Grace tomó posesión de su nuevo estudio y lo inauguró al recibir correspondencia de lord William Lovelace. Ares tomó posesión del diván, renuente a separarse de su dueña. Ella le palmeó la cabeza en sentido de aprobación y el can se regodeó por la caricia.
—Deberías ir a jugar con Evan y Dorita y en cambio te encierras aquí conmigo. Pequeño huraño, sé que extrañas nuestra casa en La Habana y a tu hermano y a Úrsula. Pero este es nuestro nuevo hogar. Tal vez podamos visitarlos un día.
El perro gruñó de satisfacción tras los afectos mostrados por su dueña. Luego se puso en guardia cuando uno de los sirvientes los interrumpió. Grace se sorprendió cuando un paquete cuidadosamente envuelto llegó a sus manos. Tembló de imaginarse su contenido. En la parte frontal venía una carta firmada por lord William Lovelace.
Lady Emerald:
Fue grato poder zambullirme de lleno en esta tarea. Me llevé varias sorpresas: la primera, poder entrar en la mente de una mujer, entender su forma de percibirnos a los hombres y su manera particular de ver el mundo; la segunda, que ese mundo al que pude colarme por una puerta y quedarme maravillado fuera el suyo. Encontré palabras de uso coloquial que resultó toda una hazaña hallar su significado, le agradezco por el reto. De haber trabajado juntos, habría sido más sencillo, usted me hubiera aclarado las dudas. He ampliado mi vocabulario en castellano y estoy feliz, cuente conmigo para futuras traducciones.
Sinceramente y con afecto,
Lord William Lovelace
Grace quedó maravillada al leer su manuscrito, aunque era suyo, aquella traducción hecha por un caballero le había dejado impresa su esencia, en algunas palabras, que la hacían sentirse muy familiar. De inmediato redactó una carta de agradecimiento y ordenó que le llevaran la correspondencia incluido el pago por los servicios prestados.
Estimado Lord William Lovelace:
Su trabajo es magnífico. Me alegra saber que contribuí a enriquecer su vocabulario y que no se dejó vencer ante el reto que le supusieron las palabras coloquiales de mi lengua materna o de uso en mi lugar de crianza. Espero que haya concluido que la mente de una dama y un caballero no son tan diferentes, son las reglas, quienes las dictan y quienes nos hacen supeditarnos a ellas, los que nos sitúan en opuestos lugares de la balanza. Le envío la remuneración ofrecida, espero que sea lo suficientemente generosa y que no le cause agravio, simplemente no puedo aprovecharme de su buena voluntad y generosidad.
Inmensamente agradecida,
Altagracia Haddon, marquesa viuda de Emerald
Releyó con mucha paciencia el manuscrito y, tras quedar conforme, lo envió con un seudónimo que escondiera su identidad a través de un intermediario para que viera la luz. Y mientras continuó avanzando con el siguiente manuscrito, buscó argumentos sustentados, de hecho y de derecho, para mantener a las tías de lady Arlene Haddon lejos de hacerse con la tutela de la señorita. También se esmeró en los cuidados de su adorado Evan y esperó por la ansiada respuesta del editor.
Mientras la espera era larga y llena de sobresaltos, llegó correspondencia del segundo hijo del duque de Whitestone.
Mi querida lady Emerald:
Me ha ofendido muy seriamente con su misiva, no solo en mi honor como caballero, sino también en mi hombría. Jamás una dama me ha ofrecido un pago por tener una atención que solo persigue el objeto de agradarla. Habíamos acordado que la traducción sería un regalo y su retribución excesiva me ha disgustado a tal grado que no sé cómo nuestra relación no pueda verse afectada. Mi estimada marquesa, le devuelvo el monto intacto, si no lo desea de vuelta haga una obra de caridad en mi nombre, de esa forma me sentiría menos resentido. Ahora bien, deme noticias de sus avances. ¿Ha conseguido publicar? Tengo buenos contactos que podrían ayudar en ese menester.
