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En el descanso entre asignaturas Alma espera a que una de las cabinas del baño de alumnas quede libre. Guarda turno entre otra media docena de chicas que arman bastante alboroto. Parlotean sobre exámenes, movidas con chicos, menstruaciones y planes para el próximo fin de semana. Lleva el móvil dentro de uno de los bolsillos de los pantalones cortos de deporte muy anchos que tienen el estilo de los que usan los boxeadores. Rojos con tres rayas blancas en el lateral. Outfit completado con unas nuevas Fila falsas que ha conseguido a través del Terry y una camiseta blanca con la imagen de la princesa Leia que David le ha regalado. Aunque a ella le da un poco lo mismo Star Wars —es más de su padre, que es un friki de la saga—, le gusta la imagen de la princesa con ese peinado tan estrambótico y una pistola en la mano. Escucha la cadena y un par de chicas salen de una de las cabinas. Es su turno. Saca el móvil de su bolsillo antes de sentarse en la taza del váter. Una campana avisa a Alma de que ha recibido un mensaje nuevo. Lleva adjunta la fotografía de un pene erecto.

Un día de estos me la vas a comer toda.

Alma ha recibido más mensajes. Fotografías de pollas, vídeos de corridas, insultos y también alguna amenaza de agredirla sexualmente. Ahora está segura de que no es Hernán. Le conoce. Sabe que no llegaría tan lejos.

Guarda su móvil en el bolsillo trasero del pantalón de deporte. Tira de la cadena y sale de la cabina. Tres chicas del otro bachillerato miran sus móviles. Hacen un gesto de asombro.

—¿Qué pasa? —pregunta Alma.

—Nada —le contesta una de las chicas.

Pasa a su lado y entra en la cabina que antes ocupaba ella. Las otras dos entierran sus miradas en las pantallas de sus teléfonos. Alma sale del baño. Escucha un intercambio de frases rematadas por una carcajada. Siente ganas de entrar de nuevo, pero respira profundo y sigue su camino. Recorre el pasillo hasta su aula y se da cuenta de que nunca, ni remotamente, se ha sentido tan sola en el instituto como en ese momento. Aislada. Entonces un idiota al que apenas conoce y al que no ha mirado jamás se planta en su camino.

—¿Te gustaría ser mi muñeca hinchable? —le pregunta.

—¿Qué coño dices, idiota?

Lo aparta de su camino de un empujón. Escucha comentarios ofensivos y burlas. Sabe por las sonrisas de los que tiene enfrente que a sus espaldas el idiota está haciendo algún tipo de gesto obsceno. Haciendo que se masturba o que la monta como un poni o que se corre en su cara. Una mierda. Detiene su paso y se da la vuelta. La primera patada lo dobla por la mitad.

El idiota espera sentado en uno de los bancos en el hall del edificio principal, entre la secretaría y el despacho del director. Un paquete de guisantes congelados oculta el arañazo que le cruza la mejilla y el hematoma del pómulo. Aún no consigue tragar bien por el golpe en la garganta y ha tenido suerte de que la detuvieran antes de que Alma le arrancara los ojos.

El director del instituto tiene los codos apoyados sobre su escritorio y una de sus manos envolviendo el puño cerrado de la otra. Escucha la explicación de Alma. «Muñeca hinchable.»

—Dice que era una broma. Algo sobre un reality que emiten no sé dónde.

—No era una broma.

Ha hablado primero con él y quizá ha sido por los balbuceos o por el dolor de garganta, eso es lo que ha creído entender.

—A mí tampoco me ha convencido.

—Estoy cansada de soportar toda esa mierda solo por ser chica. Si no le parto la cara es como si lo estuviera consintiendo y entonces el siguiente paso será tocarme el culo y el siguiente...

—Alma —le interrumpe el director—. No exageremos.

Alma está tentada de enseñarle las fotografías y los mensajes que ha recibido hasta ese momento. Ha creado una carpeta especial de archivos en el móvil que contiene 62 elementos y le falta por guardar la que ha recibido esa mañana. En un buen puñado de ellos se menciona la palabra «violar».

—Puede ser una salida de tono desagradable o de mal gusto, y desde luego no voy a permitir ese tipo de conductas. Pero tampoco puedo justificar una agresión en el descanso entre clases.

