13

Respiró hondo y le ordenó a su cuerpo dejar de temblar. Su mente ágil ya urdía una excusa bastante intricada para justificar su presencia en aquel sitio. Un hombre alto, cubierto por las penumbras, la detuvo.

—¿William? —El aludido negó.

Ambos se fueron sorprendiendo a la vez de la identidad del otro. Se negó a sentirse avergonzada o en falta. El hombre joven dio unos pasos hacia atrás y encendió una vela, con la que se ayudó para iluminarle el rostro. Ella hizo un mohín con la boca, estaba decidida a no dejarse intimidar por quien la había descubierto en plena fechoría.

—¿Qué hace usted aquí? —preguntó lord Arthur Johnson.

—Pregunto lo mismo.

—No tendría que responderle, pero lo haré porque estoy muy interesado en su respuesta. Como sabe, tengo un estrecho vínculo con la familia Lovelace, he llegado hoy en compañía de William, y mientras él fue a dar una vuelta por los salones para discretamente saludar a los suyos, me tomé la libertad de descansar en este salón. No pretendía acostarme temprano y lo esperaba para atender nuestros asuntos.

Grace descubrió guiada por la tenue iluminación que había una sala contigua al fondo, donde dos amplias puertas permanecían abiertas de par en par. Había un amplio sillón a cuyo lado había una mesa provista de dos copas y una botella de brandy, así como otros refrigerios.

—¿A oscuras?

—Solo iluminado por una palmatoria. Deseaba descansar, pero cuando me sorprendió el sueño la apagué para dormitar un rato sobre el confortable sillón, lo más natural luego de una cabalgata.

—No sabía que sus lazos eran tan cercanos al punto de tener acceso al ala oeste como parte de la familia.

—¿Conoce que es el área reservada a los Lovelace? Suelen recibir mucha visita y aquí mantienen su privacidad. Esta habitación es exclusiva de William.

—¿Es su dormitorio? —preguntó estupefacta, había alcanzado a ver el sillón, un escritorio y otros muebles, pero no vio una cama. Estiró el cuello para ver si la divisaba.

—No. Aquí guarda sus más atrevidos e inocentes pecados. ¡Ja, ja, ja, ja! —Su risa fue descarada, Grace notó que pretendía escandalizarla—. ¿No me diga que el impío osó citarla aquí, lady Emerald? Me sorprende que haya aceptado.

—¿Cómo se atreve a insinuarlo? —preguntó contrariada—. No piense que puede hablarme en esos términos por encontrarme en el lugar equivocado.

—¿Entonces a qué debo su presencia? ¿Por qué ha perturbado mi descanso?

—Buscaba algo y me he perdido, al notar que estaba en el área equivocada me he asustado y he entrado en la primera puerta que tuve en frente. ¡No se atreva a juzgarme! No se lo permito.

—Temo saber qué la ha asustado. Estaba husmeando y ha escuchado la conversación entre el duque y lord Godwine. ¡Eso es inaceptable!

—¿Escuchado? ¿A su excelencia? ¿Y usted? Porque eso justificaría que se encontrara en penumbras, agazapado. Ya entiendo, el león cree que todos son de su condición —dijo con tono acusatorio—. Yo estaba aquí por error, pero usted de seguro...

—Al duque no le importa que yo esté rondando o escuchando, me considera de la familia. Sabía que estaba descansando aquí. No puedo dejarla salir de la habitación sin informarle a su excelencia de lo sucedido, se lo debo.

—¡No!

—Le soy leal, guardar semejante ataque no sería decoroso —dijo sumamente serio—. No puedo permitir que salga de aquí y cotillee con otras damas las intimidades de la familia de mi amigo.

—Usted no puede retenerme, inténtelo y se arrepentirá tan rápido como esa idea absurda. Ningún hombre me ha subyugado y usted no será el primero —indicó poniendo en alto su dignidad.

—Si quiere salirse con la suya, milady, tendrá que ofrecerme algo a cambio.

—¿A qué se refiere? —interpeló indignada.

—Lo estoy pensando, hay muchas cosas de usted que me interesan.

La puerta cedió tras ellos y alguien más se coló en la estancia. Ella quedó sonrojada. Lord Arthur Johnson rio sarcásticamente al descubrir a su amigo, al que había esperado por un rato y llegaba justo a tiempo.