Quedo de usted,
Lord William Lovelace
La lectura de la carta le hizo poner los ojos en blanco y luego suspirar. Sentía que el orgullo de William era una barrera inquebrantable. Hizo lo segundo y destinó aquel oro para los niños pobres de Dorset. Y, justamente, llegó la ansiada respuesta. Se alegró, justo cuando William le preguntaba, tendría algo que responder. Pero el resultado no fue el esperado, toda la ilusión que albergó durante la espera se hizo trizas ante el primer rechazo.
Lord William Lovelace:
Lamento que se haya ofendido, jamás fue mi intención. Hice lo segundo y en su nombre he donado el dinero a quienes lo necesitaban. Es usted muy generoso. Le externo el agradecimiento de los beneficiarios. Sigo pensando que es excesivo que se ofenda por mi remuneración, entiendo su punto, pero creo que no obedece a justificaciones con un sustento concreto. Su honor de caballero es un tema que no deseo discutir. En cuanto a su hombría no he tenido ninguna intención de ponerla en tela de juicio, que Dios me libre de hacerlo. Su resolución tan solo se basa en ideas, costumbres y reglas que un día no muy lejano, se volverán obsoletas. Con respecto a mi libro no tengo buenas noticias; pero tengo confianza en que el panorama mejorará. Agradezco el ofrecimiento de sus contactos, pero prefiero labrarme mi propio camino.
Con respeto,
Altagracia Haddon, marquesa viuda de Emerald
Sin dejarse derrotar, citó a su intermediario y le pidió repetir la operación anterior en busca de un editor que accediera a publicarlo, sin permitir que los obstáculos en el camino quebraran su esperanza, y solo consiguió acumular rechazos. Cuando más frustrada estaba recibió la contestación de William.
Lady Emerald:
Entiendo su punto. Sin embargo, es injusto que defienda su postura de remunerar mis «servicios» y se niegue a aceptar mi ayuda para que le sea más fácil publicar. ¿Ahora quién es intransigente? Sin afán de ofenderla, ¿no es un caso similar? Es injustificable que me ofrezca un pago por algo que está por debajo de mi condición y que además he decidido obsequiarle voluntariamente. Pensé que me tenía en más estima, como a un viejo amigo, y que podía permitirse aceptarlo sin dar pie a sentir comprometido su honor. ¿Quién sigue reglas obsoletas? Aún deseo ayudarla a publicar su libro y los siguientes, si cambia de opinión.
Escríbame, aunque solo sea para demostrarme su animadversión, llevarle la contraria es un deporte interesante y no deseo quedar sin entrenamiento.
Echándola de menos en Londres,
Lord William Lovelace
Cuando más desanimada estaba por la frustración de no ser publicada, recibió la carta de William. Tomó la pluma y a punto de hacer un coraje que rayara en un berrinche infantil, le escribió. Repasó sus letras y se avergonzó de ellas. No era bueno escribir con los nervios crispados. Hizo una bola con la hoja y la tiró sobre la superficie del antiguo secreter. Su abuela apareció cuando más desconsolada estaba.
—¿Con quién te escribes tanto? Las cartas no han parado de llegar.
—Son asuntos de negocios, es el traductor —carraspeó.
—Lord William Lovelace —dijo con un gesto de suficiencia.
—Se ofendió porque quise pagar sus servicios y es más terco que una mula.
—Y tú eres una hogaza de pan. Es lógico pensar que se ofendiera.
—No quiero quedar comprometida si acepto sus favores.
—Entonces no los aceptes, busca a otra persona. Creo que ese trato que mantienen es algo escandaloso. Él ya tiene cierta reputación, no queremos que tu nombre se vea perjudicado.
—Intento mantenerme alejada, pero él es insistente.
—Por eso te has encerrado en Emerald Haven en plena temporada.
