Grace indicó a la doncella cómo quería el recogido de su cabello que luciría para acompañar el vestido color ciruela con holanes que la hacían lucir no solo hermosa y elegante, también majestuosa. Cuando fue requerida por las joyas y le acercaron las opciones, le vino a la mente el recuerdo de la hebilla de oro de William que se había quedado prendida peligrosamente a la muselina de su vestido. Desvió los ojos al cofrecito de porcelana con ribetes dorados donde la había depositado, ni siquiera se atrevió a destaparlo, pero la intimidad que le confería haberlo mantenido en su poder la hizo temblar. Estaba decidida a devolvérsela a la brevedad posible, no quería verse implicada.
—Los diamantes negros —decidió al fin y sacó ese asunto de su cabeza. Tenía la necesidad de resplandecer, no solo el baile era en su honor, estaría frente a la sociedad londinense por primera vez tras los funerales de su difunto marido.
Cuando todo en su apariencia estuvo acorde a sus exigencias, acudió a supervisar a lady Arlene Haddon. La chica ya estaba lista, con una tierna vestimenta de encajes vaporosos color melocotón que realzaba su dulzura. Grace suspiró al verla y al pensar en su nuevo papel de carabina, no deseaba convertirse en una odiosa, así que intentó mostrarse amigable con la jovencita, quien ya le había tomado cariño. Se notaba agradecida de haber sido rescatada del influjo de lady Black.
Arribaron a Primrose Hall en compañía de doña Prudencia. Los anfitriones los recibieron con toda solemnidad, cada uno vestía de gala, con sobrada finura y distinción. Los duques de Whitestone les dieron la bienvenida, fueron tan solemnes como ameritaba el protocolo, pero el brillo en la mirada de la duquesa no le pasó desapercibido, se preguntaba si su esposo estaba al tanto de sus motivos ocultos.
—Permítame volverle a agradecer, lady Emerald, por aceptar que este baile fuera en honor a su persona —admitió la noble dama.
—Excelencias —musitó e hizo una reverencia—, como ya les expresé en mis letras el honor es todo mío. Agradezco sus muestras de gentileza.
Y tras compartir unas amenas palabras, continuó adentrándose. Primrose Hall jamás dejaba de sorprenderla, no había mansión entre todas las visitadas con anterioridad que hiciera idéntico despliegue de lujo y sofisticación, incluso los miembros de la familia real se pondrían celosos de los excesos de los duques. Los mármoles lustrosos, las telas importadas, las obras de afamados escultores y pintores, así como los ornamentos valorados por su exquisitez hacían pensar que se encontraban en un ala del palacio real. Siguió adentrándose con la esperanza de encontrar a lord William Lovelace atendiendo a sus invitados. Tuvo que enfrentarse a viejos conocidos, unos gratos y otros más interesados en ponerse al día con los rumores que se cernían en torno a ella. Sin duda, lo más irritante fue lidiar con el asedio de los caballeros que de pronto tenían más interés en la joven y rica marquesa viuda que en las señoritas casaderas que se distinguían por su candidez y jovialidad. Ambos atributos de los que carecía, incluso desde su época de soltería. El hecho de ser el centro de atención no la intimidaba, en absoluto, tan solo era que tras el deceso de Emerald y los sucesos que acarreó solo quería sumirse en sus libros y la quietud de Emerald Haven; pero sus compromisos sociales, también en pro de su hijo, la habían hecho abandonar su refugio muy a su pesar.
Al aproximarse la condesa de Huntington, notó que su prima lejana se tomó como tarea primordial ser la madrina de Arlene, con la intención de buscar entre los jóvenes solteros uno con el que pudiera comprometerse. Se acomodaron en una salita mientras compartían unos refrigerios y se ponían al día de todo lo que no pudieron aterrizar en la corta visita que le hicieron desde su arribo a Inglaterra.
—Debemos buscarle un joven de familia a lady Arlene Haddon, un lord —sugirió la condesa al corrillo conformado por su prima, Grace y a la que deseaban casar.
—Esa historia me suena familiar —refirió Grace al recordar el ímpetu desplegado por la condesa hasta que consiguió que se uniera en matrimonio con el marqués.
—Está en buena edad, si se apegan a mis consejos estará casada antes de los veinte y con un partido inmejorable. Desde que mi estimada prima me puso al tanto de las intenciones para lady Arlene Haddon, me tomé el atrevimiento de confeccionar una lista con los jóvenes solteros de buena familia.