—Estás negociando con la persona equivocada, Arthur, terminará obligándote a cumplir sus más inconsecuentes caprichos. Lady Emerald suele ser muy voluntariosa —pronunció William, recién llegado, con una voz gutural sumamente irritada. Grace se sobresaltó al observarlo bajo el vano de la puerta.

—Escuchó la conversación de tu padre y tu hermano.

—Déjanos a solas y cierra la puerta. Es un asunto familiar, me haré cargo.

El otro obedeció con malicia, pero antes de irse intercambió en susurros algo que Grace no pudo escuchar, de seguro lo puso al tanto de lo sucedido. Notó en el semblante de lord Arthur Johnson cómo le divertía que William se hiciera cargo, más que finiquitarlo en persona. William se adentró en su estudio y se apoderó del aura del lugar.

—¿Qué le dijo ese mequetrefe? —atacó Grace resuelta a no dejarte amedrentar por aquellos dos.

—Me puso al tanto de la conversación de mi familia que se atrevió a husmear.

Ella tragó en seco y se guardó una maldición para el hocicudo. Se miraron largamente.

—Por favor, tome asiento. Perdone los modales de Arthur. —Él se limitó a ofrecerle una amplia butaca y ella se quedó de pie, negada a considerar sus atenciones.

—No pretendo tener una charla amistosa con usted, menos en penumbras.

—Creo que las luces están mejor apagadas, no quiero que me encandile el rojo de sus mejillas. —Ella hizo un mohín con la boca ante su encubierto ataque, William no podía ocultar que adoraba molestarla.

—Se equivoca si cree que estoy avergonzada. Usted es quien debería.

—¿Qué hacía en esta área del palacio? Es lógico pensar que si andaba usted en la zona privada de la familia terminaría por toparse con intimidades que debían permanecer como lo que son.

—No pretendía escuchar de más, pensé que todos estarían con los invitados —se excusó con sinceridad.

—¿Entonces qué tramaba?

—Lo buscaba a usted —soltó casi en un grito, harta de aquella situación en la que primero lord Arthur Johnson y luego William querían acusarla y exponerla.

—Eso sí no me lo esperaba. Pudo pedirle a un sirviente...

—Por supuesto que no, no deseo testigos, ni ningún tipo de evidencias que me relacionen con su nombre.

—Interesante tomando en cuenta que la he sorprendido a solas con mi mejor amigo en un cuarto casi a oscuras, y Arthur no se destaca por tener una reputación repleta de virtudes.

—Su amigo...

—Me contó el incidente por el que usted entró a este salón de mi exclusivo uso para que mi padre y mi hermano no la encontraran en el pasillo curioseando una conversación muy privada. —De pronto, la mención a la «exclusividad» del aquel sitio le trajo a la mente de Grace los secretos a los que hizo alusión lord Arthur Johnson. Aquello motivó de manera creciente su curiosidad. William comenzó a encender otras velas en la estancia hasta que la oscuridad dejó de ser incómoda—. ¿Para qué me buscaba?

—¿Es que acaso no lo adivina?

William arrugó el entrecejo, a pesar de la oscuridad Grace pudo verlo con facilidad.

—Estoy cansado del viaje desde Londres, pero si se niega a sentarse me obligará a permanecer de pie. ¿Podemos acomodarnos y tomar una copa de vino mientras arreglamos nuestros asuntos?

—Primero muerta, diré a lo que he venido y desapareceré por esa puerta como si este encuentro jamás se hubiera producido. Usted no es santo de mi devoción, hace mucho dejó de serlo, así que sus intentos por recuperar la confianza que en algún momento le tuve están de más.

—Altagracia... —intentó fraguar una frase, pero se quedó hipnotizado por la fuerza con que ella sostuvo su reclamo.

Le sorprendió que él emitiera su nombre, había un encanto especial en el sonido que producía al enredarse tratando de rescatar los fonemas que se utilizaban en el castellano. No permitió que su esfuerzo la enterneciera, sabía que con William debía mantenerse firme.

—Le devuelvo su hebilla. Quedó por accidente prendida en la tela de mi vestido. No me di cuenta hasta después.

—No lo dudo, quedó usted muy turbada —susurró con ánimo de seducirla.