—Sabe que no es el único motivo. Desde el fallecimiento de Henry mi vida cambió demasiado, tengo mucho en qué pensar. Creí que los libros serían un refugio, que le darían sentido a mi vida, pero tampoco he logrado salir adelante. Tal vez no son tan buenos —le reveló finalmente a doña Prudencia que la miró con pesar.
—Aleja ese pensamiento. Son hermosos, cargados de emociones intensas, llenos de amor. Algunos de esos editores ni siquiera se dignaron a leer tu libro, lo devolvieron con la envoltura intacta. Estaba convencida de que lo aceptarían. Podría ser el seudónimo, nadie conoce a la tal Marianne Hyatt, si supieran que tras ese nombre artístico se esconde lady Emerald estoy segura de que reaccionarían diferente.
—Me rechazan por ser mujer.
—Una de tantas, pero hay otras mujeres que lo han logrado, no puedes darte por vencida al comienzo de la batalla.
—No sé qué haré, abuela. De momento me concentraré en Evan, siento que he dejado de lado sus cuidados por sumergirme por completo en los libros.
—Eres una madre estupenda. Evan no puede tener más amor. También eres una tutora afable con lady Arlene Haddon, se ve feliz y, para mi asombro, tomando en cuenta tu falta de experiencia, la estás guiando por buen camino. No tienes esposo, ni otros pasatiempos o distracciones, es justo que al menos tengas tus libros, o tus obligaciones y compromisos te borrarán por completo la sonrisa. ¿Y si nos vamos a Londres? Desde allá pueden ser más fructíferos nuestros intentos.
—Ansiaba volver a Emerald Haven y ahora que tengo este hermoso rincón para mí me siento realmente en casa. Arlene está contenta y Evan tiene una mejor vida aquí. Al menos sin tantos compromisos puede disfrutar más de su madre.
—Lady Arlene Haddon no lo dice porque te admira y respeta, pero la temporada no ha acabado, de seguro desea brillar en los salones de Londres. Está aquel joven que se mostró interesado en ella. Lady Black ha usado de pretexto el que la tengas encerrada en la mejor época para buscar esposo como un punto de flaqueza en tu papel como tutora.
—Arlene está muy joven para casarse, sé que es la costumbre, pero deseo que viva, gane experiencia y disfrute de conocer nuevas personas antes de tomar esa decisión.
—¿Y cómo lo hará encerrada en Emerald Haven? Estaría bien para el invierno o incluso el otoño, pero ahora todas sus amigas están en Londres.
—Usted piensa igual que lady Black. ¡Soy una pésima influencia! ¿Y si viajan ustedes a Haddon House y disfrutan de las invitaciones que no han parado de llegar? Le vendrá bien tener cerca a su prima, la condesa de Huntington, siempre tienen tema de conversación.
—No quiero dejarte sola.
—Tengo a Evan, a Dorita y un séquito de sirvientes. Además, a veces la soledad es buena compañía.
—Eres incorregible, lo pensaré por unos días.
Ya más tranquila, tomó la carta que había escrito para William y que no se había atrevido a mandar. Se esforzó en alisar la hoja arrugada. Repasó su contenido.
Lord William Lovelace:
Exijo que sea más respetuoso en sus palabras, olvida que habla con una dama y por momentos se dirige a mí con el mismo lenguaje que usa para tratar a su «amigote» lord Arthur Johnson. ¿Qué puedo esperar de un «caballero» cuya reputación está totalmente corrompida? No quiero su ayuda para publicar, sé que puedo lograrlo. Solo lucho contra las barreras del género. De haber llegado firmado bajo el nombre de un caballero, seguramente, al menos se habrían molestado en leerlo. En cuanto a Londres, no creo que pueda quedarme demasiado tiempo, más que visitas breves para asuntos puntuales no podré extenderme más. Ahora estoy ocupada en mi siguiente manuscrito, en cuidar a mi hijo y velar por sus intereses. Lamento defraudarlo si no cumplo sus expectativas. No soy como otras damas aristocráticas que pierden sus días en asuntos superficiales y galanteos. Tal vez debería apuntar sus cañones hacia otro objetivo.