Cuando la sacó disimuladamente, Grace la revisó y comentó espantada.
—No me convencen, son buenos candidatos, pero un poco mayores para la chica. —La aludida palideció ante las maquinaciones de la condesa para conseguirle marido, Grace no lo pasó por alto y se dispuso a defenderla para que aquel baile al que había acudido tan emocionada no terminara por ser una pesadilla.
—El mayor solo la supera por diez años, es una buena edad y siguen teniendo cosas en común. Reservé otros prospectos si estos no dan resultado, incluso de más edad si fuera necesario. —Grace arrugó la nariz ante la sugerencia y la condesa decidió ignorar su gesto reprobatorio.
—No es obligado que fije un compromiso en esta temporada, ni siquiera la siguiente. Mis planes para Arlene incluyen al inicio de la lista el no presionarla.
—Entonces no será la indicada para velar por el futuro de su hijastra: para esos efectos me tiene a mí, querida. La presión y la mano firme con las jovencitas son necesarias. Yo logré casar a todas mis hijas antes de los veinte y con partidos inmejorables.
—Usted pretende convertirme en una versión de las pérfidas madrastras de las historias de hadas y eso está muy alejado de la visión que tengo para guiarla.
—Ahí viene lady Black. —Las previno doña Prudencia y las damas dejaron de divagar sobre el futuro de la joven descendiente del difunto marqués.
Lady Black, con una sonrisa helada que la hacía lucir aún más fría y perversa, se acercó a saludarlas como si Grace no la hubiera sacado literalmente de Emerald Haven la última vez que se vieron. Lucía un imponente vestido de seda de amplia falda y de color verde bosque que resaltaba su inmaculada belleza y que dotaba de más intensidad a su mirada esmeralda. La marquesa pudo escuchar figuradamente el crepitar de las partículas de humedad esparcidas en el aire congelarse ante su avance. La reina de las nieves intercambió palabras amables con cada una y fue un poco más efusiva de lo usual con Arlene.
—¿Cómo has estado, pequeña? —le preguntó simulando un tono afectado, pero ni así su congelado rostro trasmitió calidez; solo logró que a Grace se le erizaran los vellos de la nuca—. Te hemos echado mucho de menos.
—Estoy bien, querida tía. Lady Emerald y doña Prudencia son muy hospitalarias conmigo.
—Al fin y al cabo, estás en los designios de tu hermano menor. Me agrada que estreches lazos con él.
—Es un niño muy educado y...
—Como se espera para su rango —dijo sin dejarla terminar de hablar—. Es bueno que estés cerca para supervisar que crezca conforme a nuestras costumbres.
Nadie se atrevió a refutarla, al parecer las presentes sabían que la mejor respuesta a sus ataques furtivos era ignorarla. Todas a excepción de Grace que mantuvo un férreo silencio, se esforzaron por ser amables con la vizcondesa, aunque estaban deseosas porque fuera a esparcir su veneno a otra parte.
—Pude alcanzar a escuchar el asunto que las atañía justo a mi arribo —musitó lady Black con un tono que volvía gélido el ambiente.
—¿Perdón? —inquirió lady Huntington, quedó sorprendida porque habían hablado en voz muy baja y, salvo que lady Black fuera bruja, no entendía cómo las había escuchado.
Grace, que entendió el motivo del sobresalto de la condesa, desplegó una sonrisa, estaba segura de que su cuñada o tenía pacto con el diablo o llevaba más tiempo del que suponían acechándolas y por eso había captado cada frase desafortunada.
—Me parece bien que mi sobrina tenga una madrina de su rango y experiencia, lady Emerald no tiene tantas conexiones como usted, lady Huntington.
—Muy pronto las tendrá —defendió a su nieta doña Prudencia.
—Pero lady Huntington logró casar a cada una de sus hijas antes de los veinte, y con partidos prominentes. Una proeza como esta en tiempos en que las señoritas extranjeras llegan a acaparar a los pretendientes es digna de admirar. —Tosió y Grace nuevamente se mostró impávida ante su intromisión descarada en sus asuntos.
—Todas mis hijas están muy bien casadas —presumió la condesa al recibir el halago en el punto débil de su ego.
—Se echa de menos la presencia de sus hijas en el baile, lady Huntington.
—La mayor está de viaje en el continente y la que le sigue descansa tras el alumbramiento de mi último nieto.
