente al que los medicamentos que le recetaron dos médicos diferentes no podían hacer nada. Se hizo pruebas de alergia, pero tampoco se trataba de eso.

—Una bajada de defensas puede estar producida por el estrés —le dijo el segundo de los médicos—. ¿Tienes mucho estrés?

Sí tenía mucho estrés. Para dar y tomar. Habló con su amigo Christian.

—Tengo que volver con ella —dijo—. No puedo seguir así. Si volvemos juntos no podrá acusarme de nada. ¿Qué clase de chica volvería a salir con el chico que intentó violarla?

—No sé de qué podría acusarnos. —Christian mueve la cabeza de un lado a otro y después añade—: No borres el vídeo. A malas demuestra que no pasó nada.

Así que cuando ella le escribió ese mensaje y le propuso que se vieran en el CC no lo dudó ni un segundo. Después de que Nata hable durante una hora, Alberto ve por fin la oportunidad de hacer una pregunta que le está dando vueltas a la cabeza, pero no consigue encontrar el momento de expresar.

—Entonces ¿estamos saliendo juntos otra vez?

—Ni de coña —responde Nata ofendida—. Tienes que currártelo un poco más, guapo. Quiero que esta semana seas muy romántico delante de todo el mundo. Quiero regalos, quiero una invitación a cenar, quiero una primera cita otra vez... Pero una primera cita de verdad, no como la mierda que tuvimos hace tres años. ¿Entendido?

—Entendido.

Las clases se reanudan después de las vacaciones de Semana Santa. Y Alberto hace todo lo que Nata le ha pedido. El viernes siguiente todo el instituto sabe que Nata ha aceptado una invitación para cenar.

—¿Vas a ir a cenar con él después de lo que te hizo? —pregunta Alma muy enfadada.

Esa pregunta da inicio a una violenta discusión de amargas consecuencias. Prácticamente Nata y Alma rompen una amistad de doce años. Nata no puede decir que sea una ruptura fácil. Esa tarde golpea la almohada mientras las lágrimas inundan sus ojos. Aunque en su origen hay más rabia que tristeza.

—¿Qué es lo que no va bien? —pregunta Alberto.

Le ha pedido un préstamo a su padre para pagar esa cena y se ha gastado casi todos sus ahorros en la semana de amor y fantasía. Estuvo a punto de alquilar un poni para llevarlo a la puerta del instituto y una puñetera avioneta que escribiera su nombre en el cielo. Lo hubiera hecho de tener dinero. Y al inicio de la cena, en un restaurante de verdad, nada de franquicias ni de comida rápida, uno bonito de verdad, que encontró en una guía de lugares románticos, le ha dado un pequeño anillo con una piedra semipreciosa porque es a todo lo que le ha llegado el dinero que tenía ahorrado. Y, sin embargo, ella está ahí dando vueltas al anillo, callada y con cara de estar muy enfadada.

—No es por ti —dice Nata mientras sonríe y extiende el brazo por encima de la mesa para darle la mano—. Es que he discutido con Alma. A Alma nunca le has caído muy bien.

Alberto arruga la servilleta mientras Natacha le cuenta lo que Alma piensa de él.

—Esa zorra se merece una lección —afirma cuando su novia ha terminado de hablar.