Algo hastiada de este intercambio inextinguible de cartas, no espero su respuesta.
Altagracia Haddon, marquesa viuda de Emerald.
—Será mejor no enviarla —pensó en voz alta—. Solo daremos pie a una correspondencia interminable que termine por comprometernos más. Además, es demasiado descortés, bien pude decir lo mismo con palabras más sutiles. Debo cortar el nexo y dejar de escribirnos.
Y mientras lo afirmaba con seguridad, sin siquiera pestañear, terminó de estirar el documento, lo dobló, le colocó el sello y ordenó que lo mandaran a lord William Lovelace. La respuesta del otro lado no se hizo esperar.
Grace:
Dejaré de lado los tratamientos, aunque me condene por ello. Si su propósito es crispar mis nervios, sepa que solo ha conseguido dibujar una sonrisa en mi rostro. Disfruto de verla perder los estribos. Mis expectativas han sido más que satisfechas y usted responde tal y como me lo esperaba. Es más, me complace lo que con unas palabras puedo conseguir. Me dolería más la desidia, pero avivar el fuego en su interior es indescriptiblemente placentero.
Me conduelo de la hoja, ¿por qué se ha ensañado de tal forma con ella que ha llegado a mis manos en un estado tan deplorable? Haré caso omiso a ese detalle, imagino que su temperamento está pasando por un momento difícil. Volviendo al tema de interés, me pregunto: ¿por qué es tan deliciosamente complicada? Le recuerdo que usted calificó las reglas del cortejo y de cómo deben tratarse un caballero y una dama como obsoletas. Usted deseaba ser tratada como una igual y solo me he dedicado a complacerla. En cuanto a mi objetivo no lo cambio, ahora estoy más convencido de luchar por conseguirlo. Y no le apunto mis cañones, no, tengo un ejército completo apostado en sus inmediaciones esperando una señal de su parte para conquistarla. Aún no puedo conformarme con que en nuestra historia se escriba solo lo que no seremos.
Expectante de su siguiente carta,
Will.
Se quedó sin palabras, quiso quemar aquel documento, pero no pudo. Su corazón galopó agitado dentro de su pecho. Como si despertara con fuerza todo el afecto que quedó dormido en el pasado. No podía negar que su alma estaba llena de las cenizas producidas por el fuego que había ardido en su interior. Recordó a la Altagracia Morell que había brillado temporadas atrás con el corazón lleno de ilusiones. También se acordó del apuesto caballero lord William Lovelace que captó su atención rogándole un baile, uno que incluyeron especialmente para los dos, para que aquel encuentro fuera inolvidable. Su presente le vino de golpe, William formaba parte de una historia que no recuperaría. Era un hecho que lo dejaría esperando una respuesta. Si le enviaba otra misiva le daría carta blanca para que viajara a Emerald Haven a enfrentarla. Pero debía ponerle un alto: su lenguaje, sus atribuciones ya eran suficientes libertades. No podía permitir que se sintiera con la propiedad de dirigirse a ella en esos términos, menos que la cortejara impunemente.
Releyó el principio mientras buscaba una forma de acallar su petulancia: «Dejaré de lado los tratamientos, aunque me condene por ello. Si su propósito es crispar mis nervios, sepa que solo ha conseguido dibujar una sonrisa en mi rostro. Disfruto de verla perder los estribos».
—Ya sé qué haré para que disfrute en grande, querido Will —mencionó en voz alta—. Veamos si ahora le quedan ganas de seguir riendo.
Y como había tomado la decisión, continuó con su pequeña treta con afán de darle un escarmiento.