—Imaginé que algo así sería porque no suelen faltar. ¿Y lady Wilson? ¿Su esposo no es muy afecto a los bailes? Casi nunca me topo con ella en eventos.
La condesa tragó en seco y tembló solo de pensar qué decir, creyó que definitivamente lady Black era una bruja que encima había olvidado todos sus modales al increparla con tal desfachatez. Todos sabían que el esposo de su hija menor era mayor que ella y que no se inclinaba por la diversión, y lo que era peor y se cotilleaba a puertas muy cerradas, su hija y su esposo estaban pasando por una crisis disimulada con ímpetu para que nadie se percatara que vivían en residencias diferentes; o lo que era peor, la había mandado a su casa de campo con sus hijos menores y allí la tenía olvidada.
—Mi hija se ha retirado a su casa de campo por cuestiones de salud, la vida en un entorno más natural le ha venido de maravillas. Está tan feliz que se ha negado a regresar.
—Como tía de Arlene debo supervisar esa lista —dijo lady Black cambiando el tema y tomándola desprevenida.
—¿Cuál lista? —musitó lady Huntington tras palidecer aún más, había sido en extremo reservada y no deseaba ser enfrentada así por aquella mujer.
—No es necesaria ninguna lista —espetó Grace—. Lady Arlene Haddon no precisa que nos preocupemos en exceso por su futuro, es muy joven y no le faltarán admiradores. Bajo mi tutela podrá elegir al esposo que sea de su agrado.
Todas arrugaron el entrecejo a excepción de doña Prudencia.
—Lord William Lovelace sigue soltero —murmuró lady Black con tal malicia que Grace sintió sus palabras como dagas envenenadas directas a su corazón. No obstante, al sentirse puesta en evidencia aguantó con estoicismo e ignoró la estocada, no se dejaría provocar por lady Black.
—Lady Arlene Haddon puede aspirar a un lord con título nobiliario —se limitó la condesa a mencionar.
—Solo menciono que es un buen partido, soltero y de buen ver: agradable a la vista para una señorita. Un pez más en este estanque al que no hay que quitarle el ojo de encima.
Todas suspiraron cuando se alejó del grupo, cada una por sus propias razones; pero Grace sin dudas fue la más preocupada. «¿Por qué lady Black quiere a entusiasmar a Arlene con William? ¡Oh, por Dios! ¿Lo hará por lastimarme tomando en cuenta los sentimientos que nos unieron en el pasado? ¿O será que sabe de su visita a Emerald Haven? Su insinuación solo tiene sentido si sospecha que la breve ilusión que nos unió en el pasado fue tan fuerte como para aún robarme el aliento», pensó agobiada.
Con miles de ideas, Grace se alejó de las damas de su familia al ser requerida por los anfitriones, le presentaron a la prometida del futuro duque y a su familia. Para su sorpresa la señorita destinada a ser la futura duquesa de Whitestone no pertenecía a la nobleza y además, como ella, no había nacido en Inglaterra. Ese hecho le llamó bastante la atención, tomando en cuenta lo arraigados a sus costumbres que eran los pares británicos. Ni siquiera el hecho de conocer la opulencia de la familia de la chica resolvió su duda. Se suponía que los duques no necesitaban anclarse a un buque lleno de oro para mantener su estilo de vida.
La señorita Eloise Foster era la hija mayor del acaudalado empresario naviero norteamericano Joseph Foster, quien la saludó tratando de emular los modales de la aristocracia. El señor Foster había acudido con su esposa y sus dos únicas hijas, la primogénita y Josephine, únicas herederas de su vasto imperio, y se sentía parte de la nobleza por estar a punto de emparentar con el duque. Acostumbrado a ser reverenciado por su estrato social, no era consciente de que jamás le iban a dar el trato de su consuegro. Lord Godwine, el heredero al ducado, se veía bastante encandilado con la hermosa americana, sus atenciones y sus ojos estuvieron sobre ella toda la noche.
A quien aún no había visto era a su hermano, se le hizo raro, llevaba más de una hora en la recepción. Recordó la hebilla dorada y se lamentó por olvidarla con las prisas, decidió que se la entregaría al llegar a Whitestone Palace. Solo con pensar en los días que permanecería en la propiedad de su familia, con él cerca, teniendo que verlo a diario y con tantas personas a su alrededor que podrían notar que algo inusual sucedía, se exasperó. Debía mantenerse alejada de William a toda costa, había demasiado en juego.
