La sonrisa de Evan y su abrazo apretado hizo que todo valiera la pena. Los saltos y los ladridos de Ares llenos de efusión, así como los paisajes, la hicieron sentirse en casa. Dorita la puso al tanto de todos los pormenores en su lengua natal y fue agradable poder hablarla después de tantos días entre ingleses y norteamericanos. Lo primero que hizo fue liberarse del asfixiante corsé, el ama de llaves quedó boquiabierta por sus modales, pero era una mujer discreta y no se atrevió a opinar ni torcer el gesto. Emerald Haven era su refugio, su pequeño paraíso.
De inmediato se concentró en la redecoración del castillo, necesitaba que aquel sitio fuera acogedor para su pequeña familia, y aunque era hermoso con su diseño antiquísimo, Emerald no había sido muy abierto a que Grace emitiera su opinión. Doña Prudencia también se dejó imbuir por el espíritu de renovar. Lady Emerald caminó por todo el castillo, con el ama de llave, el mayordomo, un séquito de tres doncellas, Dorita, su abuela y su perro Ares detrás, ordenando, disponiendo y especificando dónde quería acomodar, hacer cambios, deshacerse o introducir nuevos ornatos o muebles.
—El estudio de mi difunto esposo será para mi hijo, que nadie ose tocarlo, cambiarlo o usarlo hasta que tenga la edad suficiente para tomar posesión. —Su orden fue sellada por un ladrido de Ares. Lo miró con el entrecejo fruncido para indicarle guardar silencio y consiguió un gruñido como respuesta.
—Pero ¿quién se ocupará de los asuntos y los tratos que deben cerrarse? ¿Qué lugar ocupará para esas funciones? —preguntó el señor Thomas, el mayordomo.
—Lord Huntington y por supuesto yo, necesitamos un sitio para esos menesteres. Busquen una habitación bien ubicada, en el primer piso, donde se pueda recibir visitas y tratar los asuntos financieros sin interferencias.
—Está el estudio de la difunta madre de su señoría —dijo para referirse a su fallecido patrón.
—Guíeme para conocerlo.
La comitiva, comandada por el señor Thomas, se dirigió al ala oeste de la propiedad, la señora Hoffman sacó la llave que solo se usaba para el día de la limpieza, la colocó en la cerradura y la giró. La puerta a dos hojas se abrió de par en par y solo se vio oscuridad.
—Está en buen sitio —sugirió Grace valorando su idoneidad.
—Tiene su propia entrada, una puerta que da a la terraza, podría servir cuando desee recibir a alguien con suma discreción.
—Interesante —sostuvo Grace—. Abran las ventanas, no puedo percibir su potencial.
—Habría que trasladar los muebles o reemplazarlos, son muy antiguos. A no ser que desee conservarlos en esta área —apuntó el señor Thomas.
—Y tiene una salida oculta, da al jardín secreto, de donde a su vez hay otro pasadizo que conduce al bosque. Uno de los antiguos marqueses lo fabricó para tiempos de guerra o situaciones de riesgo.
—Como ama de llaves usted está muy bien informada.
—Me entrenó mi antecesora.
Corrieron la primera capa de cortinas de seda tupida color verde bosque, dejando al descubierto las cortinas interiores de muselina, de un blanco suave como la nata y tan transparentes que permitieron que la tenue luz que resbalaba por entre las ramas y las hojas de los fresnos florecidos se colara a través del cristal. Lo imaginó en otoño, cuando el fresno alcanzara su mayor esplendor, y su pecho se colmó de dicha.
—Abran las ventanas —exigió.
Cuando abrieron las enormes ventanas de doble hoja, que casi llegaban al techo de puntal muy alto, la brisa matutina hizo revolotear en un vaivén suave y cadencioso la muselina. El papel tapiz marrón con un tenue brillo dorado de base y salpicado de margaritas blancas le dio un encanto a la estancia que dejó a Grace sin palabras. La transparencia del cristal, los marcos blancos color marfil levemente desgastados por el paso del tiempo, los muebles de madera negra, esculpidos por el más creativo ebanista, y aquellos libros antiguos que aún olían a magia, a historia, a épocas de ensueño, le susurraron que lo había encontrado. Tenía un enorme diván con una mesa lateral debajo de los descomunales ventanales, un librero a cada lado de un secreter de patas torneadas con motivos florales que se usaba como escritorio. La silla a juego estaba tapizada en terciopelo marrón dorado. En el centro había una coqueta mesa redonda donde se antojaba tomar el té o tener una charla confidente con una amiga. Todo estaba limpio, el aroma de la vegetación externa se colaba dentro inundando el salón. Era sencillamente perfecto.
Grace lo atravesó de largo hasta las puertas a dos hojas que daban a una terraza privada cuyas escaleras conducían al jardín, fuera también había otra mesa idónea para tomar un desayuno, con las espléndidas vistas hacia el frente de los rosales, los setos podados en formas caprichosas y una de las fuentes de agua. En el lateral, justo en el linde de la edificación, habían sembrados fresnos y ofrecía un escenario completo para pasear o meditar.