Días después, su abuela decidió brindarle la oportunidad a lady Arlene Haddon de participar en el resto de las actividades de la temporada. La joven marchó escoltada por la marquesa viuda y su abuela a Grey Terrace junto a los condes de Huntington. Allí se quedarían doña Prudencia y Arlene. La condesa era una madrina perfecta y tenía dotes suficientes como carabina. Grace solo permanecería una semana por asuntos que requerían su presencia, luego regresaría a casa con su pequeño Evan.
Lady Black no tardó en enterarse y en mostrarse ofendida porque su sobrina recibiera el apoyo de los condes en vez del propio. No tardó en aparecerse y comenzar a presionar con tal de anular la autoridad de lady Emerald.
—Si no tiene el tiempo de ocuparse de mi sobrina como se debe, no la retenga más. Puedo dedicarme en persona a buscar un arreglo matrimonial para ella.
—¡Dios me libre! —susurró Arlene y solo Grace que estaba muy cerca de ella pudo escucharlo. Comprendió el horror de la chica al pensar que su futuro quedara supeditado a los designios de lady Black.
—Debería sentirse honrada, como nosotras, de saber que lady Arlene Haddon cuenta con el apoyo de lady Huntington. Fue mi madrina y en solo una temporada logré hacer un matrimonio estupendo. ¿Por qué tendría que ser diferente con su sobrina? Además, es tan jovencita. No pretendo casarla a los dieciocho años. Solo quiero que disfrute de convivir con personas de su edad. Si aparece un pretendiente, podemos fijar un compromiso largo, hasta que tenga mínimo veinte años y esté más madura para el matrimonio.
—Su proceder no es adecuado, si mi sobrina sigue sus consejos podría quedarse solterona.
—En ese caso, si ella piensa diferente me lo hará saber y tomaré en cuenta sus deseos.
—¡Lo que faltaba! ¿Y si Arlene se inclina por un partido poco favorable le daría su aprobación solo por complacerla?
—Creo que nuestros planteamientos son apresurados, esperemos que aparezca el pretendiente.
—Lady Emerald tiene razón —espetó la condesa. Hasta Grace se sorprendió, sabía que aquella apostaba porque una señorita contrajera matrimonio cuanto antes. Sucedía que los Huntington ya habían tomado partido y por eso la defendió con firmeza.
—No sé qué le ha prometido esa arribista española para que luche a su lado como si fuera... —Lady Black hizo silencio y trató de calmar el ritmo acelerado de su respiración. Solía mantener la calma y ser fría en su trato, odiaba lo que esa mujer le había hecho: perder los estribos.
—Mi familia. —Lady Huntington terminó la frase de la vizcondesa. Grace mantuvo la boca cerrada. Ya sabía lo que opinaba su cuñada de su persona, pero no quiso rebajarse y dar continuidad a su falta de modales; sin importar su vocabulario, no la dejaría salirse con la suya—. ¿Olvida usted los lazos de sangre que nos unen?
—Lejanos —aclaró lady Black tratando de recomponerse.
—Se equivoca, mi prima y yo hemos sido muy unidas, casi como hermanas hasta que cada una nos casamos y la vida puso distancia de por medio. Fuimos las mejores amigas en nuestra juventud.
—Como si eso pudiera ocurrir, dos jóvenes casaderas son rivales en busca de un buen partido.
—Tal vez usted se aprecie de esa forma, quizá nunca ha experimentado lazos auténticos con otra persona que no sea su ascenso despiadado en sociedad.
—Provengo en línea directa de un marqués. No lo olvide, estimada condesa.
—Sé que el título de su padre está por encima del que ostento, pero no le quito el valor al propio, su título no tiene la historia ni la antigüedad del que poseemos los condes, lo que es todo un honor para mí. Lamento que no esté feliz con la fortuna que le ha dado la providencia. Debe aceptar a lady Emerald como lo que es: la marquesa viuda de su hermano y la madre de su sobrino —sentenció abriendo los ojos desmesuradamente y dando por concluida la discusión.