Compartió con algunos invitados de elevado rango en el trayecto a la seguridad de las damas de su familia, se entretuvo observando a Arlene bailando con un joven de buen aspecto y elegantes maneras. Pero no pudo quedarse quieta en su sitio, los galanes no tardaban en aparecer y envolverla con sus discursos ensayados. Se hizo el firme propósito de hacer una lista al estilo de la de lady Huntington, con los nombres de cada uno de los depredadores que estaban detrás de su dinero y de sus dotes femeninas a los que debía mantener alejados. En eso William había dicho la verdad; por una razón que no le pasaba desapercibida, notó que ciertos caballeros habían empezado una carrera hacia la meta, donde el trofeo era su persona.
Continuó desplazándose por el salón para escabullirse de un posible pretendiente que ya comenzaba a ser molesto, hasta que en medio de la marejada de encajes, abanicos, acordes y fracs, se descubrió acechada por unos ojos azules desde un rincón. Le hizo una reverencia con la cabeza, que más que pretender saludarla u honrarla tenía un reproche implícito, algo que se asemejaba a «recuerde que le avisé». ¿Cuánto tiempo habría permanecido en las sombras? ¿Por qué la seguía tan absortamente con la vista? ¿Acaso no era consciente de que podía comprometerla? Decidió huir, esconderse donde sus dos zafiros no fueran una contundente evidencia del lazo que una vez los unió, el que no terminó de cerrarse y fue disuelto sin lograr su cometido.
Sus pasos agitados la llevaron a la terraza, justo a la misma área donde años atrás lo había sorprendido besándose con una mujer a la que no había podido develarle el rostro. ¿Quién sería? ¿Estaría bailando impunemente en el salón? Trató de recordar algo que le diera una señal sobre la identidad de la dama misteriosa. Pero solo había podido vislumbrar la amplia falda de su vestido color borgoña que parecía casi negro por las sombras de la noche. Él le había cubierto la cara para besarla y desde el ángulo de Grace no había podido descubrir sus rasgos. Y luego, ella se había tapado y había huido protegiéndose con éxito. Caminó hasta el barandal y apoyó las manos. ¿Qué tan diferente habría sido su vida si no hubiera descubierto su infamia y hubiera rechazado los avances del marqués?
Una lágrima silente se escurrió por su mejilla, no sabía el motivo de la opresión que sentía en su pecho. No era menos cierto que el recuerdo de Emerald aún dolía, pero por su calidez humana, por su abrazo protector, pero el fuego en su interior solo había sido provocado por el hijo menor de los duques de Whitestone. Se aferró a la baranda, la apretó hasta que sus dedos le reclamaron castigados. El sonido de unos pasos hizo que sus ritmos cardíaco y respiratorio se ralentizaran, agudizando el oído para captar la profundidad de cada pisada, o alguna seña particular que revelara la identidad del recién llegado.
Su corazón no la engañaba, no podía ser otro que William, la había asediado como un lobo hambriento cuando deambuló ajena a su presencia por los salones de Primrose Hall. Ella había cometido un descuido, se había lanzado a la soledad y la negrura de la terraza delante de sus ojos. Suspiró a la par que se giraba buscando la frase correcta entre el maremoto de palabras que se agolpaban en su cabeza para escabullirse de aquella encerrona que ella misma había provocado. La mirada inquisitiva de una dama la tomó desprevenida.
—¿Con quién pretendías encontrarte? ¿Con él? —la interrogó lady Wilson.
—¿Tú qué haces aquí? ¿Cómo pudiste burlar la vigilancia de tu esposo?
—No me has respondido.
—Ni tú tampoco.
—Conoces de sobra todo lo que está en juego. Llevo días intranquila, desde que supe de la invitación de los duques. ¿Irás a Whitestone Palace? Debes encontrar una excusa, una creíble, que no suene a desaire, pero que sea contundente para que te puedas retirar con clase. Si das pasos en falso, lady Black puede sospechar que algo se traen y se las arreglará para enturbiar el futuro de tu hijo.
—No nos traemos absolutamente nada y no tienes derecho a reclamarme.
—Entonces te lo imploro. Es por tu beneficio y el de la familia, sobre todo por el pequeño.
—Soy viuda y no ofendo a nadie con mi conducta. No es un delito tener amigos.
—Ese hombre no es tu amigo, nunca lo ha pretendido.