—¿Desea que hagamos cambios? Modificar la tonalidad de las paredes, los muebles —preguntó el mayordomo.
—No toquen nada, es ideal para mí. Este será mi estudio particular. Tiene todo lo que necesito, una bella mesa para tomar el té con esa espléndida vista. No sé por qué antes no se me avisó de este sitio perteneciente a la antigua marquesa, pudo haberme hecho muy feliz.
—El difunto lord Emerald era muy celoso de esta área, tras la muerte de su madre jamás lo visitó y nunca decidió qué destino darle. Su primera esposa tampoco pudo ocuparlo.
—Tal vez le dolía estar aquí y recordarla —pensó Grace en voz alta.
—Tampoco se dignó a pisarlo en vida de la difunta marquesa viuda —aclaró la señora Hoffman.
—¿Era su madre muy reservada?
—No, se dice todo lo contrario.
—¿La conoció usted?
—Ya en sus últimos años, pero era una persona agradable y feliz.
Grace no quiso reparar en los motivos del hermetismo del sitio, quiso adjudicárselo al dolor de la pérdida de la madre para su querido Henry.
—Señor Thomas, ya sabe las premisas a seguir para encontrar la habitación idónea para el despacho donde trataremos los asuntos de negocios.
—¿Yo? Pensé que ocuparía esta habitación.
—No, no deseo contaminar este reciento de paz. Necesitamos algo más sobrio, que incluso pueda ocupar lord Huntington cuando arribe. Pretende apoyarme en la administración de los bienes de Evan y, aunque no es necesario, no quiero ser descortés, ha sido muy amable con nosotros. ¿Puede encontrar un sitio para ese menester?
—Es que ese tipo de decisiones las tomaba el marqués. Pensé que ahora que no está, usted...
—He dispuesto que se encargue. Pueden seguir todos, me quedaré con la señora Hoffman para darle unas indicaciones. Luego los alcanzamos.
Todos obedecieron, salvo doña Prudencia, que se quedó intrigada por lo que sea que estuviera tramando su nieta. Tras la salida de la comparsa de renovación, Grace alzó a Ares y lo colocó sobre el diván para que no hiciera travesuras, luego le preguntó al ama de llaves:
—¿Dónde está la puerta que conduce al pasadizo?
La mujer le mostró presta el primer estante, de los que eran, que estaba a la izquierda del delicado secreter. Grace dio unos pasos y accionó el mecanismo, maravillada tras el crujir del mueble que se abrió. Ares no pudo contenerse, intentó colarse por la abertura en la pared y, temiendo que desapareciera, su dueña lo alzó en brazos para retenerlo.
—Perro malcriado, podrías perderte y pasar un mal rato. Ya tendremos otra ocasión para explorar. —Se volvió al ama de llaves y añadió—: Quiero que esta área sea confidencial, que nadie se atreva a entrar sin mi permiso. Escoja una persona de confianza para que se ocupe de su limpieza y verifique con alguien discreto que el pasadizo esté en óptimas condiciones para su uso cuando sea necesario. Nunca se sabe cuando tengamos una urgencia.
—De acuerdo, milady.
—Ahora sigamos con los otros, antes de que una tarea sencilla como escoger un lugar termine por sacar humo de la cabeza del señor Thomas.
—¿Algún cambio para su nuevo estudio?
—Déjelo todo como está, solo traigan mis efectos personales que están en el escritorio de la biblioteca.
De camino para alcanzar a la comitiva, se encontraron con Arlene, Grace leyó en su rostro la preocupación, así que le sugirió al ama de llaves y a su abuela que se adelantaran y que se llevaran a la mascota. Una carta había llegado para lady Arlene Haddon, era de su tía que no se había cansado de persuadirla durante su estancia en Whitestone Palace para que regresara bajo su tutela. La joven se la mostró a Grace, no quería tener secretos con ella.
—Sabes que eres libre de vivir con lady Black o conmigo.
—Deseo quedarme, quiero estar con mi hermano. Mi tía quiere aprovecharse del incidente de la carrera en Oxfordshire para persuadirme a regresar a su lado. Insinúa que su comportamiento alejará cualquier pretendiente de mí.
—Si deseas seguir a nuestro lado, no tienes que preocuparte.
—Temo que se salga con la suya. Se ha aliado con mis tías por parte de mi madre, moverán cielo y tierra para sacarme de aquí. Las ha convencido de que usted no es buena influencia.
—Debemos invitar a tus otras tías para que se convenzan de lo contrario.
—No será tan sencillo, siempre han obedecido a la hermana de mi padre. No tomarán en cuenta otra palabra. Se conocen desde niñas, tienen lazos estrechos. Mis tías sienten celos de usted, de que ahora sea la marquesa, un sitio que habrían querido para mi madre.