—No quiero nada que nos relacione o nos comprometa. Ahora, usted haga lo propio y devuelva lo que no le pertenece. Tengo prisas, mi abuela echará en falta mi ausencia —expresó abriendo la mano y mostrando el accesorio dorado. Él separó aún más sus párpados y el azul de sus ojos se apoderó de todo.

—Pensé que la había perdido.

—No fui la única que salió con las vestiduras destrozadas cuando tropezamos en Emerald Haven.

—Un desastre insignificante, uno mayor me hubiera hecho más feliz.

William casi nunca sonreía abiertamente, por eso aquella sonrisilla pícara que se dibujó en sus labios lo hizo parecer aún más bello y seductor, mandando frenéticos disparos de sangre desde el centro hasta las extremidades del cuerpo de Grace. Ella tragó en seco y se rehusó a seguir mostrándose afectada por sus encantos. No podía sentirse así, como poseída por sus dotes masculinas, no podía y no quería. Lo miró desafiante.

—¿Dónde está mi documento? Imagino que si este es su estudio debe tenerlo escondido en uno de sus muebles.

—Mi estudio —reiteró con propiedad—, en el que ha irrumpido, justo cuando más interesado estoy en que volvamos a tropezar e irnos de bruces juntos contra alguno de los sillones.

—Su vocabulario me avergüenza. Es bueno que se presente así frente a mí, no queda nada del tierno William de antaño. ¿Cree que ahora que soy viuda puedo caer tentada ante su ligereza de cascos? Casi me dejé envolver en su telaraña, agradezco que lady Huntington me abrió los ojos a tiempo y que lord Emerald me rescató de los efectos devastadores de su traición.

—¿Entonces fue la condesa? Al fin revela la identidad de quien osó ensuciar mi imagen frente a usted. Lo suponía, nunca le he caído en gracia.

—No siga cambiando de tema, no lo dejaré escabullirse por las ramas, la hoja del libro. ¡Ahora! —exigió acercándole la palma de la mano.

Con gesto taciturno, William observó la hebilla y admiró su forma de herradura.

—No era necesario que me la entregara, podía conservarla, podría darle suerte.

—No la necesito.

Grace trató de desembarazarse de aquella mirada, que bullía como la de un lobo hambriento, llena de necesidad de tomarla para aplacar ese apetito antiguo de poseerla, lejos de la vista de todos. William, sin coger el objeto, sacó una llave del bolsillo de su chaqueta y se la extendió. Ella depositó la pequeña herradura de oro sobre la superficie plana de la mesa. Él no le quitaba la vista de encima. Grace estiró los dedos para apoderarse de la llave, sus manos se tocaron y con aquel simple roce comenzó a arder. Su gesto adusto no desterraba de la profundidad de su mirada, ni de lo agitado de su respiración, su súplica implícita: «¡Aléjate!», imploraban sus ojos con sus labios sellados. «¡Aléjate porque no quiero perderme en tus brazos!».

Disimulando los temblores producto de la fuerte tentación que William representaba en aquella cálida habitación, se dirigió al escritorio sin darle más importancia a su sugestivo tono, no era difícil comprender que William se moría por comprometerla, por aprovechar la oscuridad y la soledad que los envolvía, implorándoles que no la desaprovecharan. Al ver que cada una de las gavetas tenían cerradura, le hizo un gesto para que soltara de una vez en cual de todas había metido el papel. Él, con un movimiento de la cabeza, le indicó que en la primera. Ella coló la llave por la cerradura y la giró, se quedó boquiabierta al descubrir su hoja aún más delgada de tanto repaso, seguramente por parte del ladrón.

—Espero que haya tenido la decencia de no haberlo compartido con ese rufián de lord Arthur Johnson —manifestó rescatando su voz del silencio autoimpuesto que la gobernó por algunos segundos.

—Mi amigo —lo defendió—. Y no, no le he revelado la pasión que usted puede trasmitir a través de las letras. Me lo he reservado solo para mí. No quiero despertar su apetito voraz, de todas maneras, solo le haría daño desear lo que jamás podrá poseer.

—Ni él, ni ningún otro.

—¿Pretende serle fiel hasta su muerte a la memoria de su difunto esposo? Es una viuda demasiado joven para enterrarse en vida. Aún puede...