—Jamás he sido inocente o lo fui hace tanto tiempo que me sobran las maneras para cuidarme. No necesito que intercedas, ni que me salves. A lo mejor debí aceptar aquel día que me imploró no casarme con Emerald. Estaríamos mejor todos.
—En el supuesto que pudieras volver el tiempo y tomar la decisión, ¿estarías dispuesta a dejar lo vivido por lord William Lovelace?
—Sí, estuve muy tentada a hacerlo. Si no hubieras llegado, muy probablemente habría quebrado mis defensas y ahora estaríamos juntos y Emerald vivo.
—No vale tanto, espero que seas sensata y no arruines todo por lo que hemos luchado. En vista de que nada te saca de tu obcecación, me marcho; arriesgué demasiado para intentar detenerte, pero lo que veo en tu mirada, Grace, no me gusta nada. En Whitestone Palace no estaré para abrirte los ojos.
La vio escabullirse e intentó seguirle los pasos, odiaba perder una discusión y no tener la última palabra; pero al traspasar el vano de la puerta la figura alta y taciturna de William le cortó el paso orillándola a volver a refugiarse en las penumbras de la terraza. Caminó de espaldas hasta toparse con la baranda. William no le dejó escapatoria. Tembló. Reparó en sus manos grandes, imaginó que la abrazaban y apretaban con fuerza hasta fundirla con la dureza de sus pectorales, la que desde el encuentro en la biblioteca la había atormentado. Sin darle tiempo a que notara su desconcierto y su urgencia, quedó seria para disimular el efecto estremecedor que le causaba.
—¿Por qué me sigue? Estoy sola.
Él continuó acercándose a ella hasta que los holanes del bajo de su vestido rozaron la punta de los zapatos de él. Estaban muy juntos y él no tenía intención de detenerse. Le clavó la mirada hasta lo más hondo de sus pupilas, como si quisiera atravesarlas y desnudarle el alma para apoderarse de todos sus secretos.
—¡Grace! —La nombró en un susurro gutural que expresaba deseo y necesidad.
—¡Alto! Ni un paso más. Terminará por comprometerme.
—Si deseaba mantener su honor a salvo, ¿qué hace en la parte más apartada y oscura de la terraza? ¿No ve que es una invitación para que algún truhan que desee aprovecharse de su belleza la acorrale y la seduzca?
—Como está haciendo usted.
William no respondió y con ello le dio la razón. Parpadeó obcecado por la voluptuosidad de sus labios rebeldes que solo se abrían para disparar palabras, aquellas que más que herirlo o alejarlo incrementaban sus ansias de poseerla, como una cuenta pendiente que reclamaba ser saldada con urgencia.
—Siga adelante, la escoltaré al salón para que esté usted a salvo. —Irónicamente desconocía que era la única persona capaz de causarle un daño o afrenta irreversible.
—No soy una damisela en apuros que necesite ser rescatada, lo dejo en este sitio en compañía de su soledad donde puede recordar viejos amores. —Dio un golpe bajo para traer al presente su traición.
—Jamás pierde la oportunidad de lanzar una estocada, pero ya no me afecta. No volveré a intentar explicarme, menos a justificarme. En el aquel momento tuve mis motivos, los que quise exponerle en sobrados momentos; usted jamás quiso escucharlos, así que ya es demasiado tarde para réplicas. Avance y aléjese de los sitios oscuros, no vaya a ser que termine protagonizando un escándalo, algo que sin duda no querrá añadir a su repertorio de desgracias.
Su arrogancia, su sobrada vanidad logró exasperarla, lo fulminó con la mirada para abrirse paso lejos de allí y él se mostró educado a la hora de despejarle el camino.
—Es una pena que su excelencia se angustie pensando que alguna situación a su alcance provocó que años atrás me retirara temprano de Primrose Hall, cuando fue su hijo quien conspiró a nuestras espaldas. Nada me daría más gusto que poder prescindir de su presencia. Mientras estuve casada con Emerald tuvo la dignidad de hacerse a un lado, no sabe cuánto lo agradecí. No piense que ahora que mi difunto esposo no está cambiará nuestra situación, me place tenerlo lo más lejos posible.
—Será usted la que vendrá rogando para que la escuche, suplicará que exponga lo sucedido con esa dama para que se sosiegue su corazón y no sé si estaré con la buena disposición que tuve hoy de negociar, la que terminó haciendo trizas.
—Verdaderamente es muy atrevido.
—Nos veremos las caras.