19

Tras el incidente con lady Black, su abuela se negó a dejarla partir sola. Después de todo, lady Arlene se había quedado bajo la protección de los condes de Huntington y estaría resguardada de cualquier afrenta de la inconforme lady Black. Continuó un mes de paz y sosiego. Lady Black estaba aplacada por los condes. William no volvió a importunarla con sus cartas subidas de tono, la indiferencia aparentemente había funcionado, y como el viento se volvió favorable para sus escritos, continuó trabajando en el siguiente proyecto llena de ilusión.

Y mientras escribía y utilizaba los compartimentos del secreter, volvió a observar el cajón secreto. Para ser Altagracia Morell y García de Lisón, en su nombre de soltera, ahora conocida como Grace Haddon, lady Emerald, ese asunto del secreter y el compartimento cerrado había tardado mucho en develarse. En el pasado había sido más insistente cuando se trataba de develar un misterio. Se puso de pie e hizo venir a la señora Hoffman.

—¿Revisó las pertenencias de la antigua marquesa?

—Sí, milady. Hace tiempo, cuando usted lo ordenó. No encontré la llave, no le dije nada porque coincidió con su último viaje a Londres. De haberla hallado le hubiera avisado a su regreso. Tal vez no hay nada dentro y nos hemos preocupado en vano.

—¿Mi esposo supo del compartimento?

—Él ni siquiera se inquietó por ningún mueble del estudio de su difunta madre, solo ordenó que le llevaran toda la documentación que encontráramos y, tras revisarla, ordenó que la quemaran.

—Interesante.

—¿Puedo ayudarla en algo más? ¿Ha decidido que traiga al cerrajero?

—Creo que sí. Es la mejor forma de ver si hay algo dentro. Así esté vacío deseo poder utilizarlo.

—Como ordene.

Antes de que el ama de llaves se retirara, un sirviente fue a avisar de una visita. Al escuchar el nombre de lord William Lovelace sintió un vuelco en el estómago, como si le hubiera pateado un caballo. Doña Prudencia llegó como enviada del mal y abriendo desmesuradamente los ojos intentó interrogarla al respecto. Todo había sido quietud hasta que la presencia del antes mencionado opacó la tranquilidad de Emerald Haven.

La marquesa tomó asiento en el diván y le comunicó a su sirviente que allí recibiría al recién llegado. Doña Prudencia negó con la cabeza, Grace ignoró su resquemor y ordenó a su doncella que cubriera el diván con la amplitud de la falda de su vestido de muselina y que abriera del todo las ventanas para que la luz fuera suficiente.

—¿Por qué no lo recibes en el salón? Sería más apropiado.

—De seguro viene a hablar asuntos de negocio, este es mi estudio, aquí lo atenderé.

—Es más privado y se supone que es lo que intentas evitar a toda costa.

El ama de llaves intentó escabullirse por el grado de intimidad de la conversación entre la marquesa y su abuela. Grace la retuvo.

—Quédese, señora Hoffman. No hay ningún secreto y aún tengo una indicación que darle. —La abuela abrió los ojos más si se podía, al ama de llaves no le pasó desapercibido y bajó la cara llena de vergüenza—. Confío en cada sirviente del castillo, el que no me sea completamente leal estará fuera. En especial requiero la fidelidad de mi ama de llaves, si no puede cumplir con ese requisito no me sirve. ¿Está de acuerdo, señora Hoffman?

—Milady, he servido en el castillo desde muy joven, soy leal a los patrones y la discreción es mi mayor muestra de lealtad. Igual puede confiar en el mayordomo.

—Lo sé, me consta, fue extremadamente discreto con Henry.

—Perdónelo usted.

—No le reprocho y el señor lo sabe. Ahora deben ser fieles a mi hijo, a mi abuela y a mí. —El consejo sobre la lealtad de los sirvientes que en determinado momento le había dado lord William Lovelace le había servido. No había conservado a los que eran incondicionales de lady Black.

—Perdone, señora Hoffman, mi desconfianza —intervino doña Prudencia—. Sé que usted es reservada. Pero tampoco hay tal asunto por el que debamos preocuparnos. Atendamos al visitante y despachémoslo con prontitud.

—Señora Hoffman, haga venir a Dorita. Con urgencia, por favor. Y con respecto a la visita del hijo del duque, quiero absoluta discreción al respecto.

—Enseguida, milady.

La señora salió y Grace se dirigió a doña Prudencia, que aún estaba nerviosa.

—Abuela querida, el caballero viene por su revancha.

—Tal vez, si no lo hubieses provocado...

—William se ha comportado arrogante en repetidas ocasiones, es justo que alguien le dé un escarmiento. De seguro ha destrozado corazones a su paso en sus correrías. Como dijo lady Huntington, su expresión de no romper un plato es su arma más poderosa para hacer caer a cuanta dama repara en sus encantos.