—¿Qué?

Alma entra en el aula e interrumpe la explicación de la profesora de Lengua y Literatura. Ha recibido una amonestación grave y la han expulsado tres días. Tiene que recoger sus cosas. Mete sus libros y cuadernos en la mochila entre murmullos. Al salir dirige una mirada a Nata, pero su antigua amiga no desvía ni un centímetro los ojos del libro de texto.

El profesor de Historia la observa cruzar el patio desde una ventana del aula donde está impartiendo clase. Y tras una breve pausa vuelve a su explicación del período republicano.

Hernán salta del bus en la parada más cercana a su calle tras un chaval de doce años y un par de cuidadoras que llevan críos pequeños. Alma le está esperando sentada en el pequeño banco de metal. No ha hablado con ella desde que le hizo borrar aquella pintada en el baño que ni siquiera él había hecho. La ha estado evitando. Ha ido poco al parque y siempre antes se ha cruzado algún mensaje con Jackrussell preguntando si ella estaba por ahí. Y en el instituto ha procurado ser transparente. Y casi lo ha conseguido hasta ese día.

—He recibido otra foto de una polla.

—No tengo nada que ver con lo de esas putas fotos —dice Hernán.

—Ya lo sé —contesta Alma.

Hernán deja la mochila y una bolsa de deportes en el suelo con un gesto de cansancio.

—¿Vas a disculparte? —pregunta.

—No. ¿Por qué?

—Me acusaste —baja la voz— de prácticamente violarte aquella noche. Y no pasó así. Tú querías que lo hiciéramos.

—Vete a la mierda. Te aprovechaste de alguien que estaba borracha y drogada.

—Estabas jodida porque el hermano de Greta te había hecho la cobra y querías follarte a alguien, y aparecí yo. A la segunda oportunidad triunfaste. Te comportaste como una puta.

—Estaba jodidamente triste —replica Alma—. Un buen amigo me habría traído a casa.

Es la primera vez que Hernán advierte que existía otra opción aquella noche. Ella quería follar y él también, pero él tenía una capacidad de decisión que ella no y debería haber hecho lo correcto. Y de repente cae en la cuenta de que no mola protagonizar vídeos porno de chicas borrachas follando.

—Lo siento.

—No tienes ni idea de lo diferente que es para una chica meterse en la cama con alguien.

—Yo nunca te hubiera hecho daño, Alma.

—Lo sé.

Los dos se quedan en silencio.

—Yo no escribí la pintada del baño. Aunque no me creas. La borré porque me parece una mierda que alguien se dedique a escribir esa clase de cosas.

Alma acaricia la mejilla de Hernán. Está suave. Él tuerce ligeramente la cabeza y la palma de la mano de ella queda sobre los labios de él.

—Dime qué está pasando en el instituto.

—Has cabreado a alguien.

Hernán le enseña una de las fotografías que ha recibido esa mañana. Es una de las que Alma se hizo en la casa de Greta unos meses atrás. Alma le está dando un beso al enorme glande de la polla de plástico que Nata le robó a su madre del interior de una caja de zapatos. Además, le han pasado otras tres fotografías en las que Alma posa en actitudes muy sexuales en la cama y en el baño. El envío se ha hecho desde una identidad oculta.

—Joder —exclama Alma—. ¿Cómo ha conseguido esas putas fotografías? ¿Me ha hackeado el móvil?

—Nadie sabe tanto de informática y tampoco eres tan famosa. Es algo más sencillo. ¿Quién te hizo esta foto?

—Nata.

Recuerda la primera fotografía que le enviaron. Ella duerme en una cama, desnuda, boca abajo. Esa cama es la cama de Greta. Esa foto se la hizo Nata.

El número oculto desde el que le han estado enviando mensajes es de Alberto. Nata le enseñó las fotografías guarras que se hicieron en casa de Greta y él se las copió en su móvil. Y lleva pajeándose con Alma y enviándole fotografías de su polla desde entonces. Es un asco.

Natacha comienza a recibir fotos de pollas en el wasap de su móvil. En realidad 63 fotografías de la misma polla. Enviadas por Alma.

Supongo que la reconoces.

Es la polla de tu novio.