—No soy responsable de su pérdida. Tu madre ya no estaba entre los vivos cuando arribé a Inglaterra.
—Sospechan que enfermó porque mi padre tenía una amante.
—¡Por Dios!
—Lady Black se las ha ingeniado para que desconfíen de usted.
—Es ridículo, para ese entonces vivía en La Habana y no tenía siquiera la idea de trasladarme a esta parte del mundo. El difunto Emerald y yo no nos conocíamos.
—Nada las convencerá de lo contrario. Han confundido el dolor con el rencor, y ya tienen hacia quien dirigirlo. Dicen que mi padre no dejó escriturado que usted fuera mi tutora.
—Hoy mismo le escribo al conde de Huntington, nos remitiremos a la ley. Ya tienes edad para elegir, o eso creo —dudó.
En su nuevo estudio, con los efectos personales que hizo traer, redactó una carta dirigida a su protector para ponerlo al tanto de las intenciones de la vizcondesa, su cuñada. Tras terminar y ordenar su envío de manera urgente, comenzó a colocar sus utensilios para escribir a su antojo. Un par de sirvientes salían y entraban sin parar trayendo otros objetos de la marquesa que antes estaban en la biblioteca, o en sus habitaciones, que le ayudarían a personalizar su estudio.
El antiguo secreter era precioso, de elaborados trazos en la madera de ébano. Lo acarició con la yema de los dedos para deleitarse en su suavidad. Comenzó a colocar sus efectos en los diversos compartimientos hasta que se topó con que algunos estaban cerrados herméticamente. Hizo traer al ama de llaves y esta le entregó el juego de llaves que correspondía al mueble, el cual estaba oculto en una de los entrepaños del librero. Grace fue abriendo uno a uno develando el misterio. Todo permanecía vacío. Se desilusionó, habría querido husmear en el pasado de la madre de su difunto esposo. Se reprendió por ello.
—Fue vaciado por orden del difunto, todo lo que se encontró como correspondencias personales fue quemado. Lo de valor fue conservado por lord Emerald.
—Supongo que le habrá dado el uso pertinente.
—El marqués estuvo enfrascado en la búsqueda de una joya familiar de inestimable valor, un anillo de esmeralda atado al marquesado. Uno que formaba parte del patrimonio familiar y debía trasmitirse de generación en generación.
—¿Y qué sucedió?
—No pudimos dar con él. La marquesa madre lo usaba hasta que un día dejó de hacerlo. Lord Emerald pidió razones, pero era muy joven. Su madre nunca satisfizo su curiosidad.
—La joya le pertenecía, entiendo que indagara al respecto.
—Le atormentaba legar el patrimonio a sus sucesores con un faltante: una de las joyas más importantes del patrimonio familiar. Una que había sido orgullo de cada marqués Emerald por generaciones.
—Pobre de él.
—Cuando murió su padre él era pequeño, su madre, como hace usted hoy, se encargó de velar por sus intereses. Es una pena que una joya emblemática del marquesado se haya extraviado, ahora le pertenecería a su hijo.
—¿Hubo alguna teoría al respecto?
—El marqués no sospechó de ninguno de los sirvientes, para el momento del deceso de la marquesa ya había sido reportada su desaparición. La dama jamás se quejó de que alguien la hubiera sustraído.
—Toda una incógnita que no develaremos tampoco. Usted es la verdadera joya en esta familia, señora Hoffman.
—Exagera usted, milady.
—Todas esas historias que le trasmitió su antecesora, así como las vividas, debe compartírmelas. Necesito que mi niño crezca escuchándolas, para que nunca olvide lo que significa ser un Haddon y la historia del título.
—Si me permite el atrevimiento, su hijo se parece demasiado a su padre. Son como dos gotas de agua.
—Mi querido Henry era muy atractivo, mi Evan heredó su gallardía, espero que también tenga un espíritu tan firme como su padre —murmuró con una sonrisa en los labios mientras seguía revisando las gavetas de distintas formas y tamaño. Hasta que al final de una puerta encontró un compartimento secreto. De no haber estado con los sentidos agudizados hubiera permanecido oculto a la vista. Probó con las llavecitas minúsculas y ninguna se coló por la cerradura.
—Falta una llave —aseguró.
—Es todo lo que hay. ¿Se imagina que ahí esté oculto el anillo de esmeralda?
—¿Cómo podríamos abrirlo?
—No hay llave para él, no quedará otra opción que vulnerarlo.
Grace repasó la vista por encima del secreter, tan antiguo y tan bien conservado que no pudo simplemente romperlo.
—Será mejor buscar esa llave, debe estar en algún sitio.
—Puedo mandar a traer un cerrajero.
Grace meditó.
—Está cerrado por una razón.
—¿Y si dentro está el anillo?
—La llave debe estar en algún sitio. Revise las pertenencias que queden de la antigua marquesa. Solo traeremos un cerrajero si no queda otra opción.