—¿Y por qué nos atañe juzgarlo?

—No jugó limpio conmigo.

—Eso nunca lo sabremos, sus intenciones parecían sinceras. Hasta el hombre más canalla se enamora algún día.

—¿Y ahora es su defensora? Usted me enseñó que no debemos dejarnos engañar por los hombres con rostro de arcángel y alma sumamente turbia. Como buena discípula suya aprendí la lección.

—¿No te habría gustado saber qué habría sucedido de haber seguido adelante con el cortejo de lord William Lovelace, años atrás?

—Después de que lady Huntington me aclaró de su liviandad con las mujeres y lo sorprendí besándose con la dama misteriosa, créame, abuela, hubiese sido una tonta de permitirle seguir adelante. Habría llorado demasiadas lágrimas. He luchado para librarme del poder masculino, ¿por qué caería en las garras de uno peor que los hombres de mi familia?

—Eres dura con él.

—Y usted se ha ablandado.

—Emerald tampoco era perfecto.

—Evidencia de que es mejor seguir sin compañía masculina.

—Un esposo te daría seguridad y otras satisfacciones, pero ya tomaste tu decisión, es tarde para dar marcha atrás.

Dorita llegó antes que el sirviente que anunció a lord William Lovelace.

—Por favor, abuela, déjenos solos. Prefiero ponerlo en su lugar sin testigos.

—Sería muy comprometedor —se rehusó la señora.

—Ya no soy una muchacha soltera. Soy una viuda...

—Pero son muy jóvenes y tienen un pasado... No es correcto.

—¿Quién lo sabrá? Usted puede fingir desconocerlo.

—¿Los sirvientes?

—Me cercioré de quedarme solo con los leales. Y no estaremos solos, no quiero que le dé un patatús. Dorita hará hoy el papel de carabina, aunque en mi condición ya no necesito una.

—Preferiría estar presente, pero te daré el espacio que pides. Dorita es una buena alcahueta, entiendo que la hayas elegido. Sean juiciosas.

Doña Prudencia tragó en seco, saludó al joven al toparlo en el umbral de la puerta y siguió a sus habitaciones.

Grace lo miró introducirse con la mandíbula apretada. Estaba tenso y todo en su cuerpo lo evidenciaba. Ella llevó a sus labios un dedo, lo observó con una sonrisa en los ojos mientras se preguntaba: «¿Quién ríe ahora?». Era el mismo lobo hambriento que había jugado a seducirla la temporada que lo había conocido, solo que venía herido. Tal vez le fallaron las expectativas, quizá la consideró menos osada. Ella, sin dudas, no era la misma chica que había vibrado al compás de una contradanza guiada por sus fuertes brazos, ardiendo ante el cúmulo de emociones que la habían dominado.

La marquesa se veía hermosa, un halo de luz la coronaba. Los metros de muselina blanca que la vestían la hacían verse angelical, a ella que era como la pólvora. Tras su espalda los fresnos se mecían por la suave brisa, la que se colaba en la estancia y alborotaba los mechones de cabello que se escapaban de su larga y gruesa trenza. Se veía hermosa, y mientras sus labios permanecieran sellados, se veía delicada, pero él no se engañaba, ya había aprendido que no era una damisela en apuros y que no necesitaba que un caballero la rescatara. A su lado, permanecía Dorita con su tez bronceada y su hermosura mirándolo como una doncella inglesa jamás se habría atrevido a hacerlo. Era una amenaza, como una serpiente que estaba dispuesta a saltarle a la yugular si tocaba tan solo una hebra de cabello de la marquesa.

William tuvo el descaro de ordenarle a Dorita que se fuera, Grace accedió con un gesto a que se retirara mostrándose serena. Dando a entender que no le daba miedo quedarse a solas con él, que no temía al escándalo. Dorita le pasó altanera por al lado, William ignoró su afrenta. Supo en la mirada de la bella mujer que Grace y ella no tenían secretos, se sintió más humillado aún y eso acrecentó su ira.

Cuando la puerta estuvo cerrada y ambos se quedaron completamente solos, él no pudo seguir callando.

—¡W. Lovelace! ¡Quiero saber por qué hay un escrito con mi nombre! —exigió desafiándola con la mirada.

—Lo dice como si usted fuera el único poseedor de dicho nombre y apellido en el ancho e inmenso mundo.

—¿No se le hace mucha casualidad que usted haya intentado publicar su manuscrito y que le hayan cerrado las puertas de cada sitio al que llegó? Ese manuscrito que me ofrecí a traducirle desinteresadamente y que incluso corregí con ahínco en cuanto a detalles del idioma.

—Cuyos servicios remuneré. Recuerdo que usó el dinero para hacer una loable obra de caridad. —Le clavó sus grandes ojos y él terminó por gruñir bastante afectado.