—Ha perdido la cordura si cree que un tema tan delicado lo compartiré con usted.

—Me carcome la duda, me pregunto: ¿tan romántico y apasionado era el marqués que le ha despertado esa sed insaciable de castigar con palabras el intelecto y el alma de quien ose leerla?

—No he dicho que soy la autora.

—¿De quién es? —demandó.

—Debería estar más preocupado por su excelencia y su hermano y la fechoría que pretenden cometer.

—Eso —dijo negando. Conocía a su padre y que, la mayoría de las veces, John Lovelace, lord Godwine, terminaba por obedecerlo, aunque fuera a regañadientes.

—Su familia no tiene derecho a aprovecharse de la buena voluntad del señor Foster.

—Por favor, Grace, es un tema vergonzoso que no estoy dispuesto a sacar a colación. Son asuntos privados de los Lovelace.

—Pero el duque ha montado esta farsa con un sinfín de invitados rimbombantes para sacar un beneficio económico de los Foster. Pretende cegarlo con sus conexiones y alcurnia.

—El señor Foster vino a Londres a pescar un marido noble para sus hijas, al menos con la señorita Eloise ya lo consiguió. ¿Cree usted que no sabe él que por ello hay un precio que pagar? Este tema no es propio para que lo estemos tocando.

—Usted recuerda ser un caballero cuando le conviene. ¿O es que está lleno de prejuicios y me había vendido una imagen más sosegada de quien en realidad es?

—Podría acusarla de lo mismo. ¿Dónde está la dulce Grace? Su lengua últimamente está muy afilada.

—Sé que es desagradable hablar de dinero, pero mi conciencia no estará tranquila con este exceso de información.

—Tal vez no debía estar husmeando por las áreas privadas.

—¿Husmeando? —preguntó sumamente ofendida por su falta de cortesía, y más viniendo de William, que a pesar de su reputación siempre fue galante con ella—. Lo buscaba para recuperar mi propiedad, la que robó de mi morada y ahora se atreve...

—Perdón, no quise utilizar esa palabra. Le suplico, por favor, que no interceda.

—Quiere hacerme cómplice de la comisión de un delito.

—¿Un delito? Mi padre jamás caería tan bajo, son negocios y temas que no debería discutir con una dama. La señorita Eloise y mi hermano se quieren. No permitiré que estos asuntos de segundo plano interfieran en su felicidad. El afecto de lord Godwine no se opaca por las ideas de mi padre.

—No lo sé, pero sí me ha quedado claro que su hermano es inocente.

—No olvide que habla usted de mi padre.

—No tengo intenciones de ser irrespetuosa con su excelencia, pero...

—Usted no debía escuchar. ¿Podría olvidar que lo ha oído y yo desconoceré que ha escrito esos textos? La veo muy interesada en mantener el secreto.

—¿Me chantajea? Es un ofrecimiento tan descortés.

—No me malinterprete, solo intento darle algo significativo a cambio de su silencio, algo lo suficientemente tentador para que no destruya con una palabra los lazos que unirán a mi hermano y su prometida. Se aman, aún no sabemos si John sucumbirá ante las exigencias de mi padre.

—¿Hay otra salida para las dificultades del duque?

—¡Por Dios! —Hablar sobre el tema monetario de su familia lo colocaba en un sitio intermedio entre la vergüenza y el enojo, menos con ella, que no solo era una dama, era la que se le había escapado.

—No lo presiono, discúlpeme. No diré nada, no me incumbe y creo que su excelencia buscará el camino para encontrar una solución digna para sus problemas. Si puedo ayudarlos, no dude en recurrir a mí.

—No lo mencione, no es necesario, faltaría menos —señaló orgulloso y aún presa de la vergüenza, una emoción que no estaba acostumbrado a sentir y que le resultaba incómoda—. ¿Puedo hacer algo para resarcirla por su discreción?

—No hace falta, aunque hay algo, pero no me atrevería a pedirlo.

—Dígalo.

—Necesito de los servicios de un traductor.

—¿Desea que le recomiende uno? —Ella negó con la cabeza—. ¿Entonces?

—Es un asunto privado. Prefiero que se encargue alguien cercano.

—¿Reconoce que son sus escritos?

—¿Podría usted traducirlos? Haríamos un contrato y remuneraría cada minuto de su tiempo invertido. No es el único libro.