—Usted ha sobrepasado mis expectativas, pero no me sorprende.

—Lo siento, fue una terrible confusión y una cosa llevó a la otra. —Rio por lo bajo, conmovida por su arranque—. Además, no es tan obvio. Es W. Lovelace, podría ser otra persona.

—Es mi apellido e inicial, así podría firmar mis cartas.

—Salvo cuando se toma un exceso de confianza y prefiere ponerse Will.

—Tuve que enterarme por la insistencia de las risitas y las miradas de las señoritas en mi dirección.

—Tendrá más admiradoras, las féminas adoran a los hombres románticos.

—Quedaré avergonzado ante la sociedad londinense cuando sospechen que yo he escrito esas cursilerías sentimentales muy alejadas de lo que significa ser un hombre.

—¿Teme que sea afectada su masculinidad? —indagó con impudicia.

—Por supuesto que no.

—Le ofrezco un trato: usted me cede su nombre que, en realidad, está disimulado, y a cambio le ofrezco una suma considerable que le ayude a sopesar algunos baches familiares.

—¿Ha enloquecido? ¡No buscaba ofenderme, quiere humillarme! ¿Cómo se atreve? Grace, por lo único que me acerqué a usted fue por...

—Mi dinero.

—¿De dónde saca esas ideas? —bramó desquiciado.

—He recibido tantas propuestas de matrimonio desde mi regreso a Londres que no lo dudaría también de usted.

—Ofende mi hombría.

—Definitivamente tiene problemas con ella, porque hombre que se aprecia de serlo no la ve tan constantemente amenazada.

—Ya entiendo. Agradezco que haya abierto las cartas del juego. ¿Eso quiere? No sabe de qué material estoy hecho. Si juega con fuego terminará incendiada.

—Inténtelo —lo desafió con voz apacible, decidida a demostrarle que no perdería la compostura.

—Entiendo que con ese nombre tan peculiar haya decidido usar uno más atractivo. William suena mejor que Altagracia —dijo y se le enredó la lengua—, definitivamente su familia no la quería, debieron sentirse muy decepcionados cuando usted llegó a este mundo y por ende la dotaron con ese nombre tan feo.

—Es usted detestable y no tiene noción de cómo comportarse delante de una dama, me dieron el nombre de mi abuela paterna.

Él soltó una carcajada y no disimuló su emoción al conseguir fastidiarla.

—Una terrible costumbre.

—Sus modales no son los del hijo de un duque.

—A veces me tomo ciertas libertades, más cuando estoy en confianza.

—¿En confianza?

—Ordene que preparen una habitación para que pueda quedarme.

—¿Está demente?

—Usted acaba de contratarme como traductor de su nuevo manuscrito y usará mi nombre para ello, debo revisar hasta la última palabra para cerciorarme de que no me deje en ridículo. Empiezo ahora mismo.

—¿Cómo se atreve?

—Usted me provocó, debe atenerse a las consecuencias. Si mi presencia en Emerald Haven le molesta puedo quedarme en el pueblo, pero definitivamente debemos estar cerca, así podemos trabajar sincronizados.

—Su presencia en el pueblo será un foco que atraerá a los propagadores de rumores, me comprometerá.

—Puedo quedarme aquí en Emerald Haven. Nadie tiene que saberlo, podemos ser discretos. Si alguien indagara de más, tan solo descubrirá que nos atañe un negocio, del que no estamos obligados a dar los detalles.

—Sea por asuntos de negocios o no, su sola presencia corrompe el honor de una dama.

—¿Usted lo desea? Solo eso me basta. Podemos tomar todas las precauciones pertinentes. No tardaremos más que un par de meses, aunque estaré disponible por más tiempo si lo requiere.

—¿Y sus obligaciones?

—Imagino que para un «prostituto de la nobleza» encontrar un trabajo remunerado menos escandaloso que el anterior es una forma de redimirse. Mi padre estará encantado de ver que me ocupo en algo menos vulgar —se burló.

—No puede aprovecharse de la situación para salirse con la suya —dijo, y ahogó la última palabra en un suspiro.

—Usted logrará enderezar mi rumbo. Es muy caritativa.

—Mi abuela no lo permitirá, lo siento. Debe desistir.

—Su abuela se sentirá orgullosa si usted me da clases de buena conducta, estoy ansioso de aprender con su ejemplo. Además, no es usted una niñita, se las arreglará para buscar una explicación. No puede romper el contrato después de haberme ofrecido tan loable empleo.

—Calle.

—Es eso o aclaro públicamente que esos escritos no me pertenecen, pero que los he traducido para una hermosa marquesa cuya lengua materna es el castellano.

—Sospecharían de mí. ¿Se atrevería? Me prometió que guardaría silencio.

—Pero no a cambio de que usara mi nombre.