La miró perplejo, en verdad Grace deseaba ayudarlo, pero con aquel ofrecimiento no se daba cuenta de que lo terminaba por ofender, o tal vez no era el hecho en sí. Su orgullo jamás le permitiría aceptar.

—Puedo traducirle el manuscrito, pero no necesita establecer un contrato y mucho menos pagarme.

—No puedo obtener su apoyo si no acepta el pago por los servicios que prestará. No será una tarea sencilla, absorberé su tiempo.

—Nuestra situación no es tan desesperada para que necesite emplearme en algo por debajo de mi condición, menos que necesite el auxilio de una dama —masculló entre dientes.

—No fue mi intención ofenderlo. Hacer dinero de una forma honrada no nos hace menos dignos, no es el único que ha tenido que buscar formas alternativas de vivir que esperanzarse en las rentas de la tierra. Mi padre, en determinado momento, dio un giro a su vida, decidió comerciar en varias ramas de la economía. Diferente hubiera sido su situación si tan solo se hubiera limitado a sus ingenios y la producción de azúcar. No hubiera llegado tan lejos.

—¿Pretende que me haga rico como traductor? —se mofó ante su rostro—. Su padre tenía acciones en una naviera, fábricas de tabacos, ingenios azucareros, son palabras mayores.

—Pues bien podría seguir los pasos de mi difunto padre, ahora que la economía se ha diversificado y más en este país.

—Agradezco su interés y sus consejos no solicitados. Ahora, concentrémonos en la traducción de sus textos y en su promesa de mantener cerrado el pico con respecto a la situación de mi familia. ¿Puedo contar con su discreción?

—Por supuesto, me ha convencido. Creo que el padre de la prometida de su hermano es lo suficientemente astuto como para saber qué obtener de ese arreglo matrimonial. No me necesita para cuidar sus espaldas. ¿Usted traducirá mis libros en el más absoluto secreto? ¿Incluso de su amigo, lord Arthur Johnson?

—Lo haré. Traduciré sus escritos cursis de enamorados y galanteos con tal de que deje de torturarme con sus ideas de cómo mantener un patrimonio a flote. No necesito sus recomendaciones.

Ambos se desafiaron con la mirada. William le dio la espalda con la intención de servirse un brandy que calmara sus nervios crispados. En verdad, esa mujer lograba desesperarlo. Ella lo miró con desdén, ya no se sentía intimidada, más bien sentía el fuego arderle por dentro, llenándola de impotencia ante la dura pared que se había erigido entre los dos. Odiaba que le llevaran la contraria y más cuando era un hombre que intentaba hacer prevalecer sus ideas por encima de las suyas.

—No lo continuaré sofocando, pensé que era más abierto de mente. Ya veo que piensa como...

—¿Me dirá que pienso como un retrógrado y estirado inglés?

—Iba a decir como un hombre cegado por su propio concepto de masculinidad.

—¡Lo que me faltaba!

—Será usted remunerado —dijo disponiéndose a marcharse y dispuesta a salirse con la suya.

—Ni se le ocurra, me ofende usted. Véalo como un obsequio de mi parte.

—Un regalo que no puedo aceptar.

—En el pasado aceptaba mis flores y ese perfume que cada vez que vuelvo a oler en su piel termina por desquiciarme, como ahora. Creo que por ello ando balbuceando estupideces.

—El perfume fue algo excesivo, pero las flores fueron aceptables. Traducir mis textos es extraordinario, no puedo aceptarlo sin verme comprometida.

—¿Quién ahora es retrógrada y apegada a conservar las costumbres?

—Si lo fuera no estaría aquí hablando a solas con usted. Necesito un contrato, nadie puede saber que yo... he escrito esos textos.

—Finalmente lo admite —dijo con picardía y su sonrisa cómplice de los pensamientos más pecaminosos volvió a aflorar—. Si lo que le preocupa es que mantenga la boca cerrada, le doy mi palabra de caballero, o la que le queda a este «prostituto de la nobleza».

—Se los haré llegar esta misma noche con una doncella, milord.

—Espero que elija una lo suficientemente reservada para que cumpla su cometido sin husmear de más, milady —arremetió con una pequeña reverencia mientras la veía marcharse.