—No es el único W. Lovelace del mundo.

—Ni usted la única marquesa que habla castellano.

—De acuerdo. Acepto.

—La próxima vez que desee burlarse de un W. Lovelace se lo pensará dos veces.

—Pero no puede instalarse en Emerald Haven, sin embargo, lo espero todas las mañanas en mi estudio para trabajar.

—¿No cree que en el pueblo despierte más curiosidad sobre mi estancia en los alrededores?

—Hay una cabaña en el bosque. Era de mi esposo, es muy confortable. Podrán quedarse usted y su ayuda de cámara.

—He venido solo, no necesito más.

—Le enviaré un sirviente discreto.

—Odio cenar solo.

—Discúlpeme, no puedo hacer más. Ahora necesito retirarme. Mi hijo me espera.

William salió con una sonrisa en los labios por la victoria. Al pasar por la salita contigua se topó con doña Prudencia y a su lado Dorita. La dama de edad, al saber que su nieta se había quedado completamente a solas con el caballero, no había podido retirarse a sus habitaciones por la inquietud que le provocaba.

—Doña Prudencia —dijo él en castellano y continuó hablando en ese idioma—, su nieta y yo hemos llegado a un arreglo de negocios. Me verá por aquí con frecuencia. Espero que pueda seguir contándome de las islas caribeñas. Sus aportes a mi bagaje cultural son muy preciados para mí.

—¡Jesús, María y José! —se lamentó y tuvo que abanicarse.

—Esperaré con impaciencia su invitación para un almuerzo de su madre patria, me lo ha venido ofreciendo desde hace años y tengo predilección por la comida hispana. La sazón es inigualable.

—¿Ha perdido usted el buen juicio?

—El caballero ha perdido otra cosa y ha venido muy lejos a recuperarla —soltó Dorita con picardía.

—Tu señora te da demasiadas libertades, muchacha —la retó William aún en español—. Al principio sentí pena por ti. Creí que eras su esclava. Tonto de mí. He descubierto que son aliadas.

Se despidió con una reverencia, dejando a la señora sin palabras y a Dorita con una expresión irreverente. Doña Prudencia se persignó antes de introducirse en el estudio de Grace. La encontró absorta en sus pensamientos. Dorita le siguió detrás.

—Nieta, ¿qué has hecho?

—Ha sido un desastre, abuela. No he podido hacer otra cosa. Él amenazó con delatarme. No me importaría asumir mis escritos, pero no puedo hacer nada que atraiga la mirada de la sociedad hacia Evan. Pretendo que disfrute del mismo respeto que su padre.

—Esto no se hubiera salido de control de no haber utilizado el nombre del hijo del duque. Te dije que era una afrenta que no dejaría impune.

—Se alojará en la cabaña de Henry. Trabajaremos en mi siguiente manuscrito. Somos algo así como socios. Él me cede el nombre, traduce el manuscrito y yo remuneraré sus servicios.

—Es deshonroso.

—¿Porque somos un hombre y una mujer?

—¿Sabes que persigue un final muy distinto a una colaboración por los libros? Él quiere convertirte en su esposa por tu fortuna.

—Ya no estoy tan convencida. Tal vez lo haría para agradar a su padre, pero no tiene usted de qué preocuparse; jamás aceptaría a un hombre que no me ame desinteresadamente.

—Lord William Lovelace es enemigo del matrimonio —intervino Dorita para aclararle el punto a la señora—. Solo está aquí para saldar una vieja deuda, la desea y no soporta que se le haya escapado. Él solo quiere conocer sus aposentos.

—¡Lo sé! —se quejó Grace ante la mirada exaltada de la abuela.

—¡Madre Santísima! —Se lamentó doña Prudencia—. ¿Y consciente de ello lo aceptarás, Altagracia?

—Me ha dejado sin otra alternativa. Intenté desecharlo como a otro arribista más, pero él se las ingenió para hacerse útil y no ser descartado.

—Sus intenciones distan de querer desposarla —arremetió Dorita—. Conozco a los de su calaña. No importa que tan estirados sean, ni de qué lado del charco se sitúen.

—Escúchala, Altagracia. Dorita tiene razón, aunque me pese. Debes buscar la forma de echarlo. Me llegaron rumores de que ciertos caballeros han hecho una apuesta que versa en conquistarte. ¿Será que el joven ha entrado en esa lid?

—Me advirtió de la apuesta, supuestamente para que no me dejara seducir por ningún canalla.

—¡Como si tuvieras ojos para otro caballero!

—¡Abuela! Jamás desposaré a otro que no sea Henry y él ya está muerto. Quede tranquila. Lo dejaré jugar y cuando se canse tendrá que regresarse con la cola entre las patas.

—¡Niña ingenua! Venga o no por esa detestable apuesta, él no está dispuesto a perder.